La nueva misión crucial del Pentágono
Por Michael T. Klare (*)
La Jornada, México, 16/10/04
Traducción de Ramón Vera Herrera
– I –
Vista en retrospectiva desde el futuro, la guerra de Irak
de 2003 -junto con otras jugadas militares estadounidenses recientes
por todo el mundo- aparece como expresión natural de la Doctrina
Carter, el único edicto presidencial del periodo de la guerra fría
que continúa plenamente vigente. Es más, intento demostrar que la
Doctrina Carter, con 25 años de antigüedad, está adquiriendo mayor
relevancia como bosquejo de la expansión del poderío militar
estadounidense a otras regiones productoras de crudo del mundo. De la
misma manera en que su estrategia actual apela al uso de la fuerza
militar para proteger el flujo de energéticos procedentes del golfo Pérsico,
extender la Doctrina Carter justifica ahora acciones semejantes en la
región del Mar Caspio, en América Latina y en la costa occidental de
África. Lenta pero seguramente, los militares estadounidenses se
convierten en un servicio de protección del petróleo global.
Enunciada por el entonces presidente Jimmy Carter, en
enero de 1980, en un momento en que el posicionamiento militar
estadounidense estaba amenazado por la invasión soviética de
Afganistán y por la revolución islamita en Irán, la doctrina en
cuestión define el crudo del golfo Pérsico como de "interés
vital" para Estados Unidos, que debe ser defendido "por
cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar". Tiempo
después, el presidente Ronald Reagan invocó este principio para
justificar la intervención estadounidense en la guerra entre Irak e
Irán de 1980-1988 (para garantizar la derrota de Irán). De nuevo, el
presidente George Bush I lo invocó para autorizar las acciones
militares contra Irak en 1991, durante la Guerra del Golfo. Reticente
a invadir Irak en ese momento, Bush I inició la "contención"
de Irak (Bill Clinton la perpetuó), creando así un brutal sistema de
sanciones. Luego, al percatarse de que este abordaje no produjo un
"cambio de régimen" en Bagdad, Bush II ordenó la invasión
de 2003. Se inventaron muchas razones para emprender el asalto a Irak
pero, desde una perspectiva histórica, es la evidente culminación de
los pasos tomados por Carter, Reagan, Bush I y Clinton, con el fin de
asegurar la dominación estadounidense de golfo Pérsico.
Conocer esta historia ayuda a clarificar el debate de si
la guerra contra Irak de 2003 fue o no provocada por la avidez de
crudo. Aunque el gobierno alegue que fue motivada principalmente por
su preocupación ante la amenaza militar que entrañaba Saddam Hussein
y no por el deseo de apoderarse del petróleo de Irak, lo
supuestamente amenazado por Hussein era el control permanente de
Estados Unidos sobre el golfo Pérsico, y ese control, desde tiempos
de Carter, es visto como esencial para el flujo ininterrumpido de petróleo
procedente del Pérsico. Entonces, desde un punto de vista geopolítico,
el petróleo estuvo en el corazón de la perspectiva gubernamental. El
vicepresidente Dick Cheney lo admitió desde agosto de 2002, cuando
dijo ante la convención de veteranos de guerra que Saddam debía ser
retirado del cargo porque, una vez que Irak se equipara con armas de
destrucción masiva, era probable que "buscara la dominación de
todo Medio Oriente, controlara una enorme porción de las reservas
energéticas mundiales y amenazara directamente a los amigos de
Estados Unidos en toda la región".
Este episodio de la historia nos dice algo más que es
importante: pese a lo ilegal y precipitado de la invasión de Irak en
2003, las acciones de Bush son fundamentalmente consistentes con la
perspectiva geopolítica profesada por los presidentes que lo
antecedieron, demócratas y republicanos por igual. Fue el presidente
Carter quien primero articuló las razones estratégicas para la acción
militar en el golfo Pérsico, y fue Clinton quien ordenó un aumento
militar paulatino en la región que hizo posible la operación Iraqi
Freedom. Así que el uso de la fuerza para garantizar el acceso
estadounidense al petróleo del golfo Pérsico no es una política de
Bush II, no es en sí misma una política republicana: es una política
estadounidense compartida por ambos partidos. Aun en el caso de que
John Kerry resultara electo, es muy probable que los elementos clave
de esta política continúen vigentes.
