¿Qué
tan progresista es Stiglitz?
Por
Eduardo Gudynas
Peripecias
(semanario latinoamericano de análisis) Nº 16, 27/09/06
La
figura del economista Joseph Stiglitz aparece cada vez con más
frecuencia como referencia y fuente de inspiración para muchos que
defienden nuevas políticas de desarrollo. Estamos en una situación
donde un economista tradicional aparece como figura invocada desde los
más diversos movimientos alternativos. Hay algo raro en todo esto:
Stiglitz no deja de ser un economista convencional, no es el defensor
de ningún cambio radical ni revolucionario en la economía del
desarrollo, por el contrario sus posiciones casi siempre están
ancladas en la tradición liberal.
Es
cierto que Stiglitz ha atacado duramente varias posturas económicas
actuales. Pero es necesario poner sus cuestionamientos en perspectiva.
Su figura cobró notoriedad por sus agudas críticas al Fondo
Monetario Internacional (FMI), y en especial a cómo se aplicaban
algunas recetas del ajuste estructural. Si bien su libro más popular,
“El malestar en la globalización”, publicado en 2002, apela a un
título que invoca una revisión de todos los procesos globales
actuales, lo que en realidad prevalece en sus páginas son
cuestionamientos y denuncias sobre el comportamiento del FMI. Hay
mucho de rencillas y celos personales propios de la comunidad
internacional de Washington.
Stiglitz
parte de una visión estrecha de la globalización. La define como un
proceso económico entendido como la “supresión de las barreras al
libre comercio y la mayor integración de las economías
nacionales”, donde su “potencial” es el “enriquecimiento de
todos, particularmente los pobres”. Esta es una globalización
esencialmente económica, que en sí misma tiene una potencialidad
positiva que no está en discusión, sino que el debate debería
centrarse en la forma de “gestionarla”. A partir de esas ideas, en
“El malestar en la globalización”, carga especialmente contra el
FMI. Casi todo lo que allí se dice es cierto; desde la miopía en la
aplicación de instrumentos hasta la arrogancia de sus funcionarios
presionando por reformas estructurales.
Pero
Stiglitz no avanza en cuestionamientos similares sobre la institución
hermana del fondo, el Banco Mundial. Recordemos que este economista
estuvo en un alto cargo en ese banco desde 1997 a enero de 2000.
Stiglitz tiene una visión bastante simplista del Banco Mundial, ya
que lo presenta como una institución que depende de las decisiones
del FMI, y no aborda adecuadamente su papel como promotor de las
cartas y programas de desarrollo, bajo los cuales se diseñaban desde
las reformas de la seguridad social a las inversiones en
infraestructura. Si bien son menos conocidas que las famosas cartas de
intención y los programas de ajuste estructural del FMI, los acuerdos
con el banco, tanto bajo la forma de programas de desarrollo como de
préstamos estructurales, fueron los responsables de la profundización
de las reformas de mercado hasta hace pocos años atrás. En los años
de Stiglitz no se registraron mejoras sustanciales para revertir los
impactos sociales y ambientales de los proyectos financiados por el
banco, tampoco mejoraron las condiciones de transparencia y acceso a
la información.
Los
reportes del Banco Mundial, y en especial sus informes anuales sobre
el desarrollo mundial, siguieron la misma prédica. Es cierto que el
volumen sobre la pobreza (2000/2001) estuvo en el centro de una cierta
polémica, con la participación de Stiglitz, pero de todas maneras el
acento estaba puesto en las reformas de “segunda generación”. En
los años de Stiglitz en el Banco Mundial también se completó la
serie de propuestas de reformas estructurales para América Latina,
lideradas desde a oficina del economista jefe para la región. En esos
años apareció el conocido trío de publicaciones de Shahid, J. Burki
y Guillermo Perry, con la “larga marcha” de reformas que se debían
aplicar en América Latina, desde la apertura comercial a la
descentralización y municipalización del Estado. Muchas de estas
propuestas han sido llevadas a la práctica en varios países.
