Rusia, Venezuela, China...
Los estados y el arma petrolera
Por Jean-Pierre Sereni (*)
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo 2007
Un informe reciente de la consultora Wood
Mackenzie (Edimburgo) señala que en el futuro será necesario
invertir de forma masiva para extraer un petróleo cada vez más
escaso y de difícil acceso. La lucha por el oro negro entre las
compañías internacionales, las nacionales y los Estados se acentúa,
en beneficio de estos dos últimos protagonistas. Tras un eclipse de
dos décadas, asistimos a un regreso triunfal del poder público.
El 4 de diciembre de 2006 Petrochina, la primera
empresa petrolera china, que cotiza en Hong Kong y Wall Street, superó
a Shell, convirtiéndose en la sexta compañía en capitalización
bursátil mundial. Sin embargo, no es más que la filial de una
importante sociedad del Estado, la China National Petroleum
Corporation (CNPC); otras dos compañías chinas la siguen de cerca,
la China Petroleum & Chemical Corporation (SINOPEC) y la China
National Off-Shore Oil Company (CNOOC). En 1999, estas sociedades
operaban en Venezuela, Sudán, Azerbaiyán, Kazajstán, Birmania e
Indonesia; ahora están presentes en unos cuarenta países.
China e India, de donde provino el grueso de la
demanda suplementaria de hidrocarburos durante estos tres últimos años,
tratan de coordinar su expansión en el exterior de su territorio para
actuar de consuno. No es más que un signo, entre otros, del fuerte
cambio que se está operando en la . industria petrolera mundial,
oculto por el incesante yoyó de las cotizaciones del oro negro que
excita a los especuladores, deprime a los automovilistas y alarma a
los consumidores de ambos hemisferios.
Un puñado de actores operan en el inicio de la
cadena, en la exploración y producción, a través de todo el
planeta, y se reparten las reservas mundiales de petróleo y gas. Pero
la relación de fuerzas está en pleno cambio entre los dominantes de
ayer, las majors o "grandes compañías", sobre todo
anglosajonas, que son sólo cinco -Exxon, Shell, BP, Total y Chevron-
(véase el recuadro "Los actores") y que controlan apenas el
9% de los yacimientos, y los nuevos titanes del crudo que son las
Compañías Petroleras Nacionales (CPN) de los países miembros de la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP, véase el
mismo recuadro). Once de ellas disponen de la mayoría de las reservas
(53%) y saben que ahora son ineludibles. Atrás, muy atrás, otras CPN
explotan el 16% de las reservas. Muchas de ellas son el brazo armado
de Estados como China, India, Brasil o Malasia, cuyas necesidades se
multiplican al ritmo excepcional de su crecimiento económico.
Finalmente están las independientes, en general
compañías privadas, con frecuencia occidentales, aunque no de manera
exclusiva, de tamaño más modesto que las "grandes compañías"
o las CPN, que reinan sobre un quinto de las reservas mundiales de
hidrocarburos.
Fuera de los diez de la OPEP (1), los otros tres
actores extraen de sus reservas, de las que son propietarios, pero que
disminuyen inexorablemente, por lo que miran el futuro con inquietud.
La brecha es preocupante, en primer lugar para las independientes (con
34% de la producción mundial pero sólo el 22% de las reservas), y
también para las CPN que no pertenecen a la OPEP (25% contra 16%) Y
para las grandes compañías petroleras (13% contra 9%).
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Los actores
Las majors. Son cinco: ExxonMobil (Estados
Unidos), Royal Dutch Shell (Reino Unido y Países Bajos), British
Petroleum (Reino Unido), TotalFinaElf (Francia) y Chevron Texaco
(Estados Unidos).
OPEP: Argelia, Angola (desde el 1º de
enero de 2007), Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Irán,
Irak, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar y Venezuela.
