EEUU
encarcela a sus propios periodistas
¿De
qué derechos humanos habla George Bush?
Por
Emilio Marín
La
Arena, 19/07/05
En
el país que presume de ser la nave insignia de los derechos humanos
en el mundo hay 36 millones de pobres y una impresionante brecha entre
ricos e indigentes. Eso es bastante conocido. Pero también hay una
deplorable situación de los derechos humanos, agudizada desde octubre
de 2003, cuando la administración Bush comenzó su "guerra
antiterrorrista". Esta dispara misiles hacia los "oscuros
rincones del planeta" y aplica la maccartista "Patriot Act"
en el frente interno. Los periodistas no se salvan de esa restricción
de derechos.
Las
fuentes
Hay
países donde los periodistas tenemos el derecho de resguardar las
fuentes, un requisito básico para lograr que muchas personas puedan
dar sus testimonios o informaciones sin sufrir represalias y a veces
incluso perder la vida. No es el caso de EEUU, donde esa garantía no
existe.
Peor
aún, como la Constitución estadounidense obliga a obedecer las
decisiones de la justicia, en algunos pleitos los hombres de prensa
han debido "vender" a sus informantes o ir a prisión.
Estas
dos alternativas sucedieron este mes con Matthew Cooper y Judith
Miller. El primero, periodista de la revista Time, aceptó develar la
fuente de sus artículos sobre quién había marcado a la esposa de un
diplomático como agente encubierta de la CIA. Miller, en cambio,
quien trabaja desde hace 28 años en The New York Times, optó por ir
a prisión antes que rasgar la confidencialidad de la misma información.
Los
dueños de Time fundaron su actitud finalmente genuflexa en un
acatamiento constitucional. Los del periódico neoyorquino optaron por
encomiar la conducta de su reportera, sin correr su empresa ni ellos
mismos ningún riesgo patrimonial.
Miller
fue arrestada el 6 de julio último por orden del juez Thomas Hogan y
en principio permanecerá en prisión hasta octubre, cuando el jurado
investigador culmine su tarea. El delito de la que puede acusársela
-revelar públicamente la identidad de un agente secreto- tiene una
pena máxima de diez años de cárcel.
Obviamente
no será este el caso, por la repercusión internacional de los hechos
y la influencia del medio de comunicación involucrado, pero esa pena
máxima da una idea de lo grave de la situación. Y no estamos
certificando las cualidades de la carrera profesional de Miller, quien
en este asunto actuó con principios correctos, los mismos que no tuvo
durante los últimos años cuando abonó el terreno para la agresión
contra Irak. La cronista tomaba la información contaminada de la CIA
y sus informantes iraquíes como Ahmed Chalabi, escribiendo notas
donde aseguraba la existencia de arsenales prohibidos en manos de
Saddam Hussein. Y eso, que a la postre resultó ser totalmente falso,
era lo que necesitaba George Bush de la prensa para invadir el país
árabe con alguna excusa creíble a los ojos del norteamericano medio
y medio bruto.
No
fue el único caso
El
episodio que originó estas detenciones y retractaciones tuvo que ver
con peleas entre la CIA y los hombres del presidente, acicateadas por
la guerra contra Bagdad. Lo lamentable es que en vez de terminar
procesados elementos de esas dos cúpulas, el daño judicial y humano
recayó en Miller y Cooper. También en la superpotencia, el hilo se
corta por lo más delgado.
La
historia es así. Bush quería demostrar que Hussein había intentado
comprar uranio en Nigeria para fabricar armas atómicas. Para ello
envió a Africa al ex embajador en Irak, Joseph Wilson, quien a su
regreso informó que no había tal cosa. Pese a esa conclusión, la
supuesta compra de uranio por el gobierno iraquí fue incluida en los
discursos del presidente y el secretario de Estado Colin Powell ante
la ONU.
Wilson,
para salvar su reputación y la del jefe de la CIA George Tenet,
publicó en The New York Times (TNYT) en julio de 2003 que la Casa
Blanca manipulaba datos falsos para justificar la guerra.
Exactamente
una semana más tarde vino la réplica: un periodista de la derecha
recalcitrante, Robert Novak, escribió en The Washington Post que la
esposa de Wilson, Valerie Plame, era una espía de la CIA. No hacía
falta ser James Bond para descifrar lo sucedido. Como el diplomático
sacó a luz una grave mentira oficial, alguien del círculo
presidencial lo quiso destruir revelando el oficio secreto de su
mujer.
Ese
fue el puntapié inicial de un escándalo que aún no ha terminado.
Falta lo más interesante: saber si los opositores al texano doblarán
la apuesta para escrachar al funcionario de la administración que
habló por medio del periodista Novak. Ya hay dos nombres dando
vueltas.
¿Es
la primera vez que encarcelan periodistas en EEUU? Los defensores del
estilo americano (de vivir ellos y no dejar vivir al mundo), podrían
argüir que es algo aislado. Pero no es así.
