Por qué no debemos
reelegir a Bush
Por George Soros (*)
La Jornada, México, 01/10/04
Traducción, Jorge Anaya
La próxima elección presidencial
en Estados Unidos es la más importante de mi vida. Jamás me había
involucrado tanto en política partidista, pero los tiempos que corren
no son normales. El presidente Bush pone en peligro nuestra seguridad,
lesiona nuestros intereses vitales y socava los valores estadunidenses.
Por eso envío este mensaje. He sido satanizado por la campaña de
Bush, pero espero que ustedes me escuchen.
En 2000 Bush propuso una plataforma
de política exterior "humilde". Si lo relegimos ahora,
damos respaldo a su doctrina de acción preventiva y a la invasión de
Irak, y tendremos que vivir las consecuencias. Como intentaré
mostrar, enfrentamos un círculo vicioso de violencia creciente al que
no se le ve fin. En cambio, si repudiamos su política en las urnas
tendremos una mejor oportunidad de recuperar el respeto y apoyo del
mundo y romper el círculo vicioso.
Crecí en Hungría, viví el
fascismo y el holocausto, y luego tuve una probada anticipada del
comunismo. Aprendí a temprana edad la importancia que tiene el tipo
de gobierno que prevalezca. Escogí Estados Unidos como hogar porque
valoro la libertad y la democracia, las libertades civiles y una
sociedad abierta.
Cuando hube ganado más dinero del
que necesitaba para mí y mi familia, establecí una fundación para
promover los valores y principios de una sociedad libre y abierta.
Empecé en Sudáfrica en 1979 e instauré una fundación en mi país
natal, Hungría, en 1984, cuando aún estaba bajo el régimen
comunista. China, Polonia y la Unión Soviética vinieron más tarde,
en 1987. Después de la caída del muro de Berlín, en 1989, establecí
fundaciones prácticamente en todas las naciones del ex imperio soviético
y luego en otras partes del mundo y en Estados Unidos. Estas
fundaciones gastan hoy día unos 450 millones de dólares al año en
promover la democracia y una sociedad abierta en todo el planeta.
Cuando George W. Bush fue electo
presidente, y en particular después del 11 de septiembre de 2001, vi
que era necesario defender en la patria los valores y principios de
una sociedad libre y abierta. El 11 de septiembre condujo a una
suspensión del proceso crítico tan esencial a una democracia: una
discusión plena y en buena lid de los temas. El presidente Bush
silenció todas las críticas al tildarlas de antipatrióticas. Cuando
dijo "están con nosotros o con los terroristas" escuché
sirenas de alarma. Me temo que nos conduce en dirección muy
peligrosa. Estamos perdiendo los valores que dieron grandeza a nuestra
nación.
La destrucción de las Torres
Gemelas en Nueva York fue un suceso tan horrendo que requería una
respuesta fuerte. Pero Bush cometió un fundamental error de
pensamiento: que los terroristas sean manifiestamente malignos no
vuelve automáticamente buenas todas las acciones que emprendamos en
su contra. Lo que hacemos para combatir el terrorismo también puede
estar mal. Reconocer que podemos estar mal es el fundamento de una
sociedad abierta. El presidente Bush no admite duda alguna ni
fundamenta sus decisiones en una cuidadosa evaluación de la realidad.
Durante 18 meses después del 11 de septiembre logró suprimir todo
disenso. Por eso pudo llevar tan lejos al país en la dirección
incorrecta.
Sin advertirlo, Bush se puso en las
manos de Bin Laden. La invasión de Afganistán tuvo justificación:
allí vivía Bin Laden y allí tenía Al Qaeda sus campos de
adiestramiento. La invasión de Irak no tuvo una justificación
similar. Fue el regalo no intencional de Bush a Bin Laden.
La guerra y la ocupación crean víctimas
inocentes. Contamos las bolsas que contienen los restos de soldados
estadunidenses: ha habido más de mil en Irak. El resto del mundo mira
también a los iraquíes que pierden la vida día con día: han sido
20 veces más. Algunos intentaban matar a nuestros soldados, pero muchísimos
eran del todo inocentes, inclusive muchas mujeres y niños. Cada
muerte de un inocente ayuda a la causa de los terroristas al excitar
el encono hacia Estados Unidos y procurarles reclutas potenciales.
Instantes después del 11 de
septiembre hubo un brote espontáneo de simpatía hacia nosotros en
todo el planeta. Ahora ha cedido su lugar a un resentimiento
igualmente extendido. Hoy hay muchas más personas dispuestas a
arriesgar la vida matando estadunidenses que el 11 de septiembre, y
nuestra seguridad, lejos de mejorar como Bush sostiene, se deteriora.
Me temo que hemos entrado en un círculo vicioso de violencia
creciente en el que nuestros miedos y la furia de nuestros opositores
se alimentan entre sí. No es probable que este proceso se detenga
pronto. Si relegimos a Bush diremos al mundo que aprobamos sus políticas
y que estaremos en guerra durante mucho tiempo.
