Elecciones:
El "gran dinero" y los
"grandes medios"
Por Oscar González
La Jornada, México,21/10/04
Tener elecciones limpias, transparentes, confiables ¿es
un punto de partida o de llegada para una genuina democracia? Elegir
con procedimientos democráticos a un gobierno ¿significa que ese
gobierno será ejercido democráticamente? El "fiasco de
Florida" de 2000 ¿fue excepcional o puede repetirse en 2004?
Estas son algunas preguntas que un grupo de 20 observadores civiles
internacionales hicimos a grupos de interlocutores durante una gira de
dos semanas en cinco estados del vecino país del norte.
Las respuestas se orientaron en el sentido de que unas
elecciones confiables otorgan legitimidad a un gobierno, pero nada
garantiza que se ejerza para "el mayor bien del mayor número"
(Bentham). Por cuanto a Florida no sólo Jimmy Carter señaló el
conflicto de intereses y la falta de imparcialidad de las anteriores y
las nuevas autoridades electorales como activos promotores de las
campañas republicanas y a la vez responsables de preparar las
elecciones, contar votos y dar a conocer resultados; también los
ciudadanos de a pie subrayaron que al cabo de 200 años de elecciones
no observadas de manera independiente y crítica, las inercias y prácticas
corruptas, lejos de ser excepción (en Florida apenas se "destapó
la cloaca") serían la regla no reconocida, pero real del control
que "los políticos" ejercen sobre los procesos electorales.
En un sistema tan complejo, donde los 51 estados y gran cantidad de
condados determinan normas y procedimientos de elección local y
federal, el "gran dinero" y los "grandes medios"
resultan decisivos, casi siempre imbatibles.
La antigua confianza y la certidumbre generalizadas de la
población, basadas en un sentimiento de autoafirmación y de
autocomplacencia, han sido erosionadas. La rectitud moral y la
observación de las reglas, supuestos fundamentos originarios de la
vida pública estadounidense, están siendo cuestionados y puestos a
debate ya no sólo a partir de casos o precedentes -Watergate, Enron-,
sino de evidencias y decisiones que involucran a todo un sistema y un
estilo de vida, es decir, a la legalidad y legitimidad de
instituciones y al equilibrio de poderes que se admitían sin más
como paradigmas "democráticos". Muy pocos estadounidenses
habrán reflexionado sobre datos como los que ofrece un liberal
"clásico", Ralf Darhendorf (Después de la democracia, FCE,
2001), al recordar que "para llegar al Congreso se necesita un
millón de dólares; para llegar al Senado, 10 millones de dólares;
para ser elegido presidente, 100 millones de dólares", o bien al
señalar que "poco menos de la mitad de quienes tendrían
derecho a votar ni siquiera se inscriben en los padrones... únicamente
la mitad de los registrados se presenta a emitir su voto y sólo queda
un cuarto del potencial que efectivamente participa en la elección
del presidente, quien con frecuencia obtiene menos de la mitad de los
votos emitidos (por lo que) la mayoría de los presidentes
estadounidenses es elegida por entre un 10 y un 12 por ciento del
electorado". Y eso pasó en la contienda de Gore y Bush, al
resultar electo el último por una ínfima proporción de votos... los
de los jueces de la Suprema Corte de Justicia.
Uno de los temas que más empiezan a discutirse es si
debe o no mantenerse la elaborada y tradicional fórmula que intentaba
conciliar el federalismo de la unión con la soberanía de los
estados. Hasta ahora prevalece el "voto electoral" sobre el
"voto popular". La suma de los sufragios individuales
determina -excepto en Maine y Colorado- el sentido en el que habrá de
otorgarse el total de votos delegacionales de cada estado; es decir,
el sistema de "todo o nada" prevalece sobre el sufragio
universal, dando lugar a manipulaciones fraudulentas en las que el
gran público no reparaba hasta que "saltó" a la superficie
la gran trama de irregularidades que significó el triunfo de los Bush
en Florida en 2000.
En su reporte preliminar de 55 páginas nuestro grupo de
observadores independientes, invitado por Global Exchange -hay otro de
100 personas de la OSCE invitado por el gobierno de Bush-, señala que
"existen problemas que plantean amenazas sustanciales a la
integridad de la elección general de 2004 en Estados Unidos".
Las áreas problemáticas sobre las cuales se hacen recomendaciones,
destinadas sobre todo a ciudadanos y a los medios, provienen de la
consulta y cotejo de las condiciones preelectorales con las prácticas
y los estándares de la observación electoral internacional en más
de 60 países y se refieren a: 1) la supervisión no partidaria de las
elecciones por cuerpos independientes e imparciales que administren,
vigilen y certifiquen las elecciones; 2) la observación no partidaria
con grupos de expertos, domésticos e internacionales, que se sugiere
sean invitados por las autoridades estatales para crear una atmósfera
de transparencia cívica; 3) el voto electrónico acompañado de
constancias documentales para asegurar el registro impreso y la
verificación por una agencia independiente que asegure una
transparencia óptima; 4) el uso universal de boletas de votación
provisionales, para que sean debidamente contabilizadas sin importar dónde
se emita el voto; 5) la rehabilitación de los ex convictos, a fin de
restablecer la plena ciudadanía a los antiguos delincuentes; 6) el
financiamiento público de elecciones para que los políticos, más
preocupados con las grandes contribuciones que por los votantes, no
hagan depender los resultados finales del dinero utilizado en las
campañas electorales.
Hay una larga lista de medios que se han ocupado de este
primer intento de observación electoral que, ante el escepticismo y
la ironía de muchos, habrá de concluir después de la elección del
2 de noviembre con un informe final que recoja observaciones y
consideraciones críticas. Más allá de los problemas electorales,
apenas emergentes y en sí mismos significativos, deberemos ocuparnos
de temas sustantivos en las llamadas "democracias reales"
del mundo contemporáneo. Hay que saber cómo se vota y cómo se
cuentan los votos, pero más importa preguntarse por qué y para qué
se vota, por quién y para beneficio o en favor de quién. Si es
verdad que el enorme poder de la "democracia de los
propietarios" se concentra en sólo uno por ciento de la población
mundial (global class), todo pareciera indicar que los tiempos van
madurando para dar un vuelco a esas realidades y a sus terribles
consecuencias en la vida presente y futura de la casi totalidad de sus
habitantes y del planeta mismo.
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