El proceso de militarizar el petróleo, como política
estadounidense, comenzó en 1980 cuando, al buscar la instrumentación
de su famoso edicto, el presidente Carter estableció una fuerza de
tarea conjunta de despliegue rápido, la Rapid Deployment Joint Task
Force (conocida por sus siglas en inglés como RDJTF), y una red de
instalaciones estadounidenses en la más amplia región del golfo.
Este proceso se aceleró en 1983 cuando el presidente Reagan transformó
la RDJTF en el Comando Central estadounidense (Centcom), y le otorgó
estatus como importante fuerza de combate unificado, a semejanza del
Comando Europeo (Eurcom), el Comando del Pacífico (Pacom), el Comando
del Sur (Southcom), todos fuerzas militares estadounidenses. Aunque se
le asignaron variadas obligaciones, la misión primordial del Centcom
es proteger el flujo de crudo, del golfo Pérsico a Estados Unidos, y
a sus aliados por todo el mundo.
Esta misión adquiere su expresión más tajante en el
testimonio presentado anualmente por el comandante en jefe del Centcom
ante los miembros del Congreso: "Los intereses vitales de Estados
Unidos en la región del golfo son de larga duración", declaró
en 1997 el general J. H. Binford Peay. "Debido a que más de 65
por ciento de las reservas petroleras se localizan en las naciones de
la región del golfo Pérsico -de las cuales Estados Unidos importa
cerca de 20 por ciento para sus requerimientos, Europa occidental 43
por ciento y Japón 68 por ciento- la comunidad internacional debe
contar con libre y asegurado acceso a los recursos de dicha región".
El general Peay y sus sucesores han hablado de la amenaza que entrañan
los grupos terroristas en la región y de la necesidad de frenar la
proliferación de armas nucleares, pero la protección del crudo del Pérsico
continúa siendo su responsabilidad fundamental.
En la actualidad, la prioridad del Centcom en Irak es
derrotar a la insurgencia antiestadounidense que crece por el país.
Pero, siendo consistente con su misión histórica, el Centcom protege
los oleoductos, las refinerías y las instalaciones de exportación de
crudo por todo Irak. Aunque este esfuerzo no recibe tanta atención en
los medios como la guerra urbana en Bagdad y Najaf, no es menos
importante: al ser el petróleo la única fuente significativa de
ingresos, asegurar la exportación ininterrumpida de petróleo es
esencial para la supervivencia económica del gobierno interino iraquí
instalado por Estados Unidos. (Tan sólo en la primera mitad de 2004,
los ataques guerrilleros a los oleoductos que surcan Irak privaron al
gobierno interino de 200 millones de dólares de ganancias perdidas,
según lo declaró en junio el primer ministro interino, Iyad Allawi (The
New York Times, 6 de julio de 2004).
Casi todo el esfuerzo estadounidense por proteger el petróleo
en Irak se dedica a la protección de los oleoductos y refinerías, en
tierra. Las unidades del ejército, con armamento pesado, patrullan
las vitales líneas de abastecimiento de petróleo de Kirkuk, en el
norte, a la frontera con Turquía, y la igualmente crítica ruta de
tuberías que conecta Kirkuk con Basora, en el sur. Pero las fuerzas
de la guardia costera y la marina estadounidenses también protegen
las plataformas de carga en el mar, que sirven para exportar el crudo
iraquí por barco cruzando el golfo Pérsico. "En el gran esquema
de las cosas, tal vez no haya otro sitio donde el despliegue de
nuestras fuerzas armadas juegue un papel de mayor importancia",
afirmó el capitán Kurt Tidd, de la Quinta Flota de Estados Unidos,
al comentar su misión naval (The New York Times, 6 de julio de 2004).
