El
presidente escoge a un juez conservador para consolidar un giro político
en EEUU. Roberts ocupó cargos relevantes durante los mandatos de
Reagan y Bush padre
Bush
mueve el Tribunal Supremo a la derecha
Grupos
radicales denuncian conexiones del candidato con empresas y su trabajo
junto al fiscal que persiguió a Clinton
Por
Eusebio
Val
Corresponsal en Washington
La
Vanguardia, Barcelona, 21/07/05
El
presidente George W. Bush maniobró con habilidad para designar a un sólido
conservador -aunque no radical- para el Tribunal Supremo. Intenta
contentar así a la derecha y dejar huella en el país, pero el perfil
del personaje hace difícil que los demócratas puedan bloquear el
nombramiento en el Senado.
Uno
de los atributos de poder más importantes de cualquier presidente de
Estados Unidos es escoger a los jueces del Tribunal Supremo cuando se
producen vacantes en estos cargos vitalicios. Los conservadores
norteamericanos, en especial la llamada derecha religiosa, llevaban
mucho tiempo aguardando la oportunidad de que su hijo predilecto e
inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, pudiera designar a un
magistrado que comparta sus valores éticos y sociales. Finalmente,
Bush ha contentado a sus bases con la designación de John G. Roberts
Jr., un jurista de inequívocas credenciales conservadoras pero, a la
vez, sin el talante radical que haría imposible su imprescindible
confirmación por el Senado.
Sabedor
de la trascendencia histórica del momento, y buscando la máxima
cobertura televisiva, Bush realizó el anuncio en una intervención en
directo, a las nueve de la noche - hora de la costa atlántica- del
martes. La incertidumbre se mantuvo durante casi todo el día. Se
filtraron los nombres de varias mujeres hasta que, apenas una hora
antes de la comparecencia de Bush, un portavoz oficial confirmó el
nombre de Roberts.
El
extraordinario seguimiento mediático que se da en EE. UU. a la elección
de un miembro del Tribunal Supremo es un indicativo de lo inf luyente
que es la más alta instancia judicial, un símbolo de la división de
poderes y del sistema de controles y equilibrios de la democracia
estadounidense desde hace más de dos siglos. En el caso de Roberts,
todos destacan que su juventud - 50 años- y la persona a la que debe
sustituir - la juez Sandra Day O´Connor, una conservadora que hacía
de balanza en muchos temas delicados- lo convierten en una pieza clave
y que sus opiniones pueden inf luir en la vida de una o dos
generaciones de norteamericanos.
La
relevancia del Supremo se refleja en la remuneración que reciben sus
componentes. El presidente del Tribunal cobra 208.100 dólares al año,
lo mismo que el vicepresidente Dick Cheney. El resto de los miembros
tienen un salario de 199.200 dólares, más que los líderes
republicano y demócrata en el Senado y en la Cámara de
Representantes.
La
designación de Roberts fue una sorpresa relativa. Se había
especulado con una mujer por simple continuidad con la dimisionaria O´Connor
y después de que la esposa de Bush, Laura, se hubiera pronunciado por
una fémina. En las quinielas figuraban también varios juristas
hispanos. Bush, sin embargo, puede tener pronto otra segunda
oportunidad de dejar huella en el Supremo. Si bien su presidente, el
octogenario y enfermo William Rehnquist, asegura que desea seguir, su
quebrada salud podría hacerle cambiar de opinión en cualquier
momento.
Bush,
quien compareció junto a Roberts, destacó de él su brillantez
profesional, su decencia y buen corazón. El designado intervino de
forma breve pero impecable, con aplomo y humildad. Su esposa, Jane, y
los dos hijos de la pareja, de 4 y 5 años, estaban presentes.
Roberts
ejerce desde hace dos años como juez del Tribunal Federal de
Apelaciones del Distrito de Columbia -la ciudad de Washington-, cargo
para el que fue nombrado por Bush. Algunos comentaristas sostuvieron
que es una experiencia demasiado corta para acceder al Supremo. No
obstante, Roberts presenta un rico currículo. Ocupó diversos puestos
relevantes en los equipos de la Administración Reagan y de Bush
padre, además de trabajar como abogado y de defender muchos casos
ante el Supremo.
Su
breve periodo como juez puede ser inconveniente o ventaja con miras a
su confirmación en el Senado. No ha tenido tiempo para mojarse a
fondo. Aunque no hay duda de que se le considera un conservador, su
perfil total resulta bastante enigmático. Los demócratas tratarán
de diseccionarle y de exigirle que confiese todas sus posiciones éticas,
morales y sociales. Su habilidad consistirá en saber torear las
preguntas más incómodas.
Su
postura frente al aborto será uno de los puntos culminantes de los
interrogatorios. Como vicefiscal jefe en el Departamento de Justicia,
durante la presidencia de Bush padre, argumentó en contra de la
constitucionalidad de la interrupción voluntaria del embarazo. Años
después sostuvo que se había limitado simplemente a defender como
abogado lo que el Gobierno deseaba y que, en su opinión, el aborto es
una "ley consolidada del país".
Como
juez del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia, Roberts
participó hace pocos días en una decisión muy favorable a la
Administración Bush en su estrategia antiterrorista: declaró legales
los tribunales militares para juzgar a detenidos como los de Guantánamo.
Los
republicanos dispensaron una buena acogida a Roberts. Los demócratas
reaccionaron con cautela. No quisieron prejuzgarlo, pero anunciaron un
severo escrutinio para garantizar que no es extremista. Salvo que haya
sorpresas, la impresión general es que Roberts está en condiciones
de aglutinar una sólida mayoría a su favor y de que no habrá motivo
para que los demócratas puedan acogerse con éxito al filibusterismo,
la opción última de la minoría para bloquear una iniciativa.
La
oposición más firme a Roberts puede proceder de los numerosos grupos
activistas extraparlamentarios. Los defensores del aborto se han
movilizado en su contra. La organización MoveOn, que tuvo gran
protagonismo en la última campaña presidencial, advertía ayer al público
en su página de internet que Bush "ha escogido a un abogado
derechista y de empresas, a un ideólogo, en lugar de a un juez que
proteja los derechos del pueblo norteamericano". MoveOn
denunciaba las conexiones de Roberts con empresas mineras y el periodo
en el que trabajó con Ken Starr, el perseguidor de Clinton en el caso
Lewinsky.
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