Deuda
del Sur, deuda estadounidense: ¿cuál es la realidad?
Por
Olivier Lorillu
Red Voltaire, 09/09/06
La deuda de las
naciones del Sur, la única cuyo pago se exige, parece exorbitante.
Sin embargo, es sólo la quinta parte de la deuda de Estados Unidos.
La deuda se convierte así en un medio de dominación del fuerte sobre
los débiles, señala Olivier Lorillu.
La deuda externa pública
de los países en vías de desarrollo (165 Estados, 86% de la población
mundial) alcanza cifras astronómicas: 1 600 millardos de dólares. A
pesar de ello, tenemos que empezar por relativizar esa cifra porque la
deuda pública de Estados Unidos (país que representa únicamente el
4,5% de la población mundial) se eleva a 8 000 millardos de dólares.
¿Qué realidades se esconden tras esas cifras?
Primero, en el Sur,
la deuda provoca una hemorragia de capitales que esos países
necesitan imperiosamente. De 1980 hasta la fecha, la deuda externa de
los países en desarrollo se multiplicó por cinco mientras que esas
mismas naciones desembolsaban en pago el equivalente de a veces el
valor de su deuda de 1980. Los países del Norte dedican este año a
la ayuda pública para el desarrollo (cuyo contenido es por otro lado
muy polémico) la quinta parte de lo que los países del Sur
desembolsan como pago de la deuda.
Contrariamente a lo
que afirma el discurso oficial, las transferencias de dinero se hacen
globalmente de los pueblos del Sur hacia los ricos acreedores. Entre
1999 y 2004, el Sur pagó como cifra media 81 000 millones de dólares
anuales más que lo que recibió a título de nuevos préstamos. El
secretario general de la ONU, Kofi Annan, estimó en el año 2000
–durante la cumbre del G7 en Okinawa– que las naciones del África
subsahariana dedicaban como proporción media el 38% de su presupuesto
al pago de la deuda.
Esa fuga de capitales
tiene graves repercusiones para los pueblos del Sur. El Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que «los países en
desarrollo carecen de unos 80 000 millones de dólares al año para
garantizar todos los servicios básicos» o sea el acceso universal al
agua potable, a una alimentación decente, a la educación primaria, a
los cuidados básicos así como a la atención ginecológica para las
mujeres. La deuda aumenta y se desarrolla la miseria. ¿Cómo se llegó
a esta situación?
Después de la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos invirtió masivamente en la
economía europea, mediante el Plan Marshall, para ayudarla a
recuperarse. Para evitar un alza de la inflación en Estados Unidos,
el gobierno estadounidense estimuló sus empresas a invertir en el
extranjero. Durante los años 1960, los bancos europeos rebosan de dólares
a los que buscan inversiones rentables. Prestan esos dólares con
tasas incitantes a los países del Sur, en particular a las naciones
asiáticas y africanas que acababan de obtener la independencia y a
los países latinoamericanos en fase de industrialización rápida,
sobre todo teniendo en cuenta que los dirigentes locales se benefician
con ello.
Esos países se
endeudan –precisión importantísima– en dólares (o en divisas
fuertes), no en sus propias monedas nacionales. A partir del alza del
petróleo registrada en 1973 y de la recesión que provocó, los países
del Norte deciden hacer préstamos a las naciones del Sur a condición
que utilicen el dinero en la compra de mercancías del país que hace
el préstamo. Por otro lado, a partir de finales de los años 1960, el
Banco Mundial se esfuerza por contrarrestar la influencia soviética y
las veleidades independentistas. Para ello hace préstamos masivos a
los aliados estratégicos de Estados Unidos (a menudo dictaduras como
las de Zaire, Indonesia, Chile, Brasil, Argentina…) para fortalecer
la zona de influencia occidental. Por consiguiente, con la complicidad
de las clases dirigentes del Sur, la deuda se multiplica por 11 entre
1968 y 1980. Es el preludio de un trágico viraje: «la crisis de la
deuda».
En 1979, Estados
Unidos decide elevar fuertemente sus tasas de interés para atraer
capitales y reactivar su economía. La decisión provoca una
importante crisis ya que hasta entonces los préstamos habían sido
concedidos con tasas variables y evaluados según las tasas
anglosajonas: de entre 4 y 5% en los años 1960 pasan al 16–18%. De
la noche a la mañana los países del Sur se ven comprometidos a pagar
cuatro veces más intereses. Al mismo tiempo, endeudados en dólares,
se ven obligados a adoptar una economía masivamente exportadora para
obtener divisas fuertes. Resultado: las naciones del Sur empiezan a
hacerse la competencia entre sí, la oferta aumenta considerablemente
pero la demanda del Norte se estanca y los precios caen. A principios
de los años 1980, las reglas del juego son modificadas de forma
deliberada y se cierra la trampa.