Por más mundanas que parezcan, estas operaciones
protectoras pueden ser en extremo azarosas. El 24 de abril, dos
atacantes suicidas se aproximaron, en un bote repleto de explosivos, a
una de las mayores plataformas de carga en el golfo. Una pequeña
embarcación de la marina estadounidense los interceptó, la lancha de
los atacantes estalló y tres estadounidenses -dos de la marina y uno
de la guardia costera- murieron al instante. Simbólicamente, esta fue
la primera baja de la guardia costera, en combate, desde la guerra de
Vietnam.
Aun en el caso de que los combates en Irak se fueran
apagando, el Centcom mantendrá una significativa presencia militar
estadounidense en el Pérsico y empleará la fuerza cuando sea
necesario para remontar los riesgos que entraña el flujo libre de
petróleo. Con Hussein en cautiverio e Irak bajo control de las
fuerzas de ocupación, se piensa que la más fuerte amenaza a la
dominación de Estados Unidos emana de Irán, regido ahora por clérigos
islamitas militantes. Los estrategas estadounidenses están
particularmente preocupados por la amenaza iraní en el estrecho de
Hormuz, el angosto paso que conecta el golfo Pérsico con el océano
Indico y con el resto del mundo. Con el fin de garantizar que Irán no
intente cerrar el estrecho, disparando a cuanto buque tanque cruce
-los iraníes tienen instaladas baterías de misiles a todo lo largo
de la costa norte del golfo-, las naves y aviones del Centcom
patrullan las aguas, diario, y se mantienen en alerta ante un posible
choque inmediato con fuerzas iraníes.
Pese al fiasco de Irak, entonces, la Doctrina Carter
continúa dominando la política estadounidense en el área del golfo
Pérsico. Es probable que las fuerzas estadounidenses mantengan su
despliegue en el área -arriesgando su vida a diario- hasta que la última
gota de crudo se extraiga de la región.
Pero ésta es apenas la mitad de la historia. A partir
del gobierno de Clinton, la Doctrina Carter se extiende a otras
regiones productoras de petróleo del mundo, y ahora cubre gran parte
del planeta. Además de proteger el crudo del golfo, las fuerzas del
Centcom han asumido la responsabilidad de proteger las existencias
energéticas en Asia central y en la región del Caspio; al mismo
tiempo, las fuerzas del Eurcom ayudan a proteger los oleoductos en la
república de Georgia y las aguas costeras, ricas en crudo, de África;
el Pacom vigila los corredores petroleros del Mar del Sur de China, y
las tropas del Southcom ayudan en la protección de los oleoductos en
Colombia.
– II –
La globalización de la Doctrina Carter comenzó a
mediados de los años 90, cuando el gobierno de Bill Clinton determinó
que la cuenca del Mar Caspio -bajo control efectivo de la Unión Soviética
hasta 1992- podría tornarse en una importante fuente de petróleo
para Estados Unidos y sus aliados, lo que ayudaría a disminuir la
dependencia estadounidense hacia el siempre turbulento golfo Pérsico.
Los nuevos estados independientes de Azerbaiján y Kazajstán estaban
ansiosos por vender su riqueza petrolera a Occidente, pero no contaban
con un conducto autónomo para sus exportaciones -en ese entonces,
todos los oleoductos existentes procedentes del Caspio, en tierra,
pasaban por Rusia- y encaraban el serio reto de lidiar con sus minorías
étnicas y con movimientos internos de oposición. Para salvaguardar
el futuro flujo del crudo del Caspio, Clinton accedió a brindarles
asistencia para construir un nuevo oleoducto de Bakú en Azerbaiján,
cruzando Georgia hacia Turquía (evitando cruzar por Rusia), y a
impulsar en esos países su potencial militar propio. Para 1997, la
ayuda militar a esos estados comenzó a fluir, y las tropas
estadounidenses comenzaron una serie de maniobras militares conjuntas
con las fuerzas de dichos países.
