Teórico
de la violencia
Paul
Wolfowitz, el alma del Pentágono
Por
Paul Labarique
Red Voltaire, París, 24/02/05
Desde
hace treinta años, Paul Wolfowitz participa en casi todos los
gabinetes civiles del Pentágono. Brillante intelectual, discípulo de
Leo Strauss, justifica la guerra para extender la democracia de libre
mercado. Especialista en inventar amenazas imaginarias para obtener
dinero y lanzarse en aventuras bélicas. Ha creado teorías sobre las
«intervenciones preventivas» y la intimidación a los «competidores
emergentes». No ha dudado en incursionar en la táctica militar y así
ha impuesto sus conceptos a los oficiales en el terreno.
La
especial posición de Paul Wolfowitz en el contexto público de los
EEUU, entre el campo político y el universitario, le permite situarse
al mismo tiempo entre los allegados a los teóricos del régimen Bush
y ocupar funciones ejecutivas en el Departamento de Defensa.
Hijo
de su padre
Paul
Wolfowitz es hijo de Jacob Wolfowitz, judío polaco nacido en Varsovia
y cuyos padres emigraron a Nueva York cuando tenía diez años.
Graduado del City College de Nueva York, Wolfowitz padre hizo un
doctorado en matemáticas en la universidad de Nueva York y se
convirtió así en uno de los mejores expertos de los Estados Unidos
en teoría de la estadística. En ese entonces es un íntimo y
colaborador del matemático húngaro Abraham Wald. Políticamente,
Jacob Wolfowitz es un sionista convencido, comprometido con
organizaciones que se oponen a la represión soviética de las minorías
y los disidentes.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, Jacob Wolfowitz cursa estudios en el ejército
de Estados Unidos, en el departamento de estadística de la
universidad de Columbia. Fue en esa época que nació Paul, en 1943.
En 1957 la familia se muda a Israel, después que Jacob Wolfowitz
aceptó un puesto en la Universidad Technion. Paul fue también un
estudiante brillante: al estudiar matemáticas en la Universidad de
Cornell, rápidamente se interesa en la historia y las ciencias políticas,
y se convierte en miembro de la Asociación Telluride, creada en 1910
por L.L. Nunn para seleccionar a la élite universitaria de Cornell,
como se practica en la mayoría de las universidades norteamericanas [1].
En
este grupo conoce al filósofo Allan Bloom, quien multiplica los
contactos con los estudiantes de Telluride, entre ellos con el
economista Francis Fukuyama, el candidato a la presidencia Alan Keyes,
el especialista de información e inteligencia (ligado al espionaje)
Abram Shulsky, el experto en sovietología Stephan Sestanovich y
Charles Fairbanks, especialista en Asia Central.
Una
educación «strausiana»
Bajo
la influencia de Allan Bloom, Paul Wolfowitz desarrolla sus
conocimientos en ciencias políticas y su interés por la filosofía
de Leo Strauss [2]]
, consejero de Bloom. Si se interesa o escoge la Universidad de
Chicago para efectuar su doctorado, es porque el filósofo alemán
sigue siendo profesor en la misma.
Inclusive
si el maestro se aleja de Chicago antes de que Wolfowitz se gradúe, y
a pesar de que el joven no se considera verdaderamente conservador en
esa época, actualmente se le considera el heredero intelectual de Leo
Strauss. En 2002, Jeane Kirkpatrick declara en una entrevista que en
su opinión «Wolfowitz sigue siendo una de las grandes figuras
strausianas» [3].
Es
cierto que el dirigente estadounidense centra su discurso en el fin de
la tiranía y la manera de condenar el Mal, en la dicotomía
dictadura-democracia y en los poderes casi sobrenaturales que él
concibe en los dictadores, quienes serían capaces, por malicia, de
engañar a las indefensas democracias liberales. Se trata de una
argumentación o retórica elaborada durante los últimos años de la
Guerra Fría, y que será retomará después con respecto al Irak de
Sadam Husein.
En
la actualidad, Wolfowitz rechaza en parte el calificativo de
strausiano. En Chicago, encontró un nuevo mentor o consejero en la
persona de Albert Wohlstetter. Este último estudió matemáticas con
Jacob Wolfowtiz -su padre- en Columbia, siendo además el primer
estratega nuclear del país, miembro de la Rand Corporation y teórico
de la vulnerabilidad de los Estados Unidos.