Aparece entonces un
bombero que trabaja para los pirómanos: el Fondo Monetario
Internacional (FMI). Como ya nadie quiere prestar dinero a las
naciones del Sur que no pueden seguir pagando, el FMI se encarga de «ayudarlas»
(en realidad, de prestarles para que puedan… pagar a los acreedores)
pero, como contrapartida, los préstamos que les concede el FMI tienen
como condición que los deudores acepten una política trazada en
Washington y de inspiración ampliamente neoliberal: eliminación de
los subsidios a los productos de primera necesidad, privatizaciones
masivas, liberalización de la economía, sistema fiscal que acentúa
las desigualdades, reducción drástica del presupuesto destinado a
objetivos sociales –educación, salud, vivienda.
Se trata de los
famosos programas de ajuste estructural. Las naciones del Sur pierden
así su soberanía política y económica y se ven sometidas a una
nueva forma de esclavitud. La poción resulta amarga para los pueblos
del Sur, que se hunden en la miseria: actualmente 2 800 millones de
personas a través del mundo tienen que sobrevivir con menos de dos dólares
diarios, 852 millones de personas están subalimentadas y en ciertas
regiones la esperanza de vida está en caída libre (en 20 países
africanos se redujo a menos de 45 años).
Segundo, en el caso
de Estados Unidos las reglas tan firmemente estipuladas para las
naciones del Sur no se respetan en lo absoluto. El déficit
presupuestario es colosal, se aplican políticas proteccionistas, las
actividades estratégicas (agricultura, aeronáutica, acero, etc.) son
fuertemente subvencionadas, pero las instituciones financieras
internacionales (IFI) no alzan la voz, aunque tendrían todas las
razones del mundo para hacerlo. Gracias a su poderío económico,
Estados Unidos domina el juego: ha logrado asegurarse una posición
muy ventajosa en el seno de las IFI (más del 15% del voto en el FMI y
el Banco Mundial, lo cual implica de hecho un derecho al veto).
Estados Unidos no se
siente por consiguiente obligado a respetar las reglas que impone a
los demás… Por otro lado, la deuda de Estados Unidos,
contrariamente a la de las naciones en desarrollo, es esencialmente
interna. Para rematar, el dólar, moneda de referencia, es la moneda
de Estados Unidos, lo cual acrecienta considerablemente su margen de
maniobra en la medida en que una modificación de las tasas o de los
impuestos le da la posibilidad de recoger divisas. Finalmente, la
confianza que inspira la economía estadounidense incita a numerosos
actores financieros (principalmente privados aunque también a otros
países como China y Japón) a comprar bonos del Tesoro
estadounidense. Pero, ¿hasta cuándo?
Hay, sin embargo,
cierto número de similitudes entre las deudas de los países del Sur
y del Norte. En efecto, en ambos casos la deuda permite un traspaso
importante de riquezas de la población pobre hacia las clases
dominantes. Cuidadosas decisiones se toman con ese fin: aumento de
impuestos injustos como el IVA (impuestos que, proporcionalmente,
afectan mucho más a los pobres), disminución de los impuestos
proporcional al aumento de los ingresos, ventajas fiscales para los
propietarios de capitales. Austeridad y rigor en el Norte, ajustes
estructurales en el Sur… El Tratado Constitucional Europeo,
rechazado en Francia en mayo de 2005, constituía un intento más en
ese sentido. Ese factor establece perfectamente un aspecto
fundamental: la división principal no es la que existe entre el Norte
y el Sur sino la que separa a quienes se benefician con la deuda de
los que sufren, sean del Norte o del Sur.
Las actuales
iniciativas mediáticas de instituciones internacionales no resuelven
nada en cuanto al problema de la deuda ya que no buscan más que
raspar lo que se ve sin cambiar el mecanismo en sí. Por el contrario,
es urgente un cambio de rumbo. El Comité para la Anulación de la
Deuda del Tercer Mundo (CADTM) reclama la anulación total e
incondicional de la deuda exterior pública del Tercer Mundo y el
abandono de las políticas de ajuste estructural impuestas a las
naciones del Sur. Esa anulación es fácilmente realizable ya que la
deuda de los países del Tercer Mundo representa menos del 3% del
monto actual de las deudas mundiales. Sólo falta la voluntad política.
La anulación tendrá
que encontrar su prolongación en la elaboración de alternativas que
se adapten a cada región: creación de fondos nacionales de
desarrollo controlados de forma democrática por el pueblo de cada país
y alimentados mediante diferentes medidas (expropiación de bienes
adquiridos de forma fraudulenta por las élites de los países en
desarrollo y devolución de dichos bienes a los pueblos, impuesto del
tipo Tobin sobre las transacciones financieras, impuesto mundial
especial sobre las grandes fortunas…). Paralelamente, una nueva
construcción financiera internacional es indispensable.
El CADTM reclama la
abolición del FMI, del Banco Mundial y del Club de París, así como
la fundación de nuevas instituciones cuya misión sería garantizar
los derechos humanos fundamentales.
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