Pese a que Clinton nunca invocó formalmente la Doctrina
Carter al anunciar estas acciones, en 1997 aplicó el mismo paraguas
de "seguridad nacional" al petróleo del Mar Caspio durante
una reunión en la Casa Blanca con Heydar Aliyev, presidente (y
virtual dictador) de Azerbaiján. "En un mundo de creciente
demanda energética", declaró Clinton, "nuestra nación no
puede darse el lujo de depender de una sola región para abastecerse
de energía". Al facilitar las exportaciones de petróleo de
Azerbaiján, "no sólo lo ayudamos a prosperar, (sino que)
diversificamos también nuestro abasto y fortalecemos nuestra
seguridad como nación".
Clinton hizo extensiva la fórmula a Kazajstán, otra
fuente promisoria de crudo, y a Georgia, importante estación de tránsito
en el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan (conocido como BTC) proyectado
del Caspio a Turquía. En consonancia con esta perspectiva, Clinton
autorizó vínculos entre militares del Pentágono y las fuerzas
armadas de estos países, y envió tropas estadounidenses a las bases
de la región para familiarizarlas con el entorno. Aunque su número
era modesto, comparado con la creciente presencia militar que ocurría
de tiempo atrás en el área del golfo Pérsico, estas jugadas
establecieron una significativa presencia estadounidense en la cuenca
del Caspio. Los vínculos creados serían utilizados posteriormente
por el presidente George W. Bush para facilitar la intervención en
Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados
Unidos, pero es importante resaltar que su establecimiento fue
motivado originalmente por la preocupación en torno a la seguridad de
las existencias de energéticos, no por la amenaza del terrorismo.
Fue entonces el presidente Clinton quien comenzó la
globalización de la Doctrina Carter, pero es el presidente Bush quien
la convirtió en el objetivo central de la política exterior
estadounidense.
La estrategia petrolera internacional impulsada por el
gobierno de Bush fue consecuencia natural de la política energética
nacional (NEP, por sus siglas en inglés) anunciada por la Casa Blanca
el 17 de mayo de 2001. El plan del gobierno (ampliamente conocido como
"informe Cheney", por ser su autor principal el
vicepresidente Dick Cheney), busca incrementar sustancialmente las
importaciones estadounidenses de crudo, de modo de satisfacer la
rampante demanda de energéticos básicos. Gran parte de este petróleo
importado habría de llegar del área del golfo Pérsico -que por sí
sola posee suficiente petróleo para cumplir con los requisitos
anticipados de Estados Unidos, en las décadas venideras- pero,
reconociendo la agitación crónica en el golfo, el plan busca también
incrementar, significativamente, la dependencia de Estados Unidos
hacia los productores emergentes de otras áreas del mundo.
Por supuesto, la Casa Blanca no enfatizó este aspecto
del plan cuando difundió la NEP en 2001, y sugirió en cambio que
Estados Unidos buscaba promover su "independencia" energética
abriendo el refugio nacional de vida silvestre en el ártico, el Artic
National Wildlife Refuge (ANWR, por sus siglas en inglés), y otros
enclaves de protección de la naturaleza, a la perforación petrolera
comercial. (Pongo "independencia" entre comillas porque la
Casa Blanca sabía perfectamente bien que su plan entrañaría una
dependencia creciente de las importaciones, no una reducción). El
debate que siguió en torno a la sensatez o no de perforar en la ANWR
ahogó cualquier discusión pública de otros aspectos del plan del
gobierno, y así, casi todos los estadounidenses desconocen su
verdadera significación política.
Antes de proseguir esta discusión, es necesario decir
algunas palabras acerca de las existencias globales de crudo y su
disponibilidad futura. En la actualidad hay un debate considerable en
Estados Unidos en torno a si el mundo arribó (o no) a su producción
máxima, o "pico", de crudo. Algunos expertos alegan que la
escasez actual de petróleo (y los precios altos resultantes) son
evidencia de que ya ocurrió la producción pico; otros argumentan que
estas mermas son temporales y que la producción mundial aumentará
pronto.(* *)
Lo que no está en disputa, sin embargo, es que el centro
de gravedad de la producción mundial de crudo se está moviendo, de
los antiguos campos petroleros del norte global, notablemente en
Estados Unidos, Canadá, México y Europa, a los campos menos
desarrollados del sur global, especialmente en Africa, América
Latina, Medio Oriente y la cuenca del Caspio. De acuerdo con las
proyecciones difundidas en 2003 por el Departamento de Energía
estadounidense, la cuota total de producción petrolera mundial que
aportan los principales productores del norte caerá de 27.4 por
ciento en 2002 a 18.3 por ciento en 2025, mientras que la cuota
aportada por Africa, América Latina (excluido México) y el área del
golfo Pérsico se incrementará de 46.6 a 59.2 por ciento. (Cifras del
Departamento de Energía, IEO, 2003, p. 235).
