Crisis
del capitalismo en EEUU
Por
James Petras
La Jornada, 29/07/06
Traducción de Jorge Anaya
Durante años,
intelectuales progresistas, izquierdistas y radicales, e incluso
algunos pesimistas de Wall Street, han debatido sobre el colapso del
capitalismo estadounidense. Por mucho que aumente el número de
multimillonarios, que las casas de inversión obtengan ganancias sin
precedente y las principales corporaciones logren utilidades de dos dígitos,
nuestros agoreros rehúsan replantear sus profecías. Nada ha
desacreditado más a la izquierda estadounidense que sus visiones
apocalípticas del Gran Derrumbe, a la vista del robusto crecimiento
económico. Mientras la izquierda predica sobre la crisis y el final
del capitalismo, la mayoría de los trabajadores se quejan de que sus
jefes se quedan con una rebanada cada vez más grande; de la
intensificación de su explotación, que se traduce en más
productividad; de la prolongación de la jornada de trabajo y del año
laboral a causa de la reducción de vacaciones, permisos económicos
por enfermedad y días de asueto.
El colapso del
capitalismo no ha ocurrido porque las empresas, la banca y el gobierno
han trasladado a las espaldas del salario y de las clases asalariadas
toda la carga de adaptar el capitalismo estadounidense a las demandas
del mercado. Lo que se llama la "crisis del capitalismo" es
en realidad la crisis del trabajo, es decir, la reducción absoluta y
relativa de los niveles de vida, evidente en la eliminación de a)
planes de pensión con fondos de las empresas –e incremento en la
aportación de los trabajadores a esos planes–; b) eliminación o
reducción de pagos a planes de salud y mayores deducciones a los
salarios para gastos en salud, o bien pérdida total de la protección
a la salud; c) crecimiento de dos dígitos en los costos de energía,
salud, educación y medicinas que no están calculados en el índice
de precios al consumidor, y d) la ola creciente de concesiones de líderes
sindicales escleróticos que ganan sueldos excesivos, los cuales
degradan los niveles de vida e incrementan las ganancias de las
corporaciones. Además, la desregulación de las dependencias
ambientales, laborales y de protección al consumidor ha conducido a
problemas de salud y pérdida de ingreso para los asalariados y en
mayores ganancias para las empresas.
Para una resurrección
del radicalismo es importante concentrarse no en la tesis del
derrumbe, sino en la intensificación y extensión de la explotación
de los trabajadores, del medio ambiente y de los consumidores por el
capital corporativo, la cual permite a la economía estadounidense
continuar creciendo y sobreponiéndose a cualquier tropiezo momentáneo.
Las predicciones de un colapso del capitalismo se construyen sobre un
especioso conjunto de argumentos, que es fácil volver de revés y que
desvían nuestra atención de las verdaderas tareas de unirse a la
lucha en los lugares de trabajo, en el medio ambiente y en los sitios
de consumo.
Mitos
sobre el fin
Durante más de una década
se han manejado diversos argumentos para predecir el colapso del
capitalismo estadounidense. Entre ellos se cuentan: 1) el déficit del
presupuesto, anual y acumulado; 2) el déficit de la balanza de pagos;
3) la naturaleza especulativa de la economía estadounidense; 4) la
debilidad del dólar; 5) la crisis energética –la carestía de los
recursos energéticos–; 6) la "insustentabilidad" del
modelo estadounidense, y 7) la "exportación" al exterior de
trabajos de alta calificación. Estos argumentos se han citado por
separado o juntos. Sin pretender minimizar esos problemas, no son tan
serios como se plantea, por varias razones.
Mientras los profetas
del colapso señalaban que el creciente déficit presupuestal conduciría
a una implosión económica, los datos de 2006 indican una reducción
del déficit de 3.2 por ciento del PIB proyectado en febrero a 2.3 por
ciento en julio. La razón es que se prevé la elevación de 11 por
ciento en los ingresos fiscales, sobre todo porque los ingresos de los
dueños del capital y de los grandes ganadores vía utilidades,
sueldos, rentas y pagos de regalías extraídos a los trabajadores se
encuentran en niveles sin precedente. En tanto, la concentración y
centralización del capital y las fuertes comisiones de los bancos de
inversión siguen adelante con singular alegría: las fusiones y
adquisiciones en la primera mitad de 2006 llegaron a un billón 930
mil dólares, número récord de transacciones multimillonarias. La
fuerza impulsora es la capacidad de los capitalistas de reducir costos
laborales y reubicar empresas en zonas de bajos salarios, la alta
liquidez y las bajas tasas de interés. Las fusiones y adquisiciones
ocurren porque no hay resistencia de los "sindicatos" a los
cierres de fábricas ni a las exigencias de los patrones de mayor
productividad y mayores ganancias.