Me doy cuenta de que lo digo está
destinado a ser impopular. Estamos atrapados en una concepción errónea,
inducida por el trauma del 11/S, y alimentada por el gobierno de Bush.
Ningún político puede expresarlo sin poner en riesgo su elección.
Por eso me siento obligado a hablar. Existe la extendida creencia de
que Bush nos da seguridad; en realidad ocurre lo contrario. Bush
fracasó en hallar a Bin Laden cuando lo tenía acorralado en Afganistán
porque estaba preparándose para atacar a Irak. Y la invasión de Irak
incubó más personas dispuestas a arriesgar la vida luchando contra
estadunidenses de las que podíamos matar, lo cual generó el círculo
vicioso al que me refiero.
A Bush le gusta insistir en que los
terroristas nos odian por lo que somos -un pueblo amante de la
libertad-, no por lo que hacemos. Pues bien, se equivoca. También
afirma que las escenas de tortura en la prisión de Abu Ghraib fueron
obra de unas cuantas manzanas podridas. En eso está igualmente
equivocado: fueron parte de un sistema de trato a los detenidos
preparado por el secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld, y nuestros
soldados en Irak están pagando el pato.
¿Cómo podría Bush convencer al
pueblo de que es bueno para nuestra seguridad, mejor que John Kerry?
Construyendo sobre los temores generados por el colapso de las Torres
Gemelas y alimentando una sensación de peligro. En momentos de
peligro la gente cierra filas en torno a la bandera, y Bush explota
esa reacción. Su campaña se basa en la presunción de que a la gente
en realidad no le importa la verdad y que creerá prácticamente
cualquier cosa que se le repita con suficiente insistencia, sobre todo
si la dice un presidente en tiempos de guerra. Algo debe de andar mal
en todos nosotros si caemos en ese garlito. Por ejemplo, alrededor de
40 por ciento del público aún cree que Saddam Hussein tuvo algo que
ver con el 11/S, pese a que la comisión investigadora sobre el tema,
nombrada por Bush y encabezada por un republicano, ha demostrado en
forma contundente que no hubo tal conexión. Me dan ganas de subirme a
las azoteas a gritar: "¡Despierten, estadunidenses! ¿No se dan
cuenta de que nos están engañando?".
Bush ha utilizado el 11/S para
llevar adelante su propia agenda, que poco tiene que ver con el
combate al terrorismo. En su gobierno había una camarilla influyente,
encabezada por el vicepresidente Dick Cheney, a la que ya antes de los
atentados se le quemaban las habas por invadir a Irak. El ataque
terrorista le dio la oportunidad que esperaba. Si se quiere una prueba
tangible de que el presidente Bush no merece la relección, piénsese
en Irak.
La guerra en el país árabe fue
mal concebida de principio a fin... si es que llega a un fin. Diga lo
que diga Bush, fue una guerra de elección, no de necesidad. Las
sanciones y las inspecciones de armas estaban funcionando. En
respuesta a la presión de Washington, Naciones Unidas había acordado
al fin adoptar una postura firme. Mientras los inspectores estuvieran
en el terreno, Saddam Hussein no podría representar amenaza alguna a
nuestra seguridad. Pudimos declarar la victoria, pero Bush insistió
en ir a la guerra.
Fuimos a la guerra sobre bases
falsas; éste es el día en que las verdaderas razones no se han
revelado. No se logró encontrar armas de destrucción masiva ni se
pudo establecer una conexión con Al Qaeda. Luego Bush sostuvo que
entramos en guerra para liberar al pueblo de Irak. Toda mi experiencia
en promover la democracia y una sociedad abierta me ha enseñado que
la democracia no puede imponerse por medios militares. Además, Irak
sería el último lugar que yo escogería para llevar a cabo un
experimento de instauración de la democracia... como lo demuestra el
caos actual.
Desde luego, Saddam era un tirano,
y claro que los iraquíes, como el resto del mundo, pueden
congratularse de haberse librado de él. Pero ahora los iraquíes
detestan la ocupación estadunidense. Nos quedamos cruzados de brazos
mientras Bagdad era presa del pillaje. Como potencia ocupante teníamos
el deber de mantener la ley y el orden, pero no lo cumplimos. Si nos
hubiera importado el pueblo iraquí debimos tener más soldados
disponibles para la ocupación de los que necesitamos para la invasión.
Debimos haber brindado protección no sólo al Ministerio del Petróleo,
sino también a las otras dependencias, museos y hospitales. Bagdad y
las demás ciudades del país fueron devastadas después que las
ocupamos. Cuando encontramos resistencia empleamos métodos que
aislaron y humillaron a la población. La forma en que invadimos
hogares y tratamos a los prisioneros generó resentimiento y encono.
La opinión pública nos condena en el mundo entero.
