Manual para las elecciones
presidenciales
Por Immanuel Wallerstein
La Jornada, México, 23/08/04
Las elecciones presidenciales en
Estados Unidos son siempre importantes, al menos así han sido los últimos
cien años. Y afectan a todos en cualquier parte del mundo. Las
elecciones de 2004 son insólitamente tensas, por varias razones. Un
porcentaje mayor de la población estadunidense y mundial cree que
importan. Las predicciones apuntan a que serán en extremo competidas.
Es muy evidente que cada bando siente que no puede darse el lujo de
perderlas.
Para comprender lo que está en juego, debemos comenzar por
observar algunos rasgos estructurales de estas elecciones
presidenciales que las hacen diferentes de los principales comicios en
aquellos otros países que cuentan con procesos electorales
significativos. La primera cosa es que Estados Unidos constituye un
sistema ge-nuinamente presidencial. Es decir, no elige un Parlamento
que designa a un primer ministro. No es siquiera semipresidencial,
como Francia, donde la capacidad de go-bierno del presidente es
constreñida en gran medida si no controla también el Parlamento. Y
las elecciones tienen una sola ronda de votaciones (a diferencia de
Francia). Los partidos pequeños no pueden transferir sus votos en una
segunda vuelta. Por sí solo, este rasgo explica por qué Es-tados
Unidos tiene y debe tener un sistema bipartidista. Elegir al
presidente para un periodo fijo de cuatro años es una proposición de
todo o nada. Por tanto, si un candidato no construye una amplia
coalición pa-ra ganar, pierde. La existencia de otros partidos
menores puede darle la elección a un partido que, de otra forma,
tendría una minoría de votos.
Y si esto no fuera suficiente para garantizar su sistema
bipartidista, Estados Unidos cuenta con una curiosa reliquia del si-glo
XVIII, un sistema electoral colegiado, donde los votantes de cada uno
de los 50 estados eligen a electores que a su vez eligen al
presidente. El número de electores en cada entidad es igual al número
de miembros de la Cámara de Representantes (más o menos proporcional
a la población) más dos. Esa previsión de "más dos" ga-rantiza
que los estados más pequeños tengan un peso ligeramente mayor que
las entidades más grandes. Y dado que la po-blación en los estados
es relativa a la concentración de personas en las ciudades y sus
suburbios, el sistema le otorga mayor peso a los votantes de los pequeños
poblados y las áreas rurales. Una consecuencia de esto es que un
candidato puede ser electo presidente con menos votos globales que su
oponente. Esto ha ocurrido en muchas ocasiones, la más reciente en
2000.
Hay un tercer rasgo estructural. Las leyes de cada estado
contemplan que la mayoría de los votantes en esa entidad elijan a
todos sus electores estatales. Esto significa que únicamente son
importantes las elecciones en los estados donde la votación es muy
cerrada. En la actual elección, se piensa que la competencia cerrada
ocurrirá cuando mucho en 19 de las 50 entidades, y realmente será
crucial en unos siete. Cualquier mínimo viraje en las preferencias de
los votantes de siete estados puede determinar quién será el próximo
presidente de Estados Unidos.
Esto explica por qué Estados Unidos cuenta con dos grandes
partidos, cada uno de los cuales es una coalición de diferentes
grupos. Históricamente, el Partido Demócrata era la organización a
la izquierda del centro, y el Republicano era el partido a la derecha
del centro. Esta división reflejaba primordialmente aspectos económicos:
los derechos de los trabajadores, el Estado benefactor y las políticas
fiscales. En 1936, el presidente Franklin Roosevelt fue llamado por
muchos republicanos "traidor a su clase" porque, aunque en
lo personal provenía de una familia de clase alta y acaudalada,
promulgó el New Deal (Nuevo Trato) y apoyó los derechos de
organización de los sindicatos. Esta división en cuanto a las
cuestiones económicas se mantiene vigente, pero se ha vuelto
secundaria durante los últimos 20 años.
El Partido Demócrata acaba de celebrar su convención y
nominó a John Kerry. To-dos los comentaristas concuerdan en que fue
excepcionalmente unificada. No hubo casi voces de disenso en prácticamente
ningún aspecto. Los delegados que tenían reservas acerca de Kerry,
se las guardaron en aras de un fervor por sacar a George W. Bush de la
presidencia. El tono de la convención se supervisó con cuidado para
re-saltar sólo los temas que podrían convencer a los votantes
"indecisos" de los estados clave que decidirán la elección.
