Elecciones
presidenciales:
Una perspectiva desde la izquierda
Por James Petras
Rebelión, 27/10/04
Traducido para Rebelión
por Felisa Sastre
El aspecto más
significativo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos es el
desastroso deslizamiento de todo el espectro político hacia la
derecha. Los reaccionarios cambios fundamentales en la Constitución
de Estados Unidos, la legislación social, la política y las leyes
internacionales, así como la experiencia histórica se han convertido
en el lenguaje común de los dos principales candidatos en estas
elecciones, sin que ello haya provocado manifestaciones populares
masivas o protestas de intelectuales de la mayoría de la izquierda.
La Patriot Act en su
versión original y en las revisiones posteriores, ha eliminado de
hecho los derechos fundamentales y la seguridad de los ciudadanos ante
detenciones arbitrarias por parte del Estado. Pero ambos candidatos la
han respaldado. La Seguridad Nacional del Estado se ha convertido en
el eje de las campañas de los dos partidos.
Ni los candidatos ni
los partidos han afrontado los problemas de los trabajadores
afro-estadounidenses o Latinos, excluidos de hecho de los debates públicos.
La exclusión programática de las “minorías” tiene mucha más
importancia que la exclusión del registro de electores de la que
tanto se ha hablado en los medios de comunicación, y la consecuencia,
según estiman los expertos, es que cerca del 60% de los electores de
esas minorías no votarán. Los resultados de la exclusión de hecho
en la participación electoral nacional serán un poco más altos que
los que se producían durante la época de la exclusión legal en el
Sur.
El tema central del
debate económico entre Bush y Kerry ha sido el déficit
presupuestario federal, no la pobreza, la vivienda, la sanidad, el
salario mínimo o los insuficientes ingresos familiares. Ambos
candidatos defienden la austeridad fiscal aunque pretenden aumentar el
gasto militar; y, aunque los Demócratas anuncian un pequeño
incremento del gasto en educación, su insistencia en reducir el déficit
público y en aumentar los presupuestos militares convierten sus
promesas electorales en una farsa.
No se ha presentado
propuesta alguna de nuevas leyes laborales que faciliten la organización
de los sindicatos en el 91% del sector privado, que se encuentra
sometido por completo a la clase capitalista. Pero, a pesar de la
indiferencia absoluta de los candidatos a la presidencia, la mayor
confederación sindical- la AFL-CIO- ha gastado diez veces más dinero
en el millonario candidato del partido Demócrata, John Kerry, que en
el trabajo de afiliación de los trabajadores más pobres durante un año.
El denominado “ Solidarity Institute” (Instituto de Solidaridad )
invirtió más dinero en la financiación de los golpistas contra Chávez
que en proteger los derechos de los extremadamente explotados obreros
agrícolas de Estados Unidos.
La última reforma
social del pasado todavía vigente- el programa de jubilaciones del
estado, la Seguridad Social (SS)-, se va a privatizar: Bush defiende públicamente
la privatización mientras Kerry afirma que la Seguridad Social está
en “crisis” y precisa de “ajustes”. El anterior presidente demócrata,
Clinton, inició el proceso de privatización con el nombramiento de
una Comisión de los dos partidos que abrió la puerta a la
privatización “parcial” y propuso la prolongación de la edad de
jubilación hasta los 67 años.
Pero incluso ante una
inminente crisis sanitaria como la amenazadora epidemia de gripe y la
escasez de vacunas, ninguno de los candidatos se ha mostrado dispuesto
a tomar medidas que vayan más allá de la “solución que dé el
mercado”. Mientras millones de vulnerables ciudadanos
estadounidenses van a enfrentarse a la enfermedad y se van a producir
decenas de miles de muertes evitables entre niños, mujeres
embarazadas, ancianos y enfermos crónicos, ninguno de los candidatos
presidenciales ha propuesto que intervenga el Estado para proteger la
salud pública.
Los dos candidatos
principales y sus partidos defienden las guerras coloniales y las
ocupaciones, no sólo las actuales en Irak, Afganistán y Haití, sino
las futuras en Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Sudán y
dondequiera que el imperio exija. Ambos, asimismo, defienden que
Estados Unidos e Israel incumplan las leyes internacionales, y apoyan
las arbitrarias y masivas detenciones ilegales, los secuestros y
asesinatos extra-territoriales llevados a cabo por las “fuerzas
especiales”, y los ataques militares en lugares habitados por
población civil. Así que, hoy en Estados Unidos, la falta de respeto
a las leyes se ha convertido en requisito para ser
“presidenciable” y las diferencias entre los dos candidatos se
reducen a la forma de gestionar la imagen pública del Imperio y en
consultar o no con los aliados europeos. Todo el debate público
presidencial se ha centrado en cómo entablar las guerras coloniales,
en cómo acabar con la resistencia popular y en cómo aumentar la
eficacia del ejército, no en los aspectos legales, éticos o políticos
de esas guerras. En otras palabras, todo el espectro político ha
quedado reducido a un marco ideológico en el que la única preocupación
es la eficacia en el gasto de EE.UU. y no los millones de personas sin
hogar, los parados, y las víctimas coloniales, muertos y heridos, ni
los centenares de miles de familias aterrorizadas que viven entre
escombros en Gaza e Irak.
