EEUU
y Europa desde 1945 hasta hoy
Por
Immanuel Wallerstein
Iniciativa Socialista Nº 74 (*), Madrid, invierno 2004-2005
Desde
1945, uno de los objetivos principales de la política exterior
estadounidense fue mantener a Europa como una pieza subordinada y
altamente integrada de sus recursos estratégicos geopolíticos. Tras
la Segunda Guerra Mundial esto fue fácil de conseguir, ya que Europa,
a causa de los efectos de la conflagración, se encontraba económicamente
exhausta y la mayoría de sus poblaciones y especialmente de sus élites
políticas y económicas temían a las fuerzas comunistas, tanto por
el poder militar soviético como por la fuerza popular de los partidos
comunistas en Europa occidental.
El
programa estadounidense tomó forma en el Plan Marshall de ayuda económica
para la recuperación europea, y en la creación de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En
este contexto se iniciaron los movimientos dirigidos a la creación de
instituciones europeas, inicialmente limitados a seis países:
Francia, Alemania occidental, Italia y los tres países del Benelux.
También hubo tempranos esfuerzos para crear estructuras militares
europeas, pero no tuvieron éxito.
El
movimiento así encaminado contó con un fuerte respaldo de los
partidos democratacristianos europeos, pero también de los partidos
socialdemócratas. Por su parte, los partidos comunistas de estos países
se opusieron frontalmente, pues consideraban que estas estructuras
formaban parte de la guerra fría.
Desde
el punto de vista de Estados Unidos, las estructuras europeas parecían
entonces ser algo deseable, ya que fortalecerían las economías,
haciendo de ellas mejores clientes para las inversiones y
exportaciones estadounidenses, y podrían disipar los temores de
Francia ante un posible resurgimiento militar de Alemania y la
integración de este país en la OTAN.
En
los años sesenta del pasado siglo comenzaron a modificarse, desde el
punto de vista estadounidense, dos de los elementos de esta ecuación.
En primer lugar, Europa occidental se estaba haciendo demasiado
fuerte. Emergía como fuerza económica que podía tratar de tú a tú
a Estados Unidos y, por tanto, era un importante competidor potencial
en el marco de la economía-mundo. En segundo lugar, Charles de Gaulle
asumía de nuevo el poder en Francia. Y De Gaulle aspiraba a
estructuras europeas que fueran políticamente autónomas, es decir,
que no fueran segmentos subordinados de los recursos estratégicos
geopolíticos de Estados Unidos.
Llegados
a ese punto, el entusiasmo estadounidense por la unidad europea comenzó
a enfriarse, aunque resultaba políticamente imposible expresarlo
abiertamente. Además, hubo otros cambios en la situación. Los
partidos comunistas de Europa occidental se debilitaron electoralmente
y sus políticas comenzaron a girar hacia lo que entonces se llamó
“eurocomunismo”. Una de las consecuencias de este giro fue un
cambio de la posición de estos partidos hacia las estructuras
europeas, a las que comenzaron a prestar un tímido apoyo o, al menos,
tolerar.
En
este mismo periodo, Estados Unidos perdía la guerra en Vietnam, lo
que afectó considerablemente a su posición geopolítica. Este revés
político-militar, combinado con la emergencia de Europa occidental y
Japón como importantes competidores económicos, dio como resultado
el fin de la indiscutible hegemonía estadounidense en el
sistema-mundo y el inicio de un lento declive.
Estados
Unidos tuvo que introducir modificaciones en su política exterior,
pues ésta ya no podía reducirse a la simple y patente dominación
del periodo anterior. De hecho, este reajuste comenzó con Nixon,
incluyendo el proceso de “détente” con la URSS y, más importante
aún, su viaje a Beiging y la transformación de las relaciones entre
EEUU y China. Nixon dio comienzo a la política que yo denomino
“multilateralismo débil”, política que sería seguida por todos
los sucesivos presidentes desde Nixon a Clinton, incluyendo a Reagan y
George H. W. Bush.
