Anatomía
de una crisis financiera de alcance planetario
Por
Michael R. Krätke (*)
Freitag, 24/08/07
Sin Permiso, 02/09/07
Traducción de Amaranta Süss
Hace
cuatro semanas el mundo todavía parecía en orden: la economía
mundial y los mercados financieros estaban en apogeo. Ahora tenemos un
crac bursátil a plazos que desemboca en una crisis del mercado
monetario: los bancos centrales no dejan de inyectar capital a los
mercados financieros. En Alemania, la Banca Regional de Sajonia está
particularmente en un brete y ha tenido que ser rescatada por cajas de
ahorros y otras bancas regionales con una dosis de supervivencia de
17,3 mil millones de euros. El Estado de Sajonia garantiza esta
extremadamente desusada suma, que sobrepasa su presupuesto anual.
La
clase política se ejercita en conjuros de buena salud, pero todos los
concernidos saben que lo peor está por llegar. Como muy tarde, cuando
estallan otras burbujas especulativas. Por ahora, el bello nuevo orden
de los mercados financieros internacionales “liberalizados” se ve
sometido a una dura prueba. El popular dogma, conforme al cual los
mercados financieros –y la economía mundial— son tanto más
“eficientes” y “estables”, cuanto más desregulados y
liberalizados están, esa fe del carbonero, quedó en suspenso.
Por doquier se escucha el clamor de imponer reglas y bridas a
los agentes de los mercados financieros.
Más
de 5 millones de casas están a la venta en EEUU
¿Qué
ha pasado? En EEUU ha estallado una gigantesca burbuja inmobiliaria.
Bajos intereses, precios inmobiliarios en constante incremento (hasta
un 20% anual en los mejores emplazamientos), un mercado hipotecario en
hiperbólica expansión han mantenido al trote la economía de EEUU.
El boom alimentaba el
consumo privado, el endeudamiento de los hogares estadounidenses subía
desaforadamente hasta llegar, de media, al 120% del ingreso anual,
constituido en sus tres cuartas partes por deudas hipotecarias. Los
bancos hipotecarios y los fondos inmobiliarios ofrecían de barato crédito
a la gente, incluso a quienes nunca habrían podido permitirse poseer
casa propia. La previsible ruina de un sinnúmero de pequeños
propietarios de viviendas no representaba el menor problema, siempre,
claro es, que se mantuviera el boom. Los bancos y las sociedades
financieras ganaron fabulosamente con ello, lo mismo que la
muchedumbre de gestores inmobiliarios.
Desde
hace meses crece la morosidad, y las ventas forzadas suben astronómicamente;
más de 5 millones de viviendas están a la venta en EEUU. Por vez
primera en diez años comienzan a bajar los precios, y se disparan los
intereses. La crisis ha estallado –como no podía ser de otro
modo— en el segmento subprime del mercado, entre las familias más
pobres con pocos (y en términos reales, descendentes) ingresos. Más
de dos millones de norteamericanos han perdido sus casa, hay más de
500 mil millones de dólares acumulados en morosidad: un tsunami de
hipotecas fallidas arrasa el país.
Con
la espectacular quiebra en junio pasado de dos hedge funds
multimillonarios pertenecientes al quinto mayor banco estadounidense
de inversiones –Bear Stearns— se perdieron, por lo pronto, 1.600
millones de dólares. Además, las acciones de Bear Stearns se
desplomaron, los mismo que las de muchos otros fondos de inversiones,
bancos y aseguradoras: más de 200 mil millones de dólares se
perdieron de la noche a la mañana. Wall Street se estremeció, y el
resto de los mercados de valores del mundo reaccionaron de inmediato.
Pues el colapso de los dos fondos hedge era una señal de alarma para
todos los iniciados. Los bolsistas reaccionaron pánica pero lógicamente:
pues los créditos morosos se hallan por doquier, y son bombas de
tiempo colocadas, no sólo en el sistema financiero estadounidense,
sino distribuidas por el mundo entero. Porque la burbuja inmobiliaria
sólo podía crecer en la medida en que los financieros siguieran
creyendo en la posibilidad de poner a la venta en cualquier momento
hasta los peores y más arriesgados créditos hipotecarios. Esos créditos,
lo mismo que todos los demás tipos de deuda, así como los pagos
futuros de intereses y las amortizaciones a futuro, se han
transformado en mercancías comerciables. De manera que hasta los créditos
flojos y aun tambaleantes servían de base a una vertiginosamente
expandida sobrestructura de derivados crediticios en manos de
especuladores profesionales. Créditos hipotecarios y de otros tipos
fueron empaquetados en masa y usados como garantía para nuevos títulos:
los bancos hipotecarios vendían esos títulos respaldados por
hipotecas (mortgage backed securities) traspasando así su riesgo
crediticio a otros, a bancos, fondos de inversiones y aseguradoras. Éstos
no se preocupaban de la calidad de la deuda hipotecaria originaria,
porque también ellos pretendían vender a su vez esos títulos.