Las más grandes compañías petroleras
nacionales (CPN): Las principales. Compañías petroleras
nacionales (cuya propiedad es 100% del Estado, salvo mención en
contrario): Arabian American Oil Company - Aramco (Arabia Saudita);
National Iranian Oil Company - NIOC; Iraqi National Oil Company - INOC
(lrak); Kuwait Oil Company - KOC (Kuwait); Abou Dhabi Company for
Onshore Oil Operations - ADCO (Emiratos Árabes Unidos, el Estado
posee el 60% de sus .acciones); Petróleos de Venezuela SA - PDVSA
(Venezuela).
Otras compañías nacionales: China
National Petroleum Corporation - CNPC; Oil and Natural Gas Corp - ONGC
(India); Petroleo Brasileiro SA- Petrobras (Brasil); Statoil
(Noruega).
Fuentes: Boletín Anual de Estadísticas de la
OPEP, 2005; Sociedad de Ingenieros en Petróleo; www.opecorg.
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Tres de cada cuatro actores se encuentran en la
muy poco confortable situación de bombear cada día más cantidad de
hidrocarburos de la que adquieren por sus descubrimientos o por
compras de yacimientos a otras compañías. En la jerga de los
petroleros, se dice expresivamente que son "deficitarias",
ya que no pueden reconstituir sus reservas. Si no acceden a nuevos
yacimientos con rapidez, su futuro está en juego, sobre todo para
aquellas que cotizan en bolsa y cuyas cotizaciones pueden bajar más rápido
que sus reservas, exponiéndolas permanentemente a la Oferta Pública
de Adquisición (OPA) agresiva de un competidor. Por eso los
"errores" en la medición de las reservas del subsuelo, que
tienden a sobreestimar con facilidad. Royal Dutch Shell tuvo que
reconocer en 2004 haber "manipulado" las suyas hacia arriba
(+20%) para quedar mejor ante sus accionistas.
Según PFC Energy, una influyente sociedad
internacional de consultores, el 77% de los hidrocarburos del mundo
pertenece a las CPN, por lo tanto al sector público. En términos
geopolíticos, las empresas de los países consumidores se encuentran
principalmente en el norte o en el este, y los yacimientos
principalmente en el sur... Así el encuentro entre las primeras, las
Compañías Petroleras Internacionales (CPl) y los gobiernos de los países
exportadores es inevitable. Inevitable pero cada vez más difícil.
Desde los años '70 ha ido desapareciendo el
modelo tradicional, de la concesión, que reconocía a las empresas la
propiedad de los yacimientos, con excepción de Estados Unidos y de
algunos países europeos como Reino Unido, Países Bajos o Noruega: Y
de otros como Colombia, Tailandia, países del Golfo... Los últimos
contratos de concesión que escaparon a la gran ola de
nacionalizaciones de los años '70 están llegando o han llegado ya a
su término. En Abu Dhabi, por ejemplo, donde tres concesiones
concluyen en 2014 y 2018, las autoridades ya han hecho saber a las
grandes compañías que las explotan que no serán prorrogadas.
Para reemplazar la concesión apareció una nueva
fórmula después de la Segunda Guerra Mundial: el Contrato de
Participación en la Producción (CPP; en inglés: Production Sharing
Agreement). El principio es simple: el Estado se asocia con una
empresa extranjera, un contrato fija las condiciones de la ''prospección,
exploración y producción de hidrocarburos" para un periodo y
superficie determinados, y se establece un monto mínimo de
inversiones en exploración y un régimen fiscal. El inversor paga un
derecho de entrada -el bonus- tomando por su cuenta el riesgo de no
encontrar nada; pero, en caso de éxito, comparte con el Estado el
valor de la producción. La empresa financia con sus fondos propios
los gastos de exploración y de desarrollo del campo petrolero y luego
se cobra con la producción que le corresponde.
Pulseada fiscal
El CPP rinde más y tiene una superioridad político-jurídica
sobre la concesión, ya que los recursos naturales siguen siendo
propiedad nacional, como unánimemente lo exige la opinión pública
en la actualidad, de la derecha a la izquierda, de los nacionalistas a
los islamitas, en los Estados petroleros. La última demostración la
ofrecieron los desengaños de las grandes empresas anglosajonas en
Irak; Washington pudo sin demasiadas dificultades reescribir a su
antojo la Constitución del país ocupado, pero todos sus intentos por
abolir la ley de nacionalización de 1972 y volver al régimen de las
concesiones fueron hasta hoy intentos vanos...