Bajo
su dirección, Paul Wolfowitz redacta una tesis sobre las fábricas de
desalinización instaladas por Washington en las fronteras de Israel,
Egipto y Jordania, para impulsar oficialmente la colaboración entre
Tel-Aviv y el mundo árabe. Oficiosamente, uno de los productos
derivados del proceso de desalinización debía ser el plutonio.
Wolfowitz se opone, en dicha tesis, a la nuclearización del Medio
Oriente, tanto del lado israelí como del árabe, incluso si no es por
las mismas razones: para él, si el Estado hebreo llegara a entrar en
posesión del arma nuclear, provocaría una carrera armamentista con
los países árabes ayudados por la URSS que en lugar de consolidar su
posición la haría más frágil.
Impedir
el control de armamentos
Por
sus fuertes conocimientos en relaciones internacionales, Paul
Wolfowitz es enviado a Washington en el verano de 1969, para trabajar
en el Committee to Maintain a Prudent Defense Policy (Comité para el
Mantenimiento de una Política Defensiva Prudente), a solicitud de
Wohlstetter. Ese organismo, creado por dos grandes figuras de la
Guerra Fría, Dean Acheson y Paul Nitze, respectivamente secretario de
Estado y director de planificación del Departamento de Estado del
presidente Truman, tiene el objetivo de convencer al Congreso de la
necesidad de instalar un escudo antimisiles, proyecto que fuera
combatido firmemente por varios representantes estadounidenses,
particularmente Edward M. Kennedy, William Fulbright, Albert Gore Jr,
Charles Percy y Jacob Javits.
Para
ayudar a Nitze y Acheson en su lucha, Wolfowitz encuentra el respaldo
y apoyo de Peter Wilson, otro alumno de Wohlstetter, y de Richard
Perle, quien en esa época es novio de la hija de Wohlstetter. Los
tres jóvenes llevan a cabo una tenaz lucha, redactando estudios científicos
y distribuyendo fichas técnicas a los miembros del Congreso.
Organizan también la audiencia del senador «pro escudo» Henry M.
Scoop Jackson ante la comisión senatorial encargada de las cuestiones
de armamentos. Fue un trabajo que valió la pena: al final del verano
de 1969, los «halcones» consiguieron mayoría en el Senado, 51 votos
contra 50.
La
adopción del proyecto permitirá después a Nixon emprender las
negociaciones con la URSS sobre el Tratado Antibalístico de Mísiles
en posición de fuerza cuyas discusiones terminan con la firma del
acuerdo SALT I entre las dos potencias nucleares.
Este
episodio marca un giro en la política de defensa de los Estados
Unidos, ya que se trata de la primera victoria de los «halcones»
desde 1941 y el voto del Congreso de la prolongación del tiempo de
reclutamiento en tiempo de paz. Además, el éxito de Nitze y Acheson
permite la apertura de un debate sobre el escudo antimisiles, el cual
continúa hoy en día 2005.
Sobre
todo, fortaleció las convicciones de Paul Wolfowitz y Richard Perle
en materia de desarme: ambos jóvenes emergen de esa batalla política
con una gran desconfianza hacia cualquier proceso de control del
arsenal estadounidense, convencidos de que tal política es
desfavorable a los Estados Unidos, tanto desde el punto de vista
estratégico como psicológico. Por otra parte, la participación en
una empresa política tan delicada como la que les fue confiada por
los eminentes teóricos de la Guerra Fría, les promete un futuro
brillante en Washington.
Mientras
que su compañero Perle se compromete inmediatamente en política y se
convierte en asistente en el Senado de Henry «Scoop» Jackson,
Wolfowitz retoma sus estudios en Chicago, donde termina su doctorado.
Pero, rápidamente, en 1973, vuelve a escuchar el llamado de
Washington: en la Agencia para el Control de Armamentos y el Desarme
se lleva a cabo una verdadera purga bajo la influencia de Scoop
Jackson quien sospechaba que el antiguo equipo estaba demasiado
dispuesto a negociar con el enemigo soviético.
Fred
Iklé, un estratega «halcón» de la Rand Corporation toma las
riendas del departamento. Por recomendación de Wohlstetter, decide
reclutar a Wolfowitz, quien se convierte con rapidez en su más
cercano consejero. Redacta para él notas sobre el lanzamiento de los
mísiles y su detección, trabaja en las negociaciones vinculadas con
el control de armamentos y sigue a Iklé en una gira por París y las
capitales europeas.
