Entropía imperial
El colapso del
imperio estadounidense
Por
Kirpatrick Sale
CounterPunch,
22/02/05
Traducido para Rebelión por Germán
Leyens, 26/02/05
Es bastante irónico:
a sólo cerca de una década desde que la idea de Estados Unidos como
una potencia imperial llegara a ser aceptada por la derecha y la
izquierda, y que la gente pudo llegar a hablar realmente de un imperio
estadounidense, este último muestre múltiples indicios de su
incapacidad de continuar. Y, por cierto, ya es posible imaginar su
colapso, y especular abiertamente al respecto.
Los neoconservadores
que están en el poder en Washington, y gustan de hablar de EE.UU.
como el único imperio del mundo después de la desintegración soviética,
se negarán, por supuesto, a creer en un colapso semejante, tal como
ignoran las realidades de la guerra imperial en Irak. Pero creo que es
nuestro deber examinar seriamente cómo el sistema de EE.UU. se está
poniendo tan drásticamente en peligro que causará no sólo el
colapso de su imperio mundial, sino que cambiará drásticamente a la
nación en el frente interno.
Todos los imperios
terminar por derrumbarse: Akkad, Sumeria, Babilonia, Ninevah, Asiria,
Persia, Macedonia, Grecia, Cartago, Roma, Mali, Songhai, Mongol,
Tokugawa, Gupta, Jemer, Habsburgo, Inca, Azteca, Español, Holandés,
Otomano, Austriaco, Francés, Británico, Soviético, todos, todos
cayeron, y la mayoría en unos pocos siglos. Las razones no son
demasiado complejas. Un imperio es una especie de sistema estatal que
inevitablemente comete los mismos errores simplemente por la
naturaleza de la estructura imperial y que inevitablemente fracasa por
su tamaño, su complejidad, su extensión territorial, su
estratificación, su heterogeneidad, su dominación, jerarquía y
desigualdades.
En mi interpretación
de la historia de los imperios he llegado a cuatro motivos que casi
siempre explican su colapso. (El nuevo libro de Jared Diamond
“Collapse” también contiene una lista de razones para el colapso
social, que se traslapan ligeramente, pero habla de otros sistemas que
los imperios.) Considerémoslos, sobre todo como referencia al actual
imperio estadounidense.
Primero, la degradación
medioambiental. Los imperios siempre terminan destruyendo las tierras
y las aguas de las que dependen para su supervivencia, sobre todo
porque construyen, cultivan y crecen sin límites, y el nuestro no es
una excepción, incluso si aún nos queda por vivir la peor parte de
nuestro ataque contra la naturaleza. La ciencia está de acuerdo en
que todos los indicadores ecológicos importantes están en baja y lo
han estado durante decenios: la erosión de las capas arables y de las
playas, el agotamiento de las reservas de pesca, la deforestación, el
agotamiento del agua dulce y de los sistemas acuíferos, la
contaminación del agua, de la tierra, del aire y de los alimentos, la
salinización del suelo, la superpoblación, el superconsumo, el
agotamiento del petróleo y de los minerales, la introducción de
nuevas enfermedades y la vigorización de las antiguas, los extremos
cambios climáticos, el derretimiento de los casquetes glaciares y el
aumento del nivel del mar, la extinción de especies, y el excesivo
uso humano de la capacidad fotosintética de la tierra. Como ha dicho
el biólogo de Harvard, E.O. Wilson, después de un prolongado examen
del impacto humano sobre la tierra, nuestra “huella ecológica es
demasiado grande para que el planeta la tolere, y está creciendo”.
Un estudio del Departamento de Defensa del año pasado predijo que
“un abrupto cambio climático”, que probablemente ocurrirá dentro
de una década, provocará una escasez “catastrófica” de agua y
energía, “trastornos y conflictos” endémicos, guerras que
“definirán la vida humana”, y una “caída importante” en la
capacidad del planeta de mantener a su actual población. El fin del
imperio es seguro, tal vez lo sea el fin de la civilización.