Las implicaciones son desoladoras: mientras más dependa
este país del petróleo para satisfacer una cantidad significativa de
sus necesidades energéticas, mayor será su dependencia del petróleo
procedente de los países en vías de desarrollo.
Como ya se anotó, esta realidad no se desprende de
inmediato de la lectura de la NEP de 2001. Pero una lectura cuidadosa
arroja luz sobre el verdadero significado del plan Bush-Cheney. En el
capítulo 8, "Fortalecimiento de alianzas globales", la NEP
afirma que, debido a que la producción petrolera estadounidense se
halla en un declive de largo plazo, la búsqueda de existencias
extranjeras adicionales debe convertirse en "prioridad de nuestra
política y comercio exteriores". En particular, esto significa
obtener más crudo del golfo Pérsico. "La producción petrolera
de Medio Oriente seguirá siendo central a la seguridad petrolera
mundial", anota el informe, y por tanto, "el golfo será el
foco principal de la política energética internacional de Estados
Unidos". Pero la NEP también reconoce los riesgos que entraña
una dependencia excesiva del Pérsico, y llama a incrementar
significativamente las importaciones procedentes de otras regiones
productoras. "La concentración de la producción mundial de
crudo en cualquier región del planeta contribuye, potencialmente, a
la inestabilidad de los mercados", afirma. En consecuencia,
"una mayor diversidad en la producción de crudo... tiene obvios
beneficios para todos aquellos que participan del mercado".
El informe Cheney identifica muchas áreas de posibles
recursos de petróleo fuera del golfo, pero se enfoca particularmente
en tres zonas claves: la región andina en Sudamérica (en especial
Colombia y Venezuela), la costa occidental de Africa (Angola, Guinea
Ecuatorial, Malí y Nigeria) y la cuenca del Mar Caspio (Azerbaiján y
Kazajstán). "Los niveles crecientes de producción y
exportaciones (de estas regiones) son factores importantes que pueden
aminorar el impacto de una perturbación en el suministro (del golfo)
en las economías estadounidense y mundial", declara la NEP.
Hasta ahí, todo bien. Pero lo que no menciona el informe
es que estas áreas son tan propensas a la turbulencia y el conflicto
como el golfo Pérsico. De hecho, la inestabilidad actual en Colombia,
Venezuela, Nigeria y otras áreas productoras fuera del golfo -en
combinación con los combates en Irak- es la razón principal invocada
por casi todos los analistas para la actual escasez mundial de crudo y
el aumento en los precios de la gasolina. No hay escapatoria,
entonces, para la agitación asociada a la producción petrolera.
¿Qué hay en el crudo que provoca este efecto? No es éste
el sitio para una larga explicación académica del fenómeno, pero
baste decir que la extracción de petróleo, en sociedades que si no
lo tuvieran estarían subdesarrolladas, fomenta el surgimiento de
elites que buscan perpetuarse -una familia real por aquí, una junta
militar por allá-, que monopolizan toda la asignación de las
ganancias petroleras (o "rentas") y utilizan una parte de
ellas para financiar a la policía y las fuerzas armadas de modo que
sometan al resto de la población. Esto, por supuesto, tiende a
producir hondo resentimiento por parte de la multitud, lo que a su vez
dispara el surgimiento de grupos insurgentes o terroristas, tendencia
persistente que puede verse en sociedades tan diversas como Arabia
Saudita, Irak, Nigeria, Sudán y Colombia. (Una sorprendente excepción
es Venezuela, donde el radical presidente del país, Hugo Chávez, se
ha alineado con las clases trabajadoras y los pobres contra los
privilegiados profesionales del petróleo, muy amigos de Estados
Unidos.) Es más, muchas de estas sociedades tienen una historia de
resistencia al colonialismo, y como tal son propensas a considerar la
intromisión estadounidense en sus industrias petroleras como expresión,
mal recibida, del imperialismo moderno.
