Escuchando y hablando
con Dios acerca de invadir a otros países
Por Saul Landau
(*)
Progreso Weekly, 09/12/04
“Caí
de rodillas y pedí a Dios Todopoderoso que me concediera luz y guía
por más de una noche. Y una noche tarde comprendí…: 1.- Que no podíamos
devolver las Filipinas a España –eso sería cobarde y
deshonroso–; 2.- que no podíamos entregarlas a Francia y Alemania
–nuestros rivales comerciales en el Oriente–, eso sería un mal
negocio y nos desacreditaría; 3.- que no podíamos abandonarlas a su
suerte –no están capacitados para el autogobierno– y pronto tendrían
una anarquía y desgobierno mayor que el que tenían cuando España; y
4.- que no podíamos hacer otra cosa que quedarnos con ellas, y educar
a los filipinos y elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos, y con
ayuda de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como semejantes que
son por los que Cristo también murió. Y luego me acosté y dormí
profundamente, y a la mañana siguiente llamé al cartógrafo del
Departamento de Guerra y le dije que pusiera a las Filipinas en el
mapa de Estados Unidos (señala a un gran mapa en la pared), y ahí
están y ahí estarán mientras yo sea Presidente”.
[General James Rusling, “Entrevista con el Presidente William
McKinley”, The Christian Advocate, 22 de enero de 1903, 17] (1)
Estas
palabras del
Presidente William McKinley debieran resonar en los oídos del
Presidente Bush y sus fanáticos evangelistas. Al igual que el
republicano que inició las expediciones militares en el extranjero,
el actual presidente también habla con Dios y escucha Sus palabras.
Como McKinley, Bush comprende que las barras y las estrellas son símbolo
de los intereses comerciales de EEUU y de sus piadosas intenciones.
Después de que
McKinley fuera asesinado en 1900, los presidentes subsiguientes
enviaron tropas de regreso a Cuba en tres oportunidades durante las
dos próximas décadas, hasta que finalmente “perdieron” la isla
en la revolución de 1959. Hasta 1933, hubo en Filipinas un ejército
de ocupación de 120 000 hombres. La “pacificación” de aquellos
“paganos” se tomó más tiempo del que pensó McKinley e hizo
emerger la fiera del alma de los soldados cristianos de EEUU.
Mucho antes de que
las tropas destruyeran aldeas vietnamitas para salvarlas, y un siglo
antes de que los soldados diezmaran Faluya y mataran a miles de sus
residentes para llevar la democracia a Irak, sus predecesores
cometieron atrocidades en las Filipinas.
Un frustrado general
llegó incluso a ordenar a sus tropas que mataran a todo filipino del
sexo masculino de más de diez años de edad. Afortunadamente esa
orden no fue cumplida, pero los soldados norteamericanos mataron a más
de 200 000 filipinos, hombres y mujeres, en un plazo de tres años,
hasta que una superioridad aplastante en armas y la pura crueldad
derrotó a la resistencia nacional. También murieron dos mil soldados
norteamericanos.
Un crítico ciudadano
satirizó la guerra de McKinley: “A es letra de armas/ Que McKinley
envió / a Enseñar a los Filipinos/ Lo que significaba Cristo.”
Los alabarderos de la
biblia de aquella época elogiaban la voluntad McKinley para derrotar
a Satanás (filipinos, no árabes) por medio de la fuerza militar.
Ahora, 106 años después, mientras los científicos hacen el mapa de
la estructura genética humana y descubren secretos de la galaxia de
hace miles de siglos, los descendientes de los fanáticos religiosos
que aconsejaron a McKinley ganan batallas en los tribunales para
validar el creacionismo y promueven el Armagedón y el Rapto como
temas de la política norteamericana en el Medio Oriente.
