La ideología
estadounidense
Por Samir Amin
(*)
CSCAweb, 07/05/04
Traducción de Loles Oliván
"Animada por su éxito reciente, la extrema derecha controla en la
actualidad los resortes del poder en Washington. La alternativa que se
ofrece está clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el 'liberalismo'a
ultranza que promueve -y que significa poco más que una exclusiva
obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos. En el primer caso,
estaremos dando a Washington vía libre para 'rediseñar' el mundo a
imagen de Texas. Solo eligiendo la segunda opción podremos ser
capaces de hacer algo para contribuir a la reconstrucción de un mundo
que sea esencialmente plural, democrático y pacífico".
Hoy, EEUU está
gobernado por una junta de criminales de guerra que llegaron al poder
a través de une especie de golpe [de Estado]. Aquel golpe pudo haber
estado precedido por unas (dudosas) elecciones: pero no debemos
olvidar que Hitler fue igualmente un político elegido. En esta analogía,
el 11 de septiembre cumple la función del "incendio del
Reichstag" [1], permitiendo a la Junta garantizar sus poderes de
fuerza policial similares a aquellos de la Gestapo. Tienen su propio
Mein Kampf -la Estrategia de Seguridad Nacional [2]-, sus propias
asociaciones de masas -las organizaciones patrióticas- y sus propios
predicadores [3]. Es vital que tengamos el coraje de decir esas
verdades y de dejar de enmascararlas en frases como "nuestros
amigos estadounidenses" que han dejado de tener significado.
La cultura política
es el producto a largo plazo de la Historia. Como tal, es obviamente
específica de cada país. La cultura política estadounidense es
claramente distinta de lo que ha emergido en la historia del
continente europeo: mediante el establecimiento de Nueva Inglaterra
por sectas protestantes extremistas se ha configurado el genocidio de
los pueblos indígenas del continente, la esclavitud de los africanos
y la emergencia de comunidades segregadas por sus especificidades étnicas
como resultado de sucesivas oleadas migratorias durante el siglo XIX.
La modernidad,
el secularismo y la democracia no son el resultado de una evolución
en las creencias religiosas o siquiera revolucionarias; por el
contrario, es la fe la que ha tenido que ajustarse para satisfacer las
exigencias de estas nuevas fuerzas. Este ajuste no se ha producido
exclusivamente en el protestantismo; tuvo el mismo impacto en el mundo
católico aunque de modo distinto. Se creó un nuevo espíritu
religioso, liberado de todo dogma. En ese sentido, no fue la Reforma
la que otorgó la precondición para el desarrollo capitalista, aunque
la tesis de Weber ha sido ampliamente aceptada en las sociedades
protestantes de Europa, que fueron favorecidas por la importancia que
les dio. Tampoco la Reforma representa interpretaciones tempranas del
cristianismo; al contrario, la Reforma fue simplemente la más
primitiva y confusa forma de una ruptura.
Un aspecto de
la Reforma fue el trabajo de las clases dominantes conducidas por la
creación de iglesias nacionales (anglicana o luterana) controladas
por dichas clases. Como tales, esas iglesias representaron un
compromiso entre la burguesía emergente, la monarquía y los grandes
terratenientes, a través del cual pudieron acorralar la amenaza que
representaban los pobres y los campesinos.
Marginar con
eficacia la idea católica de universalidad estableciendo iglesias
nacionales sirvió, en particular, para reforzar el poder de la
monarquía, fortaleciendo su autoridad como árbitro entre las fuerzas
del Antiguo Régimen y aquéllas de la burguesía ascendiente, y
reforzar el nacionalismo de esas clases, retrasando, con ello, la
emergencia de nuevas formas de universalismo que serían promovidas más
tarde por el socialismo internacionalista.
