La profecía de Alan Greenspan
Estados Unidos: La irresistible llegada de la
recesión
Por
Jorge Beinstein
Red
Voltaire, 15/06/07
Acaba de ser conocida la cifra definitiva
del crecimiento de la economía de los Estados Unidos durante el
primer trimestre de 2007. El dato inicial evaluado en un 1,3 %
anualizado ha sido reducido al 0,6 %. Se trata de la tasa más baja de
los últimos cuatro años que confirma la tendencia a la desaceleración
ya iniciada en el último trimestre de 2006.
Cuando en febrero de este año Alan Greenspam, ex
titular de la Reserva Federal, anunció la posibilidad de que los
Estados Unidos entren en recesión antes de fines de 2007 (su
observación coincidió con el derrumbe bursátil desatado por la caída
de la bolsa de Shangai) llovieron los desmentidos de expertos y
autoridades monetarias de los países centrales. Pero la realidad no
puede ser exorcizada con manipulaciones mediáticas, la acumulación
de déficits, la degradación del dólar y sobre todo el desinfle de
la burbuja inmobiliaria hacían inevitable el desenlace. La burbuja
inmobiliaria, pieza maestra de la estrategia económica de la
administración Bush junto a la avalancha de gastos militares (con la
locura militarista que la acompañó) y las reducciones fiscales;
consiguieron sacar a la economía estadounidense del estancamiento
inflando un consumo no respaldado por el desarrollo productivo local
(la decadencia del sistema industrial norteamericano ya lleva muchos años).
Se sumaron las deudas internas y externas, los créditos
fáciles, en especial los destinados a las viviendas crecieron de
manera desmesurada, el déficit energético se expandió... hacia
finales de 2006 la deuda total estadounidense (pública, empresaria y
personal) llegaba a los 48 billones de dólares: más de tres veces el
Producto Bruto Interno norteamericano y superior al Producto Bruto
Mundial. Las deudas con el exterior trepaban a 10 billones de dólares...
la cuerda no podía ser estirada indefinidamente.
Todo mal
La estrategia del gobierno de Bush puede ser
sintetizada como la combinación de dos operaciones que apoyándose
mutuamente deberían haber relanzado y consolidado el poderío
imperial de los Estados Unidos: la expansión rápida de una burbuja
consumista–financiera para producir un fuerte despegue económico
asociada a una ofensiva militar sobre Eurasia que le daría la hegemonía
energética global y desde allí la primacía financiera arrinconando
a las otras potencias (China, Unión Europea, Rusia). Apostó a partir
de 2001 a una contundente victoria de sus fuerzas armadas que le
permitiría controlar militarmente la franja territorial que va desde
los Balcanes en el Mediterráneo Oriental hasta Pakistán, atravesando
Turquía, Siria, Irak, Irán, la ex repúblicas soviéticas de Asia
Central, la Cuenca del Mar Caspio, Afganistán, tapizándola de
implantaciones militares que vigilarían una complejo abanico de
protectorados.
Los preparativos de la ofensiva se habían
desarrollado a lo largo de los años 1990 bajo gobiernos republicanos
y demócratas: la primera Guerra del Golfo, los interminables
bombardeos sobre Irak durante toda la década, la guerra de Kosovo. Se
trató de una "política de estado" que incluyó a los dos
partidos gobernantes y al conjunto del sistema de poder. Ellos sabían
que la burbuja económica lanzada paralelamente a la ofensiva militar
no podía sostenerse mucho tiempo, los desajustes financieros se
acumularían y la burbuja de créditos apuntalando la especulación
inmobiliaria terminaría por desinflarse: 2005–2006 aparecía como
una barrera temporal infranqueable. Pero en ese momento, apostaban los
halcones, la victoria militar del Imperio permitiría redefinir las
reglas de juego económicas del planeta, los cowboys del Pentágono
llagarían justo a tiempo para auxiliar a los magos de las finanzas.
