La
asociación estratégica ruso-norteamericana ha pasado por una prueba
en Bratislava
Una
cumbre sin confrontación
Por
Vladímir Simonov (*)
Agencia RIA-Novosti, Moscú, 25/02/05
Para
el momento en que los presidentes de Rusia y EE.UU. partieron para la
reunión de Bratislava, los ánimos confrontacionistas en el Congreso
y en los medios norteamericanos, así como en la sociedad rusa, habían
llegado a tal incandescencia que, según la impresión generalizada,
faltaba muy poco para que ambos mandatarios siguieran el ejemplo del
ex primer ministro ruso Evgeny Primakov, quien había ordenado en su día
a los pilotos - ya en el aire - dar la vuelta y regresar a casa.
Vladímir
Putin y George W.Bush, en cambio, demostraron tener sabiduría política
colocando el contenido estratégico de las relaciones
ruso-estadounidenses por encima de cualquier discrepancia, incomprensión
o reproches mutuos. Gracias a ello, la cumbre de Bratislava no derivó
en una nueva espiral de la Guerra Fría, en contra de lo que predecían
los oráculos pesimistas desde ambos lados, sino que aportó un
paquete sólido de acuerdos y, lo que es más importante, la clara
sensación de que los dos líderes se entienden en lo que respecta al
futuro de la democracia en Rusia.
La
reunión de Bratislava entre Putin y Bush era la primera desde que el
presidente norteamericano revalidara su mandato en las urnas.
Según
demuestra la experiencia, es un período en que la nueva Administración
de EE.UU. empieza a reordenar enérgicamente el llamado 'dossier
ruso', tal y como había sucedido a raíz de las elecciones
presidenciales del año 2000. "Por aquellas fechas, el nuevo
equipo de la Casa Blanca disolvió la Comisión Gore-Chernomyrdin, que
se ocupaba de los temas de cooperación económica, y se perdió prácticamente
un año entero en el desarrollo de las relaciones
ruso-norteamericanas" - recuerda a este respecto un alto
funcionario del Kremlin, consultado por RIA Novosti.
Esta
vez se produjo una escalada similar de ánimos antirrusos.
Los
denominados realistas duros en la cúpula política estadounidense -
guiándose por la lógica de que cuanto peor para Moscú, mejor para
Washington - habían sometido a George W.Bush a una presión muy
fuerte para que el encuentro de Bratislava se transformara en una
especie de interrogatorio de Putin acerca de la "involución
democrática en Rusia". Dicho término comprende cuanto no
encuadra en el cliché de la democracia que es habitual para
Occidente.
Entre
otras cosas se trata de que en Rusia se va reforzando la vertical del
poder ejecutivo - proceso que es acondicionado por una serie de
sangrientos atentados terroristas, incluido el de Beslan - así como
de una parálisis total de la oposición rusa, que es incapaz de unir
las filas ni conquistar la confianza de un porcentaje más o menos
significativo del electorado, y por último, del caso YUKOS,
expediente penal abierto contra un oligarca que había intentado
evadir el pago de los impuestos y se proponía someter la máxima
dirección del país bajo el control de su imperio petrolero.
En
la misma fecha en que se celebraba la cita de Bratislava, por cierto,
el Tribunal de Quiebra de Houston rechazó la petición de
reorganización que había sido presentada por YUKOS. La magistrada
Leticia Clarck decidió que la compañía petrolera no tenía activos
suficientes en el territorio de EE.UU., confirmando de hecho con tal
veredicto la postura de Moscú, la cual se negaba a reconocer la
jurisdicción del tribunal norteamericano sobre el caso en cuestión.
Es
cierto que la democracia rusa en su versión actual no se parece al
modelo americano y, probablemente, jamás se le va a asemejar. El
propio Bush, dicho sea de paso, admitió en su discurso de investidura
que las instituciones democráticas en otros países podían ser
diferentes a los prototipos americanos y reflejar de esta manera la
policromía de las culturas existentes en el mundo.
Y
sin embargo, quienes critican con tanto fervor a Putin en el Congreso
y en los medios estadounidenses, se esfuerzan por imponerle a Rusia
cierto estándar democrático, el "único correcto", aquel
que se practica en EE.UU. Si fuese una crítica sincera y
constructiva, Moscú no tendría nada en contra, pero buena parte de
las invectivas que la dirección rusa ha sufrido en estos últimos
meses se explicaban por la evidente intención de ganar puntos políticos
y arrinconarla a Rusia.
¿De
dónde viene esta tendencia a demonizar Rusia?
