Introducción
Desde
el estallido bancario del 2008 han aparecido muchos signos
de una crisis sistémica del capitalismo. Esta convulsión
no expresa solo el agotamiento de un régimen de acumulación
o el estallido de la financiarización. Ha salido a flote
una crisis múltiple de gran alcance social, geopolítico y
ambiental. ¿Pero cuáles son los vínculos entre estos
diversos impactos? ¿Cómo se relacionan los variados
desequilibrios en curso?
En
los cinco artículos que presentamos a continuación se
busca clarificar estas conexiones, partiendo de una distinción
entre niveles coyunturales, estructurales e históricos de
la conmoción. Esta diferenciación apunta a resaltar la
existencia de varios tipos de crisis que han emergido en
forma mixturada.
En
el primer texto se analizan las causas inmediatas del
temblor, indagando como han influido la hipertrofia
financiera, la sobreproducción de mercancías y los
desbalances comerciales en las tensiones de corto plazo.
El
segundo artículo complementa esta caracterización
estudiando los efectos geopolíticos de la crisis. Se evalúan
las distintas reacciones de las grandes potencias, el nuevo
papel de las economías intermedias y los padecimientos de
los países periféricos. En este apartado se analiza, además,
el alcance y las perspectivas de las resistencias sociales
contra el ajuste.
El
tercer texto aborda las causas estructurales de la crisis,
en función de las transformaciones registradas durante la
etapa neoliberal de los últimos veinte años. Se considera
que los cambios operados bajo el capitalismo durante este
período han dado lugar a desequilibrios singulares, en la
esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de
ganancia.
El
cuarto artículo analiza varias hipótesis de desemboque de
la crisis. Describe las condiciones para un desenlace o una
prórroga de las contradicciones estructurales,
puntualizando las diferencias entre un marco deflacionario y
otro inflacionario. Aquí se polemiza, además, con las
interpretaciones neoliberales y keynesianas de la convulsión.
El
último texto investiga
el alcance histórico de la crisis, subrayando las
dramáticas consecuencias de la degradación ambiental. Se
explica por qué razón el calentamiento global plantea una
amenaza civilizatoria, comparable a otras tendencias
destructivas del capitalismo. También se describe la forma
en que este fenómeno se desenvuelve en trayectorias
temporales autónomas del ciclo corto y de las fluctuaciones
largas. El estudio concluye analizando las perspectivas de
un nuevo proyecto popular anticapitalista.
I.
Coyuntura económica
La
crisis actual irrumpió en la órbita financiera
estadounidense a mitad del 2007, cuando se verificaron
grandes dificultades de pago de los créditos subprime. Los
préstamos otorgados a los deudores poco solventes
engrosaron primero la lista de operaciones de alto riesgo y
desataron posteriormente una bola de nieve de alta
morosidad. Los agujeros que aparecieron en los pequeños
bancos norteamericanos pasaron a las grandes entidades y
finalmente hicieron temblar a todo el sistema internacional.
A
fines del 2008 el quebranto de
Lehman Brothers desató un colapso de envergadura, que generalizó una sensación
de inminente desmoronamiento. Esta impresión se atenuó
durante el año pasado, por el monumental socorro que los
estados otorgaron a las entidades quebradas. Como ese alivio
ha continuado en el 2010 y la distensión perdura, algunos
economistas ya proclaman el fin del terremoto.
Pero
muchos datos indican la continuidad de un temblor, que en el
plano coyuntural obedece a las tensiones generadas por los
capitales sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas
y los intercambios desproporcionados.
Resurge el festival
financiero
El
rescate de los bancos socializó las pérdidas,
transfiriendo la bancarrota del sector privado a las
finanzas estatales.
Este respiro ha creado un enorme déficit en las
tesorerías de los países avanzados.
El
grueso de los recursos públicos ha sido destinado a
recomponer la rentabilidad de los grandes bancos. El Citigroup o el Bank of America que hace pocos meses se
encontraban fundidos, ahora exhiben altos lucros en sus
balances. Parecería que Wall Street comienza a salir del
marasmo con el sostén del estado.
Pero
ese auxilio ha resucitado un festival de especulación en
las Bolsas y en los mercados de títulos sofisticados.
Mientras la recuperación de los depósitos es lenta y no
regenera el crédito productivo hay numerosas burbujas en
gestación. No solo comienzan a rebotar los precios de las
materias primas y los bienes raíces. También las monedas y
los títulos de las economías intermedias están en la mira
de los grandes financistas. La deuda pública de varios países
se ha convertido en una presa muy apetecida por los
intermediarios financieros.
Este
reinicio de la especulación ha sido también incentivado
por los nuevos pagos de multimillonarias bonificaciones a los directivos de los bancos. Los cuestionamientos a
esos premios que afloraron durante el cenit del colapso han
pasado a segundo plano.
Los
banqueros aprovechan el clima de alivio para imponer un
congelamiento de las iniciativas de control financiero. Los
paraísos fiscales han sido maquillados y la penalización
de los movimientos cambiarios quedó pospuesta. Tampoco la
supresión del
secreto bancario se mantiene en la agenda de los debates.
Los micro-países que encubren transacciones sospechosas
(como Gibraltar, Andorra o Mónaco), solo deberán en el
futuro transparentar informaciones de escasa relevancia.
Las
distintas iniciativas de supervisión de las transacciones
financieras internacionales se mantienen en suspenso. Todos
esperan los cambios que introducirá Estados Unidos en su
normativa bancaria interna, para extender estas
modificaciones al plano global. Con su típica impronta
neoliberal, el FMI ha recuperado el manejo de los grandes
temas.
Pero
los problemas que detonaron el estallido financiero
persisten sin variantes, creando la posibilidad de otro
temblor. El gigantismo de las entidades ha sido potenciando
con nuevas oleadas de fusiones. Los bancos rescatados del
naufragio porque “eran muy grandes para caer”, ahora
protagonizan unas nueva secuencia de concentración
financiera y centralización de las decisiones en un puñado
de ejecutivos.
Reaparece el descontrol del riesgo
Luego
de la pausa impuesta por la crisis están resurgiendo las operaciones
financieras desbocadas. El principal indicador de este
florecimiento son los contratos de protección a
transacciones con títulos frágiles o amenazados por la
cesación de pagos de los emisores (CDS). En los últimos
meses se dispararon los precios y los volúmenes de estas
negociaciones
La
desaprensión por el riesgo vuelve a escena, a pesar de la
creciente difusión de los malabarismos contables que
realizan los bancos para ocultar sus quebrantos. Ya se sabe
que Lehman Brothers disfrazó en sus balances 50.000
millones de dólares de activos con problemas, durante los
meses que precedieron a su colapso. Este disfraz ha sido
también un hábito de muchos gobiernos, para vulnerar las
restricciones del endeudamiento mediante contabilidades
duplicadas.
Grecia
eludió por ejemplo los controles de la Unión Europea,
utilizando desde el 2001creditos con derivados provistos por
Goldman Sachs y Portugal recurrió entre 1998 y 2003 a las
mismas trampas contables, para tomar préstamos del Deutsche
Bank. Otro canal frecuentado para eludir los registros ha
sido un indescifrable endeudamiento con distintas monedas y
variados seguros de riesgo cambiario.
Los
fraudes que salen a la superficie ya no involucran solo préstamos
abusivos o distorsiones en el manejo de los créditos. Ahora
se sabe que los bancos de inversión pusieron en práctica
estafas premeditadas, lanzando bonos que deformaban los
datos para embaucar a los tenedores. Mediante el
ocultamiento de esa información indujeron a una
desvalorización de esos títulos, para engrosar sus
ganancias de intermediación.
Pero
la crisis ha demostrado cuán virulento es el estallido que
corona estas prácticas especulativas. Los mercados
realmente existentes son ajenos a las fantasías de
equilibrio, racionalidad y mesura, que proclaman los
manuales de economía convencional. Cuando estalla un crack,
los financistas se alistan en la primera fila de los prófugos
que abandonan los papeles y las monedas en riesgo, para
buscar alguna protección salvadora del estado.
Estas
pesadillas han sobrevolado nuevamente los mercados en los
primeros meses del 2010. La cesación de pagos de una gran
empresa de puertos e inmuebles localizada en Medio Oriente
(Dubai World) pareció reiniciar la tormenta. En ese pequeño
Mónaco del mundo árabe se concentran los despilfarros de
jeques multimillonarios, que participan en todas las
apuestas del momento.
El
monumental default que se avecinaba pudo ser contenido, pero
encendió una luz de alarma sobre situaciones semejantes en
grandes firmas. Las principales preocupaciones de los
expertos están actualmente concentradas en el estado
contable de varias compañías de primer nivel, que afrontarían
dificultades para saldar fuertes vencimientos.
Un
bazar de títulos
La
vertiginosa reaparición de las operaciones especulativas
ilustra el desarrollo que alcanzó la
titularización de la mayoría de las transacciones. En
últimos años los
grandes bancos se desprendieron de acreencias dudosas,
creando un gran mercado de certificados empaquetados con
riesgos diversificados (CDO). Esta masiva distribución de
papeles ha potenciado el desconocimiento de los montos en
circulación y de sus consiguientes posibilidades de cobro.
La
enorme variedad de bonos que inundan los mercados tiene
incorporados seguros para hacer frente a esa ceguera. Como
los financistas apalancaron sus transacciones -utilizando
poco capital propio en comparación a la magnitud de los
riesgos asumidos- se ha creado un incontrolable bazar de títulos.
Las emisiones se han multiplicado a un ritmo sin precedentes
y la ignorancia sobre los débitos y los créditos en juego
es mayúscula.
Los
grandes bancos continúan lucrando con este incentivo a
ignorar el riesgo, que generó la flexibilización de las
normas bancarias. Esa desregulación permitió repartir los
préstamos en una cadena infinitas de tenedores de títulos,
socavando la preocupación por la cobranza. Esta desaprensión
fue acentuada por la complicidad de las
agencias verificadoras, que hicieron su propio negocio
otorgando altas calificaciones a las entidades insolventes.
Por esta vía se avaló la circulación de bonos sin
respaldo y se precipitó un caos que salió a la superficie
en el 2008.
El
creciente desconocimiento del riesgo crediticio es un
resultado directo de las transacciones con títulos
derivados. Con esos instrumentos se buscó orientar la
inversión, mediante estimaciones comparadas de las
probabilidades de cobro de los distintos bonos. Se supuso
que esta evaluación mejoraría la gestión del riesgo,
olvidando que esos cálculos se realizan en un frenesí de
compras, ventas y apuestas, crecientemente combinadas y
diversificadas.
La
propia especulación con los nuevos títulos socavó la
consistencia de todas las evaluaciones. En lugar de ordenar
y proteger los mercados, la introducción de esas
sofisticadas operaciones multiplicó las jugadas y deterioró
la administración del riesgo. Nuevamente se ha confirmado
que la competencia entre los banqueros neutraliza cualquier
perfeccionamiento del cálculo financiero. La tentación por
obtener mayores beneficios potencia el manejo desaprensivo
de los créditos.
La
crisis ha corroborado, por lo tanto, la presencia de otra hipertrofia financiera, resultante de la emisión de bonos sobre bonos, en un sistema de préstamos
desbordado por la expansión autónoma de las finanzas. Este
tipo de coyunturas
configura una situación de sobre-acumulación de capital,
que repite lo ocurrido en las últimas décadas. Ya
hubo mega-préstamos a
los gobiernos del Tercer Mundo (1975-82), comercialización
especulativa con títulos variados (desde 1980) y un boom de
transacciones bursátiles asentadas en exigencias de
rentabilidad de corto plazo (desde 1994).
Cada uno de estos ciclos
desembocó en alguna crisis de envergadura.
El aumento de las tasas de interés (1978) concluyó
con el generalizado crack de las acciones (1987) y la etapa
de enriquecimiento bursátil de los 90 fue cerrada con el
colapso de las punto.com (2001). La conmoción en curso es
un resultado de la euforia con derivados y transacciones
inmobiliarias de los últimos años.