El número de torpezas y pasos en
falso cometidos por el gobierno de Bush en Irak excede cualquier cosa
de la que se pueda acusar a John Kerry. Primero disolvimos el ejército
iraquí, luego tratamos de reconstituirlo. Primero intentamos eliminar
a los baazistas, luego nos volvimos a ellos en busca de ayuda. Primero
instalamos al general Jay Garner para gobernar el país, luego se lo
dimos a Paul Bremer y, cuando la insurgencia se volvió intratable,
instalamos un gobierno local. El hombre que escogimos era un protegido
de la CIA con fama de hombre fuerte, algo muy alejado de la
democracia. Primero atacamos a Fallujah, por encima de las objeciones
del comandante de la infantería de marina en el terreno, luego nos
retiramos cuando el asalto iba a la mitad, una vez más contra su
parecer. "Si uno se lanza hay que sostenerse", declaró en público.
En fecha más reciente comenzamos a bombardear Fallujah de nuevo.
La campaña de Bush trata de darle
un giro favorable, pero la situación en Irak es ominosa. Mucho de la
parte occidental del país ha sido cedido a los insurgentes. Aun la
llamada Zona Verde (pequeño enclave en el centro de Bagdad en el que
los estadunidenses viven y trabajan) es objeto de ataques de mortero.
Las perspectivas de realizar elecciones libres y justas en enero se
alejan con rapidez, y la guerra civil se cierne sobre la nación. Bush
recibió en julio pasado una sombría evaluación de inteligencia,
pero la mantiene en secreto y no ha dicho la verdad a los electores.
La guerra de Bush en Irak ha
causado incontables daños a Estados Unidos. Ha baldado nuestro poderío
militar y minado la moral de nuestras fuerzas armadas. Antes de la
invasión podíamos proyectar un poder abrumador en cualquier parte
del mundo; ya no podemos hacerlo porque estamos entrampados en Irak.
Afganistán se sale de nuestro control. Corea del Norte, Irán, Pakistán
y otros países llevan adelante programas nucleares con renovado
vigor, y muchos otros problemas siguen sin atender.
Al invadir a Irak sin una segunda
resolución de la ONU, violamos el derecho internacional. Al maltratar
y aun torturar prisioneros, violamos las Convenciones de Ginebra. El
presidente Bush ha alardeado de que no necesitamos permiso de la
comunidad internacional, pero nuestras acciones han puesto en peligro
nuestra seguridad, en particular la de nuestras tropas.
Nuestros soldados fueron
adiestrados para proyectar un poderío abrumador. No fueron
adiestrados para tareas de ocupación. Tener que combatir a una
insurgencia drena su moral. Muchos de nuestros soldados regresan de
Irak con trauma grave y otros padecimientos sicológicos. Por
desgracia muchos tienen lesiones físicas. Después de Irak será difícil
reclutar personal para las fuerzas armadas y tal vez tengamos que
recurrir a la conscripción obligatoria.
Hay muchas otras políticas por las
cuales se puede criticar al gobierno de Bush, pero ninguna es tan
importante como Irak. La guerra nos cuesta casi 200 mil millones de dólares...
una suma enorme. Se pudo haber empleado mucho mejor en otras cosas.
Los costos se van a incrementar porque fue mucho más fácil entrar en
Irak que salir. Bush ha estado provocando a John Kerry para que diga
cuál es la manera diferente en que haría las cosas en el país árabe.
Kerry ha respondido que haría todo en forma diferente y que estaría
en mejor posición para sacarnos de allá que el hombre que nos metió.
Pero tampoco a él le será fácil, porque estamos metidos en una
trampa de arena.
Es una trampa que muchos
predijimos. Yo la predije en mi libro, The bubble of American
supremacy (La burbuja de la supremacía estadunidense). No estuve
solo: expertos militares y diplomáticos de primer nivel advirtieron
con desesperación al presidente que no invadiera Irak. Pero Bush
desoyó su experimentado consejo. Suprimió el proceso crítico. La
falta de discusión sobre Irak persiste incluso durante la campaña
presidencial, debido a la noción de que cualquier crítica al
comandante en jefe pone en riesgo a nuestras tropas. Pero ésta es la
guerra de Bush y se le debe hacer responsable de ella. Es una guerra
indebida, librada en forma incorrecta. Alejémonos un paso de la
cacofonía de la campaña electoral y reflexionemos: ¿quién nos metió
en este embrollo? Pese a su fanfarronería texana, George Bush no
califica para ser nuestro comandante en jefe.
Hay mucho más que decir sobre el
tema y lo he dicho en mi libro, The Bubble of American Supremacy,
ahora disponible en edición de bolsillo (en inglés). Espero que lo
lean. Se puede descargar gratis el capítulo sobre la trampa de arena
de Irak en www.georgesoros.com.
Si mis argumentos les parecen
dignos de consideración, por favor compartan este mensaje con sus
amigos. Sus comentarios serán bienvenidos en georgesoros.com. Estoy más
que dispuesto a entrar en cualquier discusión crítica antes
que el riesgo se vuelva demasiado alto.
(*) Discurso pronunciado por el
magnate estadunidense en el National Press Club de Washington, DC, el
28 de septiembre pasado. Se reproduce con permiso del autor.
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