En
lo que a Europa se refiere, la principal preocupación de la política
exterior estadounidense era cómo frenar lo que parecía ser una
creciente tendencia hacia la autonomía política europea. Para
lograrlo, EEUU ofreció a Europa un “partenariado” geopolítico
(es decir, cierto grado de consulta política) en dos frentes: la
guerra fría con la URSS y las luchas político-económicas del Norte
contra el Sur. Se suponía que esto se implementaría por medio de
multitud de instituciones, como la Comisión Trilateral, los
encuentros del G-7 y el Foro Económico Mundial de Davos, entre otras.
El programa relativo a la guerra fría condujo a los acuerdos de
Helsinki. El programa Norte-Sur dio como resultado un impulso contra
la proliferación nuclear, el Consenso de Washington (en favor del
neoliberalismo y contra el desarrollismo) y la construcción de la
Organización Mundial de Comercio.
Se
podría decir que, en los años setenta y ochenta, este ajuste en la
política exterior estadounidense fue parcialmente exitoso. Aunque la
autonomía política de Europa crecía, y puede recordarse al respecto
la Ostpolitik alemana y el gaseoducto que unió la URSS con Europa
occidental, en líneas generales Europa no se alejó geopolíticamente
demasiado de Estados Unidos. En particular, los intentos para crear un
ejército europeo fueron eficazmente bloqueados por la persistente
oposición estadounidense. En la práctica, aunque no de forma explícita,
Estados Unidos asumió una postura hostil hacia la unidad europea.
La
política estadounidense dio la impresión de tener aún más éxito
en el frente Norte-Sur. Casi todos los países del Tercer Mundo se
alinearon con las políticas de ajuste estructural del Fondo Monetario
Internacional, e incluso los países socialistas de Europa central y
oriental se movieron en esa dirección. La desilusión popular con los
movimientos de liberación nacional en el poder y con los regímenes
comunistas del bloque socialista amortiguó la acción militante y
generó un morboso pesimismo entre la izquierda mundial. Y, por
supuesto, el “triunfo” final fue el colapso de la URSS.
Pero
este “triunfo” no sirvió de nada a los intereses de la política
exterior estadounidense, al menos en lo que se refiere a Europa
occidental, ya que desapareció el principal argumento para que Europa
acatase su subordinación geopolítica al “liderazgo”
estadounidense en todo el mundo.
Sadam
Husein aprovechó el momento para desafiar abiertamente a EEUU, algo
que no habría sido capaz de hacer en los tiempos de la Guerra Fría.
La Guerra del Golfo terminó muy pronto con una tregua tras la
retirada iraquí de Kuwait, pero eso se fue haciendo cada vez más
inaceptable para EEUU según avanzaba la década. No obstante, Clinton
mantuvo el “multilateralismo débil” de Nixon en los Balcanes,
Oriente Medio y Asia oriental, y los europeos occidentales mantuvieron
una actitud que evitaba cualquier abierta ruptura con EEUU sobre
asuntos realmente importantes.
Sin
embargo, para asegurar que Europa occidental se mantuviera en la línea
deseada, EEUU presionó con fuerza para lograr la incorporación de
los estados ex-comunistas de Europa central y oriental a las
instituciones europeas y a la OTAN, pensando que tales Estados desearían
mantener y reforzar sus vínculos con EEUU, lo que contrapesaría los
emergentes sentimientos autonomistas en Europa occidental.
Y
entonces llegaron George W. Bush y los halcones. Para ellos, la política
exterior practicada desde Nixon hasta Clinton era increíblemente débil
y contribuía decisivamente al persistente declive del poder
estadounidense en el mundo. Desdeñaban, muy particularmente,
cualquier dependencia respecto a las estructuras de la ONU y tenían
un especial deseo en poner un muro de contención ante las
aspiraciones europeas a la autonomía política. Desde su punto de
vista, la vía para lograrlo era hacer valer unilateral y militarmente
el poder estadounidense, de forma ostentosa y enérgica.
De
forma explícita, el primer objetivo elegido era Irak, algo que había
sido ya anunciado durante los años noventa. Había tres razones para
ello:
-
la guerra del Golfo había sido “humillante” para Estados Unidos
porque Sadam Husein sobrevivió;
-
Irak podría ser un excelente asentamiento para bases militares
permanentes en Oriente Medio;
-
Irak era un objetivo militar fácil, precisamente porque no contaba
con armas de destrucción masiva.