Los CPP les permitieron a las compañías
petroleras internacionales volver a los países que habían estado
durante mucho tiempo cerrados para ellas, como Venezuela, Argelia,
Birmania (rebautizada Myanmar por la dictadura), Irán, la ex Unión
Soviética, etc.
Pero este retorno se produjo en un momento en que
los precios del petróleo estaban bajos, en que la OPEP. parecía
destinada a dividirse y en que los países exportadores no tenían
dinero para invertir en su sector petrolero. Es una ley de hierro que
la producción de un pozo disminuye con el tiempo. Si no se perforan
regularmente nuevos pozos para compensar esa inexorable declinación,
la producción baja, y con ella los ingresos presupuestados.
En su momento, la ventaja la tenían las
empresas, que la aprovecharon fiscalmente, a veces de manera
ultrajante, como en Rusia. En Sakhalin II, gigantesco proyecto gasífero
en Siberia Oriental, Shell obtuvo en 1995, en un momento en que el
Tesoro ruso estaba agotado, que sus gastos les fueran reembolsados con
prioridad. Concretamente, el 100% de los ingresos van a Shell mientras
el trust anglo-holandés no haya recuperado íntegramente sus
inversiones. En general, ese monto tiene un techo del 50 - 60%. En el
otoño de 2006, la empresa tuvo que confesar que sus gastos prácticamente
se habían duplicado con relación a lo que se había previsto
contractualmente entre ambas partes: 22.000 millones de dólares en
lugar de 12. Antes de ver el color del primer dólar, Moscú hubiera
debido esperar dos veces más tiempo del previsto, o sea una buena
decena de años. Algo intolerable para el Kremlin, que dos meses. más
tarde tomó el control de Sakhalin II sin ningún esfuerzo, por una
bicoca...
El retorno de los precios elevados del petróleo,
a partir del año 2000, provocó un cuestionamiento casi general de
los impuestos al petróleo pagados por los operadores. Se planteó
claramente la cuestión del reparto de la "renta adicional".
Londres dio el ejemplo desde 2002 aumentando en 10% el impuesto a las
compañías petroleras que operaban en el Mar del Norte, para llevarlo
finalmente al 60% en 2005 (contra el 30% antes de 2002). En Estados
Unidos, la Comisión de Presupuesto del Senado, en la época de mayoría
republicana, se pronunció a favor de un impuesto suplementario a las
compañías para reducir el déficit presupuestario. Los demócratas,
victoriosos en las elecciones legislativas de mitad de mandato, en
noviembre de 2006, hicieron de la cuestión fiscal petrolera una de
las seis prioridades a realizar en las "primeras 100 horas"
en el poder. Con sólidos argumentos.
Los impuestos al petróleo estadounidense giran
en torno al 40%, contra una media mundial de 60 a 65%... En cuanto a
los subsidios decretados por la administración Bush para alentar la
prospección marítima (offshore), que los demócratas piensan abolir,
no parecen haber tenido mucho efecto.
Los países productores no se quedaron atrás.
Según los cálculos del profesor Jean-Marie Chevallier, miembro del
Cambridge Energy Research Associates (CERA), un reputado estudio de
consultores, estos países han encontrado, y con razón, que su parte
de la torta era demasiado escasa con relación a la del fisco de los
países consumidores, de los operadores, los bancos y otros
intermediarios financieros. Las compañías vinculadas con CPP
aceptaron, en general de buena gana, renegociar discretamente su régimen
fiscal. Nada o casi nada se ha filtrado. El cambio de las
"condiciones del mercado" ayudó. Un simple cálculo muestra
que, para las compañías, cobrar el 25% de un barril que vale 60 dólares
rinde más que el 33% de un barril a 30 dólares.