Pero
el actual estallido es más grave que las
conmociones precedentes por su carácter global y por su
preeminente localización en las economías avanzadas. A
diferencia de lo ocurrido en México (1982 y 1994), el Sudeste Asiático (1997), Rusia (1998) o Argentina
(2001), el epicentro del reciente temblor se ubicó en
Estados Unidos. Además, el alcance de la convulsión en ese
país superó los efectos de las últimas
cuatro crisis (1974-75, 1980-84, 1987-92 y 2001-03). Como
esta misma gravedad se observa en Europa
y Japón, hay muchos indicios de continuidad de la tensión
financiera.
Del socorro al ajuste
Las
consecuencias del rescate bancario sobre las finanzas públicas
de las economías avanzadas son enormes. En Estados Unidos la deuda pública saltaría de 62%
del PBI (2007) a108% (en 2014) por la
multimillonaria inyección de dólares, emitidos para salvar a más de 700 bancos,
compañías de seguros y empresas. Por esta razón el déficit
fiscal ya se ubica en 11%
del PBI y todas las proyecciones confirman que se mantendrá
en altos niveles, durante la próxima década.
El
mismo panorama se verifica en la Eurozona, dónde los
desbalances fiscales pasaron del 2% (2008) al 6,4% (2009) y
luego al 7% (2010)
La
situación más crítica se verifica en Grecia (12,7%),
España (11%) y Portugal (9,3%), no tanto por el
porcentaje del agujero fiscal sino por las dificultades para
financiarlo. Italia debe lidiar con magnitudes igualmente
desbordantes, pero mayoritariamente concentradas en bancos
locales y el déficit de Gran Bretaña (12,8%) sería
inmanejable si el país no fuera un centro financiero
mundial. Tampoco el desequilibrio de Francia (12%) es
tranquilizador. Una mirada general indica que la mitad de los países de la Eurozona están actualmente amenazados por
algún fantasma de default de sus pasivos estatales.
Una
situación semejante se vislumbra en otras partes del
planeta. La deuda pública de Japón se ubica al tope del
rojo en el ranking de los países industrializados, con
porcentajes que oscilan entre el 170% y el 200% del PBI. Al
cabo de muchos años de recesión, el nivel de actividad
económica ha sido sostenido con una canilla de gastos que
ha vaciado la tesorería nipona.
Este
despegue del gasto público en todos los países avanzados
está alcanzando
un techo que los acreedores cuestionan duramente. Los mismos
bancos que provocaron el reciente colapso ahora reclaman un
ajuste, que asegure la cobranza de los títulos emitidos por
el estado. La influencia de estos sectores se expresa en la
creciente gravitación de los republicanos estadounidenses y
los conservadores europeos.
Pero
existe un gran debate en el establishment sobre el efecto
que tendría un brusco recorte del sostén estatal a la
economía, cuando la recesión no ha concluido y la
recuperación apenas despunta. Nadie duda que en algún
momento sobre-vendrá el ajuste. Pero si el apriete es
aplicado a destiempo, su impacto sobre la producción, el
consumo y la inversión sería fatal.
Hasta el momento predomina la política de mantener el
socorro, ya que todas las economías se mueven al compás de
los recursos aportados por el tesoro. En las cumbres del
Grupo de los 7 prevalece una corriente favorable a continuar
el auxilio y posponer cualquier ajuste inmediato que pudiera
precipitar un freno severo del PBI.
La
mayoría de los economistas propone evitar la contención
anticipada del nivel de actividad, que se produjo en Estados
Unidos en la entre-guerra (1937) o en Japón durante la década
pasada (1993). Pero otros consideran que la demora en
iniciar el ajuste tornará inviable su manejo posterior y
convocan a comenzar cuanto antes el viraje hacia la
austeridad.
Un ensayo de la restricción será experimentado en los
próximos meses en la periferia de Europa. El apretón que
exigen los banqueros ya comenzó en Irlanda, Islandia y
Letonia y se prepara en Grecia, Portugal y España. Allí se
aplicará una reducción sin anestesia del déficit, con
brutales medidas de despidos, reducción de los salarios, recortes del gasto social y
contracción de la inversión pública. Los gobernantes y
los acaudalados del planeta seguirán con atención el
resultado de esta prueba, para definir los pasos siguientes.
El impacto productivo
Solo
una fuerte reactivación inmediata (en V) -apenas mediada
por alguna recaída (en W)- evitaría una aplicación del
ajuste. Pero los principales datos de la coyuntura indican
la preeminencia de un período de bajo crecimiento (en L).
Hasta ahora la socialización de pérdidas no ha inducido
una recuperación sólida del consumo o la inversión
privada, en ninguna economía desarrollada.
La
crisis actual desató la recesión global más importante de
las últimas décadas, con enormes frenos en la producción
de Estados Unidos, Europa y Japón. Esta regresión encontró
un piso a mitad del año pasado, pero el rebote hacia la
recuperación no se ha consumado plenamente.
El
deslizamiento hacia la depresión que se verificaba en las
principales potencias ha sido reemplazado por una situación
inestable de la actividad productiva.
El crédito no resurge, el consumo se mantiene contraído y
persiste la ausencia de inversiones. Esta coyuntura se
refleja en un comentario muy popular: “Wall Street salió
a flote, pero la gente común continúa en el pozo”
Durante
el 2009 se registró en Estados Unidos la mayor caída del
PBI de los últimos sesenta años (2,4%). Este desplome ya
encontró un piso y hay síntomas de reposición de
inventarios y cierta reanimación del gasto privado. Pero el
mercado inmobiliario continúa afectado y la inmovilidad del
crédito obstaculiza la recuperación efectiva del consumo,
que representa el 70% del PBI. Los alivios en la esfera
financiera no se trasladan a la vida actividad económica y
las expectativas en mayores exportaciones -como canal de
salida de la crisis- no se han verificado en los hechos.
La economía japonesa sigue estancada y los indicios de
recuperación observados a fin del año pasado (repunte del
1,1% del PBI), no remontan el gran bajón que se arrastra
desde los 90. Los signos deflacionarios ilustran la gravedad
de esta paralización, mientras China continúa capturando
mercados nipones y se dispone a desplazar a su rival del
segundo lugar en la economía mundial.
Pero es indudable que el área más crítica del mundo
desarrollado se ubica en
Europa, dónde la moderada recuperación del motor alemán,
no se extiende al resto la región. El Viejo Continente ha
soportado en el 2009 la mayor retracción desde la segunda
guerra (4% del PBI) y padeció un desmoronamiento aterrador
de su producción industrial
El leve repunte que actualmente se observa en Estados
Unidos y Japón no se prolonga a Europa,
que mantiene cifras de aguda crisis en todos los indicadores
de empleo, venta y consumo.
La
marcha general de la economía mundial continúa determinada
por la evolución de las tres regiones centrales que
concentran dos tercios del PBI global. Los números de los
países periféricos más pobres y dependientes de África,
Asia o América Latina tienen escasa incidencia sobre el
nivel general de la actividad productiva. Estas naciones han
sido nuevamente sacudidas por una eclosión proveniente del
exterior y con dramáticos impactos internos.
Esas
zonas padecen el recorte de las exportaciones, la reducción
de las remesas y la disminución de la ayuda internacional.
Pero lo más impactante es la magnitud de ciertas tragedias
sociales, como la expansión del hambre que produjo el
encarecimiento de los alimentos.
La
principal novedad de la crisis es la irrupción de un tercer
bloque de países, que comienzan a oscilar entre los dos
polos tradicionales del centro y la periferia. Por la
magnitud de los recursos demográficos, naturales y
militares que controlan o por su experiencia de dominación
geopolítica han quedado situados en ese terreno intermedio.
Los
datos del 2008-10 confirman este ascenso de las economías
semiperiféricas, encabezadas por el grupo de los BRICs. El
menor impacto del estallido financiero sobre estos países
ha renovado el debate sobre los
acoples, desacoples o re-acoples de estas regiones a la
oleada descendente. En las denominadas economías emergentes
se concentran los principales indicadores de una eventual
recuperación. Han logrado sustraerse del vendaval, pero no
podrían sustituir a las economías avanzadas como motor
del PBI global.
La
atención general está centrada en el futuro de China. La
nueva potencia asiática se mantuvo a flote durante la
crisis, aunque con tasas de crecimiento inferiores a su
media de los últimos tiempos. Preserva un nivel actividad
que le permite continuar duplicando su producto cada ocho años.
Pero habrá que ver si logra consumar el presagiado giro
hacia un mayor consumo interno, en desmedro de las
exportaciones. Muchos autores anticipan este ese éxito.
Sin
embargo el proceso de restauración capitalista ha creado en
China desequilibrios agrícolas, sociales y demográficos de
enorme envergadura. Particularmente chocante es la sustitución
de la vieja pobreza absoluta del agro por una nueva
polarización social en las ciudades, que ya alcanza
porcentajes latinoamericanos.
Al
compás de las privatizaciones y desregulaciones, el
ranking de la desigualdad trepó en el gigante oriental,
hasta situarse en el segundo lugar de los 22 países de
Sudeste Asiático. Hay una nueva clase de multimillonarios
que gana poder, junto a la consolidación de formas de
explotación asentadas en el desempleo, la pérdida de
derechos sindicales y la degradación de las condiciones de
trabajo (especialmente entre los emigrantes internos).
En
el comienzo del 2010 la crisis global ha desembocado en una
situación productiva muy desigual e inestable. Se frenó un
desmoronamiento, sin dar lugar a la recuperación
generalizada de los países centrales, aumentan las
desventuras del Tercer Mundo y las economías intermedias se
mantienen en carrera, sin sustituir la función motriz de la
Triada (Estados Unidos, Europa y Japón).
Desempleo y sobreproducción
La
gravedad de la crisis se verifica en la desocupación. La
destrucción de puestos de trabajo persiste a un ritmo feroz
en todas las economías avanzadas y la OIT estima que solo
en un escenario de gran crecimiento global, el nivel de
empleo comenzaría a recuperarse en el 2013.
Por
primera vez en 26 años la tasa de desocupación alcanzó en
Estados Unidos dos dígitos y en algunos países europeos
como España ya bordea el 20%. Estos niveles de paro limitan
la reactivación, erosionan el poder de compra y aplastan la
“confianza del consumidor”, en economías sostenidas por
el crédito.
Repitiendo
lo ocurrido en las últimas recesiones, la reciente caída
del PBI tiende a aniquilar más empleos que los generados en
la recuperación subsiguiente. La furibunda multiplicación
de los despidos preanuncia que el nivel de parados será muy
superior al total de contratados, en la eventual reactivación.
La
tasa de crecimiento en Estados Unidos durante el año en
curso debería alcanzar un inesperado 5% del PBI para bajar
apenas un punto el índice de desempleo. Para volver al
promedio precedente de parados se necesitaría un ritmo de
actividad que nadie avizora. Luego
de la última recaída (2001-03) transcurrieron cuatro años
hasta alcanzar la media anterior.
Un
problema subyacente es el impacto de la flexibilización
laboral y la segmentación del mercado de trabajo. Estas
regresivas transformaciones han generalizado una despiadada
competencia por empleos de mala calidad. Esta degradación
constituye el aspecto más nefasto de una crisis, que
amplifica la pobreza de los sectores sumergidos de la
sociedad norteamericana.
La
misma falta de empleos ya alcanzó en Europa un dramático
promedio de 10% de parados. La falta de trabajo ha
irrumpido, además, como la gran novedad en Japón, que
mantuvo durante décadas un nivel de ocupación superior a
la media de la OCDE.
El
desempleo es un efecto directo de la superproducción
imperante en la actual fase contractiva del ciclo
capitalista. La masa de productos lanzados al mercado supera
ampliamente su nivel de adquisición. Este tipo de sobrantes
irrumpe en todas las crisis periódicas de un sistema
asentado en la competencia por el beneficio. Los
desempleados son las primeras víctimas de este
desequilibrio, puesto que la carencia de puestos de trabajo
se expande junto al volumen de productos sin vender.