Su
acto de más importancia que realizó en el campo de las armas data de
1974 y 1975: durante dos años, se enfrasca en la campaña de presión
llevada a cabo por los Estados Unidos contra Corea del Sur con el fin
de que renuncie al programa de desarrollo de plutonio. En esa época,
Wolfowitz intenta cuestionar la política exterior de Henry Kissinger
contra la Unión Soviética y, más aún, la visión estática del
mundo industrial capitalista por el admirador de Metternich. En
realidad, lo que desea es encarnar la alternativa intelectual de
Kissinger. Para eso, trae consigo a algunos jóvenes universitarios,
como por ejemplo a su amigo Francis Fukuyama.
El
experto en crear amenazas
Wolfowitz,
eficiente en su trabajo y en su misión de convertir el control de
armamentos en una cosa inútil, que no ata ni desata ni sirve para
nada. Más tarde Wolfowitz es rápidamente reclutado en un equipo que
se ha hecho conocido bajo en nombre de los expertos «alarmistas»,
siempre útiles cuando se trata de inflar, o sea, crear una amenaza
que permita votar el aumento del presupuesto militar. Por
consiguiente, resulta natural que se le haya invitado a participar en
el famoso «Equipo B», creado en 1976 por el director de la CIA de
Gerald Ford, George H.W. Bush (padre), con el propósito de volver a
evaluar la amenaza soviética, pretendidamente subestimada por los
expertos ineptos de la Agencia (CIA) [4].
Este
«Equipo B» está presidido por Richard Pipes, padre de Daniel Pipes.
Para hacer su informe, sus miembros deciden basarse en las
declaraciones públicas de los dirigentes soviéticos y no en las
tradicionales fotos espías de satélite. No causa sorpresa entonces,
que su estimación o informe final que apareció a finales de 1976,
asegura que la Unión Soviética podría próximamente volver a tomar
la delantera en la carrera armamentística mundial con miras a
establecer «la hegemonía soviética global».
En
ese momento, Wolfowitz se da cuenta de que bajo la cobertura de
independencia es posible pasar por encima del trabajo realizado por
las agencias de inteligencia, procedimiento al que recurrirá en su
larga carrera política.
La
ventaja de ser experto en la materia viene principalmente de la
reputación de ser ante todo «independiente». A Wolfowitz no le
perjudica el ascenso al poder de Jimmy Carter. Es necesario precisar
que dos de sus más cercanos aliados políticos, el senador Henry
Jackson y Richard Perle, son demócratas. Wolfowitz obtiene un puesto
en el Pentágono de responsable de los «programas regionales».
En
realidad, se encarga de evaluar los problemas que pudiera enfrentar el
Pentágono en el futuro. El secretario de Defensa, Harold Brown, le
pide que examine particularmente las amenazas que pesan sobre el ejército
de los Estados Unidos en el Tercer Mundo. Wolfowitz se centra en la
región del Golfo Arábigo Pérsico, creando un programa de
investigación, el Limited Contigency Study. En esa época, el primer
choque (o embargo) petrolero alertó a los Estados Unidos de la
importancia estratégica del control de las regiones ricas en recursos
energéticos, particularmente Arabia Saudita.
1976:
la primera «amenaza» iraquí de Paul Wolfowitz
En
el marco de su nueva función, Paul Wolfowitz asiste a un seminario de
Geoffrey Kemp, joven profesor de la Fletcher School of Law and
Diplomacy quien afirma que los Estados Unidos se centran demasiado en
Europa y no toman muy en serio las consecuencias de una posible
penetración soviética en el Golfo. Wolfowitz lo recluta
inmediatamente dentro del Limited Contigency Study, al igual que a
Dennis Ross, un joven especialista en la Unión Soviética y futuro
negociador en el Medio Oriente del gobierno de Clinton.
Este
equipo de investigadores, cuyos locales se encuentran en el Pentágono,
sólo se interesa en una posible toma de control de los campos
petroleros por parte de la URSS. Prevé también que esta operación
de control sobre el oro negro pueda ser realizada por una potencia
regional de la zona del Golfo, al estudiar, por ejemplo, la
posibilidad de un ataque Iraquí a Arabia Saudita.
Es
muy improbable que se produzca una operación de ese tipo, pero ello
no le molesta a Wolfowitz: en su opinión «no se deben basar
exclusivamente en la probabilidad de un acontecimiento, sino también
en la gravedad de sus consecuencias», un método de trabajo
particularmente pertinente si el objetivo no es confirmar una amenaza
sino fabricarla.
Desde
el punto de vista militar, las conclusiones del programa de estudios
del joven Wolfowitz son claras: los Estados Unidos deben fortalecer su
presencia en la región del Golfo, particularmente construyendo nuevas
bases militares en la zona. Es necesario desconfiar también del
advenimiento de una potencia regional demasiado importante, como Irak
o, en esa época, Irán.