Uno se pregunta qué hizo que los de-mócratas mostraran tal
unidad. Qué los mantiene juntos. No es la política exterior. Aunque
la mayoría de los delegados y de los votantes demócratas consideran
que la guerra contra Irak fue moral y políticamente equivocada, no es
ésta la postura de Kerry ni de sus asesores cercanos, ni es la posición
oficial del Partido Demócrata. Más bien Kerry alega que la guerra
fue conducida con ineptitud. Estados Unidos debió haber permitido que
continuaran las inspecciones. Debió haber trabajado más de cerca con
sus aliados tradicionales. Y Kerry promete hacerlo ahora. No propone
retirarse de Irak, sino aumentar la fuerza militar estadunidense.
¿Qué unifica a los demócratas? Por qué todos los
activistas contra la guerra están por votar en favor de Kerry, pese a
su posición en torno a Irak, que aun el Washington Post, un
periódico de centro, califica de "oportunidad perdida". ¿Son
los aspectos económicos? Hay diferencias, sin duda, en este terreno.
Pero los republicanos buscan minimizar las distancias. Y, a diferencia
de 1936, las líneas no están tan fuertemente trazadas. En los años
de Bill Clinton no hubo avances importantes en el Estado be-nefactor.
Es más, Clinton promulgó la "re-forma de bienestar", que
durante mucho tiempo ha sido programa republicano.
Si las líneas son borrosas en lo relativo a la política
exterior y a las políticas económicas, existe un ámbito donde las líneas
entre los partidos Demócrata y Republicano se mantienen bastante
claras. Este terreno es el social, que tiene tres componentes:
multiculturalismo, liberalismo social y me-dio ambiente. En este ámbito,
95 por ciento de los demócratas están de un lado y una vasta mayoría
de republicanos del otro.
Existen muy buenas razones para que 90 por ciento de los
negros y 70-80 por ciento de los latinos voten por los demócratas. Y
pese a toda su frustración por ver que los demócratas no hacen lo
suficiente por impulsar sus derechos aún más, saben que los
republicanos trabajan por desmantelarlos: apoyan leyes que los priven
de derechos civiles, se oponen a toda acción afirmativa, buscan
promulgar leyes que restrinjan el uso de la lengua a "sólo inglés"
y acotan (y cierran) los flujos migratorios provenientes del mundo que
no es blanco.
En lo tocante al liberalismo social, los dos principales
aspectos que han dividido durante los últimos 20 años a los
estadunidenses son el aborto (este solo aspecto explica por qué es más
probable que las mujeres voten por los demócratas que los hombres) y
los derechos de los homosexuales, que de nuevo sitúan a una inmensa
mayoría de demócratas de un lado y a la aplastante mayoría de los
republicanos del otro. Un tercer aspecto surge ahora, el de la
investigación en células troncales*, asunto que surgió dramáticamente
por el discurso de Ronald Reagan Junior en la convención, donde llamó
al país a votar en favor de la investigación en células troncales
(a lo que se oponen activamente Bush y el Partido Republicano). Estos
aspectos del liberalismo social están vinculados a la exigencia de
"libertades civiles", hoy amenazadas por las políticas del
procurador general Ashcroft y por la Ley Patriota.
Por último, el medio ambiente. Este fue un asunto político
inventado por los republicanos a la vuelta del siglo XX. Pero casi
todos ellos lo abandonaron ya, y el gobierno de Bush ha gastado mucha
energía en desmantelar todo avance logrado por el go-bierno de
Clinton en este terreno.
Son entonces estos aspectos sociales, no la política
exterior ni lo económico, los que explican la importancia que le
otorgan los votantes a los designaciones judiciales, en particular
aquellas de la Suprema Corte y las nueve cortes de apelación. El
Partido Republicano tiene toda la intención de nombrar jueces que serán
hostiles a cualquier expansión de derechos en los ámbitos citados.
Si el Partido Demócrata gana las elecciones de 2004, se deberá en
gran me-dida al entusiasta, aun desesperado, apoyo de quienes están
en favor de estos aspectos del ámbito social. Sin duda, este partido
confía en convencer a los votantes indecisos de sus posturas en lo
económico y en jalar a otros segmentos que viven alarmados por la política
exterior de Bush. Pero la unidad del Partido Demócrata no está ahí.
Los cambios propuestos por el gobierno de Kerry serán menos notables
en los aspectos económicos y en la política exterior que en el ámbito
social.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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