Esa
masa de excedentes determina un alto nivel de ociosidad de
la estructura fabril, que a su vez recrea el paro.
La tasa de utilización de la industria estadounidense se
ubicó durante el año pasado en 68%, es decir el nivel más
bajo desde 1948. Los sobrantes afectan especialmente
al sector de la vivienda, a varias ramas de la industria (máquinas,
edificios, fibra óptica) y a sus equivalentes de todos los
servicios (hoteles, turismo).
Lo
ocurrido en la industria automotriz es muy representativo
del alcance global de la sobreproducción. Los stocks
invendibles se han multiplicado significativamente, en una
rama que registró significativos incrementos de su
capacidad productiva en las últimas décadas. La
incorporación de nuevas compañías asiáticas a la
competencia que libran las firmas estadounidenses y europeas
ha potenciado esta explosión de sobrantes.
El
volumen actual de excedentes supera el registrado
durante el estallido del Sudeste Asiático
de 1997.
En esa oportunidad la sobreproducción de computadoras, chips y fibra óptica condujo a virulentas
devaluaciones. Pero la desvalorización monetaria -como
recurso de atenuación de los sobrantes- ha quedado limitada
por el carácter global de la crisis.
La plétora de mercancías que se observa en los mercados
es un efecto de la competencia global por fabricar masas
crecientes de productos con bajos salarios y menores costos.
En la alocada carrera por introducir nuevos bienes, la
oferta se ha desgajado de la demanda provocando fuertes
desajustes. Hay una frenética búsqueda de consumidores que
choca con infranqueables barreras de absorción.
Los drásticos procesos de privatización, desregulación y apertura de las últimas tres décadas
han potenciado este
atosigamiento de mercancías invendibles. El incremento del
comercio mundial por encima de la producción refuerza la
competencia global y el aumento de la productividad por
arriba de cualquier compensación salarial dificulta la
colocación de los bienes.
Solo una vigorosa recuperación de los ingresos y del consumo
permitiría la digestión pausada de estos excedentes. Pero
este escenario no está a la vista. La actual reanimación
frágil, lenta y desigual no desagotará sin traumas esos
sobrantes.
Los desbalances mundiales I
La crisis actual incluye un novedoso desequilibrio en la
relación entre Estados Unidos y China. El
sobre-consumo, el sub-ahorro y la sub-inversión del primer
país coexisten con el bajo consumo, el sobre-ahorro y la
sobre-inversión de la segunda economía. Un polo importa y digiere gran parte de los bienes que su contraparte fabrica y
exporta.
Al
cabo de un vertiginoso proceso de reestructuración
productiva, expansión de las empresas transnacionales y
liberalización comercial, Estados Unidos se ha convertido
en un gran mercado de productos elaborados en Asia. Los efectos de este
desbalance se verifican en tres hemorragias de la principal
economía del planeta: déficit comercial, expulsión de
empleos hacia el exterior y predilección de los capitales
nativos por la inversión foránea.
La
contrapartida china de estos desequilibrios es un bajo nivel
de consumo interior, en comparación a la magnitud de la
inversión. El país ha podido preservar una elevada tasa de
crecimiento en medio del vendaval global. Controla sus
finanzas públicas, evita la convertibilidad de su moneda,
acota el apalancamiento de los bancos y limita el
endeudamiento familiar. Pero estos escudos en el plano
financiero no se extienden al área comercial, donde
predomina una alta dependencia de la demanda foránea.
Por
esta razón la sobreproducción se traduce en una elevada
sobrecapacidad de la industria china, que ha sido
estructurada en las últimas décadas en torno a las
exportaciones. Mientras que el promedio salarial se mantiene
estancado, la altísima tasa de inversión -que bordea el
40% del PBI- ha sido modelada en función de las ventas
externas.
Toda
la dinámica que asumió la economía mundial en los últimos
años acentuó las asimetrías creadas por el déficit
comercial norteamericano (y sus baches crediticios), frente
a los excedentes exportables de China (con sus consiguientes
capitales sobrantes). Las familias estadounidenses se han
endeudado para consumir productos fabricados (y financiados)
por el socio chino, en un circuito alimentado por las
empresas transnacionales. Estas compañías han cumplido un
papel de mediación estratégica entre ambos mercados y
ahora afrontan las consecuencias de un modelo
dañado. Los desequilibrios
macroeconómicos globales que generaron los desbalances
entre las dos potencias han sido determinantes de la crisis.
Estos
desniveles comenzaron a proyectarse también al interior del
bloque asiático, desde que China se transformó en el principal contratista de la región. Opera de
hecho como un taller de ensamble de partes fabricadas en los
países vecinos, en muchos rubros de la actividad fabril
(electrónica, maquinaria, telecomunicaciones). Por esta razón
el superávit comercial de la potencia asiática con sus
socios de Occidente coexiste con cierto déficit, en los
intercambios con sus abastecedores de la zona.
China
ha incrementado estas ventajas con la reciente suscripción
de un tratado de libre comercio con sus socios de Asia
Oriental. Está reproduciendo una división desigual del
trabajo en la compra de insumos básicos y en la venta de
manufacturas, mientras absorbe el grueso de la inversión
extranjera externa y favorece (con subsidios y regulaciones)
a sus propios capitalistas, en desmedro de los competidores
foráneos. Por esta vía se refuerza la dependencia de todas
las economías menores de la región, que ya perdieron
significativos márgenes de autonomía monetaria y cambiaria
durante la crisis del 1997.
Pero
este tipo de desbalances se verifica también en otras
partes del mundo. Al interior de la Unión
Europea son muy visibles desequilibrios semejantes. El
proceso de unificación del viejo continente estuvo
caracterizado por una preeminencia exportadora de Alemania,
cuyos efectos emergen a la superficie.
La
crisis actual permite notar como la conformación del euro
sirvió para procesar la gran reconversión de la vieja
industria alemana, que renovó su perfil hasta convertirse
en una arrolladora máquina de generar excedentes (las
ventas externas pasaron del 20% del PBI en 1990 al
47% en el 2009)
Mientras que un anillo de economías vecinas quedó
asociado a este nuevo status (Francia,
Bélgica, Holanda), el grueso del continente padece los
efectos de la dependencia comercial. Los más afectados por
esta reestructuración (España, Grecia, Portugal) han
quedado incluso sometidos a las brutales exigencias de
ajuste de su socio. Mientras comienza a orientarse hacia
negocios extra-continentales, Alemania exige la inmediata
cobranza de sus acreencias.
La
crisis ha puesto de relieve la polarización existente entre
países europeos comercialmente excedentarios y
deficitarios. Esta fractura estuvo inicialmente amortiguada
por el ingreso al euro con devaluaciones anticipadas. Por
esa vía ciertas economías pudieron contar con ciertas
reservas de competitividad durante varios años. Pero un
desnivel que ilustra la gran heterogeneidad de la Unión
Europea ya no puede enmascarase.
Los
desbalances mundiales II
Los
grandes desequilibrios en el comercio y las finanzas ya
incidieron en la crisis mexicana (1994), brasileña (1999),
rusa (1998), argentina (2001) y precipitaron la gran
escalada de devaluaciones y ajustes comerciales que siguió
a la convulsión del Sudeste Asiático (1997). La
desconfianza de los acreedores hacia las economías que
financian sus compras externas con alto endeudamiento público
o privado precipita periódicas corridas contra los títulos
y las monedas de los países deficitarios.
Pero
la gran novedad actual es la extensión de estas tensiones a
Estados Unidos y a los países europeos, que acumularon
grandes desbalances en los últimos años. Todos afrontan
ahora el dilema de encontrar caminos para zanjar esas
tensiones.
La
economía capitalista siempre opera con desequilibrios
sectoriales, regionales y mundiales.
Hay trastornos de abastecimientos, precios o volúmenes de
fabricación, entre las distintas ramas de la producción y
en múltiples esferas del consumo a escala nacional. Estas
tensiones se tornan más significativas en las compras y
ventas entre países que comercian con niveles de
productividad muy diferenciados. Bajo el imperio de la
competencia estas divergencias imponen periódicos ajustes,
que son solventados por las clases oprimidas.
En
la crisis actual los principales desbalances
afectan a las grandes potencias y exigirán sacrificios de
los pueblos de estas regiones. Pero la gravedad de
los desequilibrios acumulados y
el entrelazamiento mundial de capitales distinto origen,
tornan muy complicada la atenuación de esos desniveles.
Los economistas del establishment discuten varias
alternativas, pero enfrentan un dilema semejante al recorte
del socorro estatal a la economía. El problema no radica sólo
en dónde ajustar, sino también cuándo hacerlo. Hasta
ahora predominan genéricas convocatorias a reducir las
desproporciones comerciales y financieras entre países,
mediante el
“rebalanceo” de las cuentas mundiales.
El
punto de partida de esta solución sería un aumento simultáneo
del ahorro
estadounidense y del consumo chino, para frenar
la adición norteamericana al consumo desmesurado e
incentivar el retraído gasto asiático. El debilitamiento
de dólar y el fortalecimiento del yuan permitirían
acelerar esta corrección.
Pero
no es sencillo resolver este desequilibrio en los hechos.
Las ganancias que aportó a las empresas transnacionales el
desenvolvimiento de la mundialización neoliberal se han
basado en estos intercambios desproporcionados. Mientras que
el alto consumo interior facilitó la recuperación hegemónica
de Estados Unidos, la pujanza exportadora sostuvo el
reingreso de China al capitalismo. Un giro norteamericano
hacia el ahorro y un viraje asiático hacia el gasto interno
pondrían en serios aprietos a este esquema.
La
superación de los desbalances globales va mucho más allá
de un ajuste de políticas comerciales o financieras.
Involucra cambios político-estratégicos, que son
resistidos por los principales actores de la economía
mundial. Aunque el modelo de consumo norteamericano
financiado por vendedores chinos ha quedado seriamente
afectado por la crisis, no hay alternativas claras a este
esquema.
En
el escenario actual Estados Unidos no puede retrotraerse
hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y China no
puede sustituir a la primera potencia, como motor del
consumo global. El gigante norteamericano ya no está en
condiciones de dictarle
a su principal socio los términos de un rebalanceo, pero
tampoco su contraparte tiene fuerza suficiente para imponer
su agenda.
Esta contradicción determina la sucesión de conflictos
que los economistas convencionales reducen a desavenencias
de aranceles, tipos de cambio o tasas de interés. No
relacionan estos desbalances económicos con las
desigualdades sociales que benefician a los capitalistas de
ambos polos.
Un análisis de los desbalances comerciales en función
de las tasas de explotación vigentes en China y de los
bajos salarios predominantes en Estados Unidos exige incluir
la órbita política en el análisis de la crisis. En esta
caracterización hay que prestar atención a dos indicadores
centrales de la convulsión actual:
la cohesión por arriba y la resistencia por abajo.
II. Coyuntura político-social
La reacción de las distintas potencias frente al
estallido financiero ha sido muy desigual. Esta intervención
puso de relieve tanto la posición económica de cada país
en el orden mundial, como su lugar político-militar en esa
estructura. A medida que la crisis avanza se profundiza un
reordenamiento de las relaciones de poder, entre los
protagonistas de ese dispositivo.
Supremacía
imperial
En el momento más álgido del desplome bancario
prevaleció la coordinación y el socorro mutuo entre
Estados Unidos, Japón y Europa. Se multiplicaron las
cumbres presidenciales y predominó la decisión compartida
de salvar a los bancos con gasto público e intervención
del estado. Nadie actuó por las suyas violando esta agenda
conjunta. Frente a una crisis de proporciones mayúsculas,
la reacción de los poderosos fue intentar una respuesta
internacional común. En las circunstancias más peligrosas
de la convulsión se apeló al auxilio ilimitado y en los
respiros se implementaron políticas anti-cíclicas
relativamente consensuadas.