Esto sugiere, por supuesto, que una creciente dependencia
estadounidense del crudo de Africa, América Latina y la región del
Caspio, seguramente entraña la misma suerte de riesgos geopolíticos
que hace tiempo son evidentes en el área del golfo Pérsico. Y es
esta realidad la que empuja al gobierno del presidente Bush a
globalizar la Doctrina Carter.
Este proceso comenzó con la región del Caspio, durante
el gobierno de Clinton. El presidente Bush no ha dicho casi nada bueno
de las políticas militar y exterior de Clinton, pero adoptó esta
iniciativa de su predecesor con verdadero fervor. El gobierno de Bush
le ha dado ímpetu a los esfuerzos de Clinton por establecer vínculos
militares con los estados clave de la cuenca del Caspio, y los expande
a otros países de la región. Y mientras Clinton limitó el
involucramiento estadounidense en la región a visitas ocasionales y
maniobras de entrenamiento, el presidente Bush ha establecido bases
(ahora en Uzbekistán y Kyrgyzstán) y despliega una presencia militar
permanente en el área.
Al anunciar esta estrategia, la Casa Blanca ha repetido
que dichas acciones son necesarias para combatir a Al Qaeda y
respaldar las operaciones estadounidenses en Afganistán. Pero una
lectura cuidadosa de documentos del Departamento de Estado y el Pentágono
sugiere que la preocupación central es la protección del crudo. Así,
al solicitar un fondo de asistencia económica para Azerbaiján en el
presupuesto del año fiscal 2005, por 51.2 millones de dólares, el
gobierno afirma que "los intereses nacionales de Estados Unidos
en Azerbaiján se centran en una fuerte seguridad bilateral y en la
cooperación antiterrorista", así como en la "seguridad
energética estadounidense". Luego se anota que "el
involucramiento de firmas estadounidenses en el desarrollo y exportación
de crudo azerbaijano es clave en nuestro objetivo de diversificar los
suministros de petróleo mundial". Coherente con este
razonamiento, el Departamento de Defensa ayuda a Azerbaiján a que
desarrolle y despliegue una armada pequeña en su enclave del Mar
Caspio, rico en crudo -uno cuyas fronteras disputan Irán y Turkmenistán-,
y está considerando el establecimiento de bases estadounidenses ahí
(B&O, núm. 85, 90, p. 137-138).
La integración de políticas gubernamentales
antiterroristas y de protección petrolera es también evidente en
Georgia, el principal beneficiario de la asistencia estadounidense en
la región. De acuerdo con el Departamento de Estado, esta ayuda
pretende impulsar que Georgia proteja sus fronteras y salvaguarde el
oleoducto BTC -en construcción- contra el sabotaje y los ataques
insurgentes. En el centro de este esfuerzo se encuentra un programa de
"equipo y entrenamiento" que cuenta con un fondo de 64
millones de dólares y está diseñado para reforzar el potencial de
contrainsurgencia del ejército georgiano y su posibilidad de proteger
la ruta del oleoducto BTC. Unos 150 instructores de "operaciones
especiales" estadounidenses están presentes en Georgia con este
propósito.
En otras partes de la región, Estados Unidos ayuda a
remodelar la antigua base soviética de Atyrau en Kazajstán, frente
al gigantesco campo petrolero de Kashagan -propiedad de Exxon Mobil,
ConoPhillips y Royal Dutch/Shell-, en la esquina noreste del Mar
Caspio. Esta base será utilizada para alojar una "brigada de
reacción rápida" kazaj, cuya tarea, de acuerdo con el
Departamento de Estado, será "reforzar la capacidad de respuesta
de Kazajstán ante importantes ataques a las plataformas petroleras o
a las fronteras". Sin embargo, es muy probable que las fuerzas
estadounidenses usen también estas bases en su despliegue regional
(B&O, núm. 91, p. 138).
