¿Un premio Nobel
para el neoliberalismo?
El mito de los
microcréditos
Por Alexander Cockburn
Counterpounch,
20/10/06
Rebelión,
07/11/06
Traducido para Rebelión
por Germán Leyens
El
comité que otorgó a Henry Kissinger el premio Nobel de la paz, se lo
dio este año a Mohammed Younus, el economista que hizo conocer la
palabra “microcrédito” con el Banco Graneen en su país natal,
Bangladesh. Es un cierto progreso. Pero en cuanto a palabrería,
cualesquiera frases que unan “paz” con "Henry Kissinger"
no son inconmesurablemente más vacuas que la noción de que microcréditos
puedan ayudar – para utilizar el lenguaje de la cita del Comité
Nobel “a grandes grupos de la población a encontrar caminos para
salir de la pobreza.”
Durante
el fin de los años ochenta y los años noventa, en la moneda verbal
de los benefactores del primer mundo, los “microcréditos” se
convirtieron en una de esas palabras mágicamente fungibles,
encastradas en mil informes anuales de fundaciones y ONG, como ser
“sostenible.” ¿Qué podía ser más virtuoso en términos de
filantropía prudente que dar préstamos muy pequeños a mujeres muy
pobres? Los microcréditos exhalan un ennoblecimiento saludable, a
diferencia del mundo sórdido de los megapréstamos (aunque no,
resulta, megatasas de interés), igual que las microbotellas de
cerveza.
El
problema es que los microcréditos no causan ningún tipo de
macrodiferencia. Han ayudado a algunas mujeres pobres, no cabe duda.
Pero a su propio modo representan una manifestación de derrota. A
comienzos de los años setenta hubo grandes planes para cambiar toda
la relación entre el Tercer y el Primer Mundo, de acelerar las economías
del Tercer Mundo hacia niveles decentes de vida para los muchos, no sólo
los pocos. En Naciones Unidas, economistas radicales trabajaron duro
redactando planes para un Nuevo Orden Económico Mundial. A todo eso
se lo llevó el viento y ahora tenemos a las clases benévolas,
treinta años después, saludando los microcréditos.
Los
microcréditos son micro-tiritas para toda una variedad de cosas de
nuestros días cuando – para tomar el ejemplo de India – más de
100.000 agricultores, incluyendo muchísimas mujeres, se han suicidado
porque sus gobiernos federales y estatales, más grandes instituciones
internacionales, han impulsado las prioridades salvajes del
neoliberalismo.
Como
dijera de modo conciso el economista Robert Pollin cuando le pregunté
qué pensaba del premio para Younus, "Bangladesh y Bolivia son
dos países ampliamente reconocidos como de los que tienen los
programas de microcréditos más exitosos del mundo. También siguen
siendo dos de los países más pobres del mundo.”
En
las tablas estadísticas del desarrollo humano, Bangladesh se
encuentra en el lugar 139, peor que India, con un 49,8% de su población
de 150 millones por debajo de la línea oficial de pobreza. En la
patria del Banco Grameen, cerca de un 80% de la gente vive con menos
de 2 dólares por día. Un estudio de un Programa de Desarrollo de la
ONU a comienzos de los años noventa mostró que el total de microcréditos
en Bangladesh constituía un 0,6% del crédito total en el país. Lo
que representa a duras penas una transformación.
Ante
este telón de fondo, ¿Qué han logrado los microcréditos? Hice la
pregunta a P. Sainath, autor de “Everybody Loves a Good Drought”
[A todos les encanta una buena sequía] y el más destacado periodista
de India respecto a la pobreza rural y las consecuencias de la política
económica.
Sí,
dijo, los microcréditos pueden ser un instrumento legítimo en
ciertas condiciones, mientras nos presentes el instrumento como si
fuera un arma gigantesca. Nadie fue jamás liberado por las deudas.
Eso dicho, muchas mujeres pobres han hecho más fáciles sus vidas
mediante microcréditos, dejando de lado a las burocracias bancarias y
a los prestamistas.