Pero todo salió mal; los cowboys se empantanaron en Irak, la ofensiva
fulminante sobre Eurasia fracasó en la primera batalla importante,
mientras tanto el globo especulativo entró en crisis y ningún puño
de hierro pudo salvarlo.
Señal de alarma, desaceleración,
interrogantes
Desde 2005 expertos de muy diverso signo ideológico
comenzaron a alertar acerca del próximo desinfle de la burbuja
inmobiliaria, en agosto de ese año "The Economist" señalaba
las consecuencias mundiales de la inevitable contracción del globo
especulativo (1). Pero en los Estados Unidos, donde la brecha entre
los préstamos inmobiliarios y los ingresos personales crecía sin
cesar, la fiesta financiera siguió imperturbable a las alertas
dictando el ritmo de las otras potencias económicas, el contagio llegó
a regiones muy extendidas de la periferia.
Finalmente en 2006 los precios de las viviendas
comenzaron a descender, la burbuja estadounidense se contraía
inexorablemente, a partir de ese momento su impacto negativo sobre la
demanda y luego sobre el conjunto del Producto Bruto Interno era solo
cuestión de tiempo.
Hacia fines de 2006 aparecieron los primeros síntomas
de desaceleración económica que se tornaron dramáticos durante el
primer trimestre de 2007. En febrero se produjo un sacudón bursátil
internacional afectando en primer lugar a China, país extremadamente
dependiente de la capacidad de compra del mercado norteamericano.
Ahora al promediar el año 2007, independientemente de altibajos y efímeras
recuperaciones, el interrogante central es como y a que ritmo se
propagará el enfriamiento al conjunto de la economía mundial. Por
ejemplo como afectará a los precios de las materias primas, en primer
lugar el del petróleo, empujado hacia arriba por el proceso de
reducción de reservas (la cercanía de la cima productiva global) y
presionado hacia abajo por la desaceleración de los grandes sistemas
industriales. ¿Afrontaremos pronto una recesión con caída general
de precios o bien una combinación de recesión e inflación parecida
a la estanflación de los años 1970? ¿Asistiremos a grandes
contracciones de negocios financieros o a su combinación con nuevos
brotes especulativos (por ejemplo euforias en los mercados de metales
preciosos)? En fin, ¿cuales serán las consecuencias políticas,
militares e ideológicas de esta gran perturbación del capitalismo
mundial? De algo debemos estar seguros: esta crisis no se parece a
ninguna de las anteriores, este nivel de hipertrofia financiera nunca
antes había sido alcanzado, también es inédito el grado de
interdependencia entre todas las grandes economías y además se
mezclan peligrosamente aspectos característicos de una crisis de
sobre producción con otros propios de una situación de subproducción
de productos decisivos para la supervivencia del sistema. Esto último
se expresa por ahora solo en el tema energético pero el mismo está
impulsando otras penurias, por ejemplo la de alimentos debido al uso
de tierras cultivables en la producción de biocombustibles.
Más allá de las conspiraciones
Sería ingenuo atribuir la crisis a la aplicación
de una estrategia errónea por parte de la Casa Blanca. Debemos
insertar dicha estrategia en el contexto más amplio de la decadencia
de la sociedad norteamericana y la misma como parte (decisiva) de un
proceso de crisis global. Si enfocamos el mediano plazo, desde
comienzos de los 1990 (fin de la guerra fría) observaremos como la
economía estadounidense se fue convirtiendo en un sistema basado en
la especulación financiera y el déficit comercial al que se
agregaron el déficit fiscal y las deudas de todo tipo en un proceso
general de concentración de ingresos. En suma; una dinámica elitista
y parasitaria cuya primera etapa tuvo una cierta apariencia
productivista en torno de las llamadas industrias de alta tecnología,
su centro motor fue la euforia bursátil y las célebres “acciones
tecnológicas” expresadas en el índice Nasdaq que crecía
vertiginosamente. Los expertos–comunicadores de la época señalaban
que se había puesto en marcha un círculo virtuoso que empujaba a la
economía norteamericana hacia una suerte de prosperidad infinita. Según
ellos, la expansión del consumo alentaba nuevos desarrollos tecnológicos
que impulsaba la productividad y en consecuencia los ingresos y luego
el consumo, etc. En realidad lo que estaba ocurriendo era una euforia
bursátil que proporcionaba ingresos financieros presentes y futuros a
empresas e individuos incitándolos a gastar más y más.