Encontramos una tendencia semejante en Colombia, donde
los instructores de fuerzas especiales estadounidenses, enviados
directamente de Fort Bragg, ayudan a las fuerzas gubernamentales
colombianas a proteger el vital oleoducto de Caño Limón, que se
extiende por 770 kilómetros -desde los campos petroleros de
Occidental Petroleum, en el noreste, a las refinerías y las
instalaciones de exportación ubicadas en la costa-, contra los
recurrentes ataques de las guerrillas marxistas. Aquí también, el
antiterrorismo es la principal justificación para el involucramiento
estadounidense, pero, de nuevo, es el abasto seguro del petróleo lo
que constituye la preocupación capital de Washington. "La pérdida
de ganancias, debido a ataques guerrilleros, obstaculiza seriamente al
gobierno de Colombia en la satisfacción de las necesidades sociales,
políticas y de seguridad nacionales", informó el Departamento
de Estado en 2002. Al afianzar la seguridad del oleoducto, Estados
Unidos "fortalecerá al gobierno de Colombia en su capacidad para
proteger una parte vital de su infraestructura energética"
(B&O, núm. 101, p. 142).
Se supone que los instructores estadounidenses asignados
a esta misión se atienen a su papel de entrenamiento y apoyo. Pero
hay indicios de que el personal militar estadounidense ha acompañado
a las tropas colombianas en operaciones de combate contra las
guerrillas. El entrenamiento ocurre "durante misiones militares y
de inteligencia reales", reveló el US News and World Report en
febrero de 2003. Lentamente, Estados Unidos se convierte en parte de
la principal campaña contrainsurgente en Colombia, con todos los
signos de una guerra prolongada.
El involucramiento militar estadounidense en Africa
subsahariana está en una etapa menos avanzada pero aquí, de nuevo,
la preocupación por el suministro de crudo acicatea que Estados
Unidos se enrede más en la cuestión. Subyace el hecho de que depende
más y más del petróleo africano. "Junto con América
Latina", dice el informe Cheney, "se espera que Africa
occidental se convierta en una de las fuentes de petróleo y gas para
el mercado estadounidense que más rápido se desarrollen". Desde
la perspectiva de Washington, esto imbuye a Africa subsahariana de una
significación nunca antes vista. "El crudo africano es de interés
nacional estratégico para nosotros", declaró el asistente del
secretario de Estado, Walter Kansteiner, en 2002, "e incrementará
y se hará más importante conforme avancemos" (B&O, núm.
112, p. 143).
Una vez designado como de "interés nacional estratégico"
para Estados Unidos, el crudo africano está expuesto a las mismas
iniciativas militares que se siguieron en el golfo Pérsico y que,
bajo la Doctrina Carter expandida, se instituyen en el Mar Caspio y en
Colombia.
Como en estas otras áreas, la puerta de entrada para el
involucramiento en Africa es otorgar asistencia militar y
entrenamiento, una aproximación que facilita el establecimiento de
estrechos vínculos con las elites militares (muchas veces dominantes)
de la región. El Departamento de Defensa ya incrementa fuertemente su
ayuda a dos de los principales productores africanos de crudo -Angola
y Nigeria- y se esperan más incrementos en el futuro. Casi toda esta
ayuda, que sumó unos 300 millones de dólares en los años fiscales
2003 y 2004, se canaliza por el programa crediticio de Foreign
Military Sales (FMS, por sus siglas en inglés), del programa de
donaciones de excedentes de armamento (Excess Defense Articles, EDA),
y del programa de entrenamiento y educación militar internacional (International
Military Education and Training, IMET). A otros productores de Africa,
incluyendo Guinea Ecuatorial, Gabón y Malí, también se les otorga
asistencia de EDA y MET (B&O, núm. 113, p. 143).