Apenas ha habido
debate sobre la política en Latinoamérica: los dos partidos
respaldan el Plan Colombia, el Plan Andino, la instalación de más
bases militares estadounidenses y el ALCA. Las diferencias entre uno y
otro candidato se reducen a que Kerry quiere hacer compatibles una
mayor protección a los poco competitivos productores estadounidenses
con el supuesto “Mercado Libre” en Latinoamérica.
Es evidente que el
giro hacia la derecha de la política estadounidense, que combina el
liberalismo económico con el militarismo imperialista, comenzó con
la guerra de Afganistán en época de Carter, y con la desregulación
interior; se agudizó después con las guerras sucias de Reagan en
Centroamérica, la invasión de Granada y el masivo gasto militar;
Bush padre, extendió el imperialismo con la Guerra del Golfo y
Clinton invadió los Balcanes y desmanteló los programas de bienestar
social para madres solteras y sus hijos menores. El actual Gobierno de
Bush ha codificado, formalizado y explicitado las políticas liberales
en el interior y las políticas bélicas imperialistas llevadas a cabo
por los presidentes que le precedieron, republicanos y demócratas, de
forma que cada vez que la izquierda opta por el “mal menor” el
espectro político se mueve más aún hacia la derecha.
La actual campaña
electoral tiene lugar mientras se llevan a cabo dos dilatadas guerras
coloniales en las que EE.UU. se enfrenta a una masiva resistencia, a
un continuo incremento de víctimas y a un incremento de los déficits
comercial y presupuestario. Aún así, no existe una oposición política
a esas actuaciones coloniales. El dramático deslizamiento desde una
democracia oficial burguesa a un estado colonial de seguridad se ha
llevado a efecto sin una oposición política significativa ni en el
interior de los dos partidos ni en los “movimientos sociales”.
Desde una perspectiva
histórica, uno de los aspectos más sorprendentes de estas elecciones
presidenciales- además del extremado giro hacia la derecha- es el
desmoronamiento de la “izquierda” y de los movimientos
progresistas de oposición, ya que más del 90% de la izquierda y de
los progresistas se han concentrado en la campaña de apoyo a Kerry.
Los movimientos
progresistas estadounidenses han experimentado un continuado declive
desde los días de las masivas protestas en la calles de Seattle
(1999) contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), y las
manifestaciones multitudinarias de febrero de 2003 contra la guerra.
Ahora, en octubre de 2004, no hay gente en las calles para protestar-
a pesar de las brutales guerras coloniales y de la ocupación de Irak,
Afganistán, Palestina y Haití. ¿Dónde están todos los que
protestaban? ¿ Adónde se han ido los intelectuales
“libertarios”? Los han encauzado con éxito para apuntalar la
candidatura de Kerry, que está a favor de la guerra y que apoya a
Sharon. En el corto espacio de dos años, se ha producido la
transformación de un movimiento pacifista masivo y vibrante, que
aspiraba a la paz y la justicia, en el apéndice frívolo de una campaña
electoral a favor de un multimillonario belicista. Esta
“transformación” es el resultado de la falta de coraje y de
dignidad de los más destacados líderes ideológicos de la izquierda
y de su miopía política. “Cualquiera menos Bush” es una
“solución” a corto plazo que sacrifica las posibilidades estratégicas
y tácticas de los movimientos de masas de los años 1999-2002. Y Lo más
lamentable en esta capitulación de la izquierda es el hecho de que
existe una tercera opción real: Ralph Nader y Peter Camejo. Nader y
Camejo está realizando una decidida y valiente campaña por todo lo
que peleaban los manifestantes de Seattle y los pacifistas antes de su
subordinación a Kerry: la oposición a las guerras de Irak y Afganistán;
la defensa de la soberanía de Venezuela contra los Kerry-Bush que
promovieron el golpe; la encendida defensa de los palestinos contra el
terrorismo de estado de Israel, y la exigencia de un servicio nacional
de salud de cobertura universal. Ante la oportunidad de unirse a los
dos o tres millones de votos que apoyarán a Nader/Camejo, los
“progresistas”, las ONG, profesores, periodistas e intelectuales
de Nueva York, Boston, Los Angeles, etc., no sólo apoyan a Kerry sino
que difaman a Nader y Camejo con las más graves descalificaciones
personales. Una izquierda avergonzada por su rendición ante el poder,
trata de destruir a los únicos candidatos que les recuerdan los
principios en los que, al fin cabo, se basa la política de
izquierdas.