Segundo: sobrecarga
económica. Los imperios siempre dependen de una excesiva explotación
de los recursos, derivados generalmente de colonias que se hallan más
y más alejadas del centro, y en su momento se derrumban cuando los
recursos se agotan o cuando se hacen demasiado caros para todos, con
la excepción de la elite. Es exactamente el camino en el que nos
encontramos: se predice que el pico de la extracción de petróleo,
por ejemplo, ocurrirá en uno o dos años, y nuestra economía se basa
enteramente en un frágil sistema en el que todo el mundo produce y
nosotros, en general, consumimos (la producción de EE.UU. es sólo un
13 por ciento de su PIB). Actualmente mantenemos un déficit comercial
de casi 630.000 millones de dólares con el resto del mundo, ha
aumentado en increíbles 500.000 millones de dólares desde 1993, y en
180.000 millones desde que Bush se hizo cargo en 2001 – y para
pagarlo tenemos que tener un influjo de dinero del resto del mundo de
unos 1.000 millones de dólares por día, que había disminuido a la
mitad a fines del año pasado. Ese tipo de exceso es simplemente
insostenible, especialmente si se piensa en que el otro imperio
mundial, China, que es crucial para mantenerlo, tiene unos 83.000
millones de dólares prestados al tesoro de EE.UU.
Súmese a esto que
una economía que se apoya en un déficit del presupuesto federal de
casi 500.000 millones de dólares, lo que forma parte de una deuda
nacional total de 7,4 billones de dólares en el pasado otoño, y la
continua sangría de la economía por lo militares de por lo menos
530.000 millones de dólares al año (sin contar la inteligencia
militar, cuyo coste nunca conoceremos). No hay quien piense tampoco
que sea sostenible, por eso el dólar ha perdido su valor en todas
partes – hasta un 30 por ciento respecto al euro desde 2000 – y el
mundo comienza a perder confianza en las inversiones en este país.
Preveo que en sólo unos pocos años, el dólar habrá sufrido tanto
daño que los estados petroleros ya no querrán operar en esa moneda y
se volcarán hacia el euro en su lugar, y que China dejará que el
yuan flote frente al dólar, llevando efectivamente a esta nación a
la bancarrota y a la impotencia, incapaz de controlar la vida económica
dentro de sus fronteras y mucho menos en el extranjero.
Tercero: la
sobre-extensión militar. Los imperios, porque son colonizadores por
definición, se ven obligados a extender el alcance de sus fuerzas
armadas más y más lejos, y a ampliarlas cada vez más contra
colonias mal dispuestas, hasta que las arcas del estado se agotan, las
líneas de comunicación se sobre-extienden, las tropa se hace poco
fiable, y la periferia resiste y termina por sublevarse. El imperio
estadounidense, que comenzó su alcance mundial mucho antes de Bush
II, tiene ahora unos 446.000 soldados activos en más de 725 bases
reconocidas (y un sinnúmero secretas) en por lo menos 38 países en
todo el mundo, más una “presencia militar” formal en no menos de
153 países en todos los continentes con la excepción de la Antártica
– y casi una docena de flotas perfectamente armadas en todos los océanos.
Y eso significa sobre-extensión: EE.UU. tiene menos de un 5 por
ciento de la población del mundo. Y ahora que Bush ha declarado una
“guerra contra el terror”, en lugar de una guerra más factible
contra Al Qaeda que deberíamos haber lanzado, nuestros ejércitos y
agentes se encontrarán en un campo de batalla universal y permanente
que es posible controlar o limitar.
Hasta ahora la red
militar no se ha derrumbado, pero como lo indica Irak es puesta
fuertemente a prueba y bastante incapaz de establecer estados clientes
que hagan lo que se nos antoje y protejan los recursos que
necesitamos. Y como el sentimiento anti-estadounidense sigue extendiéndose
y profundizándose en todos los países musulmanes, en gran parte de
Europa y de Asia – y a medida que más países rechazan los
“ajustes estructurales” que necesita nuestra globalización
dirigida por el FMI, es bastante probable que la periferia de nuestro
imperio comience a resistir nuestro dominio, militarmente si es
necesario. Y lejos de tener la capacidad de librar dos guerras simultáneas,
como lo esperaba el Pentágono, estamos demostrando que ni siquiera
podemos sostener una.