Si
bien Stiglitz criticó la nominación de P. Wolfowitz a la presidencia
del Banco Mundial (lo que le valió aplausos), recordemos que sus
candidatos eran el ex presidente mexicano Ernesto Zedillo, el ex
presidente del Banco Central de Brasil, Arminio Fraga, y el ex
vicepresidente del propio Banco Mundial, Kemal Dervis (Turquía). Sus
argumentos básicos eran que tenían experiencia en desarrollo económico
y mercados financieros, y que se doctoraron o dictaban clases en las
Universidades de Yale y Princeton, o que contaban con una recomendación
del periódico Financial Times (Stiglitz en El País, Madrid, 12 marzo
2005). Ninguno de estos son argumentos muy convincentes desde una
perspectiva renovadora.
Por
cierto que Stiglitz dice muchas cosas interesantes sobre economía, y
por momentos tiene destellos heterodoxos. Es muy bueno leerlo y pensar
sobre sus puntos. También es cierto que algunas de sus críticas, al
porvenir del seno de la comunidad de tecnócratas globales de
Washington, tienen un fuerte impacto. Pero también hay que reconocer
que posee una visión simplista de la globalización ya que insiste en
sus aspectos económicos convencionales. Una de mis frases favoritas
de Stiglitz para ejemplificar su simplismo se encuentra en las
conclusiones de “El malestar en la globalización”, cuando afirma:
“El mundo es complicado”. Se podría esperar que brindara un análisis
un poco más detallado, aunque nadie puede negar que el mundo es
complicado. Eso mismo lo vienen diciendo muchos otros economistas y líderes
sociales desde hace largo tiempo, y con bastante más detalle.
Es
evidente que en la globalización operan también otros procesos,
tales como aquellos que van desde el campo de las ideologías políticas
a los patrones culturales de consumo. Stiglitz los menciona de tanto
en tanto, a veces los intuye, pero no los elabora en profundidad. Por
ejemplo, no explora una economía alternativa sobre el tema de la
pobreza, no hay un diálogo con las posturas de Amartya Sen, debería
explorarse mucho más una reforma política para una nueva economía,
y así sucesivamente con varias cuestiones. En casi todos los textos
de Stiglitz se termina teniendo que falta avanzar en los problemas; se
anuncia un análisis interesante, se presume la profundización en una
materia, como el papel de la OMC o la renovación de las Naciones
Unidas ... pero nos quedamos en una superficie de la corrección
administrativa y de las reformas por medio de la gestión. Las
propuestas alternativas de Stiglitz son casi una revisión rápida,
recargada de un cierto aire de superioridad, y por eso mismo cae en
los problemas de los recetarios. Es “otra receta”, con algunos
aspectos muy interesantes, pero de todas maneras es una receta.
Posiblemente el ejemplo más claro fue su texto “Hacia una nueva
agenda para América Latina”, publicada por CEPAL en 2003 y
reproducida en muchos países. Buena parte de sus propuestas son todavía
muy genéricas, y no se diferencian sustancialmente a las “nuevas”
reformas que se discuten en CEPAL, BID y hasta el propio Banco
Mundial.
Es
inevitable ir un paso más allá, y preguntarse por qué hay tantas
personas encantadas con los escritos de Stiglitz. Parecería que los
ejes del debate se han corrido tanto hacia la derecha, que un
economista liberal como Stiglitz termina siendo catalogado como
progresista. O bien seguimos atados a buscar personas con prestigio,
que cuenten con un premio Nóbel y una cátedra en Estados Unidos. ¿No
hay en el seno de los movimientos sociales economistas alternativos
que digan más o menos lo mismo? Sin duda que existen, aunque
concuerdo que José Luis Fiori tiene algo de razón cuando afirma que
la izquierda ha tenido muchas dificultades en generar sus propios
programas económicos. Pero por eso mismo es tiempo de no mirar
exclusivamente a las cátedras económicas universitarias del
hemisferio norte para fomentar todavía más el diálogo y los análisis
económicos en el seno de los propios movimientos sociales.
.– E. Gudynas es analista
de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología
Social).
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