MIentras que la
pandilla de “el fin del mundo se acerca” bebía jugo de manzana
sin fermentar para celebrar los resultados de las elecciones, recordé
la celebración de 1979 cuando el Ayatolá Khomeini y sus piadosos
secuaces consolidaron su control de la revolución iraní.
¿Cómo es posible
que tanta gente allá y aquí, me pregunté, actúe en contra de sus
propias libertades? ¿Cómo es posible que personas educadas –que
usan tecnología y ciencia de avanzada– crean que Dios ha revelado
su plan para el Medio Oriente a Pat Robertson y a Jerry Falwell?.
En octubre Robertson,
el anciano maharishi bautista, dijo a más de 4 000 peregrinos en el
centro de convenciones de Jerusalén que los perversos musulmanes tenían
la intención de obstaculizar el “plan de Dios” de que Israel se
quedara con sus tierras (Ha’ratz, 4 de octubre).
Robertson interpretó
la intención del Islam “de destruir a Israel y arrebatar la tierra
a los judíos y entregar el Jerusalén oriental a Yasser Arafat (el
presidente de la Autoridad Palestina que murió en Noviembre)… como
el plan de Satanás para evitar el regreso de Jesucristo el Señor”.
El predicador
bautista Jerry Falwell, colega de Robertson, ha proclamado desde hace
mucho un fuerte apoyo a Israel, al tiempo que demuestra un
desvergonzado antisemitismo.
“A unos pocos de
ustedes no les gustan los judíos y yo sé por qué”, dijo
devotamente a su congregación. “Ellos ganan más dinero sin proponérselo
que ustedes con intención”. (The Washington Star, 3 de Julio
de 1980.)
Qué lástima que
tales accidentes no me sucedan a mí, pensé. Los biblicistas me han
situado dentro de una construcción contradictoria. Como judío sigo
siendo objeto de su desprecio, ya que desciendo de la tribu que
traicionó a Jesús. Pero yo pudiera mudarme a Israel y convertirme al
rabioso sionismo que pide matar a todos los árabes como parte del
trabajo del Señor. Podría llegar a ser entonces un instrumento del
Señor para expulsar a los palestinos paganos de sus tierras de manera
que los judíos puedan ocuparlas. Luego Dios puede orquestar las
guerras finales en esa región (que implicarían al mundo entero).
Entonces Robertson, Falwell y compañía pueden disfrutar de su propio
arrebato especial. ¡Vaya!
Imaginen a Falwell y
a su piadosa congregación tomando ácido, rodeados de pinturas en
pana de Jesús, mientras la correcta Iglesia Bautista de Linchaburgo,
Virginia, canta “Jesús lo es todo para mí”.
El dogma de apoyo a
Israel –especialmente sus extremistas– ha llegado a la Casa
Blanca. El Presidente Bush ha llegado incluso a llamar al Primer
Ministro Ariel Sharon “un hombre de paz”. (Sharon debiera acusar a
Bush de calumnia, por destruir su imagen de guerrero irreductible. Al
menos Sharon podría haberse desquitado calificando a Bush de “gran
intelectual”.)
A los extremistas
israelíes no parece importarles que los más fervientes promotores de
“un gran Israel” hagan comentarios antisemitas. “Dios no escucha
las oraciones de los judíos”, anunció un predicador por televisión
de Texas. Sin embargo, para demostrar su amor por Israel mostró una
estrella de David que él llevaba con una cadena al cuello. “Un
regalo de Menachem Begin (ex Primer Ministro israelí)”, anunció.
En principio él estaba de acuerdo con Begin de que “todos los judíos
deben estar en Israel”.
El predicador negó
que él fuera antisemita. “Un antisemita”, explicó, “odia a los
judíos más de lo necesario”. ¿Habría estado de acuerdo Jesús
con tal farsa? “¿Usaría Jesús un Rolex en su programa de televisión?”,
preguntó el humorista satírico campesino Ray Stevens.
Sin embargo, la vida
sobrepasa a la sátira cuando se trata de la relación íntima de
Robertson con Dios, especialmente mientras Él dicta los actos políticos.