La fiesta concluyó a comienzos de la década
actual y la economía se estancó, la nueva administración
republicana no encontró otra vía de salida que una nueva burbuja
mucho más grande que la anterior, esta vez basada en una avalancha de
créditos inmobiliarios.
Junto al delirio financiero se desarrollaron
otros fenómenos como la criminalidad y la criminalización estatal de
las clases bajas, en especial de algunas minorías como la de los
latinoamericanos y afronorteamericanos pobres o la degradación del
sistema político (corrupción, sometimiento a los grupos de negocios
ascendentes). En especial se afianzó una convergencia de intereses
que fue reconfigurando al tradicional “complejo militar
industrial” para transformarlo en una extendida red de grupos
financieros, petroleros, industriales, políticos, militares y
paramilitares mafiosos. A comienzos de la presente década se produjo
un salto cualitativo representado por la llegada de George W. Bush y
sus halcones.
En un enfoque de más largo plazo, desde el fin
del patrón dólar–oro (1971) y la crisis planetaria que le siguió
observamos una crisis de sobreproducción global que fue postergada,
emparchada, sobre la base de la expansión de los negocios financieros
y del superconsumo norteamericano inscripto en una corriente mundial
de concentración de ingresos.
La aventura militar–financiera no fue un
exabrupto o una desviación neofascista del sistema de poder
norteamericano sino un despliegue estratégico lógico (fuertemente
impregnado de componentes fascistas) del núcleo central de poder de
los Estados Unidos que de ese modo prolongaba, acentuaba, las
tendencias económicas, ideológicas y políticas dominantes. Que
fueron creciendo hasta devenir hegemónicas desde la presidencia de
Reagan, pasando por Carter, Bush padre, Clinton hasta llegar a los
auto atentados del 11 de septiembre de 2001 y la invasión de Irak.
El fin de las ilusiones
La prosperidad ficticia del Imperio forjó sobre
todo en los 1990 la ilusión de un Poder mundial avasallador ante el
cual solo era posible adaptarse. Surgió una derecha global
triunfalista que cubrió con un discurso “neoliberal” la orgía
financiera, pero también un progresismo cortesano que sobre la base
del sometimiento al capitalismo pretendía adornarlo con matices
humanistas. Tanto para los unos como para los otros la victoria del
universo burgués era definitiva o por lo menos de muy larga duración.
Pero cuando al iniciarse la presente década comenzaron a despuntar
las primeras fisuras del sistema optaron en general por negar fanáticamente
la realidad: la declinación del dólar o el súper endeudamiento
norteamericano eran presentados como expresiones de una recomposición
positiva en marcha del capitalismo global, el desquicio financiero
como el ocaso de la especulación superado por una próxima reconversión
productivista de la economía de mercado, en fin, cada muestra de
fracaso era transformada en demostración de rejuvenecimiento. Es
posible que eso siga todavía un cierto tiempo más, incluso la
declinación de los Estados Unidos y de otras potencias arrastradas
por el gigante puede dar lugar a ilusiones pasajeras acerca del
ascenso de capitalismos nacionales o regionales autónomos en la
periferia o a reconversiones milagrosas de algunas economías
centrales. El truco de remplazar realidad por deseos ilusorios suele
dar buenos resultados a corto plazo, el problema es que las grandes
tendencias de la historia terminan por imponerse.
Nota:
(1)
“The global housing boom. In come the waves”, The Economist, Jun
16th 2005.
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