La “promoción de la
democracia” y la resistencia
Ilusiones imperiales
Por Tariq Ali,
CounterPunch, 09/02/05
Reproducido por Rebelión
Traducido por Germán Leyens
Estados Unidos, a
diferencia de los imperios de la antigua Europa, siempre ha preferido
ejercer indirectamente la hegemonía. Se ha basado en testaferros
locales - déspotas uniformados, oligarcas corruptos, políticos
dóciles y monarcas obedientes, en lugar de ocupaciones prolongadas -
y “nation building” (construcción de naciones) con formas
cuidadosamente controladas de una democracia elitista, de baja
intensidad. Enviaron a los Marines y libraron guerras sólo cuando las
rebeliones desde la base amenazaron con perturbar este orden.
A pesar del mundo
diferente que comenzó su existencia en los años noventa, que
requirió un cambio en las prioridades de EEUU y el establecimiento
del consenso de Washington, la elite imperial sigue mostrándose
alérgica a las ocupaciones a largo plazo. Si, durante la Guerra
Fría, suministraron indiscriminadamente dinero a todas las fuerzas
anticomunistas (incluyendo a la actual dirección de al-Qaeda), los
beneficiados del Siglo XXI son escogidos con más cuidado. El objetivo
es reemplazar lentamente a las elites tradicionales en las antiguas
satrapías con una nueva clase de políticos neoliberales
genéticamente programados, que han sido entrenados y educados en
Estados Unidos. Es la función primordial del dinero destinado a los
programas de “promoción de la democracia” en EEUU Como la lealtad
es una mercancía, puede ser adquirida a políticos, partidos, y
sindicatos. Y el resultado, se espera, es crear un nuevo estrato de
políticos jenízaros que sirvan a Washington.
¿Por qué se ha hecho
necesario algo semejante? Porque ante la ausencia de un sistema en el
que los beneficios financieros de la inversión extranjera ingresen
directamente al tesoro de EEUU, los costos del mantenimiento del
Imperio tienen que ser financiados en gran parte por las satrapías.
El presupuesto militar de EEUU ha alcanzado ya niveles astronómicos.
EEUU gasta más dinero en armas que todas las quince naciones
siguientes en su conjunto. El petróleo iraquí es vital para ayudar a
mantener las bases militares de EEUU que ahora existen en 138 países
en todo el globo.
De esto se trata en la
“promoción de la democracia”. Su variedad más reciente ha sido
aplicada ahora en Afganistán e Irak y llegará a Haití (otro país
ocupado) en noviembre de este año. Crea una nueva elite, dale fondos
y armas para construir un nuevo ejército y déjala que convierta a su
país en un lugar seguro para las corporaciones. Las elecciones
afganas de 2004, incluso según algunos comentaristas pro-EEUU, fueron
una farsa total y el tan ensalzado 73 por ciento de participación fue
un fraude. Si no hubiese sido así, el pro-cónsul de EEUU no estaría
empeñado en reconstruir una nueva alianza con facciones talibán
cercanas a la inteligencia militar paquistaní.
En Irak, la
participación (según DEBKA, el sitio extremadamente leal de la
inteligencia israelí) se acercó más bien a un cuarenta por ciento y
en Basora (subcontratada a Tony Blair) fue de no más de un 32 por
ciento. Los seguidores de Sistani votaron para satisfacer a su
ayatolá, pero si no es capaz de asegurar la paz y un fin de la
ocupación, ellos también podrían desertar. La única fuerza en la
que pueden confiar por el momento son las tribus kurdas. El 36
batallón de comandos kurdos combatió junto a los marines de EEUU en
Faluya, pero los jefes tribales quieren alguna forma de independencia
(incluso si fuera un protectorado estadounidense-israelí) y algo de
petróleo. Si el leal aliado de la OTAN y candidato a la UE, Turquía,
veta cualquier posibilidad semejante, los kurdos, también, podrían
aceptar dinero de otra parte. La batalla por Irak está lejos de
terminar. Simplemente ha entrado a una nueva etapa. A pesar de
considerables desacuerdos sobre el boicot de las elecciones, la
mayoría de los iraquíes no entregará por voluntad propia su
petróleo o su país a Occidente. Los políticos, con o sin barbas,
que traten de imponer algo así perderán todo apoyo y llegarán a
depender por completo de los ejércitos extranjeros acampados en su
país. La resistencia popular continuará. Los tiempos han cambiado.
Hay muchos en el norte que tienen dificultades para apoyar a esta
resistencia. Los argumentos a favor y en contra son antiguos. En las
últimas décadas del Siglo XIX, el socialista inglés William Morris
celebró la derrota del general Gordon por el Mahdi: “Khartum cayó
en manos del pueblo al que pertenece”. Morris argumentó que el
deber de los internacionalistas ingleses era apoyar a los que eran
oprimidos por el Imperio Británico a pesar de los propios desacuerdos
con el nacionalismo o el fanatismo.