Mientras
se mantiene un boom inmobiliario, esos títulos son lucrativas
inversiones monetarias, los hedge funds se los disputan, la
securitization de todo tipo de deudas y la emisión de esos títulos
hipotecariamente respaldados se convierte en una rama en auge, a la
que se abalanzan fondos especiales. El comercio a escala planetaria
con esos derivados se da al margen de las bolsas, la concurrencia
entre los grandes hedge funds dispara
sus precios, de manera que, sobre la burbuja inmobiliaria, se forma
una nube de ulteriores burbujas de derivados.
¿Qué
ocurre, empero, cuando todos los créditos que se hallan en la base
fallan en masa? Entonces se hace imperiosamente claro para los
concernidos que están cabalgando sobre una ola de valores ficticios
generada por ellos mismos. Puesto que las garantías no lo son de
nada, se desvanece el valor de los títulos garantizados, los bancos
quieren la devolución de los dineros prestados a corto plazo, los
hedge funds no pueden seguir vendiendo sus títulos y entran en
bancarrota. Con lo que también aquellos bancos, aseguradoras y fondos
de inversiones que financiaron la especulación con esos derivados se
ven en muy serios aprietos. Puesto que esos derivados fueron
comercializados a escala planetaria, se ven también súbitamente en
dificultades bancos que jamás financiaron una hipoteca en EEUU. Pero
participaron –como la IKB, como la Westdeutsche y el Banco Regional
de Sajonia y muchos otros— en hedge funds, cuando no crearon los
propios, que especulaban con tales derivados crediticios. Sus pérdidas
repercutieron a través de las cotizaciones de los mercados de
valores; en todo el mundo, los valores financieros se desplomaron, y,
esperando una ola de quiebras, los inversores huyeron en masa. También
los bancos que juegan en primera división, y que nada tienen que ver
con la especulación inmobiliaria, se ven ahora en aprietos.
Las
economías exportadoras china y alemana y el fin de los mercados
estadounidenses
Caídos
los primeros bancos, como en EEUU, o penosamente rescatados, como en
Alemania, comienza el siguiente acto del drama: la crisis del mercado
monetario. Puesto que los bancos saben que todos los demás están
empantanados, pero no con qué profundidad, ponen límites severos al
préstamo interbancario, exigiendo muy elevados intereses para créditos
a corto plazo. En otras palabras: el sector más estable de los
mercados financieros, el tráfico crediticio interbancario, se contrae
súbitamente. Sólo los bancos centrales pueden entonces intervenir
como lender of last resort –como prestamistas últimos—, lo que
han hecho masivamente durante días.
El
Banco Central Europeo (BCE) inyectó más de 200 mil millones de euros
para créditos a corto plazo en el mercado monetario, la FED
estadounidense abrió la espita crediticia menos generosamente, pero
bajo claramente los intereses y alargó el plazo de los créditos a
corto plazo. En todo el mundo se ha seguido el ejemplo. Aun si con eso
pareciera al pronto superada la crisis del mercado monetario, lo
cierto es que la crisis financiera mundial no ha hecho sino comenzar.
Para
cubrir pérdidas, los hedge funds y los bancos venden los títulos que
aún conservan algo de valor; títulos petrolíferos o títulos de
metales. No tardan entonces en caer el precio del petróleo y los
precios de los metales por doquier. Muchos inversores conservadores
del mundo entero huyen buscando refugio en títulos seguros, es decir,
en bonos estatales. Simultáneamente, se interrumpe la ola de fusiones
y tomas de control empresariales –que en lo que va 2007 se elevaba
ya, en el conjunto del planeta, a más de 3 billones de dólares—,
puesto que los bancos restringen drásticamente sus condiciones
crediticias. Puesto que ahora resulta
arriesgado y muy caro conducir con la marcha larga del crédito,
muchos megadeals previstos o ya en marcha, cuando no rotos, aplazados;
los bancos experimentan enormes dificultades a la hora de seguir
suministrando créditos multimillonarios ya concedidos. Las
operaciones en los mercados de valores se aplazan, el mercado de
nuevas emisiones se viene abajo, el segundo motor del rallye bolsístico
entra en tremolina, adiós a las acciones en alza.
El
final del túnel dista aún por mucho de estar a la vista. Los
mercados de valores señalan actualmente el descenso de las
cotizaciones más abrupto desde hace años. Bancos y hedge funds en el
mundo entero siguen quitándose de encima derivados crediticios preñados
de riesgo que habían financiado con dinero japonés barato; los créditos
tienen que ser devueltos en yenes, al pronto se dispara hacia arriba
el cambio del yen y se hunden las cotizaciones en Tokio. Vendrá ahora
la crisis del dólar, y con ella, la crisis del comercio mundial, así
que a las economías exportadoras china y alemanas se les acaben los
mercados estadounidenses.
(*)
Michael Krätke estudió economía y ciencia política en Berlín y en
París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en
varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981
principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW
(Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición
crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels
Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto
Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos
libros sobre economía política internacional.
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