Esta
recomendación no sólo existió como simple papel documento sino en
hechos concretos; tres años después, la CIA derroca al shah, quien
se había vuelto demasiado exigente, prefiriendo incluso un régimen
islámico contrario a los Estados Unidos que estima puede controlar,
con el éxito que ya conocemos [5].
Se
trata de una operación que está en ruptura total con la política
implantada por Nixon y Kissinger, es decir, hacer de Irán un régimen
prooccidental fuertemente armado, que garantice el equilibrio
regional. El derrocamiento del shah provoca, no por casualidad, un
interés renovado en el trabajo de Wolfowitz y sus amigos: de súbito,
el Pentágono intenta establecer bases en Omán, Kenya o Somalia,
alienta a los gobiernos amigos del Medio Oriente a construir
aeropuertos más importantes e intenta fortalecer su presencia en el
Golfo para permitir un despliegue rápido.
Un
año después, las tropas de los Estados Unidos y Egipto llevan a cabo
juntas un ejercicio militar que bautizan como Bright Star, mientras
las fuerzas de los Estados Unidos desarrollan, de manera general,
tecnologías militares destinadas a la lucha en zona desértica.
El
20 de enero de 1981, día en que Ronald Reagan toma el poder, la nueva
administración anuncia la creación del CENTCOM, Centro de Mando
Militar de los Estados Unidos en el Medio Oriente.
El
periodo «asiático»
El
lugar de Wolfowitz no está asegurado en el nuevo equipo de la Casa
Blanca. Efectivamente, al haber participado en la administración
Carter y ser un allegado de las personalidades llamadas «demócratas»,
su pedigrí no es lo suficientemente puro para la administración
Reagan, muy cercana a la extrema derecha. A finales de 1979, advertido
por su amigo Fred Iklé del peligro de permanecer en su puesto hasta
que termine la campaña, Wolfowitz renuncia a principios de 1980 y
pasa a ser profesor asociado de la Johns Hopkins University School of
Advanced International Studies.
Para
la Casa Blanca sigue siendo un sospechoso. Richard Allen, nuevo
consejero de Seguridad Nacional, al principio se niega a que integre
el equipo de «Política exterior» de Ronald Reagan. Será necesaria
toda la persuasión de John Lehman, su amigo y antiguo compañero de
Wolfowitz bajo el mandato de Nixon, para convencerlo del interés de
ese reclutamiento. Luego, en el momento de su nombramiento, el senador
Jesse Helms se niega a dar su aprobación a quien ve entonces como un
peligroso liberal.
Wolfowitz
invita entonces al director del gabinete del senador, John Carbaugh,
para darle garantías de su neoconservadurismo. Finalmente, logra el
puesto de director de planificación del Departamento de Estado. Como
en el gobierno de Carter, se encarga de elaborar un enfoque a largo
plazo de las evoluciones geopolíticas, y del papel diplomático que
los Estados Unidos deben desempeñar. Se trata de un puesto de
responsabilidad, ocupado en el pasado por George Kennan, el teórico
de la Guerra Fría.
Wolfowitz
recluta con ese objetivo a un equipo formado por Scooter Libby,
jurista de Filadelfia, el economista Francis Fukuyama, el conservador
afroamericano Alan Keyes, y también Zalmay Khalilzad, que tiene la
ventaja de venir de la Universidad de Chicago y de ser un antiguo
alumno de Wohlstetter. Algunos de sus reclutas son demócratas, como
Dennis Ross y Stephen Sestanovich, allegado de Allan Bloom y
estudiante en Cornell en la misma época que Wolfowitz.
Las
recomendaciones del nuevo responsable de planificación del
Departamento de Estado rompen con la política exterior llevada a cabo
hasta ese momento por los Estados Unidos, y particularmente aquellas
bajo el mandato de Jimmy Carter: Wolfowitz cuestiona la venta de
aviones de control AWACS a Arabia Saudita, reclama que Washington se
distancie de la Organización para la Liberación de Palestina de
Yasser Arafat y se manifiesta como uno de los más fuertes defensores
de Israel dentro de la administración Reagan.
Sin
embargo es el caso de China el que más enfrentamientos le provoca: la
doctrina Kissinger preconizaba hasta ese momento que China era un país
demasiado poderoso para ser ignorado y era necesario negociar para que
se convierta en un aliado objetivo en la lucha contra la URSS. Según
un modo de argumentación ya probado, Wolfowitz denuncia esta visión
de las cosas. En su opinión, los Estados Unidos han sobrestimado
desde hace mucho tiempo la importancia de China mientras que en
realidad ese país se encuentra más amenazado por Moscú que los
propios Estados Unidos.
