Las elecciones
presidenciales
Por Immanuel
Wallerstein
La Jornada, México,
14/11/04
Traducción de Ramón
Vera Herrera
George W. Bush fue
reelecto presidente de Estados Unidos y cuenta con mayor margen de
respaldo en ambas cámaras del Congreso. Qué sigue ahora -en dicho país
y en el mundo. Cualquier análisis debe comenzar con una valoración
del mandatario. Bush es el presidente estadounidense más derechista
desde la Gran Depresión. Es el presidente más agresivamente
reaccionario en la historia de Estados Unidos. Utilizo el término
"reaccionario" en el sentido clásico -alguien que quiere
retrasar el reloj político.
En su primer periodo
en el cargo, Bush demostró que no intenta negociar ni ser moderado en
su programa. Más bien intenta usar la aplanadora para lograr sus
objetivos, atropellando las fuerzas de oposición y aun a los miembros
débiles de su bando. Ya dijo que su reelección le trajo capital político
y que pretende hacer uso de éste.
Al interior del
partido republicano, Bush cuenta con tres sectores de simpatizantes:
la derecha cristiana, los grandes negocios y los militaristas. Cada
uno se pavonea y mete presión para que Bush responda a sus intereses;
sus prioridades, sin embargo, son muy diferentes y únicamente le
brindan un respaldo nominal a las preocupaciones de los otros dos
sectores.
Básicamente, la
derecha cristiana se preocupa por los asuntos internos del país. Su
mira se centra en dos cuestiones actuales: el matrimonio gay y el
aborto. Para lograr sus intereses, este sector requiere una reforma
constitucional. Y como pretende declarar ilegal el aborto, necesita
que la Suprema Corte anule la decisión conocida como Roe v. Wade.
Esto requiere, definitivamente, que haya nuevas designaciones en la
Suprema Corte, de tal modo que pueda haber votaciones de cinco a
cuatro en favor de la anulación. Actualmente hay tres magistrados
listos para votar en esa dirección, pero uno está a punto de
retirarse. Por tanto, Bush necesita designar tres magistrados
comprometidos en contra de la decisión Roe v. Wade.
Pero este es sólo el
principio del programa de la derecha cristiana. Este sector quiere
deshacer toda la liberalización moral del siglo XX, lograda no sólo
en Estados Unidos sino en Europa y el resto del mundo. Si en Estados
Unidos pudiera interponerse en asuntos como el matrimonio gay o el
aborto, trabajaría de inmediato para prohibir el control de la
natalidad, volver ilegal el sexo homosexual, limitar el divorcio o
acabar con él. Algunos incluso quieren dejar a las mujeres fuera de
la fuerza de trabajo y de las votaciones. Otra parte de su programa
implica retrasar el reloj respecto del racismo y para que Estados
Unidos se restablezca como un país dominado social y políticamente
por los protestantes blancos. Comenzarían por anular toda forma de
acción afirmativa y de ahí procederían con la inmigración y tal
vez con el derecho al sufragio. Esto desgarraría toda la evolución
social que emprendiera Estados Unidos desde el inicio del siglo XX.
Por supuesto, esto
expresa las intenciones del grupo más extremo. Pero debe resaltarse
que, al momento, este grupo extremo controla la mayor parte de las
estructuras políticas de la derecha cristiana y juega un papel
importante en el partido republicano. Su estrategia política es
lograr que las cortes permitan a las legislaturas hacer estas cosas,
designando a personas lo suficientemente jóvenes que garanticen la
institucionalización de estas decisiones y luego elegir tales
legislaturas.
¿Puede lograrlo? La
derecha cristiana está en mejor posición que nunca para hacer que
ciertos tipos de jueces sean designados. Podría ser capaz de
conseguir reformas constitucionales, aunque esto requiere dos tercios
del voto del Senado y la confirmación de tres cuartas partes de los
estados. No será fácil, pero no es imposible, sobre todo si Bush
respalda su intento.
No hace falta decir
que dicho intento se combatirá políticamente y molestará a una
todavía importante minoría de los llamados republicanos moderados.
Bush saldrá en apoyo de los cristianos de derecha siempre y cuando no
pongan en peligro lo que intenta en el frente económico, pues esto es
más importante para él en lo personal y, por supuesto, para sus
simpatizantes de los grandes negocios.
¿Qué quieren los
empresarios conservadores? También desean retrasar el reloj -en lo
relativo a impuestos, regulaciones ambientales, demandas legales
contra ellos, costos de la salud. En cuanto a los impuestos, su idea
es simple: desplazar la carga fiscal de los ricos a los que no lo son.
Han intentado hacerlo de varias maneras: mediante la reducción de las
tasas fiscales para las categorías más altas, con la anulación de
los impuestos a los dividendos y mediante las llamadas reformas a la
seguridad social y el seguro médico. El objetivo inmediato es lograr
que los principales recortes fiscales obtenidos en el primer gobierno
de Bush se vuelvan permanentes, y permitir, con las llamadas cuentas
individuales, que los programas de seguridad social sean optativos.
