Una visita a la cultura de Bush
Por Saul Landau
(*)
Progreso Weekly, Estados Unidos,
01/04/05
Después de caminar
por la zona de estacionamiento llena de Hummers, SUV y camionetas,
todos con estantes de armas, insignias de la NRA (Asociación Nacional
del Rifle) y pegatinas con la bandera confederada, mi amigo y yo
pagamos $8 dólares cada uno para entrar en la Exhibición de Armas en
el Recinto Ferial de Paso Robles. El cartel también anunciaba a los
interesados que “Niños Menores de 13 Entran Gratis”. Una vez
dentro, una mujer madura con sombrero de cowboy me puso en forma
robusta un cuño en mi mano.
¿Un número de campo de
concentración?, le pregunté a mi amigo, al que no le pareció
divertido.
No se bañen muy bien, je, je, y
puede entrar otra vez mañana. Oigan, traigan a la esposa o a la
novia.
Nos aseguró que el número
aparentemente indeleble impreso en el dorso de una mano desaparecería
al lavarnos las manos. No reconocí su acento de ningún lugar de
California, pero sí sonaba parecido al de la mayoría de las personas
que escuché dentro de la enorme estructura como una cripta con mesas
de exhibición a lo largo de los pasillos: el Sur profundo y rural. La
mayor parte de la gente se veía seria y muy dedicada. Un hombre que
llevaba un sombrero confederado y una barba de tres días estaba
acompañado por un niño pequeñito, supuestamente su hijo, el cual
parecía tener más dientes que el padre.
Mi amigo, un abogado que maneja
asuntos de compensaciones legales a trabajadores discapacitados, se
fue por su lado. Mientras él examinaba las colecciones de armas, yo
conversaba con una mujer que vendía suplementos dietéticos y me
ofrecía un examen gratuito para determinar mi nivel de antioxidantes.
La mujer conectó mi mano a una máquina de ciencia ficción que emitía
una luz púrpura y me dijo que generalmente ella promueve sus
fabulosas supervitaminas en las ferias estatales, pero que el público
de las exhibiciones de armas había demostrado estar excepcionalmente
interesado en su producto.
Susurró que las armas no le
interesaban mucho, pero que los aficionados parecían excitados con la
idea de vivir más tiempo y mantenerse sanos. Mientras la máquina
suministraba una cifra que mostraba que mi piel tenía un número
promedio de anti-oxidantes, pero que si tomaba algún suplemento
obtendría miles más y evidentemente viviría para siempre, vi a dos
muchachos menores de 13 años que tomaban fusiles y jugaban a
dispararme. Yo hubiera hecho lo mismo a su edad. Pero a mi padre nunca
se le ocurrió llevarme a una exhibición de armas. Nunca tuvo un arma
ni pensó tenerla.
Escuché a compradores y a curiosos
que sostenían intrincadas conversaciones con los vendedores acerca de
la precisión de las armas, cartuchos, piezas de repuesto, velocidad
de los proyectiles y otros temas de los cuales yo sabía poco o nada.
Junto a un modelo de juguete de un
AK 47, donde un vendedor estaba anunciando correas para sujetar tales
armas, ya que California prohibió la venta de armas de ese tipo, vi
una larga mesa que exhibía banderas nazis, insignias de las SS y una
serie de libros por ex oficiales de las SS. Leí unos pocos párrafos
acerca de los momentos cumbres de sus campañas perdidas en Rusia y su
exitosa ocupación de varios países. Uno de los libros negaba la
existencia del llamado Holocausto. El autor, un capitán, aseguraba
que pasó sus orgullosos años de servicio como chofer. Los otros,
supongo, habrían hecho su servicio como cocineros y valets. Los
libros, con fotos en blanco y negro elegantemente diseñadas, estaban
impresos en España durante los últimos años de Franco.
En Biografía de Reinhard
Heydrich, Vol. 1, los autores (no aparecen los nombres) acopiaron
una singular colección de fotos que ilustran esta biografía del
supuesto heredero de Hitler. En el libro, el hombre que de niño conocí
como el Carnicero de Praga era descrito como un hombre extraordinario
que llegó a ser el segundo de Himmler en las SS, donde controlaba
todo el Servicio de Seguridad.
Admiré la ambigüedad del texto.
Calificado como el autor de la Solución Final de la cuestión judío,
Heydrich es llamado por algunos un Maquiavelo del siglo 20. Otros que
admiraban su inteligencia, deportivismo y talento musical, le han
concedido el carácter de un hombre del Renacimiento. ¡Qué carrera
hubiera tenido si la resistencia checa no lo hubiera ejecutado! El
precio del libro, $49.95, valía diez dólares menos que el que estaba
a su lado, Historias de los Héroes de las Waffen SS en Combate.
En una mesa vi una camiseta
deshilachada; tenía un viso de suciedad por dentro del cuello, y una
foto de Timothy McVeigh. No te Olvidaríamos. Quise preguntar al
vendedor acerca del ambiguo mensaje, pero parecía demasiado ocupado
tratando de vender una antigua escopeta muy cara, así que proseguí.