O
sea, Pekín necesita de Washington, y no a la inversa. No hay que
hacerle ninguna concesión a China, al contrario. Ese discurso pone
fuera de sí a Alexander Haig, secretario de Estado en esa época y
antiguo asesor de Henry Kissinger. El rumor corre durante algunos días
de que la salida de Wolfowitz es inminente, lo que en realidad no
sucede.
El
25 de junio de 1982, es Haig quien es sustituido por George Shultz, lo
que consagra la ruptura de la administración Reagan con la doctrina
Nixon-Kissinger y abre de paso una vía para las ideas que Wolfowitz
defendía. Es promovido al cargo de subsecretario de Estado para Asia
Oriental y el Pacífico. Se trata del primer empleo serio de campo,
sobre el terreno, para el burócrata universitario del Pentágono.
En
el marco de sus nuevas funciones, Wolfowitz se relaciona con dos
figuras clave de la administración Reagan en Asia que son Richard
Armitage, quien representa al Pentágono, y Gaston Sigur, del National
Security Council (Consejo para la Seguridad Nacional, NSC). Los tres
hombres, que se reúnen todos los lunes, coordinan juntos la política
exterior de Washington en la región asiática. Uno de los expedientes
más espinosos que trataron fue el de Filipinas, donde organizan la
retirada política del dictador Ferdinando Marcos en 1986, dictador
que hasta ese momento había disfrutado del apoyo de Washington.
El
equipo «asiático» de Ronald Reagan se preocupa al ver que el país
se precipita hacia una oposición de izquierda cada vez más
movilizada. La llegada al poder de los «comunistas» podría provocar
la salida de ese país del área de influencia de los Estados Unidos,
provocando de paso el cierre de dos bases del US Army instaladas en el
archipiélago, la Clark Air Force Base y la Subic Bay Naval Station.
Incitan
entonces a Marcos a integrar a una parte de la oposición política en
su gobierno. En vano, el viejo dictador está convencido de que Ronald
Reagan nunca lo abandonará pues lo ha recibido varias veces en la
Casa Blanca. Se equivoca: los tres responsables de Asia lo expulsan
del poder y ponen fin a la dictadura en beneficio de la derecha católica
y del Opus Dei.
Este
episodio no revela que Washington prefiera los regímenes democráticos.
Permite únicamente comprobar que el Pentágono y el Departamento de
Estado están dispuestos a apoyar la instauración de un régimen
democrático sólo si el mantenimiento de la dictadura puede provocar
que los «comunistas» tomen el control del país. En este caso,
Wolfowitz no escogió esa política en pro de la democracia, sino
contra el comunismo.
De
manera sintomática, la gestión de Filipinas es criticada enseguida
por Henry Kissinger, quien cuestiona el viraje de los Estados Unidos
con respecto a Marcos, un aliado fiel de Washington desde hacia mucho
tiempo. En su opinión, tal «abandono» podría provocar la
desestabilización de otros regímenes autoritarios como Corea del
Sur, Tailandia o Indonesia. Wolfowitz, por el contrario, afirma que
los Estados Unidos no pueden reprocharle a la URSS su autoritarismo y
al mismo tiempo tolerar en su campo países antidemocráticos.
Lo
que parece proponer aquí el diplomático estadounidense es un cambio
completo en la política exterior de los Estados Unidos sobre la base
de la «promoción de la democracia». Evidentemente, no pasa nada.
Solamente los regímenes autoritarios inestables serán remplazados, y
no necesariamente por democracias. Como buen garante de la estabilidad
regional, Paul Wolfowitz es nombrado embajador de los Estados Unidos
en Indonesia hasta finales del segundo mandato de Ronald Reagan.
Regreso
a Irak
La
llegada al poder de George H. W. Bush (padre) vuelve a llevar a
Wolfowitz a Washington, al mismo puesto que al inicio de la era Regan,
subsecretario de Defensa, encargado de la política del Pentágono
particularmente para las cuestiones de desarme del Medio Oriente y el
Golfo Pérsico. Reinicia el trabajo realizado durante el gobierno de
Jimmy Carter, solicitando una evaluación de la capacidad de los
Estados Unidos para defender los campos petroleros sauditas. Esta vez
se descarta la posibilidad de una intervención soviética, para
centrarse en las potencias regionales, en primer lugar Irak.