Sin embargo,
otros aspectos de la Reforma fueron conducidos por las clases más
bajas que eran las principales víctimas de las transformaciones
sociales provocadas por el nacimiento del capitalismo. Esos
movimientos recurrieron a formas de lucha tradicionales derivadas de
los movimientos milenaristas de las Edad Media. Como resultado, lejos
de abrir el camino, estuvieron predestinadas a retrasar las
necesidades de su tiempo. Las clases dominantes tendrían que esperar
hasta la Revolución Francesa -y a sus formas de movilización democrática,
popular, laica y radical- y al advenimiento del socialismo para hallar
vías [que permitieran] articular efectivamente sus exigencias al
respecto de las nuevas condiciones en las que vivían. Los primeros
grupos protestantes modernos, por el contrario, se cimentaron en
ilusiones fundamentalistas y ello, en cambio, favoreció la réplica
infinita de sectas esclavas del mismo tipo de visión apocalíptica
que prolifera actualmente en EEUU.
Las sectas
protestantes que se vieron obligadas a emigrar en el siglo XVII desde
Inglaterra habían desarrollado una forma de cristianismo diferenciado
tanto del catolicismo como del dogma ortodoxo. Por ello, su imagen del
cristianismo no era compartida siquiera por la mayoría de los
protestantes europeos, incluidos los anglicanos, de donde emergió la
mayoría de la clase gobernante británica. En términos generales,
podemos decir que la genialidad esencial de la Reforma fue reclamar el
Antiguo Testamento que había sido marginado por el catolicismo y la
Iglesia Ortodoxa cuando definieron al cristianismo como una ruptura
con el Judaísmo. Los protestantes resituaron al cristianismo en su
lugar como sucesor legítimo del Judaísmo.
Legitimidad bíblica
La particular
forma de protestantismo que hallo su vía en Nueva Inglaterra sigue
configurando la ideología estadounidense en la actualidad. Primero,
facilitó la conquista del "Nuevo Continente", instruyendo
su legitimidad en base a referencias bíblicas (la referencia bíblica
de la violenta conquista de Israel de la "Tierra Prometida"
es un tema constantemente reiterado en el discurso de EEUU). Más
tarde, EEUU extendió su misión encomendada por Dios hasta abarcar el
mundo en su totalidad. Por ello, los estadounidenses han comenzado a
verse a sí mismos como el "pueblo elegido" (en la práctica,
un sinónimo del término nazi Herrenvolk). Esta es la amenaza a la
que hacemos frente en la actualidad. Y por ello el imperialismo
estadounidense (y no el Imperio) será incluso más brutal que sus
predecesores, la mayoría de los cuales nunca reivindicaron estar
investidos por una misión divina.
No estoy entre
los que creen que el pasado solo puede repetirse. La Historia
transforma a los pueblos. Eso es lo que ha pasado en Europa. Sin
embargo, desgraciadamente, la historia de EEUU, lejos de trabajar por
la erradicación de sus horribles orígenes, ha reforzado aquel horror
y ha perpetuado sus efectos. Ello es así tanto para la "Revolución
americana" como para la colonización del país mediante
sucesivas olas migratorias.
A pesar de los
intentos actuales de promover sus virtudes, la "Revolución
americana" no fue más que una limitada guerra de independencia
bastante desprovista de cualquier dimensión social. En ningún caso
en el curso de su revuelta contra la monarquía británica intentaron
los colonos americanos transformar las relaciones económicas y
sociales: simplemente rechazaron seguir compartiendo los beneficios
con las clases gobernantes de la metrópoli. Querían el poder para sí
mismos no para cambiar las cosas sino para seguir haciéndolas igual
-aunque con más determinación y mayores márgenes. El objetivo
prioritario era proceder a la colonización del Oeste que implicaba,
entre otras cosas, el genocidio de los americanos nativos. Igualmente,
los revolucionarios nunca cambiaron la esclavitud. De hecho, la mayoría
de los líderes revolucionarios eran propietarios de esclavos y sus
prejuicios sobre esta cuestión se demostraron inquebrantables.
