¿Por
qué perdió Kerry?
Editorial
de Socialist Worker (EEUU), 05/11/04
Traducción de Socialismo o Barbarie
George
W. Bush dirigió el país en una guerra impopular basada en mentiras.
Bajó los impuestos a los ricos mientras millones de trabajadores
sufren por la recesión y una recuperación débil de la economía.
Utilizó la ocupación de Irak para beneficiar a sus compinches
corporativos, mientras 1.100 soldados de EEUU y 100.000 iraquíes
–según las últimas cuentas– morían por las ganancias
petroleras.
Kerry
debería haber ganado esta elección fácilmente. En vez de eso, Bush
le arrebató la victoria en el Colegial Electoral y le ganó por un
margen de 3,6 millones de votos populares. Es suficiente para que los
republicanos puedan reivindicar un mandato, a diferencia de la elección
que robaron en el año 2000.
Además,
los republicanos de Bush aumentaron su control del Congreso, lograron
en el Senado tres asientos más que los demócratas, que además
perdieron la banca de su presidente Tom Daschle, de Dakota del sur.
Ganaron también cinco bancas en la Cámara de Representantes
(diputados). Asimismo,
con una serie de referéndums –como las prohibiciones de casamientos
gays en varios estados y las medidas contra los inmigrantes en
Arizona–, la derecha obtuvo una amplia victoria.
Tan
débil fue la convocatoria de Kerry, que los republicanos ganaron
sectores de la base de obrera demócrata. Según las encuestas “a
boca de urna” de la CNN, Bush obtuvo el 44% del voto latino –por
arriba del 33% en el 2000–. Un 42% de las personas con ingresos
anuales entre 15.000 y 30.000 dólares apoyó a Bush, como también el
49% de los que ganan entre 30.000 y 50.000. Bush logró también
aumentar en un par de puntos los votos de los negros. Y el presidente
destructor de sindicatos obtuvo los votos del 36% de los miembros de
organizaciones sindicales.
En
el 2000, Ralph Nader fue acusado de ayudar a elegir a Bush por
“robar” los votos del candidato demócrata Al Gore. Esa música
también se oyó en esta campaña. Pero ahora no es posible negar que
en estas elecciones los demócratas fueron los perdedores. Y que ellos
las entregaron a Bush y los republicanos.
Para
los conservadores que dirigen el Democratic
Leadership Council –que integra Kerry–, su derrota se tomará
como evidencia de que el partido está demasiado a la izquierda. Y que
Bush ganó gracias a su apelación a
los “valores morales”. Lo típico es el columnista de The
New York Times, Nicholas Kristof, que afirma que la primera
prioridad del Partido Demócrata debe ser “reconectarse con el corazón
de Norteamérica”. [1]
Sin
embargo, desde cualquier punto de vista objetivo, George Bush era el
presidente saliente más fácil de derrotar en los últimos
veinticinco años. Marc Cooper, un columnista de izquierda, escribió
que “un real partido opositor se habría sentido insultado por ser
puesto a competir con un rival tan indigno y frágil. Por el
contrario, a los demócratas se les apagaron las luces... Vean qué
fraudulento se ha vuelto el Partido Demócrata como defensor de los
trabajadores norteamericanos”.
Desde
el principio, Kerry se dedicó a cazar a los votantes conservadores
“vacilantes”, poniendo la competencia en los mismos términos de
Bush. Es por eso que giró desde el voto que autorizó a Bush a
invadir Irak, hasta criticarlo por eso durante las elecciones
primarias para cubrir su flanco izquierdo, para luego girar otra vez a
la derecha cuando consiguió la candidatura presidencial.
Los
que estaban motivados para echar a Bush debido a la guerra de Irak, se
encontraron con un rival que agitaba sus credenciales militares en la
Convención Nacional Demócrata. Y que declaraba que habría apoyado
la invasión, aunque hubiese sabido que no había armas de destrucción
en masa.
John
Kerry, el ex veterano de Vietnam contrario a la guerra, que se hizo
famoso diciendo ante el Senado: “¿cómo piden a un hombre, que sea
el último hombre en morir por un error?”, había llegado a ser John
Kerry, el candidato presidencial pro-guerra, que utilizó su campaña
para plantear a muchos otros miles que fueran a matar y ser muertos,
en lo que él admite que es “la guerra equivocada, en el lugar
equivocado y en el momento equivocado”.