Las mesas exhibían fusiles y revólveres
del siglo 19, Glocks, pistolas 45 y Lugers del siglo 20, algunas con
mira de láser. Cada arma estaba encadenada, de forma tal que el
cliente podía tomarla, sopesarla y disparar en seco sin poderse
marchar con la mortífera mercancía. Algunas mesas tenían
exhibidores con cuchillos para matar y machetes afilados, unos pocos
tenían arcos y flechas, que junto con todas las armas y balas dentro
del recinto podrían matar a muchas personas y a animales indefensos,
por supuesto.
Mi amigo y yo no vimos a negros,
mexicanos u otros judíos evidentemente urbanos. Mientras salíamos,
sin armas de fuego ni cuchillos, vimos un ubicuo cartel que decía
EEUU FUERA DE LA ONU, ONU FUERA DE EEUU. Un par de pegatinas contra el
aborto estaban pegadas en una de las mesas con armas. Sentí que habíamos
tenido una extraña experiencia, una hora de contacto con uno de los
grupos electorales de George W. Bush.
No vimos una pegatina aparentemente
nueva, pegada sólo en la defensa delantera de un Hummer que decía,
Corre Hillary Corre.
Más tarde ese mismo día
encontramos el lago Santa Margarita, pagamos la entrada al dominio
administrado por el estado y escalamos una pequeña montaña que se
eleva sobre una prístina extensión de agua. Aquí, a unas 220 millas
al noroeste de Los Ángeles, observamos a los halcones y a los buitres
hacer su camino por el aire. Debajo de nosotros, lanchas con motor
fuera de borda con pescadores salpicaban el agua azul. Habían
estacionado sus autocaravanas a lo largo de orillas del lago. Algunos
pescaban desde embarcaderos.
Después de que descendimos nos
encontramos con un pescador que llevaba una camiseta que decía “El
trabajo es aburrido, me voy a pescar”. Nos dijo que el estado había
repletado el lago con peces.
Pasamos un cartel que decía a los
pescadores que no nadaran en el lago ni permitieran que alguna parte
de su cuerpo tocara el agua. Creo que esta agua va para el acueducto,
dijo, aún antes de que yo preguntara. ¿Por qué la gente sí puede
andar en lancha pero no puede dejar que su cuerpo la toque?.
En estos tiempos uno no sabe lo que
la gente puede trasmitir con su cuerpo a un buen lago como este, dijo
sin sonreír.
Le vimos subir a su pequeño bote
varias cajas de cerveza Coors, lo que llaman latas de cerveza SS. Le
deseé suerte en su pesquería.
De regreso a Paso Robles, donde
proliferan viñedos y salones de degustación de vinos, junto con la
clientela yuppie que los llena, discutimos acerca de la brecha
cultural que separa a la gente liberal y educada que sorbe vino y
disfruta de la comida gourmet y lee The New York Review of Books,
de los otros cuya vida gira alrededor de la pesca, la caza y que
piensa en protegerse con armas de los otros seres humanos.
La clase trabajadora necesita
protección, dice mi amigo. Ellos son mis clientes. Ellos son a los
que joden las grandes corporaciones que ya no tienen que pagar
compensación a los trabajadores ni las reclamaciones por invalidez.
Las corporaciones ahorran en asuntos de salud y seguridad y luego
contratan a importantes abogados para joder a los trabajadores
accidentados y no pagarles sus justas reclamaciones. Los republicanos
reducen las compensaciones a los trabajadores con la ayuda de unos
pocos demócratas. Pero los miembros de la clase jodida votan por Bush
y se identifican con él. ¡Qué autodestructivo es eso!.
Si, pensé. Y como los demócratas
no los protegen, acuden a las supervitaminas y a las armas de fuego en
busca de protección.
Una mexicana-norteamericana aparece
con la cafetera. Habla inglés sin acento cuando nos pregunta si
queremos más café. ¿Ya desean pedir? Ella grita en espanglish
al cocinero: “huevos over easy con sausage”.
Le dejo una buena propina y le
preguntó en español si votó por Bush.
Sacude vigorosamente con la cabeza
para un no indudable, como si yo estuviera loco.
¿Cuántos norteamericanos
diferentes puede uno encontrarse durante una corta vacación en Paso
Robles, California? Supongo que para ganar la presidencia hace falta
tener la capacidad de un astuto manipulador para calcular cuántas de
las diversas y tontas culturas del país tienen que converger o ser
compradas a fin de obtener la mayor parte de los votos por cualquier
medio, por supuesto. Así funciona la democracia norteamericana y
tengan lista su arma para protegerse.
(*) Landau es miembro del Instituto
para Estudios de Política y dirige el Programa de Medios Digitales en
el Colegio de Letras, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Cal
Poly Pomona.
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