¿Va China a la
bancarrota?
Por
Charlie Hore
Socialist Worker, Londres, 10/04/07
Suele decirse que
“cuando EEUU estornuda, el mundo se resfría”. Es una muestra del
poder de China en la economía mundial actual el hecho de que un
escalofrío en Shangai puede causar el pánico en los centros
financieros mundiales.
La primera semana de marzo
fue testigo de la caída más grande de la bolsa de Nueva York desde
el 11 de septiembre de 2001, y similares caídas se vieron en las
bolsas de distintas partes del mundo. Todo ello después de un
derrumbe de casi el 10 por ciento del mercado de valores de Shangai.
No está claro lo que
provocó la caída de Shangai. Pero las repercusiones revelaron un
miedo profundamente arraigado de que el boom chino pueda mutarse en
quiebra. Hace 30 años China no representaba ni el 1 por ciento del
comercio mundial. Hoy es la tercera nación del mundo en volumen
comercial.
La economía china ha
crecido más de un 10 por ciento anual durante los últimos 15 años,
convirtiéndose en la economía que más está creciendo de todo el
planeta. Este crecimiento explosivo se debe más a las relativamente
pequeñas fábricas que producen bienes de consumo baratos para
exportar al Occidente.
La mayor parte de estas fábricas
son completa o parcialmente de propiedad extranjera, haciendo del éxito
chino aún más dependiente de las economías occidentales. Para los
EEUU, como mayor mercado de exportación chino, el éxito es un arma
de doble filo.
Las baratas importaciones
chinas han ayudado a la recuperación superficial de la economía de
EEUU durante los últimos 10 años.
Y China consiguió enormes
reservas de moneda extranjeras, mayoritariamente en dólares, cosa que
ha ayudado a financiar el aún creciente déficit comercial de EEUU.
Pero cuanto mayor es el crecimiento chino, más en conflicto entra con
los intereses estratégicos de EEUU en cualquier parte del mundo.
La mitad de la inversión
exterior china ahora va a América Latina, que EEUU ha considerado
tradicionalmente su patio trasero. Y ahora China y EEUU son ahora
competidores directos por el petróleo y otras materias primas en África.
China está convirtiéndose
también en un rival militar de las ambiciones de EEUU en Asia.
Pero si EEUU teme el
continuo crecimiento de China, también teme que su crecimiento pueda
no ser sostenido.
Como Will Hutton asegura
en su nuevo libro The Writing On The Wall (Lo escrito en la
pared) “el modelo económico chino es seguro que empezará a cambiar
dentro de 5 o 10 años. El resto del mundo no puede reabsorber las
exportaciones chinas en la proporción actual”.
Y no es ni mucho menos
seguro que la economía china pueda cambiar de dirección. El éxito
chino en la producción barata de determinados productos no puede
funcionar para todos los productos de consumo, para qué hablar de la
industria pesada.
China está abrazando cada
vez más la alta tecnología, pero no hay signos aún de que pueda
competir en las industrias pesadas del automóvil, el espacio aéreo,
el acero o la construcción naval.
El boom económico ha
comportado pocos beneficios para los trabajadores chinos.
El crecimiento industrial
no ha sido regulado en lo más mínimo, conllevando tremendos niveles
de contaminación del aire y el agua. 16 de las 20 ciudades más
contaminadas del mundo están en China.
Decenas de millones de
trabajadores que trabajaban en las viejas industrias propiedad del
estado han perdido sus empleos. En amplias zonas del campo, las rentas
de los campesinos están estancadas o incluso son decrecientes.
Las cosas van poco mejor
para las legiones de trabajadores inmigrantes que emplea la industria
de exportación.
Un reciente informe de
Amnistía Internacional denunciaba las atroces condiciones de vida y
de trabajo a las que deben hacer frente estos trabajadores. Muchos
trabajan de 12 a 14 horas diarias, siete días a la semana, con
solamente un día de descanso al mes. A menudo se les paga con meses
de atraso o simplemente no se les paga nada.
A lo largo de los dos últimos
años, los gobiernos locales han sido forzados a aumentar los salarios
mínimos, ya que el número de trabajadores inmigrantes provenientes
del interior de China ha bajado.
Pero ha habido numerosas
huelgas ilegales, e intentos de organizar sindicatos de trabajadores
inmigrantes.
Trabajadores inmigrantes
han formado parte de algunas revueltas rurales que han irrumpido en
los últimos años.
Exacerbados por el robo de
tierras, la contaminación o la corrupción oficial, algunas de estas
revueltas han sido levantadas por decenas de miles de trabajadores y
campesinos contra la policía armada, y vencieron.
El coste humano del boom
económico ha significado que en los últimos 15 años se han visto más
protestas abiertas que nunca desde la década de 1920.
El boom de China es
vulnerable tanto por estas protestas de masas como por cualquier
ralentización de las economías occidentales.
Con una recesión en los
EEUU ahora ampliamente pronosticada, China parece presta a convertirse
más inestable aún.
China y Occidente son como
dos borrachos sosteniéndose mutuamente, los cuales pueden
asombrosamente aguantarse durante un tiempo, pero cuando uno caiga, el
otro lo acompañará.
El pánico de la última semana ha evidenciado el
extendido miedo de que la caída vendrá más pronto que tarde.
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