Crónicas norteamericanas
Por Mario Diament
Miami, publicado en La Nación,
Buenos Aires, 23/10/04
Como un cuento de Bioy Casares
George W. Bush es presidente de los
Estados Unidos porque una dudosa diferencia de 537 votos sobre un
total de 6 millones emitidos en el estado de la Florida y un polémico
fallo de la Corte Suprema de Justicia lo pusieron en la Casa Blanca en
2000.
Cuatro años más tarde, este mismo
estado, con sus 27 cruciales electores, se perfila nuevamente como el
lugar de donde se habrá de decidir la presidencia.
Esta simple evidencia basta para
producir borbotones de sudor frío en los demócratas y en todos
aquellos preocupados por la posibilidad de que Bush termine obteniendo
un nuevo mandato.
Porque si bien es cierto que la
corrupción no tiene filiación política en esta permeable región
del sur norteamericano, el hecho de que el gobernador sea casualmente
el hermano del presidente no contribuye a fortalecer la causa de la
ecuanimidad.
Las encuestas arrojan hasta el
momento un empate tirante, donde un día la marca puede correrse un
par de milímetros hacia un lado y al día siguiente volcarse un par
de milímetros hacia el otro. Pero si los sondeos tienen algún viso
de confiabilidad, las garantías de transparencia que el gobernador
Jeb Bush se esmera en predicar, en cambio, se ven cada vez más
turbias.
De hecho, la Florida ya está
votando desde el lunes, porque las leyes estatales permiten el voto
anticipado. Pero aunque se ha eliminado la tristemente célebre
"boleta mariposa", responsable de la confusión de miles de
votantes y se instalaron en su reemplazo máquinas de voto electrónico,
a juzgar por su desempeño en las elecciones de medio término, y en
otras locales, el remedio está resultando peor que la enfermedad.
No pasa un día sin que aparezcan
nuevas denuncias de mal funcionamiento de las computadoras que, con más
frecuencia de la deseable, se funden con las acusaciones de fraude
rampante. Cuando faltan menos de dos semanas para las elecciones, el
Departamento de Justicia de la Florida se ha visto forzado a lanzar
una investigación a escala estatal para determinar la veracidad de
las denuncias.
De Gore a Buchanan
Entre las curiosidades más
escandalosas de esta elección figura el hecho de que Theresa LePore,
la funcionaria responsable del diseño de la "boleta
mariposa" y del turbulento recuento posterior de los votos, y a
quien muchos consideran la principal responsable de la calamidad
electoral de 2000, continúa en su cargo de supervisora de comicios
del condado de Palm Beach.
Palm Beach fue el lugar donde
varios miles de viejitos, mayormente judíos, llegaron a las urnas con
la intención de votar por Al Gore y confundidos por el diseño de la
boleta, terminaron por darle el voto a Pat Buchanan, un hombre acusado
reiteradamente de antisemita.
Y, sin embargo, nada impidió el
absurdo de que fuera la propia LePore la encargada de elegir el
sistema electrónico que reemplazaría a las boletas. El que
finalmente adquirió en California, a un costo de 14.4 millones de dólares,
se reveló tan plagado de problemas que casi empalideció a su
anterior invención.
Durante las elecciones para el
Concejo Municipal de Boca Ratón, por ejemplo, el candidato al que las
encuestas mostraban con una ventaja de 17 puntos, terminó tercero.
Muchos votantes denunciaron que cuando presionaban su nombre en la
pantalla la máquina registraba el de su opositor,
En la ciudad de Wellington, la
contienda por la intendencia se decidió por 4 votos, pero 76 votos no
fueron contabilizados por las máquinas lo que significa que, si el
sistema trabajaba correctamente, 76 personas se presentaron a la mesa,
pero cambiaron de idea al momento de votar y se marcharon.
Las máquinas de votar son apenas
uno en la compleja trama de problemas que están plagando la elección
en la Florida. En un estado que étnicamente se ve como uno de esos
acolchados hechos de retazos y éticamente como un queso Gruyere, la
coexistencia de una variedad de formas de votar y una confusa política
de impugnación de votos, particularmente en el caso de aquellos que
han sido condenados por delitos, representan un serio desafío a la
transparencia.
Si se juzga por los 537 votos que
le permitieron a Bush ganar la presidencia en 2000, se comprende que
cualquier obstrucción mínima en el acceso a las urnas, cualquier
variación en el cómputo electrónico de los sufragios en la Florida
puede, como en aquel cuento de Bioy Casares sobre la máquina del
tiempo, alterar el curso de la historia.
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