Esta conducta reflejó el mayor entrelazamiento del
capital a escala mundial y la creciente gravitación de las
empresas transnacionales. Pero reacciones de este tipo solo
irrumpen en los momentos de crack. Posteriormente reaparecen
los intereses contrapuestos que enfrentan a las principales
potencias.
Lo
más llamativo de los sucesos del 2007-2010 ha sido el papel
predominante que ha jugado Estados Unidos. Afrontó con
mayor capacidad de respuesta una crisis originada en su
territorio. Esta reacción expresa, en primer lugar, la
gravitación que mantiene su economía. A pesar de las
posiciones perdidas en las últimas décadas, el gigante del
Norte continúa manejando las mayores empresas
transnacionales y el principal centro financiero del planeta.
Esta
incidencia explica parcialmente la predilección por el dólar
y los Bonos del Tesoro como refugios frente al
desmoronamiento de los bancos. También esclarece el papel
de Reserva Federal que actuó de hecho como un Banco Central
global, orientando todas las variables monetarias de los
mercados. Esta función contrastó con el comportamiento de
las entidades japonesas que volvieron a exhibir sometimiento
al padrino estadounidense y del Banco Central Europeo, que
fue incapaz de adoptar alguna medida significativa.
Pero
la reacción norteamericana también se explica por la
magnitud del aparato estatal y de la estructura político-militar
que detenta la primera potencia. Este liderazgo en el
dispositivo imperialista se puso de manifiesto nuevamente en
la reciente cumbre de 47 países, que discutió en
Washington la agenda nuclear que estableció el anfitrión.
Como
Estados Unidos ya no afronta una perspectiva de guerra con
la URSS, sino el peligroso descontrol del comercio de armas
atómicas, exige la supervisión ese intercambio. El Pentágono
se atribuye la última palabra para definir quién accede al
mortífero club, mediante una doctrina que cataloga a Irán
y a Corea del Norte como amenazas, a Israel como custodio de
la paz y a India o Pakistán como participes maduros del
juego de la disuasión.
En
Washington se definió blanquear los arsenales atómicos
para impedir transferencias indeseadas e instaurar un
control del stock de plutonio y uranio enriquecido, bajo el
riguroso escrutinio estadounidense. Esta supervisión es
exigida, además, por el Departamento de Estado ante la
reactivación general del desarrollo nuclear, como fuente de
energía alternativa al petróleo.
Sin
gran demora en el cónclave se dispuso colocar una
importante porción de todo el material dudoso bajo la
supervisión norteamericana en solo cuatro años. Los más
obedientes ya se anticiparon a entregar esos recursos
(Chile, Canadá, Ucrania, México). En la medida que asegure
su control del ajedrez nuclear, Estados Unidos podrá
desarrollar los nuevos armamentos convencionales, que
constituyen su apuesta estratégica para el próximo período
La
otra definición que impuso el Pentágono fue un nuevo ultimátum
a Irán. Repitiendo el chantaje de Bush a Irak, las Naciones
Unidas exigirán el desarme del enemigo del momento,
mientras se mantiene abierta la carta de un bombardeo israelí
contra las instalaciones persas, que ya espiaron los agentes
del Departamento Estado. El objetivo es garantizar la
supremacía nuclear de ejército sionista en esa región.
Europa
y Japón continúan aceptado la primacía militar
norteamericana en su propio interés. El Pentágono actúa
como garante de un orden capitalista global, que los protege
frente a los dislocamientos geopolíticos y los brotes de
insurgencia popular.
Este
aval fue muy visible en la Cumbre de la OTAN de Estrasburgo
(2009), que convalidó todos los operativos de terrorismo de
estado que implementa la CIA. La Unión Europea brinda su
espacio aéreo para las operaciones encubiertas de los
militares yanquis. Las principales potencias del Viejo
Continente aportan tropas a las invasiones de Medio Oriente
y apuntalan el intervencionismo que desarrolla la OTAN desde
la guerra de Yugoslavia (1999).
El pantano militarista
En
plena conmoción financiera, Estados Unidos aprovechó el
sostén de sus aliados para reforzar su ocupación de Irak,
acentuar el despliegue de tropas en Afganistán y redoblar
la presión sobre Irán. Obama se ha embarcado en una guerra
infinita contra el mundo islámico, extendiendo el
despliegue de efectivos, saltando de un país a otro, con
operaciones crecientemente costosas y prolongadas.
En
Afganistán aumentó la presencia de soldados y agencias de
seguridad que desenvuelven sus propias batallas y negocios.
El nivel de corrupción generado por el tráfico privado de
armas y heroína bate todos los récords. En Irak la
tranquilidad de los cementerios es periódicamente quebrada
por nuevas masacres contra la población civil, mientras la
ocupación se eterniza con incursiones hacia el Yemen y
Pakistán. Reproduciendo la ampliación de la guerra de
Vietnam a Laos y Camboya, toda una región ha quedado
involucrada en las acciones sin fronteras, que desenvuelven
los marines.
La
hegemonía de la primera potencia no está amenazada en el
corto plazo por ningún candidato a tomar el comando
imperial. Pero esta primacía tiende a ser socavada por la
resistencia popular que desatan los brutales operativos del
imperialismo.
El
odio popular que se acumula frente a las masacres y
ocupaciones de los marines crece día a día. El Pentágono
se ha metido en un pozo de invasiones, que cuando dan
respiro en Irak se agravan en Afganistán y cuándo se
alivian en Palestina, irrumpen en Pakistán. Los ocupantes
tapan un bache y abren otro agujero. Logran transitorios
controles de los centros urbanos, perdiendo el manejo de las
zonas alejadas y se recuestan en gobiernos aislados.
Pero
lo más grave son las heridas creadas por las matanzas de
civiles y por las catástrofes humanitarias que padecen los
refugiados. La degradación moral de los invasores y sus
mercenarios se acrecienta sin pausa. Los medios de
comunicación encubren estas aberraciones, que toman estado
público con los relatos de los retornados del frente.
Obama
abandono todas sus promesas de acotar este salvajismo.
Mantiene una rigurosa censura de imágenes de las
brutalidades cometidas por sus tropas, avala la continuidad
de las torturas, preserva los asesinatos selectivos en el
exterior y mantiene la indefinición judicial de los
secuestrados en Guantánamo. Además, recurre a los mismos
fantasmas de Bin Laden que desplegó Bush, para crear miedo
y justificar el curso belicista.
Solo
la profesionalización de la guerra ha permitido a Estados
Unidos silenciar la creciente oposición interna a esta acción
imperial. El uso de contratistas y sofisticados pertrechos
ha mantenido hasta ahora el número de bajas muy lejos del
promedio de Vietnam. Pero este reemplazo de conscriptos por
equipamiento y contratistas torna muy costosas las guerras
de una potencia, que acapara el 48% del gasto militar
mundial. Estos desembolsos consumen el 54% del presupuesto
estadounidense contra el 6,2% de educación y 5,3% de salud.
Estos
compromisos belicistas bloquean la implementación de
reformas sociales significativas dentro de Estados Unidos.
El plan de salud finalmente aprobado, no es ni la sombra de
lo que se había prometido. Millones de personas continúan
sin seguro de enfermedad y deben adquirir costosas pólizas
individuales que aseguran los negocios del lobby farmacéutico.
Los republicanos esperan lucrar con los efectos políticos
de estas frustraciones en el plano interno.
Sometimientos y tensiones
Es
importante notar que el aval de la Triada al liderazgo
imperial norteamericano se ha mantenido sin cambios durante
la conmoción financiera. Ciertamente el gigante del Norte
ya no actúa con la soberbia unipolar de los años de Bush.
Han aparecido muchas grietas en esa dominación. Pero esas
tensiones no son novedosas. Ahora Turquía se distancia de
Israel y Alemania o Japón objetan los abusos de las tropas
norteamericanas en sus territorios. Pero en el pasado
Francia se negaba a participar de la OTAN y muchos
subordinados al Pentágono ejercitaban una diplomacia
pendular.
Con
las espaldas cubiertas por el apoyo de sus socios, Estados
Unidos encara la negociación más compleja con sus dos
grandes adversarios en el terreno geopolítico: Rusia y
China. Con el competidor eslavo suscribió un nuevo tratado
de racionalización del armamento nuclear obsoleto, que no
introduce ningún ingrediente de pacificación mundial.
Simplemente se han retomado los acuerdos para aliviar el
arsenal mutuo ya inutilizable, mientras se perfecciona una
nueva generación de armas atómicas.
Para
alcanzar este convenio Estados Unidos debió posponer el
escudo anti-misiles, que estaba desplegando en sus nuevos
satélites de Europa del Este. La prioridad del momento es
comprometer a Rusia en el cerco de Irán y en el control de
las trasferencias atómicas a terceros países. Con este
objetivo el Departamento de Estado encubre en forma
descarada, todas las masacres que perpetran las tropas rusas
en las republicas autónomas del Cáucaso. Estas matanzas ya
alcanzan niveles terroríficos en caso de los chechenos. El
reciente estallido de Kirguistán es otro indicio de la
explosiva situación que se ha creado en en los corredores
de Asia Central.
La
misma política de convivencia geopolítica ensayada con
Rusia se extiende a China. La estrategia norteamericana
apunta a contener negociando a su gran rival de Oriente.
Esta política persiste a pesar de las tensiones registradas
últimamente (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai
Lama, críticas a la censura informativa de Google).
La
primacía militar del imperialismo norteamericano se nutre,
a su vez, del comportamiento conciliador que exhiben las
economías intermedias. Esta actitud se puso de relieve
durante la crisis financiera, mediante la cooptación de
estos países a la gestión global (extensión de las viejas
cumbres del G 7 al nuevo G 20). Esta articulación ha sido
indispensable para sostener el socorro a los bancos,
asegurar el rol ordenador de la FED y apuntalar el
resurgimiento del FMI ante la potencial flaqueza del dólar
durante el diluvio.
En
ciertos planos la performance que asumen los BRICs parece
desentonar con esta política que privilegia la asociación.
La cumbre nuclear de Washington fue por ejemplo seguida de
una reunión autónoma en Brasilia. El encuentro ratificó
por un lado la existencia del grupo, pero también evidenció
cuán lejos se encuentra de conformar un bloque.
En
el cónclave no hubo acuerdo en el tema central de Irán, ya
que Rusia y China tienen sus propios intereses sub-imperiales
en la zona y no quieren lidiar con la presencia de un ejército
persa dotado de armas nucleares. Por estas razones, no
avanza demasiado el intento de Brasil de crearse un lugar
diplomático internacional, como
intermediario de grandes conflictos.
En
lugar de plantear algún desafío a la estrategia belicista
norteamericana, los BRICs acordaron ensayar el mismo rol que
jugaron Francia y Alemania frente al Irak en el 2001-2003.
Complementarán un ablande de Teherán por medios diplomáticos,
mientras el imperialismo multiplica sus amenazas.
Habrá
que ver si el nuevo alineamiento de las economías
intermedias logra consensos estratégicos o por el contrario
sufre una abrupta erosión. Todos los miembros de ese núcleo
sufren tentadoras ofertas de alianza bilateral por parte de
Estados Unidos. Es muy significativo que durante los
momentos más problemáticos de la crisis financiera, China
no dudara en priorizar su relación comercial-financiera con
el gigante norteamericano.
Aluviones en la eurozona
Al
comienzo del 2010 el epicentro de la crisis se ha trasladado
a Europa. Si
Japón fue la potencia más afectada por el contexto económico
de los 90, el viejo continente se perfila como la principal
víctima de la convulsión en curso. Esta desventura no
obedece a episodios coyunturales, desbalances fiscales o
desaciertos financieros. Europa
ha perdido posiciones en la reestructuración global frente
a sus competidores. Este retroceso se verifica en numerosos
indicadores de largo plazo.