El único choque serio sobre el tema impositivo
se produjo en Venezuela, porque estuvo acompañado de un
cuestionamiento de los propios contratos. Y, en ese caso, la comprensión
se desvaneció. "En nuestra actividad acumulamos los riesgos, por
eso la importancia del contrato que nos vincula con el gobierno huésped;
sobre esa base invertimos miles de millones de dólares por 25 años o
más", explica Patrick Pouyanné, director de Estrategia,
Crecimiento e Investigación de la rama "Exploración y Producción"
de Total. En ExxonMobil, número uno de las grandes compañías y que
tiene la capitalización bursátil más fuerte del mundo, se habla
incluso de "derechos sagrados" (sanctity of rights, en inglés).
La nueva ola
Para las grandes petroleras occidentales, Hugo Chávez
y Vladimir Putin se disputan el lugar de enemigo número uno. Llegado
al poder en 1999, después de elecciones indiscutibles, el nuevo
presidente venezolano convenció a sus socios de la OPEP y México de
bajar su producción para hacer subir las cotizaciones del crudo, que
habían caído a menos de 10 dólares el barril, luego de una falsa
maniobra de Arabia Saudita. Y eso funcionó... Las cotizaciones
retornaron su nivel durante más de cinco años. En 2002, Chávez logró
terminar con un lock-out muy político, de dos meses, de la empresa
nacional de petróleo, PDVSA. La mitad de los 40.000 trabajadores
hicieron huelga, y 18.000 perdieron su empleo después de su fracaso.
Siguiendo los consejos de Bernard Mommer, un
matemático de Oxford convertido en prestigioso experto petrolero, el
presidente venezolano obligó a las empresas extranjeras, que habían
firmado durante la apertura liberal de los años '90 contratos de
servicios, reembolsables con petróleo por descubrir, a entrar en
sociedades mixtas, donde el Estado tiene por lo menos el 60% del
capital. Todas aceptaron, excepto la italiana ENI y Total, que se
negaron a que la participación de PDVSA pasara a ser del 75% y la
suya retrocediera en 13% y 12%.
Los franceses temían sobre todo que esa aceptación
fuera un precedente para su gran negocio, Sincor I, un proyecto diez
veces más importante (de 2.000 millones de dólares) que involucra al
bruto extra-pesado de la faja del Orinoco. Después de varios meses de
negociaciones infructuosas, Caracas amenaza con que la nacionalización
será hecha por ley.
La nueva ola de nacionalismo petrolero llegó
también a Ecuador donde Occidental Petroleum fue lisa y llanamente
expropiada; y a Perú y Bolivia donde la nacionalización de los
yacimientos de gas se inició seis meses después, sin dificultades
por parte de las empresas extranjeras, de las cuales la más
importante es la brasileña Petrobras. A la oposición de derecha que
le reprochó al gobierno del presidente Lula su "actitud de
sumisión" respecto a su pequeño vecino, el ministro de
Relaciones Exteriores le respondió: "Brasil no puede actuar como
una potencia del siglo XIX". En este sentido, el pasado 15 de
febrero ambos países llegaron a un acuerdo sobre el precio del gas
boliviano importado por la estatal brasileña Petrobras (2).
VIadimir Putin fue más brutal con las grandes
compañías. Jean Lemierre, el presidente del Banco Europeo para la
Reconstrucción y el Desarrollo (BERD), muy activo en la ex Unión
Soviética, explica la razón: "Rusia ha dicho siempre que la
energía era un sector estratégico". Como pretende ser el nuevo
fundador del Estado ruso, Putin necesita ingresos petroleros para
financiar su presupuesto, equilibrar sus relaciones económicas con el
extranjero y existir en el escenario diplomático internacional (3).
Ya no puede seguir dejando saquear con toda impunidad la principal
riqueza natural rusa por un puñado de oligarcas que se la apoderaron
sin pagar nada o casi nada en los tiempos de Boris Yeltsin, y de los
cuales se sospecha que quieren ceder a las grandes compañías (las
majors) la propiedad plena de los yacimientos.