El genocidio
de los nativos americanos estaba implícito en la lógica de la nueva
elección de la misión divina para los pueblos. Su masacre no puede
ser condenada simplemente sobre la base de la moral de un pasado
arcaico y distante. Hasta 1960, el acto del genocidio se proclamaba
bien abierta y orgullosamente. Las películas de Hollywood oponían al
bien de los cowboys el diablo nativo americano, y esta tergiversación
del pasado ha sido central en la educación de sucesivas generaciones.
Lo mismo
ocurre con la esclavitud. Tras la independencia, tuvo que pasar cerca
de un siglo antes de que la esclavitud fuera abolida. Y a pesar de las
demandas de la Revolución Francesa en el sentido contrario, cuando se
produjo el hecho de la abolición no tuvo nada que ver con la
moralidad (solo se produjo porque la esclavitud ya no servía a la
causa de la expansión capitalista). Así, los afro-americanos tendrían
que esperar otro siglo para que se les concediese unos mínimos
derechos civiles. E incluso entonces, el racismo profundamente
arraigado de las clases dirigentes ha sido difícilmente desafiado.
Hasta la década de los 60 el linchamiento siguió siendo un hecho
habitual que procuraba un pretexto en los pic-nics familiares. De
hecho, la práctica del linchamiento persiste en la actualidad, de
modo más discreto e indirecto, en las vías de un sistema judicial
que envía a miles de personas a la muerte (la mayoría
afro-americanos) a pesar del conocimiento general de que al menos la
mitad de los condenados son inocentes.
Migración e
individualismo
Las sucesivas
olas de inmigración han ayudado igualmente al reforzamiento de la
ideología estadounidense. Los inmigrantes no son en modo alguno
responsables de la miseria y la opresión que causan sus exilios.
Dejan su tierra como víctimas. Sin embargo, la emigración significa
igualmente la renuncia a la lucha colectiva para cambiar las
condiciones en sus países de origen; cambian su sufrimiento por la
ideología individualista del país receptor desarraigándose. Este
cambio ideológico sirve igualmente para retrasar la emergencia de la
conciencia de clase que escasamente tiene tiempo a desarrollarse antes
de que una nueva oleada de inmigrantes llega para ayudar a abortar su
expresión política. Desde luego, la migración contribuye también
al "fortalecimiento étnico" de la sociedad estadounidense.
La noción de "éxito individual" no excluye el desarrollo
de fuertes comunidades étnicas de apoyo (irlandesa, o italiana, por
ejemplo) sin las que el aislamiento individual resultaría
insoportable. Sin embargo, también en esto, el fortalecimiento de
identidades étnicas es un proceso que el sistema estadounidense
cultiva únicamente para recuperarlo ya que debilita inevitablemente
la conciencia de clase y la ciudadanía activa.
Así, mientras
el pueblo de París se estaba preparando para "asaltar el
cielo" (según la Comuna de 1871), las ciudades de EEUU
proporcionaron el escenario para una serie de guerras asesinas entre
bandas formadas por generaciones sucesivas de pobres emigrantes
(irlandeses, italianos, etc.) cínicamente manipulados por las clases
dirigentes.
Hoy en EEUU no
hay un partido de los trabajadores ni lo ha habido nunca. Los
poderosos sindicatos de trabajadores son apolíticos en su más amplio
sentido del término. No tienen vínculos con partido alguno con el
que puedan compartir y expresar sus preocupaciones; ni han sido nunca
capaces de articular una visión socialista propia. Por el contrario,
suscriben, como todo el mundo, la ideología liberal dominante que de
este modo permanece incontestada. Cuando luchan, lo hacen sobre la
base de una agenda limitada y concreta que en modo alguno cuestiona el
liberalismo. En este sentido, eran y siguen siendo posmodernistas.