El
crecimiento de su productividad se ubica dos tercios por
debajo de Estados Unidos y la inversión en investigación y
desarrollo se ha situado por detrás de la primera potencia
(y de Japón). Mientras que la participación europea en el
comercio internacional se reduce año tras año, el
envejecimiento de la población se acelera a un ritmo
preocupante. En el año 2020 los mayores de 60 años
duplicarán el porcentual vigente en la actualidad.
Estos
datos explican en parte la manifiesta impotencia que ha
exhibido la Unión Europea frente a la crisis global. En
esta convulsión se verificó la precariedad política y la profunda
heterogeneidad de la asociación. En los momentos más
críticos cada estado salió a defender a sus propios grupos
capitalistas, expresando la ausencia de un capital
genuinamente continental y la inconsistencia de los
funcionarios que promueven esa articulación. La propia
conformación de la Unión estuvo siempre afectada por la
estrategia de grandes empresas, que internacionalizaron su
actividad a una escala más global que regional.
La
impotencia del Viejo Continente para lidiar con la crisis ha
reforzado el discurso habitual de los neoliberales contra la
“euro-esclerosis”, que atribuyen a la subsistencia del
estado de bienestar. Con este mensaje oscurecen la involución
en curso hacia la desregulación laboral que se está
registrando en la zona, al compás del desempleo y el
aumento de la pobreza. La instrumentación de estas
agresiones quita actualidad a la vieja queja ortodoxa contra
el “exceso de protección social”.
La
principal preocupación de la construcción neoliberal
europea ha sido justamente eliminar esas conquistas mediante
la flexibilización del mercado laboral, la reforma del
sistema de pensiones y el pago de salarios atados a la
competencia con trabajadores extranjeros.
Los
socialdemócratas y keynesianos han hecho la vista gorda
frente a esta involución, en su mítica defensa del modelo
europeo frente al esquema liberal anglosajón. Han quedado
desconcertados por la virulencia que presenta la crisis en
el propio corazón de la sociedad que idolatran. Ante la
imposibilidad de explicar este impacto, concentran todas sus
explicaciones en las dificultades coyunturales de la
unificación.
Afirman
que la moneda común fue adoptada en forma prematura, es
decir antes de alcanzar equilibrios productivos entre los países
miembros. También objetan que el euro fuera introducido sin
contar con una estructura de sostenimiento del nuevo signo.
Señalan que la suscripción del tratado de integración se
realizó a destiempo, con asociaciones monetarias
adelantadas a la convergencia de políticas fiscales y
estructuras laborales.
Otras
caracterizaciones semejantes ponen el acento en la “política
dogmática del Banco Central Europeo”, que forzó una alta
cotización del euro. Destacan los múltiples inconvenientes
creados por la vigencia de elevadas tasas de interés, que
impidieron contrarrestar el desplome productivo inducido por
la crisis. Explican estos desaciertos por la preeminencia de
una elite de banqueros, reacia a tolerar el aumento de la
demanda con mayor gasto público.
Pero
al explicar la fragilidad de la respuesta europea por equívocos
de política económica, errores de coordinación fiscal o
excesos de ajuste financiero, se omite caracterizar las
causas subyacentes de estos desequilibrios. Europa apenas
intenta construir lo que Estados Unidos ya detenta desde
hace varios siglos: una clase dominante homogénea y
consolidada al frente de un estado común. Solo esta
configuración permite a los poderosos actuar ante grandes
crisis y desenvolver operativos imperialistas en el
exterior. En un período de aguda competencia global, el
Viejo Continente solo construye la estructura que su
competidor ya tiene aceitada.
En
este marco la crisis ha servido para refutar la imagen
benevolente del capitalismo europeo, como un sistema
solidario con los humildes y contemplativo con los
sufrimientos populares. La reacción de los líderes de la
Unión frente a los países más golpeados por la convulsión,
no se diferencia en nada de las brutalidades que ha exhibido
siempre el neoliberalismo anglosajón. Especialmente
Alemania ha planteado exigencias de ajuste, en los mismos términos
que utiliza el Fondo Monetario para lidiar con el Tercer
Mundo.
La
agresión germana se concentra actualmente en las economías
del sur europeo. Todas las miradas de los dominadores se
concentran en un atropello, que marcará el tono de las próximas
andanadas contra otros miembros de la Unión. Con un ajuste
ejemplar se intenta evitar la contaminación de la crisis,
forzando drásticos recortes de los gastos y una gran
limpieza de capital. Pero la implementación de esta cirugía
genera múltiples interrogantes.
Dilemas frente a próximos
colapsos
El
atropello que se vislumbra en Grecia ilustra el alcance del
recorte en marcha. Repitiendo la receta aplicada tantas
veces en América Latina se prepara una inmediata reducción
de los salarios (20%), aumentos de la edad de jubilación,
introducción de un sistema privado de pensiones e
incrementos de los impuestos indirectos (electricidad,
combustible). Con esta confiscación se busca asegurar el
pago de intereses de una deuda descomunal, en un país que
ya arrastra una tasa promedio de desempleo de 11% (25% entre
jóvenes o mujeres) y una tasa de pobreza del 21% (que subiría
durante el año al 29%).
Para
justificar esta agresión al nivel de vida popular se
recurre a los argumentos de siempre. Los acaudalados
culpabilizan a los empleados públicos, a la corrupción y
al gasto público de todos los males que sufre el país.
Pero olvidan aclarar que suprimiendo las exenciones
impositivas, reduciendo la evasión y estableciendo gravámenes
a las principales fuentes de recaudación (flete marítimo,
comercio y turismo), el quebranto fiscal se reduciría
abruptamente.
También
España figura entre los principales candidatos al próximo
ajuste. El FMI ya realizó un explicito llamado a recortar
los salarios y debilitar los sindicatos. El país afronta
una enorme deuda pública, sujeta al chantaje de pagos
puntuales que imponen las calificadoras. Además, arrastra
una burbuja inmobiliaria de mayor dimensión relativa que su
equivalente norteamericana. Una economía que apenas araña
la decima parte de Estados Unidos, carga con la misma
cantidad de viviendas sin vender.
Desde
el nacimiento de Euro, España fue un imán para los
inversores inmobiliarios atraídos por la baratura de la
tierra y las oportunidades de la construcción. Esta oleada
condujo a un sobrante de viviendas que no encuentra
desahogo. Para colmo, los bancos están muy apalancados y el
endeudamiento de los consumidores no guarda proporción con
la escasa solidez productiva del país. El gobierno ya
comenzó el ajuste retirando el socorro crediticio que había
puesto en circulación al comienzo de la crisis. Pero esta
medida es apenas un prolegómeno de los próximos recortes.
También
Portugal ha sido ubicado en la cola de las víctimas por las
calificadoras, que redujeron abruptamente el status de su
deuda. El gobierno aceptó esta presión y prometió duras
medidas de achicamiento del déficit fiscal, que caería de
9,3% a 2,8% en solo tres años.
Pero
las clases dominantes del Viejo Continente carecen de un
soporte continental confiable para implementar estos
atropellos. La Unión Europea no cuenta con respaldo político,
ni legalidad o autoridad suficiente para sostener las
medidas que adopta cada gobierno. Ni siquiera tiene fuerza
para exigir dureza a cambio de financiación. Por esta razón
el Banco Central Europeo vacila en lanzar el plan que
instrumentó hace dos décadas Estados Unidos, ante desplome
latinoamericano (Plan Brady). Tampoco se atreve a repetir el
auxilio que otorgó la FED a los bancos afectados por la
cesación de pago de México en los años 80 y 90.
La
Unión Europea está corroída, además, por los intereses
financieros divergentes de sus miembros. En los momentos críticos
cada potencia prioriza el salvataje de sus propios deudores.
Los bancos franceses y suizos con alta exposición en Grecia
chocan con los británicos afectados por los pasivos de
Irlanda y con los alemanes golpeados por la deuda de España.
Pero
todos afrontan el dilema de salvar al deudor o ser
arrastrados por su quebranto. Si optan por el socorro
aumentarían su propia exposición, pero si los dejan caer
podrían quedar sumergidos en un naufragio general. Solo el
paso del tiempo brindará respuestas a estas disyuntivas.
La
Unión Europea debe lidiar con decisiones que involucran
también a su futuro geopolítico. Según opte por abandonar
a los ahorcados o por rescatarlos con fondos comunitarios y
compartidos con el FMI, la asociación quedará fortalecida,
debilitada o dislocada. El comportamiento del euro
seguramente anticipará cuál de estas alternativas
predominará.
En
lo inmediato las distintas opciones se juegan en la reacción
frente al colapso griego. Mientras que un grupo de bancos y
países (encabezados por Francia) pugna por refinanciar la
deuda con créditos emitidos por la propia Unión (en la
perspectiva de un fondo de estabilización europeo),
Alemania (con el sostén de Italia, Holanda y Finlandia)
tiende a imponer una asociación con el FMI.
El
objetivo germano es aligerar el monto de la carga financiera
y utilizar toda la experiencia auditora que tiene el gran
ajustador mundial de los países colapsados. Esta
preferencia por el FMI es muy ilustrativa de la predilección
alemana por una asociación con Estados Unidos, en desmedro
del proyecto más autónomo que propone Francia.
El
euro seguirá a los tumbos mientras se procesen las
distintas alternativas y predomine una furiosa especulación
contra los títulos públicos próximos al default. Las
economías que no resistan el torbellino de los próximos
meses podrían ser empujadas a devaluar y a quedar fuera de
la Eurozona.
Pero
como lo demuestra el caso de Letonia, un ajuste en los
bordes de esa asociación es tan atroz como dentro de esa
estructura. La pequeña economía del Báltico -que no había
ingresado a la moneda común- recurrió a una devaluación
monitoreada por el FMI. El resultado fue un derrumbe del 25%
del PBI y un desmoronamiento nunca visto de los salarios.
Un
desastre parecido se ha vivido en Hungría tras un desplome
del PBI (6,3% el año pasado), que indujo a solicitar
auxilios al FMI a cambio de durísimos recortes del gasto público.
Otros países que aún no definieron si se sumarán al euro
(Polonia, República Checa, Bulgaria y Rumania), observan de
cerca cual de los dos ajustes sería más traumático.
Resistencia popular
La
tormenta global se ha situado en un continente con gran
acervo histórico de luchas sociales. Ese legado se pondrá
en juego en la batalla contra los proyectos capitalistas.
Las clases dominantes apuestan a imponer sus atropellos,
para relanzar otra fase de neoliberalismo.
Durante
el año pasado la reacción popular fue limitada por la
sorpresa que generó la crisis, entre asalariados
acostumbrados a la gestión negociada de las turbulencias
económicas. La expectativa de frenar la ofensiva
capitalista con tratativas de los sindicatos arbitradas por
los estados contuvo el inicio de la protesta, en el
agobiante contexto creado por el desempleo.
Pero
también influyen
en las vacilaciones populares varias décadas de
preeminencia ideológica conservadora. Como esta gravitación
generalizó la simplificada identificación de la crisis con
desgracias exclusivas del Tercer Mundo, el estallido
financiero fue recibido en las economías avanzadas con
estupor. Este desconcierto se reforzó posteriormente con el
trato despectivo que los grandes medios de comunicación
propinaron a los países más endeudados. La denominación
burlona de PIGS ya
no está destinada a naciones de África o Latinoamérica,
sino a España, Grecia, Irlanda y Portugal.
También
el clima de respiro financiero que acompañó al socorro de
los bancos permitió contener la respuesta popular. Pero el
ajuste que inicialmente se pospuso finalmente ha llegado y
comienza a desatar el furor en las calles de Grecia.
En
un país con gran tradición de izquierda, poderosos
sindicatos y movimientos radicales se han realizado desde
febrero tres huelgas generales y enormes manifestaciones de
repudio al atropello capitalista. También en España
comienzan a extenderse las protestas y los trabajadores de
Francia impulsan la resistencia con paros y movilizaciones.