Esto último haría posible que las personas más jóvenes y más
acomodadas dejaran de contribuir al monto que ahora sirve para pagar
los fondos de retiro. Ahondar estos cambios llevaría a eliminar del
todo la seguridad social (un logro del gobierno de Roosevelt en 1935)
y luego el impuesto sobre la renta (legalizado en 1913 por reforma
constitucional). Los ingresos del gobierno estarían entonces
asegurados por un impuesto parejo o por un impuesto nacional sobre la
venta, ambos altamente regresivos.
En cuanto a lo
ambiental, la mayor parte del programa de Bush se emprenderá mediante
decreto del ejecutivo, aunque seguirán buscando que el oleoducto de
Alaska pase por la decisión de la legislatura. Confían en que las
cortes transformadas no los frenen. Lo mismo ocurre con los esfuerzos
por constreñir los llamados litigios de acción de clase (class
action suits), mediante las cuales se somete a cuentas a las grandes
empresas por sus infracciones. En este rubro, Bush intentará
promulgar una "reforma de agravios" que limite los montos de
castigo financiero que pueden imponer las cortes. Y, por supuesto,
Bush está empeñado en no hacer nada para constreñir a las compañías
farmacéuticas por su indecente nivel de ganancias, pese a que busca
promulgar las llamadas reformas al seguro médico, que de hecho
reducirán sus beneficios reales.
Esto también se
combatirá en lo político. Las mayores restricciones al gobierno de
Bush vendrán menos de los demócratas que del más sofisticado
estrato capitalista, que hoy se preocupa por la posible dilución del
dólar y la monstruosa deuda gubernamental, que crece a pasos
agigantados, lo que resultaría en un desastre para la bolsa de
valores. Algunos comienzan a decir que, si ocurren estos cambios, el
gobierno de Estados Unidos debe aminorar sus costos. Y es sólo del
presupuesto militar de donde puede recortarse un monto significativo,
en el corto plazo, lo que nos lleva al tercer sector simpatizante, los
militaristas, incluidos los neoconservadores.
Los militaristas
quieren regresar a la época, más reciente, en que Estados Unidos era
la incuestionable potencia hegemónica del mundo y podía dictar lo
que ocurriera en cualquier parte, o casi. Durante el primer gobierno
de Bush este sector se situó en primer lugar y la pregunta es si
puede mantener su posición en este segundo periodo. Es claro que la
guerra contra Irak no resultó como habían pronosticado los
militaristas y los neoconservadores. En casa tienen dificultades, y no
únicamente con el movimiento contra la guerra; también con las
fuerzas conservadoras y centristas que lamentan la locura y el costo
económico de la invasión. Queda claro también que, aunque las
propias fuerzas armadas estaban felices de tener más dinero para su
equipamiento, rezongan ante la posibilidad de quedar atrapados, de
nuevo, en un conflicto militar que no tienen certeza alguna de ganar.
Temen el rebote negativo que implicaría para las fuerzas armadas una
retirada. Los altos mandos recuerdan Vietnam, tiempo en el que ellos
eran los oficiales jóvenes.
Los militaristas
civiles parecen desear un rápido despliegue de avance -invadir Irán,
Cuba. Sin embargo, este aspecto del programa de Bush es el que tiene
menos probabilidad de conseguirse o de intentarse siquiera. Más allá
de la hostilidad mundial hacia Estados Unidos por ser un "Estado
bravucón" (Hungría decidió anunciar la retirada de sus tropas
de Irak un día después de las elecciones estadounidenses), el paso
con pies de plomo de los altos mandos hallará considerable respaldo
en el sector de los grandes negocios, horrorizado ante el continuo
drenado financiero de las guerras -que amenaza la posibilidad de
lograr los cambios económicos que busca.
Lo que podemos
esperar de Bush es que le pise al acelerador. Pero al hacerlo arriesga
tropezarse con las divisiones de su propio bando y con serias críticas
a escala mundial que lo fuercen a retirarse de Irak. El resultado neto
sería un fuerte movimiento contra la guerra en Estados Unidos, que
podría revitalizar a la izquierda, y un fuerte resurgimiento del
aislacionismo -que históricamente tuvo base social en la izquierda y
la derecha. En el largo plazo, tiene pocas posibilidades el programa
de Bush en el sistema-mundo. Pero, por el momento, tiene muchas en lo
relativo a las cuestiones internas del país. Tal vez estemos ante un
sistema judicial que fuerce el retroceso de la vida social. Y si eso
ocurre, la polarización de la vida política de la que todos hablan
puede escalar a serios niveles de conflicto interno. Estados Unidos es
el gran perdedor de las elecciones de 2004; tal vez el mundo gane
algo.
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