Crisis
financiera: de la combustión sorda al incendio declarado
Por
Michael R. Krätke
Freitag, 21/09/07
Sin Permiso, 23/09/07
Traducción de Amaranta Süss
Durante su encuentro
en Oporto, los ministros de finanzas de la UE se libraron por lo
pronto al optimismo: lo peor ya había pasado, el auge en Europa no
estaba amenazado por el pinchazo de los mercados financieros. Los
ministros recurrieron como de costumbre a la metáfora naturalista:
las crisis financieras son como "ciclones", inevitables,
imparables, pero de paso rápido.
Ello es que, unos días
antes, la Gran Bretaña había experimentado un tornado en toda regla.
El Northern Rock Bank, uno de los financiadores más importantes de la
construcción en la isla, se vió alcanzado de pleno por la crisis
hipotecaria de los EEUU. Su capacidad de pago corría peligro, los
clientes entraron en pánico, las acciones del Northern Rock perdieron
en una semana dos quintos de su valor; de tal suerte, que el Banco de
Inglaterra tuvo que intervenir con un crédito de emergencia de un
volumen hasta ahora desconocido. Los "ciclones" se
propagaban por los mercados financieros de la Unión Europea, ajenos
al hecho de que los ministros de finanzas europeos reunidos en Oporto
los declaran extintos.
Lo cierto es que en
el encuentro hubo más que la proclamada tranquilidad de la foto
final, y que ocuparon un lugar prominente en la reunión los
escenarios del "peor caso posible": una crisis financiera
duradera, caracterizada por el sucesivo estallido de más y más
burbujas especulativas. El presidente del Banco Central holandés,
Nout Wellink, no pudo contenerse y soltó en Oporto una cifra que
resultó chocante para todo el mundo: el desastre crediticio que está
en el aire, lejos de escampar, podría acabar costando, sólo a los
bancos europeos, entre 1 y 2 billones de euros. No tardó en ponerse
sordina a las manifestaciones de Wellink, pero su mensaje parecía
claro: a pesar de toda la puesta en escena optimista, los ministros de
finanzas de la UE y los guardianes de su moneda han acabado por contar
con una crisis que puede tener un desarrollo harto más grave de lo
que podemos imaginar. De la gravedad de la situación puede dar una
idea el hecho de que se propusiera enfáticamente una supervisión
central de los mercados financieros a escala europea y de que se
pusiera sobre la mesa la propuesta de un fondo de ayuda para los
bancos afectados, a expensas de los países miembros de la UE. Una
propuesta obviamente modelada conforme al ejemplo del banco central
norteamericano, que no ha pestañeado, hasta ahora, en compensar, a
costa de los contribuyentes, a bancos y fondos de inversión.
En Europa, Norteamérica
y Asia los bancos centrales han venido inyectando sin cesar miles de
millones a los mercados crediticios (y en EEUU se conserva todavía el
suficiente buen sentido como para bajar simultáneamente los tipos de
interés). La intensidad de las intervenciones revela la dimensión de
la crisis; con ellas, obvio es decirlo, no se remueve la raíz del
mal. Pues los créditos contaminados no se hallan sólo en títulos
certificados y respaldados en hipotecas; créditos contaminados de
todo tipo han sido bellamente empaquetados en EEUU como productos
financieros estructurados con destino a las carteras de numerosos
bancos y fondos de inversión europeos y asiáticos.
Las pérdidas
multimillonarias que eso ha llegado a causar a los bancos y a otros
acreedores tardarán meses en aparecer en la contabilidad. Debemos
esperar una orgía de contabilidad creativa, muy capaz de maquillar la
dimensión de las pérdidas, pero no de hacerlas desaparecer de la faz
de la tierra. Ni que decir tiene que hay también ganadores en esta
crisis, porque algunos fondos de inversión norteamericanos, que
vieron venir el dilema de los mercados de hipotecas de alto riesgo,
especularon precisamente con ese dilema, ganaron y su valor en el
mercado de valores se ha casi triplicado.
Ya antes de la reunión
de Oporto, Nicholas Sarkozy provocó el enojo de los grandes del Banco
Central Europeo al reprocharles su forma de gestionar la crisis. Con
razón. Limitarse a presionar los tipos de interés del mercado con la
ampliación a corto plazo de las líneas de crédito sólo ayuda a los
quebrados y a los especuladores. Lo que la economía europea y los
consumidores europeos necesitan es una enérgica rebaja de los tipos,
que vendría ya con mucho retraso.
Es verdad que esta
crisis se puede mitigar o aun aplazar; pero sólo puede combatirse
eficazmente con un giro radical de la política monetaria y
financiera. El Banco Central europeo debería desprenderse del
dogmatismo que heredó del Banco Central alemán y poner su empeño en
una consecuente política de bajada de los tipos de interés en toda
la zona euro. Los ministros de finanzas de la UE deberían dejar por
una temporada el recetario neoliberal a las jaculatorias de sus
relaciones públicas, y volver ellos de una vez a una política fiscal
correcta. También, y no en último lugar, con subvenciones fiscales a
los hogares gravemente endeudados.
Michael Krätke
estudió economía y ciencia política en Berlín y en París.
Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias
universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente
en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política
socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras
Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA).
Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en
Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política
internacional.
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