Sin embargo,
para las clases trabajadoras, las creencias comunitarias no pueden
proporcionar un substituto a la ideología socialista. Ello es cierto
incluso para los afro-americanos, la comunidad más radical de EEUU,
ya que la lucha de ideologías comunitarias está, por definición,
limitada a la lucha contra el racismo institucionalizado.
Uno de los
aspectos más desatendidos de las diferencias entre las ideologías
europeas (en su diversidad) y la ideología estadounidense es el
impacto de la Ilustración en su desarrollo. Sabemos que la filosofía
de la Ilustración fue la cuestión decisiva para el lanzamiento de la
creación de las culturas e ideologías modernas de Europa y su
impacto sigue siendo considerable hasta hoy, no solo en los centros
del desarrollo capitalista, bien sean católicos (Francia) o
protestantes (Gran Bretaña y Holanda), sino también en Alemania y
Rusia.
Ello contrasta
con EEUU, donde la Ilustración tuvo solo un impacto marginal que
atrajo únicamente a una minoría aristocrática (y favorable a la
esclavitud) [representada] en ese grupo encarnado en la posteridad por
Jefferson, Madison y unos pocos más. En general, las sectas de Nueva
Inglaterra fueron indemnes al espíritu crítico de la Ilustración y
su cultura permaneció más próxima a las Brujas de Salem que al impío
racionalismo de las Luces.
Los frutos de
ese rechazo emergieron cuando la burguesía yanqui llegó a la mayoría
de edad. En Nueva Inglaterra emergió una creencia simple y errónea
que mantenía que la Ciencia (es decir, las ciencias puras, como la Física)
deberían determinar el destino de la sociedad -una opinión que ha
sido ampliamente compartida en EEUU durante más de un siglo, no solo
entre la clase dirigente, sino también entre la gente común.
La substitución
de ciencia por religión explica algunos de los rasgos sobresalientes
de la ideología estadounidense. Explica por qué la filosofía es tan
insignificante, porque ha sido reducida al empirismo más reductor.
Explica igualmente el frenético esfuerzo de reducir las ciencias
humanas y sociales a ciencias puras (es decir, duras): así, la Economía
pura ocupa el lugar de la Economía política y la ciencia de los
genes reemplaza a la Antropología y la Sociología. Esta última y
desafortunada aberración proporciona otro punto de conexión entre la
ideología estadounidense contemporánea y la ideología nazi que ha
sido favorecido sin duda por el profundo racismo que recorre toda la
historia de EEUU. Otra aberración causada por esta peculiar visión
de la ciencia es una debilidad por la especulación cosmológica (de
la cual la teoría del Big-Bang es el ejemplo más conocido).
Entre otras
cosas, la Ilustración nos enseñó que la Física es la ciencia [que
estudia] ciertos aspectos limitados del universo que han sido
distinguidos como objetos de investigación, no la ciencia del
universo en su totalidad (que es un concepto metafísico más que
científico). A este nivel, el sistema de pensamiento estadounidense
está más cerca de los intentos pre-modernos de reconciliar la fe y
la razón que de la tradición científica moderna. Esta visión
regresiva fue perfectamente adaptada a los propósitos de las sectas
protestantes de Nueva Inglaterra y al tipo de sociedad religiosa
omnipresente que produjeron. Como sabemos, es este tipo de regresión
lo que hoy amenaza a Europa.
Democracia y
mercado
Estos dos
factores que configuran la formación histórica de la sociedad
estadounidense -una ideología bíblica dominante y la ausencia de un
partido de los trabajadores- se han combinado para producir una
situación completamente nueva: un sistema regido de facto por un único
partido, el partido del capital.
Los dos
segmentos que integran este partido comparten la misma fórmula
fundamental del liberalismo. Ambos dirigen únicamente la minoría que
participa en este tipo de democracia truncada e impotente (un 40% del
electorado). Como la clase trabajadora, por regla general, no vota,
cada segmento del partido tiene su propia clientela de clase media
para la cual ha ajustado su discurso. Ambos han esculpido su propio
electorado compuesto de ciertos segmentos de intereses capitalistas (lobbies)
y grupos de apoyo comunitarios.