Y así como la asistencia estadounidense a los estados
del Caspio preludió la inserción de una presencia militar permanente
de Estados Unidos en la región, el Departamento de Defensa expande
lentamente su huella en Africa, y comienza a buscar dónde y cómo
establecer bases permanentes ahí. En la actualidad, la expresión más
visible de su involucramiento militar creciente es una mayor presencia
de la armada a lo largo de la costa occidental africana, locación de
los más promisorios campos petroleros marinos de tales costas. En
2003, la jefatura de Eurcom (que ejerce control sobre las fuerzas
estadounidenses de Africa subsahariana) declaró que los cuerpos de
combate aerotransportados bajo su mando acortarían sus visitas al
Mediterráneo y "pasarían la mitad de su tiempo en la costa
occidental africana" (B&O, núm. 118, p. 145).
Más aún, anticipándose al despliegue eventual de
tropas de combate estadounidenses en suelo africano, el Departamento
de Defensa busca locaciones potenciales para instalar bases dentro y
en los alrededores de las principales zonas petroleras. De acuerdo con
los más recientes reportajes, el Pentágono busca "instalaciones
rudimentarias" -esencialmente pistas de aterrizaje con capacidad
logística modesta- en Ghana, Kenya, Malí, Senegal y Uganda. Y,
aunque los oficiales militares tienden a enfatizar la amenaza del
terrorismo cuando discuten la necesidad de dichas instalaciones, le
han contado a los reporteros del Wall Street Journal que "una
misión clave de las fuerzas armadas estadounidenses en Africa es
garantizar la seguridad de los campos petroleros de Nigeria, que en un
futuro podrían producir hasta 25 por ciento de las importaciones
petroleras de Estados Unidos" (B&O, núm. 116-117, p.144).
Entonces en Africa, como el golfo Pérsico, la cuenca del
Caspio y América Latina, el Departamento de Defensa fortalece sistemáticamente
su implicación en operaciones militares directas. Lo típico es que
éstas se reporten como cualquier cosa, como una serie de sucesos
desconectados o, cuando mucho, como parte de una expansión
generalizada de la capacidad militar estadounidense. Pero la información
proporcionada sugiere algo mucho más intencional y específico, un
esfuerzo determinado por insertar su potencialidad militar en las
principales áreas productoras de petróleo en el mundo y por preparar
las futuras guerras en torno a los energéticos. Como lo he
argumentado, la mejor forma de caracterizar este proceso es como una
expresión natural de la Doctrina Carter en su expansión, del golfo Pérsico
al resto del mundo en desarrollo.
Vista desde esta perspectiva, la invasión de Irak, de
2003, no debe considerarse la primera (y por supuesto no será la última)
de una serie de guerras por controlar el crudo extranjero. Con toda
seguridad estas guerras tendrán una cuota muy alta en vidas humanas e
impondrán restricciones severas, crecientes, al tesoro federal. Más
aún, a los miembros de las fuerzas armadas les exigirán años de un
innoble y peligroso trabajo como protectores de oleoductos y refinerías.
Ninguna cantidad, por grande que sea, de petróleo barato, podrá
justificar un sacrificio tan grande. Es tiempo de repudiar la Doctrina
Carter y el plan energético Bush-Cheney, para comenzar la necesaria,
pero inevitable, transición a una economía pospetrolera.
(*) Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y
seguridad mundial en el Hampshire College en Amherst Massachussetts. Es
autor de Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America's
Growing Petroleum Dependency, Metropolitan Books.
(*
*) Los lectores interesados en este debate pueden consultar uno o más
de los siguientes libros, que son muy recomendables: Kenneth S.
Deffeyes, Hubbert's Peak: The Impending World Oil Shortage (Princeton
University Press, 2001); David Goodstein, Out of Gas (W. W. Norton,
2004); Richard Heinberg, The Party's Over (New Society Publishers,
2003); Paul Roberts, The End of Oil (Houghton Mifflin, 2004); and
Sonia Shah, Crude: The Story of Oil (Seven Stories Press, 2004).
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