Jugando
con fuego: Estados Unidos, Irak, Irán
Por Immanuel Wallerstein
La
Jornada, México, 11/06/05
Traducción
de Ramón Vera Herrera
Cuando
se es un país poderoso, es difícil no jugar con fuego. Pero el régimen
de Bush ha sido particularmente temerario. Tomemos por ejemplo el triángulo
Irán, Irak, Estados Unidos. La historia es bien conocida. La primera
famosa intervención de la CIA en alguna parte del mundo ocurrió en
Irán, allá en 1953. Irán tenía un primer ministro llamado Mohamed
Mossadegh, político, laico y de clase media, que tuvo la audacia de
nacionalizar el petróleo iraní. El shah se fue al exilio. Gran Bretaña
y Estados Unidos estaban bastante descontentos con ello y respaldaron,
de hecho inspiraron, un golpe militar para arrestar a Mossadegh y
reinstaurar al shah en su trono. A partir de entonces, el Irán del
shah se volvió un cercano aliado de Estados Unidos. El régimen del
shah Reza Pahlevi era autoritario y muy represivo, pero eso no
molestaba a Washington porque era un pilar de las fuerzas favorables a
Estados Unidos en Medio Oriente.
Finalmente,
en 1979 el régimen del shah fue derrocado por un levantamiento
popular y de nuevo el shah se fue al exilio. Esta vez las fuerzas
dominantes no fueron los nacionalistas laicos, sino militantes
islamitas dirigidos por el ayatollah Ruhollah Khomeini. Se proclamó
una república islamita. En el lapso de un año, los militantes iraníes
tomaron la embajada estadounidense y mantuvieron prisioneros a quienes
hallaron dentro por 444 días. Sobra decir que Estados Unidos se
molestó bastante una vez más. Irán proclamó a Estados Unidos
"el Gran Satán", y a su vez este ultimo país consideró a
Irán enemigo total. El intento del presidente Carter por liberar por
la fuerza a los prisioneros de la embajada resultó un fiasco. Y el
presidente Reagan los sacó sólo porque hizo un acuerdo secreto
mediante el cual regresó activos iraníes congelados a cambio de su
liberación.
Estados
Unidos decidió que la mejor manera de lidiar con los iraníes era
animar al presidente de Irak, un tal Saddam Hussein, a invadir Irán,
lo que hizo en 1980. Por supuesto, Irán es, en gran medida, un país
musulmán chiíta. E Irak tiene gran cantidad de musulmanes chiítas
que no obstante se veían impedidos de participar del poder por los
políticos árabes sunnitas desde la creación de Irak como Estado
soberano moderno. En 1983, Reagan mandó a un tal Donald Rumsfeld como
enviado especial a reunirse con Saddam Hussein, para animarlo en sus
esfuerzos de guerra, para ofrecerle formas de asistencia directas e
indirectas (incluidos algunos elementos de guerra biológica), para
retirar a Irak de la lista estadounidense de estados que apoyaban a
grupos terroristas y en general para mimar a Saddam. La guerra entre
Irán e Irak duró ocho años, fue extremadamente costosa para ambos
bandos en bajas y en dinero, y finalmente terminó por desgaste, con
las tropas de vuelta al punto de partida. Fue una tregua militar pero,
por supuesto, la enemistad política persistió.
Como
sabemos, Saddam Hussein se vio en dificultades para pagar las deudas
que había contraído con el fin de emprender esta guerra, en especial
las enormes deudas de Irak con Kuwait y Arabia Saudita. Decidió
cancelarlas y satisfacer los añejos reclamos nacionalistas en una
sola arremetida, invadiendo Kuwait en 1990. Ahora, por fin, Estados
Unidos se puso en contra de Saddam Hussein y encabezó una coalición
autorizada por Naciones Unidas para sacar a Irak de Kuwait, entre
otras cosas, con el respaldo tácito de Irán. La guerra llegó a su
fin con varias clases de traiciones.
Saddam
había enviado mucha de su fuerza aérea a Irán para protegerla de
los bombardeos estadounidenses. Después de la guerra, Irán se negó
a regresar los aviones. En Irak los chiítas se rebelaron contra
Saddam Hussein, durante la guerra del Golfo, pero Estados Unidos rehusó
ayudarlos después de la tregua con Saddam. Eventualmente, Estados
Unidos puso, en efecto, una zona sin navegación aérea sobre las aéreas
chiítas –muy tarde, sin embargo– para evitar que Saddam cobrara
venganza de los rebeldes chiítas.