La
teoría de los halcones era que la invasión de Irak demostraría la
imbatible superioridad militar de EEUU y tendría tres consecuencias:
- intimidaría a los europeos occidentales, y en segundo lugar a los
asiáticos orientales, y pondría fin a toda aspiración de autonomía
política.
-
intimidaría a los aspirantes a convertirse en potencias nucleares y
los induciría a abandonar toda pretensión de obtener tales armas.
-
intimidaría a todos los Estados de Oriente Medio y los induciría
tanto a renunciar a cualquier aspiración de autoafirmación geopolítica
como a aceptar, haciéndolos acceder a un acuerdo entre Israel y
Palestina en términos aceptables para Israel y Estados Unidos.
Esta
política ha sido un completo fracaso. Irak, supuesto fácil objetivo,
ha resultado no ser tan fácil. En este momento, la ocupación
estadounidense se enfrenta con una resistencia y una creciente
sublevación que, como mínimo, podría dar lugar a un gobierno que no
sea muy del gusto de EEUU, y que, como máximo, podría culminar en la
retirada total de las fuerzas estadounidenses, como ocurrió en
Vietnam.
El
intento de dividir Europa en dos campos - la “vieja Europa” y la
“nueva Europa”- tuvo éxitos momentáneos, pero con las elecciones
españolas se ha producido un cambio rotundo en la dirección de la
corriente. Europa está a punto de establecer, por primera vez desde
1945, su autonomía geopolítica. La proliferación nuclear no ha sido
frenada; en todo caso, estaría acelerándose. Los Estados del Oriente
Medio no se acercan a EEUU, sino que se distancian, con la excepción
de Libia, e incluso en este caso se trata de una política que tal vez
no durará demasiado tiempo. Y el conflicto Israel-Palestina se
encuentra en una vía muerta y puede mantenerse en ella hasta que
explote de forma incontenible.
Ha
fracasado la chulería unilateralista de los halcones, y el respaldo a
su política disminuye notablemente en Estados Unidos, incluso entre
los republicanos conservadores. Sin embargo, ¿cuál es la
alternativa? Los Republicanos moderados o los Demócratas centristas,
dirigidos por John F. Kerry, ofrecen el retorno al “multilateralismo
débil” de los años Nixon-Clinton. La pregunta es: ¿puede éste
funcionar ahora? Es muy dudoso.
Es
muy probable que durante la próxima década la sirena del armamento
nuclear atraiga a una docena de Estados, por lo menos, y que pasemos
de ocho a 25 potencias nucleares en el próximo cuarto de siglo, lo
que restringiría el poder militar estadounidense. No parece probable
que las realidades de Oriente Medio se muevan en una dirección que
pueda gustar a Estados Unidos. Y eso resulta particularmente cierto
respecto al conflicto Israel-Palestina.
¿Y
Europa? Europa es el gran interrogante de la geopolítica mundial en
este momento. Hasta los más “atlantistas” entre los europeos se
muestran cautelosos frente al gobierno estadounidense, incluso ante
unos Estados Unidos “multilateralistas”. Pero Europa todavía
comparte intereses con Estados Unidos en la lucha Norte-Sur.
La
adopción de una seria Constitución europea es algo que aún está
puesto en duda, sobre todo porque el voto negativo de un solo país en
algún referéndum puede anular cualquier acuerdo. La izquierda
europea, en particular, aún no está totalmente recuperada de las
dudas que en torno a la unidad europea mantuvo en los años
posteriores a 1945, y por tanto no está preparada para comprometerse
con todas sus fuerzas y sin reticencias en la construcción europea.
Esto es particularmente cierto en los países nórdicos y en Francia,
pero hay similares reticencias en casi todos los países.
Una
Europa fuerte y autónoma es un primer y esencial elemento para la
construcción de un mundo multipolar. Una Europa autónoma que
estuviera dispuesta a trabajar en favor de una reestructuración
fundamental de la economía-mundo, siguiendo vías que pudiesen
comenzar a superar la persistente polarización Norte-Sur, constituiría
un cambio aún mayor en la escena mundial. Ambas situaciones son muy
posibles. Pero ni la una ni la otra están aseguradas.
(*)
La versión original en inglés puede ser consultada en http://fbc.binghamton.edu/137en.htm,
la versión en castellano es traducción de IS, autorizada y corregida
por el autor. El
copyright pertenece a Immanuel Wallerstein. Se permite la
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