Usando el nombre de Dios, Robertson envió un “aviso” a Osama bin
Laden, Arafat y los grupos militantes palestinos de que “ustedes no
podrán frustrar el plan de Dios de que los judíos dominen la Tierra
Santa hasta el Segundo Advenimiento de Cristo”.
“Sólo Dios”,
declara Robertson, debe decidir si Israel debe entregar la Franja de
Gaza y la Margen Occidental, capturadas durante la guerra árabe-israelí
de 1967. Según Robertson, “Dios dice ‘Yo voy a juzgar a los que
desmiembren la Margen Occidental y la Franja de Gaza’”. Continuó
recitando las palabras de Dios: “‘Es mi tierra, así que saquen
sus manos de ahí’”. Funcionarios israelíes y miembros del
Knesset acudieron gozosamente a las reuniones en octubre de los
peregrinos de Robertson en Jerusalén.
Robertson y Falwell
aseguran que la Biblia predice el regreso del Mesías a Tierra Santa
en el momento en que los judíos derroten a los paganos.
Comprendo que los
israelíes necesitan los dólares turísticos de los peregrinos, pero
muchos judíos se ríen de la cháchara acerca del Mesías. “Un judío
le dice a su esposa que después de estar desempleado durante meses
los ancianos lo han contratado para ponerse a la entrada de la aldea y
saludar al Mesías cuando llegue –pero por sólo 2 kopeks al mes.
“¿Vas a trabajar
por un salario tan bajo?”, preguntó incrédula su esposa.
“No te
preocupes,” la tranquiliza él, “es un trabajo vitalicio.”
Un visitante
proveniente de Nueva York contó cómo poco después de la creación
de Israel un hombre dijo a su esposa que hiciera las maletas. “Los
rabinos dicen que todos los judíos deben mudarse a Israel para
recibir al Mesías”.
“¿Estás loco?”,
replica su esposa. “Después de haber gastado todo ese dinero en
arreglar la casa no voy a mudarme”.
Sin embargo, el
gobierno israelí ha sumergido el humor y ha realizado estrechas
alianzas con los cristianos fundamentalistas. A cambio los
evangelistas donan grandes sumas de dinero para Israel y cabildean a
favor de las políticas pro israelíes. Así que los funcionarios
israelíes se hacen de la vista gorda ante las transgresiones verbales
del Reverendo Falwell, tan recientemente como el 14 de enero de 1999,
cuando Jerry Falwell especuló acerca del “Anticristo”.
“¿Esta vivo y
presente hoy?”, preguntó Falwell. “Probablemente. Porque cuando
él aparezca durante el período de Tribulación será un falso Cristo
de tamaño natural. Por supuesto que será judío y hombre”. Me miré
en el espejo cuando leí esta declaración. ¿Sería yo? “Por
supuesto, que él pretenderá ser Cristo”. Lancé un suspiro de
alivio, ya que yo no tenía tales pretensiones. ¿Pero qué hay de
otros hombres judíos? Bueno, la mayoría de ellos no votó por Bush o
cree que Dios le hable –ni a McKinley, por cierto. Las personas
razonables no creen que Dios ordenó a Bush a que llevara la libertad
(y el libre comercio) al Medio Oriente. Es más, como dice Lily Tomlin:
“Hablar a Dios es orar. Si Dios le habla a uno es esquizofrenia”.
(*)
Landau dirige las artes en medios digitales en la Universidad de Cal
Poly Pomona y es miembro del Instituto para Estudios de Política. Su
libro más reciente es “El negocio de Estados Unidos: cómo los
consumidores reemplazaron a los ciudadanos y de qué manera se puede
invertir la tendencia”.
1.-
Citado por Daniel Schirmer y Stephen Rosskamm Shalom, editores, en “El
lector filipino” (South End Press, 1987), 22-23
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