En un libro reciente sobre "la piratización
de Rusia" (4), Marshall I. Goldman. titular de la cátedra de
estudios rusos en la Universidad de Harvard, relata que el nuevo
presidente Putin, al llegar a la cabeza de la Federación Rusa, se había
indignado por la diferencia entre los precios de exportación de los
hidrocarburos rusos y los precios pagados por los compradores. ¿Dónde
iba la diferencia?. Sistemáticamente, paso a paso, su gobierno retomó
el control del sector, primero en el gas, con Gazprom, el antiguo
ministerio soviético del gas privatizado en 1992, en el cual diez años
más tarde el gobierno ruso sólo poseía el 38% del capital, habiéndose
distribuido la mayoría a una camarilla manejada por el primer
ministro de Boris Yeltsin y sus familiares. Mientras tanto, Gazprom
habría "perdido" en promedio 2.000 millones de dólares
anuales, desviados por sus dirigentes, y el 10% de sus reservas.
Desde su llegada a la Presidencia, en junio de
2000, Putin nombró a un hombre de su confianza en la jefatura del
grupo, que posee un cuarto y tal vez un tercio de las reservas
mundiales de gas natural. De a poco, Gazprom, donde el Estado se volvió
mayoritario en diciembre de 2005 (51 % del capital), recupera sus
activos, algunos comprados amistosamente, y otros expropiados sin
miramientos, implementando para lograr sus fines impuestos asombrosos,
multas récord por "delitos ecológicos", no siempre
imaginarios, o maniobras retorcidas dignas de la ex KGB.
La caída espectacular de Mijail Jodorkovski y de
su grupo Yukos mostró hasta dónde llegaba, en este ámbito, la
determinación de Putin, a pesar de las fuertes presiones
estadounidenses. El vicepresidente de Estados Unidos, Richard Cheney
¿no denunció acaso el verano pasado a los hidrocarburos rusos como
"un instrumento de intimidación y chantaje”?. Loa nuevos
aliados de Washington, reclutados entre las ex repúblicas o satélites
soviéticos, no dejan de hacer notar este mensaje, resucitando lo que
el escritor ruso Víctor Erofeyev denomina "la nueva Guerra Fría"...,
la de la imagen.
El final de los buenos tiempos para las grandes
compañías, acorraladas entre sus accionistas, que reclaman
dividendos siempre más elevados, y los grandes países productores,
que les cierran el acceso a los yacimientos más prometedores, está
paradójicamente acompañado de una acumulación de capitales sin
precedentes. ExxonMobil, la más poderosa de las majors, ostenta una
facturación de 450.000 millones de dólares, una cifra superior al
PIB de 180 de los 195 países miembros de las Naciones Unidas. Pero
lejos de ser un signo de buena salud, esta opulencia financiera
traduce una impotencia para reinvertir eficazmente los enormes
beneficios, y para encontrar proyectos que respondan a los
extravagantes criterios de rentabilidad que se les imponen a los
ingenieros.
Las desventuras recientes de British Petroleum
ilustran esta paradoja: en 2005 explotó una de sus refinerías en
Estados Unidos, matando a 15 obreros e hiriendo a otros 170; en Alaska
tuvo que detener el bombeo del más grande yacimiento petrolero de América
del Norte porque los oleoductos, utilizados hasta el máximo, tienen pérdidas.
Una misión de expertos, nombrada por BP, incriminó en su informe de
enero de 2007 la insuficiencia de dinero y de esfuerzos del grupo para
garantizar la seguridad de sus refinerías en Estados Unidos. La
justicia estadounidense está investigando para determinar si esta
subinversión no fue deliberada.
Si mañana al mundo le falta petróleo,
seguramente será más por falta de inversiones que por falta de
yacimientos. Un descubrimiento exige miles de millones de dólares en
equipamiento para transformarlo en producción y los operadores más
ricos, las grandes compañías, representan apenas el 20% de las
inversiones al inicio de la cadena, en la exploración y la explotación.
Sin embargo, es allí donde se encuentran los mejores especialistas
mundiales, que están en condiciones de concebir proyectos de
vanguardia, de los más adelantados en la investigación tecnológica.