Hay
muchos indicios para creer que la estrategia de Estados Unidos de
provocar al régimen de Sadam Husein para impulsarlo a invadir Kuwait
fue creada en parte por Wolfowitz. El objetivo de una táctica así,
es claro, permitía al ejército de los Estados Unidos desplegarse
masivamente en la región, particularmente en Arabia Saudita, pero
también reducir a la nada el poder acumulado por Bagdad, con la
aprobación de Washington, durante los últimos 15 años.
Varios
elementos permiten prever la participación de Wolfowitz en tal
escenario: por un lado, su puesto en el Pentágono le permitía
asociarse a ese tipo de decisiones; por otro, la necesidad de un
despliegue de tropas estadounidenses en la región constituía una de
sus preocupaciones principales desde hacía mucho tiempo. Finalmente,
Dennis Ross contó un episodio perturbador.
Durante
un viaje efectuado a la región en esa época, Ross se sorprendió al
ver a su compañero de ruta, James Baker, presentarle documentos que
daban crédito a la hipótesis (posteriormente totalmente desmentida)
de un ataque iraquí contra Arabia Saudita. Por otra parte, ya conocía
esos documentos pues se trataba de la actualización de sus propios
trabajos de finales de los años 70 que le habían sido encomendados
por el Limited Contigency Study de Wolfowitz.
Las
posiciones del subsecretario de Defensa son extremadamente claras: no
se debe negociar con Sadam Husein la retirada de las tropas iraquíes
de Kuwait, sino aprovechar la ocasión para devastar el país. Con
Richard Cheney, trabaja en la elaboración de un plan de ataque,
concebido por Henry S. Rowen, miembro de la Stanford Business School y
del Hoover Institute, como alternativa al plan del general Colin
Powell, entonces, jefe del Estado Mayor Interarmas y del general
Norman Schwarzkopf.
La
ventaja de ese plan, que preveía el despliegue de tropas desde Arabia
Saudita hasta los alrededores de Bagdad, para forzar a Sadam Husein a
retirarse de Kuwait, era asegurar la protección de Israel ante
posibles ataques balísticos. Finalmente será rechazado, al igual que
es rechazada, a finales de la guerra, la posición defendida por
Wolfowitz de avanzar en el conflicto, una vez que se alcanzaran los
objetivos. Esta vez, el jefe del Estado Mayor Interarmas, Colin Powell,
gana la causa al explicar que los Estados Unidos «están matando a
miles de personas», reporta James Baker en sus Memorias.
El
cese al fuego «prematuro» resulta una enorme decepción para
Wolfowitz quien, en opinión de algunos, recomendaba enviar el ejército
hasta Bagdad. A finales de los años 90, afirmará que la continuación
de los combates quizás habría favorecido un golpe de Estado y por
consiguiente la caída de Sadam Husein. En todo caso, extrae una lección
política de ese episodio: en el futuro será mejor controlar el poder
militar si desea alcanzar sus objetivos estratégicos.
Nuevo
orden mundial
La
caída de la Unión Soviética entre 1989 y 1990, que debe llevar a un
nuevo despliegue de las fuerzas de Estados Unidos en el mundo, provoca
la elaboración de una nueva doctrina para los neoconservadores y Paul
Wolfowitz. Los responsables de Defensa norteamericanos deben
justificar ante el Congreso el mantenimiento de los gastos militares
en un momento en que el enemigo principal se ha hundido. Wolfowitz y
Powell, opuestos sin embargo en el pasado, desarrollan juntos la idea
de la necesidad de una fuerza mínima de intervención del US Army,
para estar en condiciones de detener cualquier posible amenaza.
Pero
lo esencial de la doctrina Wolfowitz se elabora en 1992, en el marco
del Defense Planning Guidance. Ese documento, fue dirigido por Richard
Cheney, entonces secretario de Defensa, fue redactado en realidad por
Zalmay Khalilzad, asistente de Scooter Libby en el Pentágono, sobre
la base de reuniones en las que participan, alternativamente, Richard
Perle, Andrew Marshall, Paul Wolfowitz o Albert Wohlstetter.
En
el documento que se filtró voluntariamente a la prensa, el autor
habla de un nuevo «orden mundial [...] sostenido por los Estados
Unidos», en el que la única superpotencia sólo establecería
alianzas coyunturales, según los conflictos. La ONU e incluso la OTAN
estarían cada vez más en una posición de no intervención.