En
la economía, Kerry trató de ganar puntos en el tema de las
reducciones de impuestos a los ricos que hizo Bush, y llamó a
aumentar las tasas a los más acaudalados. Pero el centro de su
propuestas económicas fue el recorte de impuestos a las corporaciones
y el equilibrio del presupuesto federal. Con eso, Kerry sólo podía
ofrecer austeridad y reducciones en el gasto social, más que
financiación para la hogares populares, creación de empleos y
programas anti pobreza.
Muchos
comentaristas liberales [2] se han preguntado por qué tantos
trabajadores votaron contra sus intereses económicos, apoyando a Bush.
Pero esta pregunta debe ser invertida: ¿por qué los demócratas, que
se supone que son el partido del pueblo, ofrecen tan poco a los
trabajadores como para que los voten?
La
verdad es que Kerry no hizo otra cosa que presentarse como un eco de
Bush en todos los asuntos; y en primer lugar en relación a Irak.
Kerry proclamó repetidas veces que él llevaría adelante la ocupación
de Irak “mejor” que Bush. Incansablemente prometía “matar
terroristas”. Como dijo el periodista Doug Ireland, “Bush ganó haciendo una conexión
entre Irak y la guerra contra el terrorismo. Ésta es la Gran Mentira
que Kerry no podía contradecir efectivamente, porque él la compró
desde el principio”. Incluso Kerry trató de desbordar Bush por la
derecha, acusando a la Casa Blanca de ser débil frente a Irán y
Corea del Norte.
Una
vez que Kerry y los jefes del Partido Demócrata permitieron a los
republicanos establecer la agenda electoral, la izquierda siguió detrás
de ellos. El movimiento pacifista, en vez de desafiar a Kerry en lo de
Irak, se unió calladamente a su operación electoral. El escándalo
de las torturas de Abu Ghraib apenas provocó protestas en EEUU, y la
gran demostración ante la Convención Nacional Republicana en Nueva
York apuntó contra la “agenda de Bush” más que contra la guerra
y la ocupación.
Todo
eso fue justificado como una “táctica” por muchos dirigentes del
movimiento antiguerra. Su enfoque se redujo enteramente a la consigna
“Cualquiera antes que Bush”, para ganar al electorado tradicional
demócrata. Las organizaciones sindicales descendieron aun más por
ese camino, aportando decenas de millones de dólares a la campaña de
Kerry, pero sin plantear ningún programa propio.
La
mayor parte de la izquierda, los sindicatos y los activistas contra la
guerra apoyaron a Kerry
sin plantearle ninguna
demanda. Así, ningún reclamo con el cual se podría haber apelado a
los trabajadores sindicalizados o no sindicalizados, quedó registrado
en el debate político. En lo único en que la izquierda estuvo
agresiva, fue en el ataque a la campaña independiente de Ralph Nader
y Peter Camejo para tratar de construir una alternativa a los demócratas.
La
campaña de Kerry fue la de un multimillonario proclamando que se
interesaba por el pueblo trabajador y prometiendo que “la esperanza
está en camino”, aunque él se posicionó como un Bush
“liviano”. Los demócratas estaban tan atrapados en su propia
palabrería, que no alcanzaron a ver que la promesa de Kerry de
salario mínimo de $7 la hora era – en valores reales– el mismo de
hace 40 años. Algo que dio muy pocas razones para tener
“esperanza”.
No
es de extrañar, entonces, que mucha gente que podría haber sido
convencida de otro modo, fue ganada por la religión o “los valores
de la moral”, mientras otros se hundieron en el escepticismo.
Si
las ideas conservadoras hicieron mella en el electorado, es porque los
demócratas de Kerry se hicieron eco de esas ideas y las legitimaron
en cada ocasión: desde el apoyo a la ocupación de Irak y “la
guerra contra el terror,” a los ataques homofóbicos contra el
casamiento gay. Si éstas eran las bases indiscutidas de una política
aceptable, nadie se puede sorprender que mucha gente las acepte y vote
al conservador original, Bush, en vez de a la copia, Kerry.
Una
izquierda movilizada y agresiva podría hacer desafiado estos puntos
de vista y planteado problemas cruciales ignorados durante la campaña.
En lugar de eso, prominentes izquierdistas y progresistas hacían la
apología de las terribles posiciones de Kerry –o guardaban
silencio–, en nombre del lema “Cualquiera antes que Bush”.