Todos
quedaron algo insatisfechos con la tregua de facto instaurada entre
1991 y 2001. Los neoconservadores en Estados Unidos sintieron que su
país estaba humillado por el hecho de que Saddam permaneciera en el
poder. Hussein no estaba contento por el boicot económico encabezado
por Estados Unidos y por las limitaciones a la soberanía iraquí,
decretadas por Naciones Unidas, concernientes a la venta de crudo. Los
chiítas iraquíes (y los kurdos) estaban insatisfechos, porque Saddam
seguía en el poder y Estados Unidos los había abandonado. E Irán
estaba descontento porque Saddam seguía en el poder, porque los chiítas
iraquíes seguían sufriendo y porque Estados Unidos era aún una
potencia demasiado grande en la región.
Cuando
ocurrieron los ataques del 11 de septiembre, los neoconservadores
vieron la oportunidad de hacer que Bush se enfocara en una guerra
contra Irak. Como sabemos, la invasión ocurriría, finalmente, en
2003, y resultó en el derrocamiento de Saddam. En ese entonces,
George W. Bush denunció al "eje del mal" –trío formado
por Irak, Irán y Corea del Norte. Estados Unidos había decidido
ponerse al mismo tiempo en contra de ambos regímenes, el iraquí y el
iraní, pero tomar primero Irak militarmente. Es bastante claro que en
2003 el régimen de Bush consideraba que emprenderla contra Irán sólo
era cuestión de tiempo.
Lo
que Bush parecía esperar en 2003 era que Estados Unidos podría
instalar, bastante rápido, un régimen amigable en Irak, para luego
proceder a forzar un duelo contra Irán. Lo que no esperaban era que
existiera un movimiento de resistencia bastante poderoso, uno que
ahora parecen no ser capaces de contener seriamente. Lo que no
esperaban era que los chiítas ejercieran una eficaz presión política
para efectuar elecciones pronto, que daría a los chiítas una mayoría
en el gobierno. Lo que no esperaban era que los militares
estadounidenses estuvieran tan extenuados, que no hay manera de que
Estados Unidos considere seriamente emprender ningún tipo de acción
militar para cambiar de régimen en Irán.
Y
lo que menos esperaban es que Irán estuviera en posición de ser el
gran ganador diplomático en la invasión estadounidense. Consideren
lo ocurrido el 15 de mayo de 2005. La secretaria de Estado,
Condoleezza Rice, realizó una visita no anunciada a Bagdad, durante
la que invirtió su corta estancia en medio regañar, medio rogar al
nuevo gobierno iraquí, y todo esto es público. Dijo que los iraquíes
debía tratar de ser más "incluyentes", palabra clave para
dar más espacio a los árabes sunitas en el gobierno. Les advirtió
que no debían desbaathificar "severamente", es decir, que
debían incluir en el poder al menos a algunos de aquellos que
simpatizaban con Saddam Hussein. Se supone que Rice piensa que ello
minaría la resistencia ante la ocupación estadounidense y haría
posible reducir el compromiso de las tropas estadounidenses en Irak (¿sería
mejor usarlas contra Irán?). Esta es una curiosa vuelta, que hace que
una secretaria de Estado estadounidense ruegue en favor de por lo
menos algunos de los ex baathistas. Y hasta donde se puede ver, ante oídos
medio sordos. Los análisis del actual gobierno iraquí, o más bien
sus prioridades, parecen ser muy diferentes.
Dos
días después el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Kamal
Khazzeri, arribó en visita de cuatro días, una que resultó mucho más
exitosa. Lo recibió en el aeropuerto el ministro de Relaciones
Exteriores de Irak, Hoshyar Zebari, él mismo sunita y kurdo, que habló
en fluido farsi. Después de tres días, Irán e Irak firmaron un
acuerdo para poner fin a las hostilidades entre ambos países, y el
nuevo gobierno iraquí concordó con Irán en que la guerra Irak–Irán
la había iniciado Saddam Hussein. Ambas naciones renovaron sus críticas
hacia Israel. Si Bush piensa que el nuevo gobierno iraquí va a unirse
a Estados Unidos en cruzada contra Irán, ese otro miembro del
"eje del mal" debe estar mal de la cabeza.
Las
relaciones entre Irak e Irán se han normalizado y van en route de
hacerse más amigables. No es esto lo que los neoconservadores
avizoraban cuando lanzaron una escalada en favor de una
"democratización" del Medio Oriente encabezada por Estados
Unidos. Cuando las fuerzas estadounidenses abandonen Irak (tal vez más
pronto que tarde), Irán seguirá ahí, y (gracias a Estados Unidos)
estará más fuerte que nunca.
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