Putin
tenía bastantes motivos para pensar, previamente a la entrevista con
Bush en Bratislava, que dicha tendencia es resultado de sus acciones
encaminadas a fortalecer la economía y la seguridad de Rusia, así
como a promover los intereses rusos en el espacio postsoviético. O
sea, de cuanto los rusófobos estadounidenses interpretan como
inadmisible renacimiento de Rusia como potencia de autoridad, capaz de
erigirse en defensa de sus legítimos intereses nacionales.
Lo
mismo que Bush, Putin estaba presionado por los halcones de la vernácula,
que no son pocos en la cúpula política, entre los expertos y entre
la población rusas. Decenas de millones de rusos recuerdan que EE.UU.
ha perpetrado en Irak una agresión que ellos consideran cínica, bajo
un pretexto ficticio y en contra de las protestas por parte de la
comunidad internacional. Esos millones de ciudadanos también se
muestran indignados ante la posibilidad, reiterada por el mandatario
norteamericano en dos ocasiones ya a lo largo de estas últimas
semanas, de que el mismo guión se repita en Irán. Y cuando Putin
dijo, la víspera de la cumbre de Bratislava, que es necesario
"voltear la página" y "mirar hacia el futuro" una
vez celebradas las elecciones en Irak, se daba cuenta perfecta de que
no todos los rusos estaban de acuerdo con él.
Los
ánimos confrontacionistas, presentes en EE.UU. y en Rusia, parecían
empujar a ambos líderes hacia una especie de boxeo político durante
la cumbre de Bratislava - acusación contra acusación, reproche
contra reproche - y el gran mérito de Putin y Bush consiste en que
han sabido ponerse por encima de los "halcones", tanto los
de la cúpula como los de la calle, y separar los intereses
fundamentales de ambos países, tales como la lucha contra el
terrorismo y la dispersión de los arsenales nucleares o la cooperación
en el sector energético, de ciertos problemas transitorios
relacionados con la falta de comprensión, la competencia lógica o la
simple diferencia de dos culturas democráticas.
Gracias
a ello, la cumbre ha sido sorprendentemente fructífera.
La
tónica constructiva fue marcada por un acuerdo, firmado por la
secretaria de Estado norteamericano Condoleezza Rice y el ministro de
Defensa ruso Sergey Ivanov antes de que los presidentes se sentasen a
la mesa de las negociaciones, que contempla reforzar el control sobre
la proliferación de los misiles antiaéreos portátiles. Solamente
dos naciones del mundo - Rusia y EE.UU. - fabrican esta clase de armas
sofisticadas que son el sueño dorado para los terroristas, y el nuevo
acuerdo, aprobado por iniciativa de Rusia, estipula que ambas partes
tendrán la obligación de informar una a la otra sobre la venta de
tales misiles a terceros países.
Dicho
convenio fue completado al poco tiempo por tres declaraciones
conjuntas: sobre la cooperación en el sector energético; otra más,
en materia de seguridad nuclear, y sobre el ingreso de la Federación
Rusa en la OMC. Respecto a este último punto, los presidentes
reiteraron la intención de finalizar el proceso de sendas
negociaciones en el presente año. También se acordó la creación de
un grupo de expertos, co-presidido por los jefes de las agencias
nucleares de Rusia y EE.UU., para la prevención del terrorismo
nuclear. Se supone que para el próximo 1 de julio, el grupo habrá
presentado su primer informe a Putin y Bush, y que a futuro va a
hacerlo regularmente.
Aunque
parezca sorprendente, la parte visible de la cumbre no ha contenido
polémicas acerca de la "involución democrática en Rusia".
Ambos presidentes hablaron, seguramente, del tema pero Vladímir Putin,
a juzgar por todo, consiguió convencerle a su interlocutor de que
mantiene la adhesión a los principios de la democracia. Por lo menos,
al intervenir en la conferencia de prensa conjunta al término de la
reunión, Bush prácticamente elogió a su "amigo Vladímir"
por el fomento de la democracia en Rusia. A su vez, Putin aclaró que
"hace 14 años, Rusia optó por cuenta propia a favor de la
democracia" y que ésta, según él mismo cree sinceramente,
"debería desarrollarse de forma adecuada a la historia y a la
tradición rusas" y "no implicar una desintegración del
Estado ni la pauperización del pueblo".
Las
profecías de mal agüero por parte de escépticos, quienes
vaticinaban una cumbre confrontacionista, se han incumplido. George
W.Bush sugirió a los críticos no sólo prestar más atención a las
declaraciones de Vladímir Putin sobre el destino de la democracia
rusa sino también darles crédito. La reunión de Bratislava pasará
a la historia como un modelo de la discreción y entendimiento mutuo
en las relaciones entre los líderes de ambas potencias.
Su
éxito testimonia que la asociación estratégica ruso-estadounidense
puede y va a desarrollarse a pesar de todas las pruebas, tanto las
actuales como aquellas que aún están por delante.
(*)
Comentarista en temas políticos de RIA "Novosti".
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