Sin duda en el próximo
par de años habrá un gran incremento de quiebras de firmas
sobrendeudadas que se meten en adquisiciones especulativas que no
generan suficientes ganancias para pagar la deuda contratada para la
operación. Es probable que esto conduzca a otro coro sobre el
inminente "colapso del capitalismo", cuando en realidad sólo
servirá para enriquecer a los multimillonarios, que ven en estos
procesos la oportunidad de invertir en activos subvaluados.
El déficit del
presupuesto ha sido argumento tradicional de los conservadores, en
especial los banqueros y el FMI, porque supuestamente tiende a
estimular la inflación y devaluar la moneda. Es anómalo que la
izquierda se una a los conservadores al considerar el déficit algo
catastrófico. La verdadera cuestión no es el déficit, sino la forma
en que se estructura, con base en recortes fiscales para los ricos y
en un gasto orientado a programas militares de alta tecnología y bajo
empleo. Por último, mientras las clases asalariadas estén dispuestas
a sufrir recortes en gastos sociales, la privatización de los planes
de pensiones y de salud y los gastos extras de energía y tiempo para
incrementar la productividad capitalista, el déficit es manejable.
Será un problema cuando la lucha de clases desde abajo revierta la
distribución de los impuestos y de los gastos, y reduzca la tasa de
explotación (productividad).
Otro de los
descubrimientos de la izquierda, precedida por los académicos
monetaristas de la extrema derecha, es el déficit de la balanza
comercial. Durante más de una década Estados Unidos ha tenido ese déficit
sin efectos adversos visibles, pese a predicciones anuales de la
izquierda apocalíptica. Hay muchas razones para el fracaso de las
profecías: una es que el dólar sigue siendo la principal divisa de
reserva, pese a constantes advertencias de abandono. Mientras Estados
Unidos siga siendo el bastión más estable y confiable de seguridad
capitalista, y los demás países lo vean así, el dólar y los bonos
del Tesoro seguirán siendo la divisa de último recurso. En segundo
lugar, los países asiáticos, con los que Estados Unidos tiene el
mayor déficit comercial, dependen mucho de las ventas a Estados
Unidos y durante 15 años se han mostrado dispuestos a comprar y
retener dólares para mantener su modelo de crecimiento basado en las
exportaciones. Pese al descenso en el valor relativo del dólar frente
al euro, ningún país asiático, mucho menos China, ha vendido sus dólares.
Por el contrario, han incrementado sus reservas en más de 300 mil
millones netos entre 2004 y 2006.
La justificación de
esta conducta se puede entender si miramos la dinámica de clase del
modelo chino de crecimiento, el cual está basado en un control
sumamente desigual de los principales sectores exportadores. Entre
multimillonarios chinos, trasnacionales occidentales y japonesas y
conglomerados chinos del exterior, las industrias de exportación
concentran la mayor proporción de riqueza, capital y ganancias, lo
cual produce la explotación y las desigualdades más salvajes del
mundo moderno. El resultado es que el crecimiento chino y la
perpetuación de la expansión de las clases gobernantes dependen
primero y sobre todo de los mercados de exportación. La elite china
prefiere naturalmente quedarse con este modelo y sentarse plácidamente
sobre un montón cada vez mayor de dólares.
En cuanto a la
especulación, es cierto que la economía estadounidense tiene un
fuerte sector especulativo, el cual ha producido una sustancial
volatilidad del mercado cuyo efecto ha sido negativo, pero no catastrófico,
sobre los trabajadores, los vendedores minoristas y los futuros
pensionados estadounidenses. Sin embargo, no toda la economía de
Estados Unidos es especulativa; el país sigue siendo gran productor y
exportador de artículos de alta tecnología, y en los seis años
anteriores ha sido primer lugar entre los países capitalistas
avanzados. También es líder en innovaciones, medidas por el número
de patentes concedidas cada año. Además, no existe una distinción
clara y rápida entre capital especulativo y productivo: están
entremezclados, y el capital se mueve con rapidez de un sector a otro
dependiendo de dónde sea menor el riesgo y mayor la ganancia.