De
manera más amplia, la doctrina Wolfowitz teoriza sobre la necesidad
de que los Estados Unidos bloqueen el surgimiento de cualquier
competidor potencial a la hegemonía estadounidense, particularmente
las «naciones industrializadas avanzadas» como Alemania y Japón. La
Unión Europea es un blanco particular: «A pesar de que los Estados
Unidos apoyan el proyecto de integración europea, debemos velar para
que no surja un sistema de seguridad puramente europeo que socave la
OTAN, y particularmente su estructura de mando militar integrado».
Se
solicitará a los europeos que incluyan en el Tratado de Maastricht
una cláusula que subordine su política de defensa a la de la OTAN [6],
mientras el informe del Pentágono aboga por la integración de los
nuevos Estados de Europa Central y del Este en el seno de la Unión
europea, beneficiándolos con un acuerdo militar con los Estados
Unidos que los proteja contra un posible ataque ruso [7].
Después
del escándalo provocado por la publicación prematura del documento,
Paul Wolfowitz se aparta por un tiempo de su redacción, antes de que
el apoyo de Dick Cheney a Khalilzad lo convenza de unírseles. En
realidad, el asistente de Wolfowitz, Scooter Libby, quien se encargará
de la segunda versión del informe irá aún más lejos.
Si bien evita mencionar el nombre de la Unión Europea, expresa explícitamente
sus teorías sobre la necesidad de que los Estados Unidos adquieran
una superioridad militar tal que desaliente a todas las potencias
emergentes de intentar competir con ellos.
La
llegada al poder del democrata Bill Clinton en 1992 devuelve a Paul
Wolfowitz a sus entrañables estudios. Recupera su puesto en la Johns
Hopkins University School of Advanced International Studies, donde
desarrolla sus teorías sobre la obligación de los Estados Unidos de
conservar una «profundidad estratégica», un eufemismo que remite al
hecho de ser la única superpotencia mundial. En 1996, es seleccionado
por Donald Rumsfeld, quien dirige la campaña presidencial del
candidato republicano Bob Dole, para ser el proveedor de ideas en
materia de política exterior.
Pero
su obsesión sigue siendo el Medio Oriente y el caso iraquí. Después
de haber lamentado varias veces que el ejército estadounidense no
permanezca por más tiempo en suelo iraquí con el fin de derrocar a
Sadam Husein, escribe en 1997 un artículo titulado «Los Estados
Unidos e Irak» en el que aboga por la instauración de un nuevo régimen
en Bagdad, sin precisar la manera de lograrlo [8].
A finales de año, va aún más lejos con un artículo que publica en
coautoría con Zalmay Khalilzad en la Weekly Standard, revista de los
neoconservadores. El título es elocuente: «Derróquenlo», refiriéndose
al dictador iraqui [9].
En
esa época desarrolla su visión personal sobre un derrocamiento
exitoso, que pasaría por el apoyo armado al sur del país, por
preferir trabajar con los opositores chiítas y no con los kurdos,
evocando ya la necesidad de unir a los aliados recalcitrantes, cuya
vacilación se explica por la falta de determinación de la
administración Clinton. La llegada al poder de un equipo de «halcones»
debería poner fin a sus reticencias, tanto más cuanto que, en su
opinión, Rusia y Francia deberían dejarse convencer con facilidad
por «el viento del petróleo».
Si
bien esas predicciones resultaron falsas, la gestión de Wolfowitz
recibió su bendición en los Estados Unidos, donde, en 1998,
numerosas figuras eminentes del Partido Republicano se unieron al
Proyecto de un Nuevo Siglo Americano del que una de las primeras
reivindicaciones es la destitución de Sadan Husein.
En
ese mismo momento, Wolfowitz es invitado a participar en el
Congressionnal Policy Advisory Board, organizado en el seno del
Partido Republicano por Martin Anderson para permitir la elaboración
de una política exterior neoconservadora, con el apoyo financiero del
Hoover Institute, de la Fondation Heritage y del American Entreprise
Institute. Donald Rumsfeld y Dick Cheney participan regularmente,
mientras Colin Powell se separa deliberadamente, al igual que Richard
Armitage.
Wolfowitz
no se detiene. Participa, en 1998, en la comisión investigadora del
Congreso encargada de examinar la realidad de la amenaza de un ataque
balístico sobre los Estados Unidos, dirigida por Donald Rumsfeld. En
el modelo del «Equipo B» montado por George H. W. Bush (padre) a
mediados de los años 1970, esta comisión debe volver a examinar los
datos suministrados por las agencias de inteligencia y proponer una
interpretación diferente si fuera necesario.
La
comunidad de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos había
llegado a la conclusión, en 1995, de que ninguna potencia, a excepción
de los Estados nucleares declarados, tendría la posibilidad de
alcanzar el territorio de los Estados Unidos con un misil antes de 15
años.