Estas
respuestas no se ubican todavía a la altura de la agresión
patronal. Marcan un primer paso, cuyo desarrollo también
dependerá del cuadro político vigente en la región. La
derecha en el gobierno de Alemania o Italia no disimula su
decisión de atropellar a los trabajadores, pero en otras
zonas ha recibido fuertes palizas electorales (Francia). La
socialdemocracia que administra los países más golpeados
por la crisis, repite su viejo rol sustituto de los
conservadores. Grecia es el ejemplo más nítido de ese
reemplazo. Por tercera vez en la historia del país, un
miembro de la dinastía Papandreu es protagonista de un
viraje regresivo.
También
en España un gobierno socialdemócrata acepta el ultimátum
de los banqueros y negocia un pacto social para aumentar la
edad jubilatoria, flexibilizar más el empleo e imponer la
austeridad contra los trabajadores. En Portugal sus colegas
ya han lanzado un programa de recorte del gasto público afín
a las demandas de los financistas. Este tipo de medidas
conduce a la confrontación de clases.
Lo
ocurrido en Islandia podría anticipar el rumbo de la reacción
popular. En un plebiscito masivo se rechazó el pago de la
deuda con indemnizaciones a los acreedores británicos y
holandeses. Se cuestionó compensar a los clientes
extranjeros de tres entidades quebradas por un monto
equivalente a un tercio del producto anual de la isla.
Ese
convenio ha sido impuesto por el FMI, mientras Gran Bretaña
amenaza con duras represalias si persiste la negativa
popular a asumir esos pasivos. Pero la resistencia a esta
infame imposición ha puesto en jaque todo el sistema de
bancos desregulados, que convirtió a Islandia en un refugio
de la inversión extraterritorial.
La
gravitación de la periferia europea aumentará a medida que
se aproxime el desenlace de la crisis. Frente a situaciones
de próximo default, algunos bancos exigen mayores ajustes y
resguardan sus negocios liquidando los títulos públicos de
los países más acosados.
En
esta dramática coyuntura los neoliberales presentan el
recorte deflacionario, como la única opción para
administrar la crisis. Señalan que el otro camino
-devaluación y abandono del euro- provocará disloques
mayores. Este libreto es repetido por todos los gobiernos,
que refinancian los pasivos estatales mendigando créditos a
los banqueros.
Pero
un vistazo a lo ocurrido en América Latina en situaciones
semejantes durante la década pasada, permite reconocer la
existencia de alternativas a esa extorsión. Se puede
recurrir a una ruptura de negociaciones con el FMI (y sus acólitos
de la UE), a moratorias de la deuda, a la suspensión de los
pagos, a la introducción de impuestos progresivos y a la
nacionalización de los bancos.
Este
tipo de iniciativas están inscriptas en todos los programas
de los movimientos sociales de Argentina, Venezuela, Bolivia
o Ecuador. Luego de padecer los brutales efectos de la
crisis, los pueblos de estos países lideraron la
confrontación con los financistas.
En
distintos análisis de la crisis financiera europea se
comienza a considerar estas opciones radicales. Estas
medidas son indispensables para canalizar en forma
progresiva la desesperación de la población. En ausencia
de esta alternativa podría exacerbarse el predicamento de
la xenofobia ultraderechista, que culpabiliza a los
inmigrantes del desastre social.
Varios
programas de izquierda proponen refundar la construcción
europea con distintas iniciativas para bloquear la
especulación financiera, prohibir las operaciones con títulos
sofisticados y
sustituir el endeudamiento en los mercados financieros por
créditos directos de los Bancos Centrales. También se
propone la creación de un fondo continental para realizar
la convergencia hacia arriba de los derechos sociales,
instaurando impuestos unificados al capital y creando
empleos en forma directa, mediante la reducción de jornada
de trabajo.
La
experiencia latinoamericana podría resultar muy provechosa
para los movimientos que encabezan la protesta en Europa. En
el Nuevo Mundo los pueblos ya atravesaron por la dramática
situación que hoy enfrentan los trabajadores del Viejo
Continente. Hay un legado de formas de acción y proyectos
alternativos que contribuirían a desenvolver la
resistencia. Pero esta movilización también dependerá de
las tendencias más estructurales que han aflorado con la
crisis.
III. Etapa y
contradicciones
La
crisis actual asume otra escala si su estudio es abordado
considerando todo el período neoliberal. En este caso los
desajustes coyunturales que provocan los capitales
sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas y los
bienes intercambiados en forma desproporcional, quedan
inscriptos en desequilibrios estructurales más
significativos.
Estas
contradicciones determinan las causas subyacentes de la
crisis, que han sido generadas por las tensiones acumuladas
durante dos décadas. Estos desequilibrios se procesan en la
esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de
ganancia, en una nueva etapa del capitalismo.
Otro período, otras
crisis
Desde
la mitad de los años 80 la mundialización neoliberal
introdujo cambios significativos en el funcionamiento del
sistema, basados en la ofensiva que perpetraron los
poderosos contra las conquistas sociales. Este ataque
condujo al deterioro de las condiciones de trabajo en los países
avanzados y al empobrecimiento de la periferia, en un marco
de expansión del capital hacia nuevos sectores
(privatizaciones, educación, salud, pensiones) y nuevos
territorios (ex países socialistas).
El
capitalismo comenzó a operar en un contexto de creciente
mundialización comercial, financiera y productiva. Esta
mutación fue favorecida por el desenvolvimiento de una
revolución informática, que generalizó el uso de las
computadoras en la actividad económica, modificando los
patrones de fabricación, venta y consumo de los bienes. La
misma innovación brindó a los bancos un nuevo soporte para
gestionar las finanzas.
Es
importante subrayar que estas transformaciones fueron
implementadas en un contexto político de repliegue de los
sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. La
ideología neoliberal -propagada por los medios de
comunicación que maneja el establishment- alcanzó una inédita
difusión.
Otras
caracterizaciones del mismo proceso resaltan la centralidad
de la ofensiva patronal y distinguen la influencia económica
de la globalización del impacto político e ideológico del
neoliberalismo. Describen como las grandes corporaciones
aprovecharon la existencia de fuertes diferencias
internacionales de empleos y salarios, para acrecentar sus
lucros. Estas desigualdades fueron utilizadas para
introducir nuevas formas de control patronal en el proceso
de trabajo, que los empresarios imponen amenazando desplazar
sus firmas a otros países.
Este diagnóstico es objetado, a veces, señalando
que el nuevo modelo no ha logrado suscitar aumentos
significativos de la productividad y es muy vulnerable a las
burbujas financieras. Se afirma que la gravitación lograda
por las empresas transnacionales está socavada por su
desmesurada concentración y por la inestabilidad que genera
su absorción de recursos del resto de la economía. Otro
cuestionamiento plantea que el neoliberalismo no consiguió
impulsar un crecimiento sostenido, por la erosión que
introdujo en los mecanismos de regulación estatal.
Pero
ninguno de estos planteos desmiente la existencia de un
nuevo período. Se debate su grado de consistencia, pero no
la vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran
que el modelo actual es más inestable que su antecesor, no
cuestionan la preeminencia que ha logrado.
Estas
coincidencias son mucho más importantes que las
controversias sobre el grado de coherencia o el tipo de
contradicciones que presenta el esquema actual. Cualesquiera
sean las evaluaciones sobre su futuro, es evidente que el
neoliberalismo ha consumado un cambio sustancial en la dinámica
del capitalismo. La aceptación de estas mutaciones permite
analizar su correlato en el terreno de la crisis.
Los
nuevos desequilibrios presentan una fisonomía diferente a
sus equivalentes del siglo XX. Estas convulsiones incluían
hipertrofia financiera, pero no los mecanismos de
titularización, derivados o apalancamientos creados durante
dos décadas de internacionalización de las finanzas,
desregulación bancaria y gestión bursátil de las grandes
firmas.
Lo
mismo ocurre con la sobreproducción de mercancías. A
diferencia de la norma anterior, los excedentes actuales
presentan un carácter global, resultante de la competencia
por abaratar costos localizando plantas en países con bajos
salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo.
También
las desproporcionalidades entre China y Estados Unidos
constituyen peculiaridades de un período muy distinto a la
etapa clásica de posguerra (1945-73) y a la ruptura de este
esquema (1973-82), que anticipó el período en curso (1982-
) ¿Cómo se deberían analizar las contradicciones de la
nueva etapa?
Enfatizar lo cualitativo
Muchos
analistas han tratado de esclarecer los desequilibrios
actuales dirimiendo si se ha consumado o no, una nueva onda
larga de crecimiento económico. Algunos estiman que este
movimiento ascendente se verifica desde los años 90.
Presentan como indicios de este curso, las elevadas tasas de
crecimiento en las actividades lideradas por las empresas
transnacionales, en distintos sectores productivos y zonas
geográficas.
La
tesis opuesta rechaza este diagnóstico presentando datos de
bajo crecimiento en el promedio mundial, junto a
evaluaciones políticas de desorden global y falta de
liderazgo hegemónico. De esa caracterización deducen la
continuidad de una onda descendente, que ya arrastraría más
de cuarenta años.
Pero
en estos términos el debate se empantana, ya que resulta
tan difícil demostrar la reaparición del floreciente período
de posguerra, como corroborar la simple continuidad de una
etapa declinante. Los signos de la onda ascendente
contrastan con la intensidad y reiteración de las crisis
coyunturales en las últimas décadas. Pero la tesis opuesta
de persistente declive, eterniza esa caída y desconoce el
impacto del neoliberalismo en la reestructuración del
capital.
La
discusión es más conceptual que empírica, ya que no
existe un dato universalmente indicativo del perfil que
asume un período. Un promedio de crecimiento elevado no
tiene la misma validez para fines del siglo XX, que para la
mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en
curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento
del 5% anual del PBI, que se considera elevado para Estados
Unidos es muy bajo para China.
Una
distinción que hemos introducido entre los conceptos de
etapa y fase podría contribuir a esclarecer el problema.
Identificamos la primera noción con el funcionamiento
diferenciado del sistema y la segunda con el predominio de
una tónica de crecimiento o estancamiento económico en el
mediano plazo
En
lugar de asociar estrictamente ambos fenómenos con ondas
largas, destacamos que la existencia de una nueva etapa no
tiene un correlato directo en el crecimiento productivo. Con
este criterio puede afirmarse que la era de posguerra ha
sido totalmente sustituida, sin dar lugar a otro período
general de pujanza económica. Lo importante es la
existencia de una dinámica cualitativamente diferenciada y
no el predominio de elevados niveles de actividad.
La
vigencia de una etapa neoliberal es parcialmente
independiente del ritmo de la producción. En las últimas
dos décadas la dinámica de la acumulación se alteró en
forma sustancial, sin configurar un patrón nítido de
evolución del PBI. Se ha creado un contexto muy heterogéneo,
con fuertes desigualdades regionales y sectoriales, que
mixturan prosperidad y estancamiento. Las formas que adoptan
las crisis están esencialmente determinadas por este inédito
marco.
Los
desequilibrios del período neoliberal difieren de
las tensiones que afloraron en los años 60 y 70 con el
agotamiento del estado de bienestar. Son contradicciones
resultantes de los nuevos problemas y no arrastres de las
tensiones precedentes. Quiénes interpretan
al estallido del 2008-10, como otro peldaño de una larga
turbulencia de cuatro décadas, observan continuidades dónde
hubo rupturas. No registran que la crisis del modelo
keynesiano fue cerrada con el ascenso neoliberal, que
inauguró otro esquema con otros desajustes.
Es
importante notar estas singularidades para evitar la
simplificadora identificación del neoliberalismo con el
estancamiento. El modelo en curso ha generado nuevas
turbulencias porque también cobijó el resurgimiento
parcial de la acumulación. Si el sistema hubiera
languidecido los desajustes presentarían otro tenor.