Sin
contar las persecuciones del maccartismo de los ´50 ni antecedentes más
políticos como la prisión que guarda desde 1982 el periodista
militante Mumia-Abu Jamal, está a la vista que esa profesión no está
exenta de riesgos en la "gran democracia". El director de
TNYT, Bill Keller, recordó que varios de sus periodistas habían
sufrido cárcel por negarse a revelar sus fuentes, citando lo ocurrido
a M. A. Farber en 1978.
En
diciembre de 2004, La Jornada de México informó que "un
reportero de televisión estadounidense fue condenado hoy por la
justicia de su país a seis meses de arresto domiciliario por
desacato, al no querer identificar a quien le entregó una cinta de
video del FBI en la que un político aceptaba un soborno". Jim
Taricani, reportero del canal WJAR, filial de la cadena NBC en Rhode
Island, había pedido un mes de arresto domiciliario por razones de
salud por padecer un trasplante de corazón, en vez de la pena de
prisión. Le dieron seis meses.
¿Watergate
de Bush?
Algunos
sitios electrónicos alternativos caracterizan este affaire como el
"Watergate de Bush". Aunque aún es pronto para fundar esa
caracterización, que supone la caída del presidente al estilo de
Richard M. Nixon en los ´70, habrá que seguir de cerca la evolución
política-judicial.
Como
mencionamos, dos asesores de Bush y del vicepresidente Richard Cheney
están en la picota. Uno es el ultraderechista Karl Rove, principal
asesor del texano. La revista Newsweek dio la primicia de esa
inculpación y de inmediato el TNYT y The Washington Post, el 11 de
julio, confirmaron esa información.
Las
miradas acusatorias también fueron hacia Lewis "Scooter"
Libby, jefe de personal de Cheney. El ex embajador Wilson había
marcado hace dos años a Libby como "garganta profunda" que
dejó en cueros a su esposa Valerie, la Mata Hari.
Ese
aspecto del escándalo es una danza con lobos y no implica cuestiones
principistas para el periodismo mundial. Sin embargo, la SIP (Sociedad
Interamericana de Prensa) y la ONG "Reporteros sin
Fronteras" financiada por la CIA, lanzaron campañas en defensa
de la libertad de prensa sin deslindarse de la agente secreta sin
coartada.
En
su momento Libby y Rove alegaron no saber nada del asunto, mintiendo
alevosamente. Y detrás de ambos estuvo el gran mentiroso del Salón
Oval, quien tras el destape de la olla en 2003 juró que no había
implicado ningún funcionario de su administración. De descubrirse
alguno –aclaró- debería renunciar de inmediato.
Ahora
el terreno se volvió más resbaladizo para el par de asesores del
presidente y el vice. El abogado de Rove, Robert Luskin, tuvo que
reconocer que su cliente habló con el periodista Cooper, de Time,
pero sin mencionar por su nombre a la señora Valerie Plame. Fue una
defensa ridícula, como si hubiera dicho: "la agente de la CIA es
la esposa del embajador Wilson; sólo te puedo dar sus iniciales: VP".
Tres días más tarde, Robert Novak, un periodista
"conservador" según la benigna calificación de la agencia
EFE, revelaba la identidad de la empleada de la inteligencia. Lo
curioso, o no, es que el ultraderechista Novak no tuvo problemas
tribunalicios como sus colegas Cooper y Miller.
Los
dramas del periodismo en el Norte no vienen solamente de las presiones
del poder y la ausencia de conquistas legales como el derecho a
mantener la confidencialidad de la fuente. También influyen los
fallos de una justicia muy ligada al núcleo del gobierno pese a las
ficciones republicanas de la división de poderes. No vaya a creerse
que solamente en Argentina hay nombres de jueces en las servilletas
del Ejecutivo.
El
caso de la periodista Miller así lo atestigua. Ella fue condenada en
octubre del año pasado por el juez Thomas Hogan y apeló esa
sentencia. Sin embargo la Corte Suprema de Justicia no aceptó su
recurso, dejando servido su encarcelamiento del 6 de julio.
¿Esa
Corte es independiente? La respuesta negativa surge del cable de EFE
del 3 de julio: "Aluvión de dólares en la lucha por un puesto
en la Corte de EEUU, Republicanos y demócratas gastarán millones
para imponer a su candidato". Ante la renuncia de una integrante,
Sandra Day O´Connor, los republicanos de Progress for America
adelantaron que gastarán 18 millones de dólares para respaldar al
candidato de Bush a ocupar esa vacante. Sus adversarios de People for
the American Way invertirán 11 millones para mejorar la imagen de un
aspirante opositor.
Con
esos montones de billetes se moldea el máximo tribunal y después la
gente paga las consecuencias, incluso periodistas de medios que se creían
acorazados.
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