El coro triunfalista de
los medios corporativos y estatales de Occidente refleja un solo
hecho: las elecciones iraquíes fueron preparadas no tanto para
preservar la unidad de Irak sino para reestablecer la unidad de
Occidente. Ya después de la reelección de Bush, franceses y alemanes
buscaban un puente para volver a Washington. Los franceses habían
colaborado en la ocupación de Haití sin disenso alguno en los medios
franceses. Los alemanes pueden volver a unirse a la jauría. ¿Se
sumarán ahora los soldados franceses y alemanes a sus maltrechos
colegas británicos, estadounidenses, y mercenarios privatizados en
las zonas en conflicto de Irak para sellar esta unidad? Y si lo hacen,
¿objetarán sus ciudadanos o aceptarán la propaganda que presenta la
ilegítima elección (el Centro Carter que controla elecciones en todo
el mundo se negó a enviar observadores) como justificación para la
ocupación? Y si envían soldados franceses y alemanes ¿se les
prohibirá el uso de cámaras digitales para registrar la tortura que
sigue ocurriendo en desafío directo de la Convención de Ginebra?
La ocupación de Irak
incluyó tanto la invasión militar como la económica, tal como lo
había previsto Hayek, el padre del neoliberalismo. La visión
esencial del poder imperial estaba firmemente arraigada en la doctrina
original. Fue Hayek, después de todo, el primero en promover la
noción de ataques aéreos relámpago contra Irán en 1979 y Argentina
en 1982. La recolonización de Irak le hubiera encantado. Desdeñaba
el fariseísmo. Los políticos que ocultan sus verdaderos objetivos
detrás de palabras hipócritas sobre la “humanidad” lo hubieran
irritado sobremanera.
Los seguidores de Hayek
en Washington, sin embargo, no predijeron una resistencia en Irak.
Tampoco lo hizo la mayoría del mundo occidental, en el que una
mayoría de intelectuales, periodistas televisivos y aficionados a la
red son tan desilusionados, amargados y cínicos, que creen que todo
el mundo es como ellos. No les gusta que haya casos que les recuerden
lo contrario. Olvidan que el gráfico de la historia siempre es
retorcido. Nunca hay una línea ininterrumpida de progreso. Y así
ocurrió que la ocupación de Irak provocó una resistencia.
Contrariamente a lo que dice la masa de informes en la prensa
occidental, la resistencia NO está dominada por Zarqaui o su
microscópica banda. Si fuera así ya habría sido aniquilada hace
tiempo. Existe una resistencia popular en Irak, tanto armada como
no-violenta. La masa de la resistencia armada consiste de soldados y
oficiales desmovilizados, a muchos de los cuales les disgustaba la
corrupción y la crueldad de Sadam y su incapacidad de defender al
país. A ellos hay que agregar grupos nacionalistas y religiosos que
odian la ocupación. La izquierda es débil en Irak porque el Partido
Comunista Iraquí apoyó la ocupación y sirvió en el gobierno
títere.
El tamaño y la escala
de la resistencia iraquí (y, a propósito, existe también en el sur
chií y las células de la resistencia son numerosas en Basora)
tomaron al mundo por sorpresa. Los iraquíes fueron como un
relámpago, en comparación con la resistencia europea contra el
Tercer Reich. En Francia, el régimen de Vichy fue popular, entre la
gran mayoría. No así en Irak. En Holanda ocupada, la resistencia fue
pequeñísima y muy dependiente del apoyo británico. No así en Irak
donde la resistencia no recibe ningún apoyo de sus vecinos árabes.
En Vietnam, la resistencia nacionalista a los imperios francés,
japonés y estadounidense, fue dirigida por el Partido Comunista. En
Irak es totalmente descentralizada. En todos los casos mencionados
hubo colaboracionistas que trabajaron estrechamente con la potencia
ocupante. En Irak no es diferente.
¿Es una resistencia
perfecta? No. ¿Cómo podía una resistencia ser agradable cuando la
ocupación es tan brutal y horrible? La violencia inconsciente
infligida al pueblo iraquí por la ocupación resulta en una reacción
violenta. No fue otra cosa cuando los argelinos combatieron contra los
franceses hasta paralizarlos a principios de los años sesenta del
siglo pasado. Cuando le preguntaron a un líder de la resistencia
argelina por qué atacaban a menudo cafés y mataban civiles,
respondió: “Dennos aviones y helicópteros y entonces sólo
atacaremos a soldados franceses”.