Las
nuevas contradicciones estructurales se procesan en dos
esferas: la realización del valor de las mercancías y la
valorización del capital. Este impacto implica una afectación
simultánea de la demanda y la rentabilidad, a una escala
que supera los periódicos sacudones de la coyuntura.
Crisis de realización
Los
desequilibrios en la esfera del consumo son claramente
perceptibles. Al recortar los salarios, expandir el
desempleo y multiplicar la pobreza, el neoliberalismo provocó
un deterioro de los ingresos populares, que afectó el poder
de compra de los trabajadores. Por esta vía se generaron
obstrucciones a la materialización del valor de las mercancías
y reaparecieron las dificultades para realizar en los
circuitos de venta, la plusvalía que los capitalistas
extraen a los asalariados.
Numerosos
autores ilustran como se expandido esta contradicción
durante el neoliberalismo. Estiman que un modelo de
permanente atropello al nivel de vida de las masas,
necesariamente desemboca en asfixias de la demanda. Los
beneficios que los capitalistas consumaron reduciendo costos
han deteriorado del poder de compra.
Otros
analistas detallan en qué aspectos este desequilibrio
distingue al capitalismo actual de su precedente. Mientras
que el modelo fordista incluía significativas
compensaciones salariales al incremento de la productividad,
el esquema neoliberal se basa en priorizar la competencia
por reducir los costos salariales, creando una fuerte brecha
entre el incremento de la producción y la capacidad de
consumo.
En
las últimas dos décadas esta fractura se ha verificado en
forma dramática en la miseria del Tercer Mundo y en el
flagelo del hambre. En las regiones más expoliadas del
planeta, la degradación de los ingresos populares tuvo
efectos devastadores. Esta regresión golpea a los
subalimentados de África, Asia o América Latina.
El
hambre aumentó sin pausa en las últimas dos décadas y en
la actualidad afecta a 1.200 millones de personas. El
capitalismo neoliberal amputa la fuente básica de
subsistencia de una sexta parte de la población mundial.
Según estimaciones del FMI solo por efecto de la crisis
financiera actual otras 53 millones de personas caerán en
la pobreza extrema, provocando la muerte de 1,2 millones de
niños
Pero
esta limitación del consumo no ha sido el dato dominante en
el resto del mundo, ni la característica central del modelo
vigente. Este esquema contrarrestó mediante diversos
mecanismos la compresión de la demanda.
En
primer lugar incentivó el consumo de las capas altas y
medias de los países desarrollados. Los protagonistas de
estas adquisiciones no solo fueron sectores enriquecidos con
el sufrimiento popular. También hubo importante participación
de segmentos adicionales, que desplegaron sofisticadas
corrientes de compra de bienes prescindibles.
Este consumismo difiere del consumo
de masas que amplió la canasta de los bienes necesarios
durante el boom de la posguerra. El nuevo paquete de compras
reemplazó las
viejas adquisiciones indispensables por un gasto más
voluble y adaptado al acortamiento del ciclo de vida de los
productos.
La
competencia neoliberal reforzó la producción de bienes
sujetos a la obsolescencia acelerada de los procesos de
fabricación. Con enormes dispendios publicitarios, los
consumidores son inducidos a desechar los productos
adquiridos antes de su utilización plena. Esta compulsión
torna más vulnerable la demanda, que pierde los rasgos de
mayor estabilidad que tuvo el consumo fordista.
El
nuevo esquema de compras se ha expandido junto al
extraordinario incremento de la polarización social
(especialmente en Estados Unidos). En lugar asociar el
incremento de la demanda con mejoras del ingreso popular, el
nivel de compras ahora se encadena al volumen del
endeudamiento.
Este
nuevo patrón de consumo frecuentemente presenta también un
sustento patrimonial. En este caso las compras son inducidas
por la riqueza acumulada por las familias bajo la forma de
inversiones en bonos o acciones. Los precios de estos
papeles son más determinantes del consumo que la evolución
del ingreso salarial.
Por
esta razón los factores que inciden en la “confianza del
consumidor” han quedado tan enlazados al vaivén de los
distintos mercados financieros. Las adquisiciones de bienes
se expanden junto a los ciclos de apreciación bursátil e
inmobiliaria y se retraen en los períodos de pérdidas o pánico
financiero. Esta relación explica el gran impacto que ha
tenido el reciente estallido financiero sobre la conducta
del consumidor norteamericano.
La
crisis de realización que generó el neoliberalismo fue
contenida con endeudamiento familiar. Este contrapeso
permitió mantener el poder adquisitivo, a pesar del
estancamiento de los salarios, el aumento del trabajo
precario y la extensión del desempleo. Los trabajadores
recurrieron al auxilio crediticio y con este flujo de préstamos
se frenó la caída potencial del consumo.
Pero
como este incremento de los pasivos alcanzó cifras astronómicas,
los asalariados han quedado transformados en clientes
acosados por deudas. El agobio que generan los vencimientos
financieros coexiste con los padecimientos que impone la
explotación laboral. Mediante estos mecanismos
compensatorios se mantuvo activa la demanda, en un cuadro de
contracción de los
ingresos populares.
Este
esquema de consumo se asienta, además, en una estructura
distributiva altamente polarizada a nivel global.
El 5% más rico de la población mundial acapara actualmente
un volumen de ingresos 114 veces superior al 5% más pobre.
Son muy representativos de este mapa los gastos de
publicidad, que en un 75% se concentran en 8 países de
Norteamérica y Europa (2003). La exigua participación del
80% de los habitantes del planeta en el 14% del consumo
privado total, ilustra también esa fractura de la demanda.
Esa
brecha es un rasgo central del esquema imperante en las últimas
décadas.
Mientras que la mundialización generalizó la producción
excedentaria de bienes y la sobre-abundancia de capitales,
el neoliberalismo ha reforzado las disparidades geográfico-sociales.
Esta polarización global profundizó la segmentación del
consumo, acentuando la intensidad potencial de los
desequilibrios de realización.
Pero
estas fracturas fueron también compensadas por distintos
caminos. En las últimas décadas se registró una expansión
de la demanda, junto a la penetración del capital en los ex
“países socialistas” y en las economías intermedias.
Por esa vía importantes segmentos de la población saltaron
un peldaño en la escalera del consumo, superando su vieja
condición de adquirientes de productos básicos. En ciertos
países muy poblados (como China e India) se forjó incluso
una nueva clase media, que comienza a absorber mercancías
de cierta sofisticación.
De
la misma forma que la producción de bienes de capital
neutralizaba los ciclos de sub-consumo durante el siglo XIX,
las nuevas formas de compra han morigerado la fragilidad
potencial de la demanda que introdujo el neoliberalismo. Los
mecanismos de endeudamiento, financiarización y consumismo
cumplen un rol compensatorio, semejante al jugado por los
mercados de equipamiento durante el capitalismo naciente.
Estos contrapesos han impedido hasta ahora el estallido de
los desequilibrios de realización.
Crisis de valorización
El
comportamiento de la tasa beneficio constituye otra
contradicción estructural del esquema actual. La evolución
de esta variable ha sido potencialmente socavada en las últimas
décadas por la generalización de nuevas tecnologías, que disminuyen la gravitación porcentual del
trabajo vivo, en que se sustenta la generación de la
plusvalía apropiada por los capitalistas.
Este
proceso reproduce una tendencia intrínseca de la acumulación
a deteriorar la tasa de beneficio, a medida que la inversión
reduce la proporción del trabajo inmediato incorporado a las mercancías, en comparación al
trabajo muerto ya objetivado en fábricas, maquinarias o
materias primas. Este curso de la acumulación determina un aumento de la composición orgánica del
capital, que a su
vez contrae tendencialmente la tasa de ganancia, asentada en
la plusvalía confiscada a los asalariados. Varios autores
han subrayado este origen de la crisis en desequilibrios de
valorización, que el neoliberalismo ha recreado.
Hay
tres indicios de este incremento de la composición orgánica
del capital durante las últimas décadas. En primer lugar
la inversión aumentó en forma muy significativa en las
economías asiáticas, que se transformaron en el nuevo
taller global de la industria contemporánea. Las altas tasas de explotación alimentadas por los bajos
salarios (especialmente de los trabajadores emigrantes de
las zonas rurales) situaron el nivel de inversión promedio
de China en elevadísimos porcentuales. Este grado de
capitalización explica por qué razón afloran con tanta
fuerza las situaciones de sobre-capacidad industrial en ese
país, cuándo se contrae el comercio mundial.
El
mismo incremento de la proporción de maquinarias en relación
a la mano de obra se ha verificado, en segundo lugar, en
todas las regiones y sectores asociados con la actividad de
empresas transnacionales. Estas compañías han liderado el
aumento de la productividad, especialmente a través de una
intensa informatización del proceso productivo.
Esta
revolución tecnológica introdujo crecientes turbulencias y
precipitó severas crisis (como el descalabro bursátil de
las punto.com a principios de la década). El impacto de la
informática sobre la tasa media de productividad de las
principales economías ha suscitado fuertes discusiones
entre los economistas. Pero cualquiera sea el alcance de esa
transformación es indudable que induce una reducción de la
plusvalía directamente generada por el trabajo vivo.
El
tercer indicio de este proceso es la destrucción de empleos
que genera la creciente incorporación de tecnologías
capital-intensivas. El virulento incremento de la desocupación
es la manifestación visible de este cambio. A medida que se
expande la automatización, la pérdida de empleos supera en
cada recesión la creación posterior de puestos de trabajo.
Con las nuevas tecnologías, la contratación de
trabajadores por unidad de capital invertido es
invariablemente menor.
En
todos los análisis de la desocupación norteamericana se
destaca este componente estructural, que determina
exigencias crecientes de incrementos del PBI para preservar
el ritmo de creación de empleos. Algunas estimaciones
destacan que no solo la recesión ha causado el
desmoronamiento laboral.
También la automatización hizo desaparecer 5,6 millones de
puestos de trabajo desde el año 2000 y el crecimiento de la
productividad ha bloqueado el ingreso de nuevos asalariados
a la actividad corriente de las fábricas.
Los
tres procesos en curso de alta inversión externa de
empresas transnacionales, revolución informática y
desempleo estructural han aumentado la composición orgánica
del capital y el consiguiente deterioro porcentual de la
tasa de ganancia. Sin embargo, numerosas investigaciones
coinciden en subrayar que este nivel de rentabilidad se ha
mantenido elevado desde
mitad de los años 80.
Otros
estudios ilustran cómo esta recomposición ha sido más
significativa en las empresas que operan a escala
transnacional, en comparación a las firmas que actúan solo
a nivel nacional. La tasa de ganancia se elevó y se bifurcó,
con márgenes diferenciados en ambos tipos de corporaciones
Estas
evaluaciones indican que la recuperación de la tasa de
beneficio que acompaña al neoliberalismo se ha mantenido, a
pesar de todos los procesos internos de la acumulación que
empujan hacia la caída de esa variable. Tal como ha
ocurrido con los desequilibrios de realización, las fuerzas
que contrarrestan el deterioro de la valorización del
capital han frenado esa declinación. Otra contradicción
central de modelo actual continúa gestándose sin llegar a
la superficie.
Este
contrapeso fue logrado, ante todo, mediante el incremento de
la tasa
de explotación. Hubo un contundente estancamiento de los
salarios impuesto por la flexibilización laboral, la presión
del desempleo y la pobreza de amplios segmentos de la
población. La esencia del neoliberalismo radica en este
atropello y las evidencias de esta agresión son
abrumadoras.
El
abaratamiento de materias primas ha sido otro factor
compensatorio de la caída de la tasa de ganancia, que tuvo
una evolución más contradictoria. Durante la mayor parte
de la etapa neoliberal esta depreciación fue significativa,
pero tendió a revertirse en el último quinquenio.