Finalmente, el
disenso y la agitación interiores. Los imperios tradicionales
terminan derrumbándose desde adentro así como a menudo son atacados
desde afuera, y hasta ahora el nivel de disenso dentro de EE.UU. no ha
llegado al punto de rebelión o secesión, gracias a la creciente
represión del disenso y a la escalada del miedo en nombre de la
“seguridad de la patria” y al éxito de nuestra versión moderna
de pan y circo, una combinación única de entretenimiento, deporte,
televisión, sexo y juegos por Internet, consumo, drogas, alcohol, y
religión, que insensibilizan efectivamente al público en general,
llevándolo al aletargamiento. Pero las tácticas de la administración
Bush II muestran que tiene tanto temor de una expresión del disenso
popular que está dispuesta a desafiar e ignorar a los grupos
ecologistas, de derechos civiles, y progresistas, a sobornar a los
comentaristas para que presenten su propaganda, a expandir la
vigilancia y las violaciones de la privacidad a través de las bases
de datos, a utilizar la supremacía partidaria y las tácticas de
negociaciones secretas para no hacer caso de la oposición
parlamentaria, a utilizar mentiras y engaños como una parte normal de
las operaciones gubernamentales, a violar leyes y tratados
internacionales con objetivos a corto plazo, y a utilizar la religión
para encubrir todas sus políticas.
Resulta difícil
creer que la gran masa del público estadounidense llegue jamás a
precipitarse para desafiar al imperio en casa hasta que las cosas
empeoren considerablemente. Es un público, después de todo, que,
como estableció un sondeo Gallup en 2004, cree en un 61 por ciento
que “la religión puede solucionar todos o la mayoría de los
problemas de la actualidad”, y según un sondeo de Time/CNN en 2002,
cree en un 59 por ciento en el inminente Apocalipsis y a considerar
toda amenaza o desastre como evidencia de la voluntad divina. Y, a
pesar de todo, es también difícil creer que una nación tan intrínsicamente
corrupta como ésta – en todas sus instituciones fundamentales, sus
partidos, universidades, corporaciones, agentes de bolsa, contables,
gobiernos comprados, y que reposa sobre una base social y económica
de ingresos y propiedades intolerablemente desiguales, que se hacen
cada vez más desiguales, pueda mantenerse durante mucho tiempo. El
recrudecimiento de la discusión sobre una secesión en la última
elección, parte de la cual fue seria en extremo, y que llevó a
organizaciones en la mayoría de los estados azules, que por lo menos
una minoría está dispuesta a pensar en pasos drásticos para
“alterar o abolir” un régimen con el que está en desacuerdo
fundamental.
Estos cuatro procesos
por los que los imperios siempre terminan por caer, me parecen
ineludiblemente vigentes, en diversos grados, en este último imperio.
Y pienso que una combinación de varios de ellos producirá su colapso
dentro de algo como los próximos 15 años.
El reciente libro de
Jared Diamond que describe la forma como se derrumban las sociedades
sugiere que la sociedad estadounidense, o la civilización industrial
en su conjunto, pueden aprender de sus fracasos del pasado y evitar su
suerte, una vez que se den cuenta de los peligros de su orientación
actual. Pero esto no ocurrirá, y por un motivo que el propio Diamond
comprende.
Porque, como dice en
su análisis de la sociedad nórdica en Groenlandia, predestinada al
fracaso, que se derrumbó a principios del Siglo XV: “Los valores a
los que la gente se aferra de modo más obstinado bajo condiciones
inadecuadas son aquellos que fueron previamente la fuente de sus
mayores triunfos sobre la adversidad”. Si es así, y sus ejemplos
parecen demostrarlo, entonces podemos aislar los valores de la
sociedad estadounidense que han sido responsables por sus mayores
triunfos y saber que nos aferramos a ellos a toda costa. Son, en una
burda mezcla: capitalismo, individualismo, nacionalismo, tecnofilia, y
humanismo (en el sentido de la dominación de los seres humanos sobre
la naturaleza). No existe posibilidad alguna, no importa cuán grave y
obvia sea la amenaza, de que los abandonemos como sociedad.
Por lo tanto no hay
ninguna posibilidad de escapar al colapso del imperio.
(*)
Kirkpatrick Sale es autor de doce libros, incluyendo: “Human Scale”,
“The Conquest of Paradise”, “Rebels Against the Future”, y
“The Fire of His Genius: Robert Fulton and the American Dream”.
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