Durante una primera
etapa de la ocupación, los periódicos de EEUU mostraron a jóvenes
dándose la mano con los Marines en Bagdad. Lo que no dijeron esos
periódicos (porque los periodistas no hablaban árabe) era que los
niños sonrientes le decían a los marines: “¡Te odiamos, hijo de
puta!” Las fotografías dejaron de aparecer hace tiempo. Muchos
niños sonrientes han muerto a tiros.
¿Y los medios, el
pilar de la propaganda del nuevo orden? En “Control Room”, un
documental canadiense sobre al-Yazira, una de las imágenes más
reveladoras y repugnantes es la de periodistas occidentales empotrados
saltando y vitoreando de alegría cuando se anunció la captura de
Bagdad. La cobertura de las elecciones en Afganistán e Irak es poco
más que propaganda vacía.
Esta simbiosis de
política neoliberal y de medios neoliberales ayuda a reforzar la
amnesia colectiva que Occidente sufre actualmente. La insistencia en
que la totalidad de la política contemporánea está englobada en las
categorías esenciales de ‘amigo’ y ‘enemigo’ tiene un
historial antiguo. Fue Carl Schmitt, un talentoso teórico legal del
Tercer Reich, quien desarrolló por primera vez este concepto para
justificar los ataques preventivos de Hitler contra los estados
vecinos. Los escritos de Schmitt fueron adaptados por los
conservadores locales a las necesidades de Estados Unidos después de
la Segunda Guerra Mundial y constituyen actualmente el fundamento del
pensamiento neoconservador. Su mensaje es claro: si tu país no sirve
nuestras necesidades es un país enemigo. Será ocupado, sus
dirigentes destituidos y se colocará a sátrapas dóciles en su
lugar. Pero cuando las tropas se retiran, las satrapías a menudo se
derrumban. Ocupación, rebelión, retirada, ocupación,
auto-emancipación, es un patrón común en la historia del mundo.
Sólo en el Norte el
complejo político-mediático dominante ignora la muerte de más de
100.000 civiles iraquíes. Las vidas iraquíes no interesan a las
brigadas de derechos humanos en Occidente. Es esto lo que ayuda a
alimentar la cólera contra Occidente en su conjunto. La satanización
del Islam ha llegado a tales extremos que ya no hay que contar a los
musulmanes muertos. Y la fuente de esta satanización es el gobierno
de Estados Unidos, un país inundado de religión: un 95 por ciento de
los estadounidenses cree en Dios, un 70 por ciento en los ángeles, un
67 por ciento en el diablo. “El que cree en el Diablo”, escribió
Thomas Mann en Doctor Faustus, “ya le pertenece”. Contra el
terrorismo de pequeñísimas células islamistas se despliega el
todopoderoso terrorismo de estado estadounidense y de sus aliados.
Pero David siempre fue más popular que Goliat. Es lo que traté de
explicar en mi libro:”Clash of Fundamentalisms: Crusades, Jihads,
Modernity”. Durante la mayor parte del Siglo XX, el Islam
conservador, fue las más de las veces, un apoyo del Imperio
Británico y de su sucesor estadounidense. El Islam era considerado
una fuerza social conservadora, que hacía sonar las cadenas de la
superstición y del fanatismo para asfixiar hasta el temblor más
frágil de revolución social. A Occidente le encantaba tener un
aliado semejante. Los tiempos cambian.
Estuve en Brasil la
semana pasada en el Foro Social Mundial. En esta época de
frustración y derrotas, cuando el adelanto social parece estar
encallado en los bancos de arena del consenso de Washington, fue
reconfortante escuchar a un líder latinoamericano - Hugo Chávez, de
Venezuela - hablando ante una gran multitud de 15.000 participantes y
defendiendo la resistencia en Irak. Estados Unidos han hecho tres
intentos de derribarlo. Han fracasado. “Si tratan por la fuerza,
resistiremos como los iraquíes”, declaró. Llamó a establecer un
Frente Antiimperialista mundial. Aún no se ha levantado la cortina
sobre los actos principales del drama que es la historia, pero los
intermedios e intervalos también están repletos de tensión y
conflicto.
En los procesos de
Crímenes de Guerra de Nuremberg, el Ministro de Relaciones Exteriores
alemán, Von Ribbentrop, fue también acusado de crímenes de guerra.
¿Por qué? Porque había suministrado la justificación política e
ideológica para el ataque preventivo contra Noruega.
Si se siguiera este
precedente en el banquillo de algún futuro tribunal, entonces Colin
Powell, Condoleeza Rice, Tony Blair y su gran jefe en la Casa Blanca
podrían enfrentar una acusación semejante. Poco probable, pero
deseable.
El último libro de
Tariq Ali: “Bush in Babylon: The Re-colonisation of Iraq”, ha sido
publicado por Verso.
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