También
ha registrado un comportamiento disímil la desvalorización
de capitales obsoletos, que constituye el principal factor
de contrapeso a la disminución tendencial de la tasa de
beneficio. Bajo el neoliberalismo operó un proceso
contrapuesto de socorro
estatal a los empresarios en quiebra y reorganización de
las firmas menos competitivas. En general, se verificó una
importante limpieza de capitales, que dio lugar a
depreciaciones de capital constante y a depuraciones de
empresas obsoletas.
La
secuencia de bancarrotas y fusiones son ilustrativos de esta
cirugía. A diferencia del capitalismo clásico, en la época
actual el estado interviene directamente en el proceso de
depuración de las empresas. Muchas firmas son estatizadas y
reorganizadas, antes de ser nuevamente privatizadas. La
secuencia de valorización-revalorización del capital se
consuma a través de esta mediación estatal. Es muy
discutible cuál ha sido la magnitud de este proceso, pero
todo indica que ha sido suficiente para preservar la
recuperación el lucro empresario durante las últimas dos décadas.
Este
ascenso también confirma, que todas las burbujas
financieras registradas durante esta etapa se nutrieron de
mejoras reales del beneficio patronal. La
crisis del 2008-09 ha provocado un desplome de esas
ganancias y las pérdidas sufridas por los bancos y las
Bolsas anticipan rojos en los balances de las empresas.
Pero
este tipo de caídas de corto plazo acompañó hasta ahora a
todos los ciclos del período neoliberal, sin afectar la
recuperación estructural de rentabilidad. La gran incógnita
de la crisis actual es si pondrá fin a esos contrapesos. La
respuesta a este interrogante requiere evaluar distintos
escenarios.
Partes
IV, V y VI »»»»
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
Esa
paradoja es analizada por Fitoussi Jean Paul, “El
sistema financiera vive un círculo vicioso”, Clarín,
22-12-09.
Hace
siete años se comercializaban 3 billones de dólares en
contratos CDS y en actualidad este mercado supera los 25
billones, Wall
Street Journal-La
Nación, 5-2-10.
Un
panorama de esta coyuntura han descripto los analistas
del Wall Street Journal, La Nación, 2-12-09.
La
dinámica de estos ciclos es descripta por Chesnais
Francois, “La recesión mundial: el momento, las
interpretaciones y lo que se juega en la crisis”,
Herramienta n 40, marzo 2009, Buenos Aires. También
Fernández Steinko Armando, “Neoliberalismo:
auge y miseria de una lámpara maravillosa”, El Viejo
Topo n 253, Madrid, 2009.
La
mayor envergadura de la crisis actual en comparación a
sus precedentes dentro de Estados Unidos es analizada
por O´Hara Phillip, “The global securitized subprime
market crisis”, Review of Radical Political Economics,
vol 41, n 3, summer 2009.
Las
distintas magnitudes de estos desequilibrios son
retratadas por el Wall Street Journal- La Nación,
29-12-09.
Krugman Paul sostiene la opinión mayoritaria y Roubini
Nouriel tiende a ubicarse en el segundo campo. Ver La
Nación 21-3-10 y The Economist- La Nación, 13-2-10.
Josuha
presenta los datos de esta fragilidad.
Joshua Isaac, “Crisis económica: se acerca la hora de
la verdad”, Viento Sur, 2-2010, Madrid.
Es
la descripción que desarrolla Robert Reich, Clarín
21-1-10.
Por ejemplo: Llach
Juan, “Preocupaciones globales”, La Nación 17-3-10.
El 52% de la industria ya ha sido privatizada y el
porcentaje de mercancías reguladas por precios de
mercado saltó de 3% (1978) a 98% (2003). El número de
billonarios pasó de 0 (2003) a 260 (2009). Ver: Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist
accumulation and the world crisis”, XII International
Conference of Economist on Globalization, La Havana,
march 2010.
Una descripción de esta situación presenta: Mc Nally
David, “From financial crisis to world slump”,
Historical Materialism Conference, London, november
2008.
Ver Vessillier
Jean Claude, “Automobile. La fin d´un cycle”,
Inprecor 545-546 janvier-fevrier 2009, Paris.
Son los puntos críticos que subraya: Palley Thomas,
“The limits of Minsky´s financial instability
hypothesis as an explanation of the crisis”, New
American Foundation, Washington, 19 November 2009.
Los efectos de este desequilibrio son expuestos por: Yu
Au Loong, “Fin d´un modele ou naissance d´un nouveau
modele”, Inprecor 555, november 2009, Paris.
Ver:
Jetin Bruno, “The crisis in Asia: An over-dependence
on international trade or reflection of “labour
repression-led” growth regime?”, International
Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4
October 2009, IIRE, Amsterdam. También:
Bello Waldem, “O neocolonialismo chines, IPS,
10-3-2010. Seongin Jeong, Página 12-Cash, 19-10-08.
Un
análisis general de los desbalances intra-europeos
presenta: Önaran, Ozlem, “Specificity of the crisis
in Europe: Will national stimulus plans be enough in the
absence of an EU coordinated response?”, International
Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4
October 2009, IIRE, Amsterdam.
También Husson
Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur, marzo
2010 y Castro Jorge, “Alemania cada vez más
inclinada hacia la demanda extra-europea” Clarín
14-3-10.
Es
la propuesta que exponen: Ferguson Niall, “El
matrimonio entre China y EEUU no podía durar”, Clarín,
28-12-09 y Krugman Paul, “El peligroso juego que
practican los chinos”, Clarín, 17-11-09.
Hemos
expuesto ciertos datos de esta influencia en Katz
Claudio, “Crisis global II: Las tendencias de la etapa”, lahaine.org,
24-11-2009
Un
análisis de este giro estratégico en: Weltz Richard,
“Obama entre el desarme y la supremacía atómica,
Clarín, 11-4-10
Una
completa cobertura de este proceso presentan los artículos
de Gelman Juan, Página 12, 13-5-09, 26-11-09, 6-12-09,
11-4-10, 7-1-10.
Los
partidarios del presidente ya están muy alarmados por
estas consecuencias. Ver Stiglitz Joseph, “Obama
ignora cómo ayudar a su clase media”, Clarín,
11-3-10.
Esta subordinación al liderazgo imperial norteamericano
no es percibida por los análisis que solo enfatizan las
tensiones entre potencias. Un ejemplo en: Zibechi Raúl,
“Grietas en el bloque occidental”, ALAI, 20-3-10.
Se
reducen las ojivas obsoletas desplegadas sin disminuir
sus equivalentes almacenados, mientras avanza el
proyecto de nuevo vectores X51 que alcanzarán a
cualquier país en menos de una hora. También se está
construyendo un nuevo submarino que transportará 6
bombas nucleares de gran impacto. Almeyra Guillermo,
“El desarme nuclear de Obama”, La Jornada, 18-4-10.
En
oposición a los partidarios de estrategias más
belicosas, Kissigner continúa promoviendo una asociación
privilegiada con China. Kissinger Henry, “China y EEUU
deben aprender a caminar juntos y al mismo ritmo”,
Clarín, 1-2-10.
Krugman
Paul, Sin Permiso, 8-2-10, Krugman Paul, Clarín,
16-2-10, Cohen Daniel, La Nación, 17-2-10.
Baker
Dean, “Para dejar de llamar a esto crisis
financiera”, Sin Permiso, 14-3-2010.
Los
argumentos neoliberales y su refutación pueden verse en
Arriazu Ricardo, “Perjuicios de gastar por encima de
las posibilidades”, Clarín, 21-2-10 y Kontogiannis
Sortis, En Lucha, 10-3-2010.
Un
diagnóstico de la gravedad de esta crisis presenta:
Suarez Jorge, Clarín, 20-12-09.
Un
informe de estas divergencias en: Wall Street Journal-La
Nación, 8-2-10.
Soros
George argumenta a favor del camino francés y Roubini
Nouriel defiende el alemán, Clarín 23-2-10, La Nación,
27-2-10.
Ver
evaluación de Wilder Rebecca, “Final de partida en la
Unión Europea”, Sin Permiso, 14-3-10.
En
1944 George Papandreu se asoció con los británicos
para desarmar a los partisanos antifascistas, en 1981
Andreas Papandreu dio la espalda al mandato popular
manteniendo las bases de la OTAN y restaurando los
negocios capitalistas. Actualmente George Papandreu
Junior se hace cargo del ajuste. Ver: Petras James: “Greece: The curse of three
generations of Papandreu´s“, Lahaine 21-3-2010
Ver
Husson Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur
2010. También: Lapavitsas Costas, “Eurozone crisis”, RMF occasional report, march
2010.
Hemos
expuesto este enfoque en: Katz Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”.
Ensayos de Economía, Facultad de Ciencias Humanas y
Económicas, vol 13, n 22, septiembre 2003, Medellín.
Mc
Donough Terence, “Social structures of accumulation
theory: the state of art”, Review of Radical Political
Economics, vol 40, n 2, spring 2008. Mc Donough
Terrence, “What does long wave theory have to
contribute to the debate on globalization”?, Review of
Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.
La
primera objection es de O´ Hara y la segunda de Kotz. O´Hara
Phillip, “A new financial social structure of
accumulation in the US for long wave upswing?”, Review
of radical political economy,
vol 34, n 3, summer 2002. O´Hara
Phillip, “A new transnational corporate social
structure of accumulation for long wave upswing in the
world economy?”, Review of Radical Political
Economics, vol 36, n 3, summer 2004.
Kotz David, “Neoliberalism and the Social Structure of
Accumulation”, Review of Radical Political Economics,
vol 35, n 3, summer 2003.
Martins
Carlos Eduardo, “Los impasses de la hegemonía de
Estados Unidos”, Crisis de hegemonía de Estados
Unidos, CLACSO Siglo XXI 2007. Dos Santos Theotonio. “El
renacimiento del desarrollo”. OIKOS, n 1, año 9, 1er
semestre 2005.
Wallerstein
Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos:
un análisis de sistemas -mundo, 2004, Akal, Madrid,
(cap 28).
Katz,
“Capitalismo contemporáneo” (obra citada).
Esta tesis postulan: Wolfson Martin, “Neoliberalism and the social
structure of Accumulation”, Review of Radical
Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003. Kotz David, “Contradictions of economic growth in the neoliberal
era”, Review of Radical Political Economics, vol 40, n
2, spring 2008.
Navarro
Vicenc, “Las causas de la crisis mundial actual”,
Sistema Digital, 3-1-2010 www.redescristianas.net
Esta
relación es analizada por: Johsua Isaac, “Capitalism:
fin d´epoque?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre
2009, Paris.
Migone Andrea, “Hedonistic consumerism”, Review of Radical Political
Economics, vol 39, n 2, spring 2007.
Explicaciones con este fundamento en: Carchedi
Guglielmo, “The return from the grave, or Marx and the
present crisis”, 7-7-09, www.isj.org.uk.
Harman
Chris, “The
slump of the 1930, and the crisis today”,
International Socialism n 121, London, January 2009.
Hart-Landsberg
Martín, “China, capitalist accumulation and the world
crisis”, XII International Conference of Economist on
Globalization, La Havana, march 2010.
Aversa Jeanine, “Por qué es tan difícil reducir el
desempleo”, Clarín, 2-2-10. Goodman Peter, “La
pesadilla americana de vivir sin trabajo por años”,
New York Times-Clarín, 22-2-10.
Estimaciones
contundentes de esa recuperación presentan por ejemplo,
Moseley Fred, “The U.S. economic crisis, causes
and solutions”, International Socialist Review,
March-April 2009. Valle
Baeza, “Una explicación de la gravedad de la actual crisis
estadounidense, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del
Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. Husson Michel, “Le dogmatisme n’est pas
un marxisme”, www NPA 2009.org.
Los datos de este proceso son presentados por Caputo
Orlando, “La crisis actual de la economía mundial:
una nueva interpretación teórica e histórica”, XI
Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas
del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.
Ver:
Post Charlie, “Crisis
theory”,
Solidarity, New York, October 19, 2008.