Bush y el caso Schiavo
Haciendo política con una mujer
moribunda
Por Bill Press (*)
Progreso Weekly, EEUU, 02/04/05
Lo que usted piensa acerca del caso
de Terri Schiavo depende de lo que usted crea.
Si usted cree que nuestro gobierno existe
meramente para complacer las exigencias de los fanáticos religiosos,
entonces usted aprueba el reciente circo. Si usted cree en la ley, la
Constitución y la separación de poderes, entonces usted cree que está
mal. Nunca hemos presenciado una alcahuetería política tan
repugnante.
Vayamos en orden. Al intentar
forzar a los tribunales estatales y federales a que le reinstalaran la
alimentación forzosa a Terri Schiavo, los hermanos Bush, Bill Frist y
Tom DeLay no estaban actuando por respeto a la vida. Si fuera así, ¿por
qué no han hecho nada ante la pérdida de vidas en Ruanda y Sudán?.
En agosto de 2001, el Presidente
Bush hizo caso omiso de las advertencias de que Al-Qaeda estaba
planeando ataques terroristas contra Estados Unidos. A principios de
este año esperó tres días antes de hacer un comentario acerca del
desastre del tsunami. ¿Y ahora se supone que creamos que él saltó
en pijama al avión presidencial y se apresuró para llegar a
Washington y firmar la ley acerca de Schiavo después de haber
descubierto súbitamente un respeto por la vida? Hable en serio.
No, no fue una preocupación
reverencial por la vida lo que impulso la serie de irresponsables
intervenciones de los republicanos en Semana Santa. Fue una preocupación
barata por los votos de los religiosos conservadores. Los propios líderes
republicanos se delataron en un memorando que decía a los senadores
republicanos por qué era importante interrumpir sus vacaciones de
Semana Santa: “Este es un gran tema político… y la base
en pro de la vida estará muy excitada por el hecho de que el
Senado esté debatiendo este importante asunto”.
Además, en algún momento hay que
hacer la pregunta: ¿Qué es la vida? Es más que respirar. Si una
persona no puede hablar, pensar, comunicarse, caminar, sentarse,
levantarse de la cama, comer por sí misma o controlar sus funciones
corporales –¡durante 15 años!–, eso no es vida. A Terri Schiavo
se le debió haber permitido morir con dignidad, en especial porque
ella había expresado anteriormente su deseo de que no la mantuvieran
viva por medios artificiales. Puede que el papa no esté de acuerdo,
pero el presidente y el Congreso fueron elegidos para servir al
pueblo, no al papa.
En todos los niveles, la alharaca
del Presidente Bush y del Congreso es incorrecta, si no ilegal. Por
ley, el Congreso no puede aprobar una legislación sin celebrar
audiencias, acopiar pruebas y escuchar testimonios públicos. En este
caso no se celebró una sola audiencia en busca de pruebas. Por ley,
el Congreso tampoco puede aprobar una legislación que afecte a una
sola persona. Sin embargo, esa fue exactamente la manera en que se
redactó la legislación. Una legislación similar, aprobada en la
Florida el año pasado, fue declarada inconstitucional. Esta también
lo es.
No sólo eso, sino que el Congreso
no puede rechazar la decisión de un juez estatal o federal. Nuestros
Padres Fundadores no querían que políticos exaltados atropellaran al
poder judicial. Por eso fue que incluyeron la separación de poderes
en la Constitución; para que los jueces interpretaran la ley sin ser
atropellados por gente como Tom DeLay.
Y, por supuesto, nuestros
Fundadores también reservaron para los estados esos poderes que no
están atribuidos claramente al gobierno federal. Sin embargo, los
republicanos eliminaron los derechos del estado en la Florida
–primero en el 2000, y ahora nuevamente en el 2005– para favorecer
al Gran Hermano. Bajo el Presidente Bush, ellos han plantado a policías
federales en cada dormitorio, sala de tribunal, estudio de TV y,
ahora, en cada habitación de hospital para enfermos terminales.
Es difícil imaginar qué
representan los republicanos. Ellos creen en los derechos de los
estados, a no ser que estén en desacuerdo con lo que hacen los
estados. Creen en la separación de poderes, a no ser que estén en
desacuerdo con la decisión de un juez. Creen en un gobierno federal más
pequeño, excepto cuando conviene a sus propósitos expandir el
gobierno federal. Creen en la separación de la iglesia y el estado,
hasta que reciban una llamada de Jerry Falwell. En otras palabras, no
creen en nada, a no ser en el poder político absoluto.
Que se avergüencen los líderes
republicanos que, como se lamentó el congresista republicano
Christopher Shays, han convertido al partido de Lincoln en un
“partido de la teocracia”. Y que se avergüencen también esos demócratas,
la cobarde oposición, que se mantuvieron callados y permitieron que
sucediera.
Lo peor acerca del triste carnaval
del caso de Terri Schiavo es que implanta el gobierno grande donde no
le pertenece. Decidir si se debe continuar prolongando la vida de un
ser amado probablemente sea la decisión más difícil que cualquiera
de nosotros tendría que tomar. Es una decisión que nuestra familia
debiera tomar en privado: en consulta con su ministro, otros miembros
de la familia y su médico. No hay lugar para políticos baratos y
escandalosos.
(*) El comentarista político Bill
Press es el autor de “Bush se debe marchar”.
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