En lugar de eso, las compañías marcan una
preferencia, apenas oculta, por la antropofagia bursátil, que las
lleva a comerse las unas a las otras. La última ola de concentración
se remonta al final de los años ’90, cuando Lord Brown creó la
primera super-major petrolera fusionando BP y Arco, y forzó a Exxon,
Total y Chevron a imitarla para no perder su posición. "En esos
años de vacas flacas, cuando el barril de crudo cayó a 10 dólares,
estábamos tranquilamente en vías de reconstituir las 'Siete
Hermanas' (5) de la gran época, absorbiendo a las pequeñas empresas
del Estado nacidas después que nosotros y asfixiando a la OPEP",
relata un viejo experto en esta gigantesca batalla bursátil.
Hoy circulan en los mercados financieros rumores
sobre nuevas concentraciones, donde BP hace el papel de presa de caza
después de la renuncia sorpresiva de su presidente a comienzos del año.
Circula en los mercados la hipótesis de una fusión de la número 2,
Shell, y la número 3, BP. A fines de diciembre, Statoil y Norsk Hydro
reunieron sus actividades offshore "para responder al desafío de
la industria petrolera". Repsol, la gran compañía española,
está en venta desde hace varios meses. Sin éxito hasta ahora, porque
los financistas que temen el efecto Chávez consideran que el grupo
está demasiado comprometido en América del Sur. Otros especulan
sobre el futuro del grupo italiano ENI, fundado por Marco Mattei, y
sus dificultades para mantenerse independiente por más tiempo.
Hasta ahora, los especuladores han tenido el
campo libre. No hubo, a nivel mundial, una respuesta colectiva
significativa ante los fuertes cambios acaecidos desde 2000 en el
escenario petrolero; al contrario. Los gobiernos de los países
desarrollados y también de los países emergentes se dedicaron
principalmente a asegurar su acceso a los yacimientos, reforzando sus
vínculos con los últimos países productores accesibles. A modo de
caricatura de ese "sálvese quien pueda" general, puede
mencionarse el entierro a fines de diciembre del sátrapa de
Turkmenistán, Saparmourad Niazov, "el padre de todos los
turkmenos" y el campeón de todas las categorías de la corrupción
y el mal gobierno -según Transparencia lnternacional- en una región,
Asia Central, donde precisamente no faltan... Los demócratas
occidentales que se proclaman los más apegados a los derechos humanos
enviaron allí, sin avergonzarse, a excelencias y ministros, ya que el
enorme yacimiento de gas de Iolotan Sud, recientemente descubierto,
bien valía, evidentemente, un renuncio.
Angola, Nigeria, el Golfo de Guinea, y toda África
Subsahariana resultan casi tan fascinantes como Asia Central. Según
las previsiones del US National lntelligence Council, Estados Unidos
podría importar de allí el 25% de su petróleo en 2015, contra el
15% actual, reduciendo en otro tanto su dependencia de Medio
Oriente... La región presenta dos ventajas: allí los contratos son
"razonables" y las empresas nacionales, a diferencia de las
de Medio Oriente, tienen muy poco dinero como para comprar los activos
de las grandes compañías, como Putin o Chávez en sus países. ¿Permitirán
estos ajustes responder verdaderamente a los grandes cambios en curso?
Notas:
(*)Periodista, autor (con Pierre Péan) de Les
Emirs de la Republique. L'aventure du pétrole tricolore, Seuil, París,
1982.
Traducción: Lucía Vera
1) Las estadísticas mencionadas se refieren a
diez de los doce miembros de la OPEP. No incluyen a Irak ni Angola,
que adhirió a principios de este año.
2) Véase diario La Nación, Buenos Aires,
16-02-07.
3) Jean-Marie Chauvier. "Nueva situación
política en Rusia", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
febrero de 2007.
4)
M. l. Goldman, The piratization of Russia: Russia reform goes awry,
Routledge, Londres y Nueva York, 2003.
5) Las "Siete hermanas" son las siete
compañías petroleras mundiales anglosajonas que dominaron esta
actividad desde 1914 hasta el primer shock petrolero de 1973. Tres
sobrevivieron (Exxon, Shell, BP) y cuatro desaparecieron, absorbidas
por las primeras (Texaco, Mobil, Socal, Gul).
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