Se
trataba por lo tanto para el complejo militar industrial
estadounidense, y particularmente para los partidarios del escudo
antimisiles, al frente de quienes se encontraban Paul Wolfowitz y Newt
Gringrich, de cuestionar las conclusiones consideradas demasiado
optimistas. La comisión hace perfectamente su trabajo: Donald
Rumsfeld logra obtener el apoyo de los tres demócratas miembros del
comité, particularmente de Richard Garwin, oficialmente opuesto al
escudo antimisiles.
La
comisión acredita de ese modo la idea de una amenaza real de ataque
balístico proveniente de Corea del Norte, Irán e Irak. En 1999,
siempre en el marco del Proyecto por un Nuevo Siglo Americano,
Wolfowitz firma una petición en favor de Taiwán, que debería, según
el documento, poder disfrutar de la protección de los Estados Unidos
en caso de agresión china.
Convertido
en una figura clave de los neoconservadores, es reclutado por George
W. Bush (hijo) en el otoño de 1998,con el fin de servirle de
asistente en las cuestiones de política exterior, al lado de una
personalidad muy cercana al entonces candidato republicano,
Condoleezza Rice, con quien crea el equipo de los «Vulcanos», en
referencia al dios romano que forja las armas divinas en la
profundidad de los volcanes. El equipo especializado en relaciones
internacionales está compuesto por ocho miembros: Rice y Wolfowitz,
naturalmente, pero también Richard Armitage, Richard Perle, Dov
Zakheim [10],
Stephen Hadley, Robert Blackwill y Robert Zoellick.
Al
mismo tiempo se crea un segundo equipo durante la segunda campaña de
George W. Bush (hijo), conducido por Rumsfeld, con el objetivo de
promover el proyecto del escudo antimisiles, en el que participan
varios Vulcanos (Rice, Wolfowitz, Hadley y Perle), pero también otras
personalidades externas como George Schultz o Martin Anderson.
La
gran implicación de Paul Wolfowitz en la campaña presidencial de
George W. Bush -que anuncia con Condoleeza Rice antes del debate
televisado con Al Gore- merece una recompensa después de la victoria
final que se concreta con el retorno al redil del «niño del Pentágono»,
esta vez en la segunda posición.
Notas:
[1]
Ver «Skull and Bones, la elite del Imperio», Voltaire, 29 de
noviembre de 2004.
[2]
Leo Strauss no sólo influyó en los neoconservadores como William
Kristoll, William Bennett, Paul Wolfowitz o Francis Fukuyama. William
Galston, uno de los intelectuales de la época de Clinton, recibió,
como Wolfowitz, las clases de Bloom en Cornell y después las de
Strauss en Chicago.
[3]
Entrevista con James Mann, citada en Rise of the Vulcans - The
History of Bush’s War Cabinet, de James Mann, Viking, 2004.
[4]
Ver «Los manipuladores de Washington», por Thierry Meyssan, Voltaire,
11 de enero de 2005.
[5]
Ver: Affaires atomiques (Asuntos atómicos, de Dominique
Lorentz, Editorial francesa Les Arènes, 2001.
[6]
«La políitica de la Unión en el sentido de este artículo no afecta
el carácter específico de la política de seguridad y defensa de
algunos Estados miembros, respeta las obligaciones contraídas por
algunos Estados miembros del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y es
compatible con la política común de seguridad y defensa establecida
en ese marco». In Traité de Maastricht, título V, artículo J4, párrafo
4.
[7]
El caso es revelado en «US Strategy Plan Calls For Insuring No Rivals
Develop» por Patrick E. Tyler, en el cotidiano estadounidense New
York Times, 8 de marzo de 1992. El diario, publica igualmente
largos resúmenes en la página 14: «Experts from Pentagon’s Plan:
"Prevent the Re-Emergence of a New Rival"». Otras
informaciones son suministradas en «Keeping the US First, Pentagon
Would preclude a Rival Superpower», por Barton Gellman, en el diario The
Washington Post, 11 de marzo de 1992.
[8]
«The United States and Irak», por Paul Wolfowitz, en el The
Future of Iraq, ed. John Calabrese, Middle East Institute, 1997.
[9]
«Overthrow him», por Zalmay Khalilzad y Paul Wolfowitz, Weekly
Standard, 1º de diciembre de 1997.
[10]
«Dov Zakheim, la caution du Pentagone» (Dov Zakheim la caución del
Pentágono) texto en francés, por Paul Labarique, Voltaire, 9 de
septiembre de 2004.
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