Ni la izquierda ni
los progresistas muestran ningún tipo de oposición cuando Kerry
defiende orgullosamente sus proezas bélicas en la guerra colonial de
Vietnam. Para muchos progresistas de mediana edad, que consideran el
éxito a la oposición a la guerra colonial en Indochina uno de los
hitos más importantes de sus vidas, debe parecerles la más
vergonzosa capitulación ante una grotesca revisión de la historia.
También los políticos negros demócratas y conocidos creyentes
permanecen mudos mientras Kerry ignora las reivindicaciones de los
trabajadores negros, y concentran sus esfuerzos en los que denominan
“electores de clase media” (blancos). El movimiento feminista
aclama a Kerry- incluso tras haber prometido que nombrará jueces que
están en contra del aborto libre. Ni las ONG de Seattle, ni los líderes
del movimiento pacifista ni los del movimiento “No en mi nombre”
han denunciado ninguna de las declaraciones belicistas de Kerry, ni
tan siquiera ante su propuesta de enviar otros 40.000 soldados
estadounidenses a Irak. En lugar de ello, muchos de los supuestamente
“intelectuales progresistas” han lanzado ataques difamatorios
contra el demócrata e izquierdista Ralph Nader por su programa
pacifista. Cuando Kerry hizo público su apoyo incondicional a Israel,
en momentos en que Sharon mataba decenas de niños palestinos y se
estaba investigando a gentes del lobby judío por espiar en el Pentágono,
la izquierda estadounidense permaneció muda. Cuando las principales
organizaciones judías de Estados Unidos expresaban su apoyo a Bush y
a Kerry para convertir en objetivos a Irán y Siria y para suministrar
a Israel bombas de 2.000 libras de peso (N.T. cerca de una tonelada),
los más prominentes y prestigiosos intelectuales críticos judíos
mantuvieron sus bocas cerradas o las abrieron para atacar a Nader por
sus críticas al salvajismo de Israel.
Una de las más
graves consecuencias de estas elecciones presidenciales ha sido el
espectacular colapso y desaparición de la izquierda durante el
enfrentamiento de los dos candidatos de la derecha. En elecciones
precedentes, incluso entre la izquierda que se decantó por la
oportunista estrategia del “mal menor”, se produjeron continuas
presiones de los progresistas para incluir en la campaña electoral
algunos temas sobre la “paz” y las reformas sociales. En la
actual, Kerry ignora por completo a la izquierda, y acepta su apoyo
sin tan siquiera reconocer su existencia. La izquierda se ha
desacreditado a sí misma, y ha hecho lo posible para dar a Kerry un
cheque en blanco con el que, si es elegido, pueda profundizar e
incrementar el colonialismo militar y las políticas retrógradas
internas.
Tras las elecciones,
la izquierda no podrá exigir nada a Kerry porque el candidato no les
ha hecho promesa alguna y podría contestar honradamente que los
“progresistas” sabían de antemano lo que iba a hacer:
“continuar la guerra (colonial) hasta conseguir la victoria”.
Si aceptamos la
discutible afirmación de que Estados Unidos es una democracia, y los
candidatos, de forma explícita y pública, defienden las guerras
coloniales, entonces habremos de admitir que todos los ciudadanos, y
en especial los intelectuales progresistas que voten por un candidato
belicista, asumirán una grave responsabilidad personal por las
matanzas y el pillaje que tienen lugar en Irak, Palestina, Haití y en
otros lugares. Después de las elecciones, sería indecente proclamar
que la devastación colonial que se lleva a cabo no se hace “en
nuestro nombre”.
El hundimiento de la
izquierda en Estados Unidos no es una mera cuestión de la campaña
presidencial ya que tanto si gana Bush como si lo hace Kerry,
cualquiera de ellos continuarán con nuevos bríos las sangrientas
guerras coloniales tal como han prometido, y la izquierda habrá
perdido su credibilidad y respeto. Enfrentados a un futuro de guerras,
represión y regresión social la cuestión que se plantea es la de cuándo,
dónde y cuánto tiempo pasará hasta que emerja una nueva generación
política que se niegue a ser cómplice de las guerras imperiales y
grite la verdad ante los poderosos sobre Palestina, la resistencia
iraquí, los empobrecidos haitianos, y la necesidad de nuevos
movimientos sociales y políticos en Estados Unidos.
|
|