Pero
en la actualidad el Banco Mundial y el FMI, junto con bancos estatales
y comerciales se lanzan a la microfinanciación. El negocio de los
microcréditos se está convirtiendo rápidamente en un imperio
gigantesco, que devuelve el control a los mismos bancos y burocracias
que las mujeres han tratado de abandonar. El microcrédito es
convierte en un macro-amaño.
Sainath
señala que las tasas de interés que las mujeres micro-endeudadas
pagan en India son mucho más elevadas que los intereses de préstamos
de los bancos comerciales.
“Pagan
entre un 24 y un 36% por préstamos para gastos productivos, mientras
que una persona de clase alta puede financiar la compra de un Mercedes
por entre un 6 un 8% en el sistema bancario.”
El
préstamo promedio del banco Grameen es de 130 dólares en Bangladesh,
más bajo en India. Ahora, el problema básico para los pobres en
ambos países es la falta de tierras, la falta de posesiones. En la
provincia india de Andhra Pradesh, donde hay miles de grupos de
micropréstamos, la tierra cuesta 100.000 rupias por acre, la tierra
pobre tal vez 60.000 rupias – más de 2.000 dólares. 130 dólares
no te compra un rancho, ni siquiera una buena vaca o búfalo. Así que
Sainath pregunta: ¿Cuántas mujeres pobres han escapado a la trampa
de la pobreza en Andhra Pradesh? “Trata de conseguir una
respuesta.”
“Con
esos 130 dólares no consigues los bienes más básicos,” dice
Sainath. “La cantidad es ínfima. Los intereses son elevados y las
sanciones por no pago, brutales. Durante las crecientes inundaciones
en Andhra Pradesh, periodistas independientes fueron a una aldea donde
todo había arrastrado por la corriente. Los primeros que volvieron
fueron los micro-acreedores, amenazando a las mujeres, exigiendo pagos
mensuales a mujeres que lo habían perdido todo.”
A
los gobiernos les gustan los microcréditos porque les permite abdicar
de sus responsabilidades más elementales hacia los ciudadanos pobres.
Los microcréditos convierten al mercado en un dios.
Supongamos
que USAID o alguna agencia semejante decida destinar 10 millones de dólares
a microcréditos. Lo que solía ser la iniciativa de un grupo de
mujeres en el ámbito de una aldea, se habrá convertido en una
actividad llamativa, de financiamiento internacional. Mucho antes de
que las mujeres en una aldea vean la primera rupia, ONG, consultores,
gerentes de bancos y sus parientes han recibido todos su parte. Cuando
el préstamo llega a las mujeres en la aldea el costo es prohibitivo,
y los muy pobres y las mujeres de casta baja son a menudo excluidos.
Además, algunos modelos de fondos rotatorios exigen que cada mujer
contribuya una rupia por día. Pero a menudo las mujeres no tienen una
rupia por día, así que van al prestamista local para poder pagar el
microcrédito.
Como
dice Sainath, los microcréditos pueden ser un instrumento útil pero
no debieran ser romantizados como si fueran algún tipo de actividad
transformativa. En ese terreno, son inútiles. Al contrario, como
subraya Bob Pollin: “Los tigres del Este Asiático, como Corea del
Sur y Taiwán, se basaron durante una generación en masivos programas
de créditos subvencionados por el gobierno para apoyar la manufactura
y las exportaciones. Ahora se acercan a los niveles de vida europeos
occidentales. Los países pobres necesitan ahora que se adapte el
modelo de macrocréditos del Este Asiático para impulsar, no
simplemente las exportaciones, sino la reforma agraria, cooperativas
de mercadeo, una infraestructura que funcione, y sobre todo, puestos
decentes de trabajo.”
El
problema que presentan los programas de crédito subvencionados por el
gobierno es que son públicos y que van en contra del credo
neoliberal. Por eso Younus obtuvo su premio Nobel, mientras que los
partidarios radicales de la reforma agraria reciben una bala en la
nuca.
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