Esta
dinámica demostró –como el socialista Hal Draper ya había señalado
en la campaña electoral de 1968– que apoyar el “mal menor” sólo
sirve para legitimizar el “mal” político en sí mismo. “Usted
no puede luchar contra la victoria de las fuerzas más de derecha,
sacrificando su propia fuerza independiente para apoyar a elementos
que están sólo a un paso de ellas”, escribió Draper.
Para
decirlo de otra manera: usted no puede golpear a algo (Bush) con nada
(Kerry). Por eso, los republicanos hicieron un operativo de
vaya-a-votar más exitoso que los demócratas. La alta concurrencia de
votantes pro-Kerry –una predicción nunca materializada–, en
particular de jóvenes, iba supuestamente a poner Kerry en la cima.
Pero los únicos records de concurrencia a votar se dieron en los
estados pro-Bush. En todo EEUU, más del 45% de los posibles votantes
–en su enorme mayoría trabajadores o pobres– sigue quedando por
fuera.
Como
lo expresó Ralph Nader, “la reelección de George Bush no habría
ocurrido si los demócratas hubieran defendido las necesidades del
pueblo norteamericano. Decenas de millones de estadounidenses siguen
quedando por fuera del proceso político, porque sus necesidades son
ignoradas”.
Con
la clara victoria de Bush, la derecha se pondrá desenfrenada,
tratando de proscribir aun más el aborto, debilitando los sindicatos,
cortando los gastos sociales y atacando las libertades civiles. El
voto será también tomado como una ratificación de la ocupación de
Irak y una luz verde para realizar más agresiones imperialistas.
La
victoria del Bush llevará a la desmoralización de muchos activistas.
Los comentaristas liberales culparán por el éxito de la derecha a
los estadounidenses ordinarios “atrasados” y “estúpidos”, y
no a las desastrosas estrategias corporativas de los demócratas.
Sin
embargo, como Bush avanza a grandes trancos hacia la derecha, es
seguro que va a extralimitarse y a tomar medidas que provocarán
inevitablemente una respuesta.
Este
fue el caso de la llamada “Revolución Republicana” en 1994,
cuando el “Contrato con América” del líder republicano Newt
Gingrich se volvió letra muerta en pocos meses. Es importante
recordar que no fueron los políticos demócratas sino las
movilizaciones de la gente común las que invirtieron la marea, con
una ola de protestas en todo el país que encendió la chispa de un
cambio político. A fin de ese año, Gingrich, presidente de la Cámara
de Representantes, llegó a ser el político más impopular de EEUU.
Necesitamos
aprender de esa ejemplo y desafiar así los ataques de la derecha.
El
inminente ataque de EEUU en Falluja será probablemente el más
horrible que hayamos visto hasta ahora y va a plantear con urgencia
poner de nuevo en marcha el movimiento antiguerra. Una protesta contra
la guerra en Chicago, el mismo 3 de noviembre, reunió a 1.000
personas, y es un comienzo prometedor.
Frente
a las tentativas de Bush de proscribir el aborto, es necesario poner
en marcha acciones que ejerzan presión sobre los políticos. La
economía es otro campo minado para Bush, y otro descenso podría
socavar rápidamente su popularidad. Los trabajadores organizados
necesitan incrementar la lucha, comenzando por la solidaridad con los
14.000 trabajadores de hoteles y casinos que están en conflicto en Atlantic
City y San Francisco.
La
energía y el activismo que se desvió en las elecciones durante la
mayor parte de este año, se deben reorientar hacia tareas diferentes.
Los
demócratas son un lastre en la lucha por el cambio social. Terminar
con la ocupación de Irak, oponerse al militarismo de EEUU, luchar por
trabajos decentes y un verdadero sistema de servicio nacional de
salud, todo esto debe estar en el centro de la reconstrucción de una
izquierda capaz de luchar por los intereses de los trabajadores.
Ahora
es el momento de comenzar a desarrollar esa pelea.
Notas
de SoB:
1.-
“American heartland”: se refiere principalmente a
la región geográfica central de EEUU, donde predominan los
“valores tradicionales” y que votó mayoritariamente por Bush.
2.-
“Liberal” en EEUU equivale aproximadamente al término
“progre” en España y en algunos países latinoamericanos.
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