La democracia
estadounidense actual constituye el modelo avanzado de lo que yo he
denominado "democracia de baja intensidad". Su
funcionamiento está basado en la separación total entre la gestión
de la vida política a través de la práctica de la democracia
electoral y la gestión de la vida económica que está gobernada por
las leyes de la acumulación de capital. Más aún, esta separación
no está sujeta a forma alguna de cambio radical; forma parte de lo
que puede ser denominado el consenso general. Sin embargo, es esa
misma separación lo que destruye efectivamente todo el potencial
creativo de la democracia política. Castra las instituciones
representativas (parlamentos y otras) que de manera impotente están
rendidas por su sumisión al mercado y a sus dictados. En este
sentido, la elección entre votar a los demócratas o a los
republicanos es en el fondo fútil porque lo que determina el futuro
del pueblo estadounidense no es el resultado de las preferencias
electorales sino las variaciones de los mercados financieros y de
otros mercados.
Como
resultado, el Estado estadounidense existe exclusivamente para servir
a la economía, es decir, al capital, al que obedece enteramente
abandonando las cuestiones sociales. El Estado puede funcionar de este
modo por una razón primordial: porque el proceso histórico que formó
la sociedad estadounidense ha bloqueado el desarrollo de una
conciencia política de las clases trabajadoras.
Ello contrasta
con los Estados europeos que han sido (y pueden convertirse de nuevo
en) el foro obligado en el que se han desarrollado las confrontaciones
entre los grupos con intereses sociales. Es por ello que los Estados
europeos favorecen los compromisos sociales que se invierten en prácticas
democráticas con significado real. Cuando la lucha de clases y otras
luchas políticas no fuerzan al Estado a funcionar de este modo,
cuando no pueden seguir siendo autónomas frente a la lógica
exclusiva de la acumulación del capital, la democracia se convierte
en un ejercicio completamente inútil, como ocurre en EEUU.
La combinación
de una práctica religiosa dominante -y su explotación por medio del
discurso fundamentalista- con la ausencia de conciencia política
entre las clases oprimidas, da al sistema político de EEUU un margen
de maniobra sin precedentes, a través del cual puede destruir el
impacto potencial de las prácticas democráticas y reducirlas a
rituales benignos (la política como un entretenimiento, la inauguración
de campañas electorales con animadores, etc.).
Ideología y
capital
No obstante,
no debemos dejarnos engañar. No es la ideología fundamentalista la
que ocupa el puesto dirigente y la que impone su lógica a los reales
detentadores del poder: el capital y sus siervos del gobierno. Es el
capital y solo él quien toma todas las decisiones y únicamente
cuando lo ha hecho moviliza la ideología estadounidense para que
sirva a su causa. Los medios que se despliegan -el uso sistemático y
sin precedentes de la desinformación- pueden entonces servir a sus
propósitos aislando a los críticos y sujetándolos a una forma
permanente y odiosa de chantaje. De este modo, el sistema puede
manipular fácilmente a la "opinión pública" cultivando su
estupidez.
Gracias a este
contexto, la clase dirigente estadounidense ha desarrollado una
especie de cinismo total envuelto en una carcasa exterior de hipocresía
que resulta perfectamente transparente a los observadores exteriores
pero de algún modo invisible a los propios pueblos estadounidenses.
El régimen está bastante satisfecho de recurrir a la violencia,
incluso en sus formas más duras, cuando quiera que surge la
necesidad. Todos los activistas radicales estadounidenses saben esto
demasiado bien; las únicas opciones que tienen abiertas son
renunciar, o ser un día asesinados.
