Crónicas
norteamericanas
Vivir
y morir como Terri Schiavo
Por
Mario Diament, corresponsal en Miami
La
Nación, Buenos Aires, 02/03/05
Miami.–
El mismo día en que Terri Schiavo murió, tras pasar quince años en
estado vegetativo, Charles Wells, un marine integrante de la Segunda
Fuerza de Apoyo estacionada en Camp Fallujah, Irak, falleció cuando
el vehículo que conducía pisó accidentalmente una mina.
Wells
provenía del condado de Orange, en Florida, no lejos de donde Terri
había pasado sus últimos años. En su vida civil era bombero y,
cuando fue llamado a servir en Irak por primera vez, se hallaba
completando un curso de técnico en emergencia médica. Regresó al
curso después de cumplir su servicio, pero a los pocos meses fue
convocado por segunda vez.
Ya
no volvería de esa misión. Al morir, dejó una esposa joven y una niña
pequeña. Excepto por el periódico local, la noticia de la muerte de
Charles Wells no apareció en ninguna parte. No hubo vigilias ni
demostraciones reclamando por su derecho a la vida. Cuando su féretro
regrese a los Estados Unidos, desembarcará subrepticiamente, como ha
venido sucediendo con las más de 1500 bajas norteamericanas desde el
comienzo de la guerra, y más allá del limitado grupo de quienes lo
conocieron, su muerte no habrá afectado más que las estadísticas.
Schiavo,
en cambio, transitó el breve trecho que la separaba de la muerte,
ajena a las banderas que se alzaban a favor o en contra de su causa.
Desde que sufrió un paro cardíaco, en febrero de 1990, que le provocó
una lesión cerebrovascular, vivía en lo que clínicamente se
denomina estado vegetativo persistente (EVP), conectada a un laberinto
de tubos y aparatos.
No
fue ninguna milagrosa circunstancia la que catapultó su caso a los
medios de todo el mundo, sino la batalla legal que enfrentó a su
marido, quien bregaba por permitir a Terri "morir
dignamente", y a sus padres y hermanos, quienes creyeron adivinar
en algunas de las reacciones reflejas signos esperanzadores.
Este
hecho, por sí mismo, tampoco hubiera trascendido más allá de la anécdota
si la cruzada moral de la derecha cristiana en los Estados Unidos no
hubiera estado al acecho de una nueva causa a través de la cual
reafirmar su convicción en el inalienable derecho a la vida humana
que se extiende desde la matriz femenina hasta las máquinas de
resurrección de los hospitales, y si la prensa no hubiera mordido el
señuelo. Tal fue la escalada mediática de esta cruzada, que la
cobertura de la muerte de Terri, ayer, mereció un despliegue varias
veces más amplio que la agonía del Papa.
Pero
la paradoja del caso Schiavo es que los cientos de personas que
congregaron a las puertas del hospicio donde Terri yacía, para
reclamar por que se prolongara artificialmente su vida, junto con los
millones que acompañaron la plegaria, son, en su mayoría, los mismos
que votaron por George W. Bush, defienden la guerra en Irak y reclaman
la pena capital.
La
misma persona capaz de pasar la noche en vigilia por el derecho a la
vida de Schiavo, considera que quienes se oponen a la guerra donde
murió Charles Wells son discípulos del demonio y celebra cuando el
Estado se arroga el derecho de poner fin a la vida de un condenado.
La
excepción a esto último son los católicos, quienes doctrinariamente
se oponen a la pena de muerte, pero en la tajante dicotomía ideológica
que disocia a la sociedad norteamericana en dos campos
irreconciliables, la mayoría de los católicos se agrupa junto a los
"pro vida".
El
término parece mucho más un acierto publicitario que una descripción
veraz de propósitos. Detrás de la activa y a menudo violenta oposición
al aborto, está la monumental confusión que resulta de ponderar el
derecho a la vida, sea ésta embrionaria o vegetativa, e ignorar la
política responsable de la muerte de 100.000 civiles en Irak.
El
miércoles, en Fallujah, Charles Wells murió sin saber exactamente a
qué causa había entregado la vida. Tampoco lo saben su mujer y su
hija. La muerte de Terri Schiavo no es menos dolorosa ni significante,
pero ocurrió quince años atrás, cuando su actividad neurológica se
apagó. El resto no ha sido más que esperanza vana y tecnología.
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