Hacia
una dictadura planetaria
Proyecto
de ley 'Pro Democracia' en el Congreso
Por
Marcelo Colussi (*)
Argenpress,
26/05/05
"Cuando
Estados Unidos marca el rumbo, la ONU debe seguirlo. Cuando sea
adecuado a nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no sea
adecuado a nuestros intereses, no lo haremos." (John Bolton,
candidato de Bush a Embajador ante la ONU)
La
palabra 'democracia' es una de las más manoseadas. Da para todo; en
su nombre se puede hacer cualquier cosa: matar, invadir un país,
torturar, saquear.
Lo
mismo puede decirse de otros términos que, por ampulosos, terminan
degenerándose y sirviendo para cualquier fin: libertad, justicia,
derechos humanos, amor. En nombre de cualquiera de estos principios
los poderes fácticos han encontrado históricamente su justificación
para continuar su dominación. Por amor se mata, por la libertad se
encarcela.
Hoy
por hoy el gobierno de Estados Unidos de América, la actual
superpotencia hegemónica, se arroga el derecho de manejar arteramente
las más increíbles mentiras a su antojo, haciéndolas pasar por
verdades, con el descarado objetivo de mantener su dominación; en ese
sentido es un campeón en la manipulación mediática y el
retorcimiento de términos. La defensa de la democracia es su 'caballo
de batalla' en este proyecto.
Pese
a ser la potencia intocable de la actualidad, la historia no ha
terminado. Los pueblos siguen reaccionando, y la injusticia sigue
siendo el motor que hace andar la historia. En tal sentido, aunque omnímoda,
la política estadounidense sigue teniendo opositores por todos lados,
quizá más que nunca. Ahí están las protestas populares recorriendo
Latinoamérica, quitando presidentes, oponiéndose a los planes
neoliberales, impidiendo la puesta en marcha del ALCA. La resistencia
sigue; y seguirá hasta el cansancio. ¿Por qué habrían de dejarse
oprimir alegremente los pueblos?
En
esa lógica algunos 'malos ejemplos' -'malos' según el dictado de
Washington- continúan enfrentándose a la dominación imperial y
mostrando que la historia no ha terminado. Ahí están el movimiento
campesino en Bolivia, Ecuador y Perú, los sin tierra en Brasil, las
reivindicaciones indígenas que cruzan el continente, los piqueteros
argentinos o los zapatistas en el sur de México. Pero más que nadie,
como espina atravesada que no puede terminar de digerir, ahí está el
nuevo 'eje del mal': Cuba y Venezuela.
No
es necesario abundar mucho en datos sobre la ya proverbial intromisión
del gobierno estadounidense en lo que considera su 'patio trasero'.
Invasiones, golpes de Estado, dictaduras títeres donde Washington es
el responsable pueden contarse por docenas.
Pero
hasta ahora las protestas y alternativas opuestas a las oligarquías
vernáculas y a la hegemonía norteamericana caían bajo el epíteto
de 'comunismo', siempre como 'cabeza de playa' del 'expansionismo soviético'
que la guerra fría permitía elucubrar. ¿Qué pasa cuando esa
contestación surge en el seno de un proceso democrático?
El
imperio no lo tolera
El
caso de la Revolución Bolivariana en Venezuela es, siempre en esta
dimensión de dominación universal, un pésimo ejemplo que la
potencia del norte querría erradicar de raíz. Con una transparencia
democrática no vista en ningún país del Norte, con un referendo
revocatorio de la presidencia a mitad del mandato -caso único en el
mundo-, la población venezolana por ocho veces consecutivas votó a
favor de un proceso popular que, por vez primera en su historia, pone
a las por siempre marginadas mayorías en la perspectiva de una mejora
real y de una genuina participación. Sin dudas ahí se está
intentando construir una democracia real, no cosmética, no
declamatoria, democracia de las bases, auténtico poder popular.
La
democracia que defiende Washington es la que no toca sus intereses:
democracia para la foto, representativa, del voto cada cierto tiempo.
'Democracias vigiladas', como dijera Eduardo Galeano. Lo que no entra
en esos cánones, igual que el 'comunismo' de antaño, pasa a ser el
demonio a exorcizar.
Pero
algo ha comenzado a moverse en Latinoamérica en estos años. El
'patio trasero', aunque no levante el discurso de 'revolución
socialista' de décadas pasadas, da muestras de insubordinación. Eso
de la democracia como 'gobierno del pueblo' no hay que tomárselo
demasiado en serio, pareciera decir la derecha estadounidense. Tanto
preocupa esto, que en el seno de la administración Bush comienzan a
prenderse señales de alerta.
Al
respecto, los senadores John Mc Cain (republicano por Arizona) y Joe
Lieberman (demócrata por Connecticut), acaban de presentar en el
Congreso un proyecto de legislación denominado 'Ley de la Democracia
de Avance'. El objetivo de la iniciativa es 'reforzar las capacidades
del gobierno estadounidense' de promover la democracia en el
extranjero -aunque nadie se lo haya pedido, claro está- utilizando,
entre otras vías:
-
El establecimiento de una nueva oficina de Movimientos de Democracia y
Transiciones en el Departamento de Estado, y Ejes de Democracias
Regionales (Embajadas en el exterior).