La verdadera
"crisis" no está en el capital especulativo en sí, sino la
forma en que los movimientos de capital afectan a la clase trabajadora
o, con más precisión, al poder social de los trabajadores y a su
capacidad de influir en las inversiones o controlarlas para reducir
las tasas de explotación y lograr estabilidad y seguridad en el
empleo. La actividad especulativa ha conducido a "crisis"
temporales en los 20 años pasados sin provocar el "colapso del
capitalismo", que han afectado en gran medida los fondos de
pensiones y a los inversionistas en ventas al menudeo y han conducido
a quiebras y despidos en masa.
Otra variante de la
teoría del colapso se enfoca en la "debilidad del dólar",
por lo regular ligada al "déficit en la balanza comercial".
En los 20 años pasados el dólar se ha debilitado y fortalecido según
los altibajos de las tasas de interés domésticas, los sucesos políticos
y las debilidades y fortalezas de la economía estadounidense. Por lo
regular el dólar débil ha favorecido a los exportadores y producido
un superávit, o mantenido bajo el déficit. Abogar por un dólar
fuerte a la vez que se critica el déficit comercial es más economía
vudú, promovida por críticos de ocasión. El dólar débil permite a
Estados Unidos penetrar en los mercados de exportación sin afectar la
capacidad de importar una amplia gama de bienes de consumo de bajo
precio de países donde las trasnacionales del propio Estados Unidos
explotan la fuerza de trabajo local. Es resultado de tasas de interés
muy inferiores a niveles históricos, lo cual permite a consumidores
estadounidenses comprar casas, muebles y otros bienes a crédito. El
verdadero problema del dólar débil es que los capitalistas locales
no han invertido a largo plazo en industrias exportadoras en gran
escala o elevado la capacidad de las fábricas locales para
incrementar la participación del país en los mercados mundiales: han
transferido las ganancias del capital a inversiones en fábricas con
mano de obra altamente calificada y bajos salarios en el extranjero
para obtener ganancias aún mayores, a la vez que reducen los costos
laborales en el país.
"Crisis
energética"
Por lo general la
"crisis energética" se observa en términos parciales: los
altos precios cobrados por las grandes petroleras, la falta de inversión
gubernamental en transporte público y en combustibles no fósiles
alternativos, la influencia de la industria automotriz, la avaricia de
los jeques árabes y así por el estilo. Sin duda la carestía ha
perjudicado el presupuesto familiar y es muy probable el agotamiento
de las reservas de combustibles fósiles el futuro próximo, pero
predecir el "colapso del capitalismo" a partir de esto es
una exageración de mentes poco imaginativas. Primero, la mitad de la
ganancia petrolera en Medio Oriente, Africa y la mayor parte de América
Latina se recicla a bancos estadounidenses o europeos, lo cual conduce
a mayor liquidez (para créditos locales) y mayores ganancias.
Segundo, la mayoría de las reservas en divisas extranjeras
procedentes del petróleo y el gas se mantienen en dólares o euros en
bancos estadounidenses o de la Unión Europea, y la mayor parte de las
ventas de petróleo se realizan por empresas de esos países. En otras
palabras, el "déficit en la balanza comercial" es
compensado por los flujos positivos de ganancias recicladas hacia
Estados Unidos y Europa. El verdadero problema es el de clase: ¿cómo
se fijan los precios y se distribuyen las ganancias? La oferta y la
demanda son sólo parte de la historia; también entran en juego el
potencial de los precios administrados según prioridades
gubernamentales, las políticas de inversión de los consorcios
petroleros y la configuración del poder en los estados productores.
El capitalismo, como
cualquier otro modo de producción, puede sobrevivir a numerosas
"crisis" a menos que una nueva clase sea capaz de derrocarlo
y remplazarlo con otro sistema, presumiblemente socialista. Entre
tanto, en el periodo actual ni los mecanismos internos del capitalismo
están en mal estado ni los trabajadores, consumidores y
contribuyentes que lo sostienen muestran signo alguno de rebelión, ya
no se diga de organización.
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