Vuelven
los años 30?
Por
Juan Gelman
La
Haine, 28/08/07
La economía no es una ciencia
exacta, dijo Perogrullo. Casi nadie previó el desencadenamiento de la
gran depresión de los años ’30 del siglo pasado o las crisis de
los años ’90 que castigaron a Japón y al Sudeste asiático. (La
Haine)
¿Alguien
anticipó la posible quiebra de la empresa Countrywide de créditos
hipotecarios y el sacudón bursátil que esa versión causó en
Occidente? Se ignora. Lo cierto es que las políticas y prácticas
económicas norteamericanas caminan sobre “una plataforma
ardiente”. No es la opinión de un lego: David Walker, contralor
general de EE.UU., es decir, jefe del Tribunal de Cuentas del país
–Government Accountability Office (GAO, por sus siglas en
inglés )– la formula en las doce páginas de un documento reciente
(Financial Times, 14-8-07). Mr. Walker encuentra que la situación
tiene “llamativas similitudes” con los umbrales de la caída del
Imperio Romano. Entre otras, “la declinación de los valores morales
y de la civilidad política en el país, y la presencia militar
excesivamente extendida y confiada en países extranjeros, así como
la irresponsabilidad fiscal del gobierno central”. Casi nada.
GAO
es lo más parecido a una dependencia gubernamental objetiva y
apartidaria que se pueda pedir. El mismo Walker no pertenece a partido
alguno. El organismo evalúa las consecuencias de las políticas de la
Casa Blanca y de las leyes que aprueba el Congreso y es el árbitro
final en cuestiones fiscales. El informe subraya que la economía del
país se ha tornado “insustentable” y enumera los peligros
inminentes que la amenazan: aumento “dramático” de impuestos, más
deuda fiscal, serio deterioro de los servicios oficiales a la población
y una deuda externa que facilitaría “el dumping en gran escala de
bonos estadounidenses en poder de gobiernos extranjeros”. Y ojo a
China.
Beijing
amenazó con utilizar su reserva de divisas –asciende a la friolera
de 1,33 billones de dólares o, más claro, 1,33 millones de millones
de dólares– si la Casa Blanca le impone sanciones comerciales para
forzar la revaluación del yuan. He Fan, funcionario de la Academia de
Ciencias Sociales china, ha señalado que las reservas acumuladas, una
buena parte de las cuales consiste en bonos del Tesoro de EE.UU.,
contribuyen en gran medida a mantener la posición del dólar como
divisa de reserva. Y amenazó: “El Banco Central de China deberá
vender dólares si el yuan es revaluado, lo que podría provocar una
devaluación masiva del dólar” (The Telegraph, 10-8-07).
También una disminución del rendimiento de los bonos del estado en
el mercado interior. El funcionario de rango ministerial Xia Bin,
director del Centro de Investigación y Desarrollo de Pekín, esgrimió
la zanahoria: “Desde luego, China no quiere que se produzca un fenómeno
indeseable en el orden financiero mundial”. Claro que puede haber
una distancia grande entre el deseo y el acto.
Walker
destacó la presencia de necesidades incumplidas: “Nuestra
prosperidad exige más de nuestra infraestructura física. Hacen falta
miles de millones de dólares para modernizarlo todo, desde autopistas
y aeropuertos hasta los sistemas de agua potable y de alcantarillado.
El reciente colapso del puente de Minneapolis es un severo llamado de
atención”. Pero esos miles de millones se destinan a las guerras
presentes y a las próximas. Sí, el parecido con el final de Roma
tiene fundamento. Lo explicó Edward Gibbon hace más de dos siglos:
“La declinación de Roma fue el efecto natural e inevitable de su
grandeza inmoderada. La prosperidad alimentó el comienzo de la
decadencia; la ampliación de sus conquistas multiplicó las causas de
la destrucción; y cuando el transcurso del tiempo o algún accidente
minó los soportes artificiales, esa estupenda construcción se
derrumbó por la presión de su propio peso” (“Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano”). Es evidente que Walker leyó
a Gibbon con provecho.
Los
“halcones-gallina” que dominan el partido republicano sueñan con
“la grandeza nacional”. Richard Perle, el defensor más acérrimo
de la invasión a Irak –y otras–, supo decir: “Esta es una
guerra total. Si dejamos que avance nuestra visión del mundo...
nuestros hijos corearán grandes canciones sobre nosotros en los años
por venir”. Por ahora, muchos niños norteamericanos lloran a sus
padres, madres, hermanos y hermanas muertos en Irak y Afganistán.
Han
sonado otras alarmas. El Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus
siglas en inglés), la entidad que reúne a los bancos más
importantes del planeta, planteó ciertas incertidumbres en su 77
informe anual de junio de este año. Por ejemplo, la posibilidad de
una ola inflacionaria general. O el descenso del PIB del mundo. O la
persistencia de importantes desequilibrios en el comercio
internacional. O la vulnerabilidad de los mercados financieros. O la
disminución de las inversiones extranjeras en EE.UU. (www.bis.org).
La globalización trastornó las pautas económicas tradicionales y
las políticas de la Casa Blanca han acentuado ese disloque, con su
efecto de arrastre además. Lo malo, cuando se hace pasar por bueno,
es realmente pésimo, decía Sir Francis Bacon.
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