-
La creación, dentro del Consejo de Seguridad Nacional, de un
'Ayudante Especial al presidente de los Estados Unidos sobre Países
Democráticos y Transición a la Democracia', quien tendría, entre
otras responsabilidades, la de hacer recomendaciones de política y la
coordinación de todas las agencias del Poder Ejecutivo claves, sin
tener que rendir cuentas al Congreso.
Todos
los mecanismos y acciones a ser implementados para la promoción de la
democracia -de 'esa' democracia- contarán con un respaldo financiero
estimado en 250 millones de dólares para dos años.
El
Proyecto de Ley proporciona un marco legal al gobierno de Estados
Unidos no sólo para 'medir a otros países' en función de su propia
percepción de lo que considera democracia, sino -más preocupante aún-
para inmiscuirse en los asuntos internos de las naciones catalogadas
por él como 'no democráticas' o cuyas democracias 'se encuentran en
peligro', para así asegurar la imposición de los objetivos de
democracia que él desea. Constituye, pues, una carta blanca otorgada
por el Congreso al Ejecutivo para la intervención de Estados Unidos
en cualquier parte del mundo a través de lo que sería el desarrollo
y la puesta en práctica de un plan estratégico interagencial en países
considerados no democráticos.
Conforme
a lo anterior, Washington requerirá un informe anual sobre la
democracia que será tomado en cuenta para el diseño de los planes de
acción de promoción de la misma en 'países no democráticos', lo
que representa una clara injerencia en los asuntos internos e
irrespeto a la soberanía de los Estados, con el consecuente peligro
de eventuales sanciones (léase intervención militar).
Asimismo,
el Proyecto insta al gobierno de los Estados Unidos a seguir la
coordinación con otros países y organizaciones internacionales en
función de los objetivos arriba señalados. En este sentido, además
de las gestiones bilaterales, es previsible que los Estados Unidos
pretendan utilizar los foros multilaterales como la ONU y la OEA para
tratar de aislar y perjudicar a los países que no sean de su agrado,
o cuyos gobiernos no muestren ser condicionales a las políticas
fijadas por el imperio.
La
creación de una instancia operativa dentro del Departamento de Estado
como la señalada anteriormente permitirá a Washington comunicarse y
colaborar con partidos políticos de oposición, y dejaría a
instancias como el Fondo Nacional para la Democracia (NED, por su
sigla en inglés), como una institución más transparente y abierta
para recibir financiamiento del Ejecutivo. Se estaría hablando
entonces de la posibilidad de fuentes de financiamiento para grupos
opositores de los países con consecuencias desestabilizadoras
impredecibles.
Este
Proyecto de Ley encaja dentro de una tradición muy profunda de la
potencia, compartida tanto por demócratas como por republicanos,
donde la máxima monroeniana se hace patéticamente explícita: 'América
para los americanos' ... del Norte.
Estamos,
claramente, a las puertas una dictadura planetaria. Si la potencia se
arrogaba ya el derecho de clasificar y desclasificar países de
acuerdo a su compromiso en la lucha contra el narcotráfico -según su
parecer, obviamente-, con lo cual fijaba los flujos de ayuda o de
castigo, la nueva legislación profundiza el desprecio de la derecha
estadounidense por el resto del mundo y su aspiración a dictadura
universal. Las invasiones de terceros países tendrán ahora una
cobertura legal, con el agravante que se harán según designio divino
- no faltará mucho para que Bush salga diciendo que actúa
militarmente por inspiración de dios. Las democracias que no le
convienen a las petroleras, a los halcones guerreristas, al nuevo César
universal, serán 'invadibles'.
En
el caso de Cuba, lo acabamos de ver, el gobierno estadounidense hizo
lo imposible en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para lograr
una sanción a la isla por 'su falta de democracia'. En el caso de
Venezuela tanto el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld como luego la
Secretaria de Estado Condolezza Rice buscaron recientemente en sus
respectivos periplos por Latinoamérica el aislamiento y condena hacia
el presidente Hugo Chávez, manifestando 'preocupación por la
democracia venezolana y el armamentismo', y reiterando que 'Chávez es
una fuerza negativa en la región'. ¿Se está preparando la invasión
militar contra Venezuela, principal reserva petrolera del planeta,
gran fuente de agua dulce y 'mal ejemplo' para los pueblos del Tercer
Mundo? El actual Proyecto de Ley haría pensar que sí.
Todas
las dictaduras son deleznables. Nunca jamás pueden ser buena noticia;
no lo eran las de las 'repúblicas bananeras' latinoamericanas
manipuladas por Washington, no lo fue tampoco el delirante experimento
nazi-fascista europeo. ¿Por qué habría de serlo la que pretende la
actual derecha estadounidense?
(*)
Marcelo Colussi. Psicólogo y licenciado en filosofía. Italo-argentino,
desde hace 15 años vive y trabaja en el ámbito de los derechos
humanos en Centroamérica. Ensayista y escritor, ha publicado en el
campo de las ciencias sociales y en la narrativa.
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