Como todas las
ideologías, la estadounidense es "cada vez más vieja e
inservible". Durante periodos de calma (marcados con un fuerte
crecimiento económico, acompañado de lo que pasan por ser niveles
aceptables de beneficios) la presión de la clase dirigente sobre su
pueblo disminuye naturalmente. Así, de vez en cuando, el sistema
tiene que infundir nuevo vigor a esa ideología usando los métodos clásicos:
un enemigo (siempre un extranjero, ya que se ha decretado que la
sociedad estadounidense es buena por definición) es designado
("el Imperio del Mal", "el Eje del Mal") lo que
justificará la movilización de todos los medios posibles con el fin
de aniquilarlo. En el pasado ese enemigo fue el comunismo; el
McCarthismo (un fenómeno que los pro-estadounidenses de hoy han
olvidado ya) hizo posible el lanzamiento de la Guerra Fría y la
marginación de Europa; hoy, es el terrorismo que es, simple y
claramente, un pretexto creado para servir al proyecto de la clase
dirigente: el control militar del planeta.
Hegemonía y
poder militar
El objetivo
reconocido de la nueva estrategia hegemónica de EEUU es prevenir la
emergencia de ninguna otra potencia que pueda ser capaz de oponer
ninguna resistencia frente a los mandatos de Washington. Para ello es
necesario desmantelar países que se han convertido en demasiado
grandes de modo que [se puedan] crear un número máximo de satélites
serviciales y dispuestos a aceptar las bases de EEUU para su protección.
Tal y como han acordado los últimos tres presidentes [de EEUU], Bush-padre,
Clinton y Bush-hijo, solo un país tiene derecho a ser grande y ese es
EEUU.
En este
sentido, la hegemonía de EEUU depende fundamentalmente de su
desproporcionado poder militar más que de ninguna ventaja específica
de su sistema económico. Gracias a su poder, EEUU pude situarse como
el dirigente incontestado de la mafia global cuyo "puño
visible" impondrá el nuevo orden imperialista sobre aquellos que
pudieran resistirse a alinearse.
Animada por su
éxito reciente, la extrema derecha controla en la actualidad los
resortes del poder en Washington. La alternativa que se ofrece está
clara: o bien se acepta la hegemonía de EEUU y el liberalismo a
ultranza que promueve -y que significa poco más que una exclusiva
obsesión por hacer dinero- o se rechazan ambos. En el primer caso,
estaremos dando a Washington vía libre para rediseñar el mundo a
imagen de Texas. Solo eligiendo la segunda opción podremos ser
capaces de hacer algo para contribuir a la reconstrucción de un mundo
que sea esencialmente plural, democrático y pacífico.
Si hubiesen
reaccionado en 1935 o 1937, los europeos hubieran sido capaces de
parar la locura nazi antes de que causara tanto daño. Retrasando su
reacción hasta 1939, contribuyeron a sus cientos de millones de víctimas.
Es nuestra responsabilidad actuar ahora para contener y eliminar el
desafío neo-nazi de Washington.
Notas de
CSCAweb:
(*) Samir Amín,
egipcio, profesor de ciencias económicas de formación marxista,
trabajó de 1957 a 1960 en la planificación del desarrollo de Egipto
y entre 1960 y 1963 como consejero del gobierno de Mali. Tras ser
director del Instituto Africano de Desarrollo Económico y Planificación,
en la actualidad dirige el departamento africano del 'Foro del Tercer
Mundo', en Dakar, Universidad de Naciones Unidas.
1. Véase:
Fasano Mertens, Federico: "De Hitler a Bush", separata de La
República, 30 de marzo de 2003 en www.moir.org.co/irak/Carta_embajador_eeuu_uruguay.htm.
2. Véase en
CSCAweb: Carl Messineo y Mara Verheyden-Hilliard: Evaluación crítica
de la nueva 'Estrategia de Seguridad Nacional' de la Administración
Bush
3. Véase en
CSCAweb : El 'Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense', la
'Doctrina Bush' y la guerra contra Iraq
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