El
sindicalismo en Estados Unidos vive su etapa más crítica en un
siglo, precisamente en el momento en que las grandes empresas de ese
país ejercen la mayor presión para reducir las conquistas y abaratar
los salarios, y cuando la tasa de afiliación es ahora un tercio de la
registrada hace 50 años
El papel del trabajo en Estados Unidos
Batalla por los derechos laborales
Por
David
Brooks
Corresponsal en Nueva York
La Jornada en la Economía
Suplemento de La Jornada, México, 22/08/05
”A
la gente rica en este país le está yendo tan bien, digo, nunca hemos
estado mejor. Es una guerra de clases, mi clase está ganando."
Esa es la conclusión a que llegó hace unos meses el segundo hombre más
rico del mundo, el especulador financiero Warren Buffet.
¿Y
la clase que está perdiendo? Esa, cada día se ve obligada a ceder
las conquistas logradas en un siglo de lucha, y está cada vez más
desarmada en dicha "guerra de clases", con sus
organizaciones fracturadas y su visión empañada ante tanta derrota.
El
sindicalismo estadounidense pasa por su mayor crisis en un siglo, que
ha llegado incluso a la ruptura interna más seria desde los años 30.
Muchos piensan que es el momento de vida o muerte para los sindicatos,
o como lo dijo un dirigente a La Jornada: "o decidimos ser sólo
testigos y observadores de nuestro propio funeral o hacemos algo dramático
aquí y ahora para resucitarnos".
Hace
50 años la tasa de sindicalización fue de 35 por ciento de la
población ocupada, hoy es menor de 13 por ciento. Con ello, la
organización social secular más grande, rica y poderosa de Estados
Unidos (EEUU) se hace un actor político y económico más débil.
Aunque
la ruptura dentro de la central obrera AFL-CIO ocurrida durante su
convención nacional en la que irónicamente se celebraba el 50
aniversario de la "unidad" sindical estadounidense a fines
de julio pasado no resuelve nada, sí expresa la profunda crisis del
movimiento laboral frente al proyecto neoliberal en EEUU.
Esta
no es una herida superficial: sindicatos que representan más de un
tercio de los 13 millones de agremiados de la central y más de un
cuarto de su presupuesto están por fundar otra federación sindical.
No se ha visto nada de estas dimensiones desde que un grupo de
sindicatos rompió con la AFL a mediados de los 30 para fundar el CIO,
escisión que no fue superada hasta 1955.
Aunque
algunos esperan que la ruptura podría regenerar un movimiento
criticado por haberse burocratizado y estancado, otros señalan que
los únicos que celebran esta división son los adversarios de los
trabajadores. Pero esta crisis institucional de la central obrera no
necesariamente podría verse como movimiento laboral, trátese de
trabajadores que estén o no sindicalizados.
"Aquí
sí hay una guerra terrorista, el terror promovido por los patrones
contra los trabajadores, para evitar que se organicen en sindicatos y
defiendan sus intereses y sus derechos", comentó Bill Henning,
vicepresidente de la sección 1180 del sindicato nacional de
telecomunicaciones en Nueva York en entrevista con La Jornada.
Esta
guerra contra los sindicatos y el sector obrero fue formalmente
declarada por Ronald Reagan en 1981, cuando decretó la desaparición
del sindicato de los controladores aéreos e incitó a los empresarios
a hacerlo en todos los sectores. Ahora, ese enfrentamiento se ha
extendido con la política económica actual y tiende a reproducir las
condiciones existentes en muchos países en desarrollo.
El
entorno de los trabajadores estadounidenses está marcado por la
creciente desigualdad económica. Según datos oficiales, los ingresos
reales netos para la quinta parte de los hogares más pobres creció 5
por ciento entre 1979 y 2002, mientras para los hogares que
representan otro 20 por ciento y tienen ingresos medios el incremento
promedio fue de 15 por ciento. Pero, para el quintil más rico, fue de
48 por ciento y se calcula que para uno por ciento de hogares más
ricos el alza promedio de los ingresos en el mismo periodo fue 111 por
ciento.
Por
otra parte, entre 1979 y 2002 aumentó 53 por ciento la productividad
de la economía del país, dato que, según el economista Jared
Bernstein, del Instituto de Política Económica (EPI, por sus siglas
en inglés) en Washington, revela que, "los beneficios de esta
mayor eficiencia eludieron a casi toda la clase trabajadora y la clase
media".
Bernstein
señala que, pese a una expansión constante de la economía, de los
avances de la productividad y una mayor integración a la economía
global, el salario medio de un hombre ancla para familias de
ingresos medios permaneció casi igual durante 30 años: en dólares
de 2004 este ingreso medio fue de 15.24 dólares en 1973 y 15.26 dólares
en 2004.
La
llamada globalización, las políticas económicas y los cambios en la
planta productiva han golpeado también a los trabajadores
estadounidenses por el lado del empleo. Según el EPI, el sector
manufacturero estadounidense ha perdido 3.3 millones de empleos desde
1998 incluyendo un periodo de 43 meses consecutivos de pérdidas de
empleo, en un hecho sin precedentes. Por tanto, la manufactura se ha
desplomado como fuente de trabajo, de 14.1 por ciento de empleo total
a sólo 10.7 por ciento. Aunque esta tendencia se ha manifestado
durante décadas, esta aceleración es notable en el periodo reciente.
Entre
1994 y 2000, tres cuartas partes de los empleos desaparecidos fueron
los ocupados por trabajadores sin educación universitaria, pero la
mitad de estos empleos estaban en la parte media de la escala
salarial.
En
1979, el ingreso promedio para el uno por ciento más rico de la
población era de 33.1 veces el ingreso del 20 por ciento más pobre,
pero en 2000 el ingreso esa relación se elevó 88.5 veces. En 2000,
casi la mitad del ingreso total generado se concentraba en 20 por
ciento de los hogares más ricos, mientras que el 20 por ciento más
pobre recibía sólo 4.3 por ciento.
Mientras
las políticas económicas promovían una de las transferencias más
dramáticas de riqueza de los pobres a los ricos en la historia del país,
los trabajadores se enfrentaron a una ofensiva política y empresarial
contra los derechos laborales básicos: el fin de la seguridad de
empleo, la anulación de garantías sociales, como pensiones y seguros
de salud, y el fin, en términos efectivos, de lo que constituye el
derecho de libre asociación, es decir, el derecho a la sindicalización.
"Lo que pocos entienden fuera de este país es que aquí ya no
tenemos derechos laborales", afirmó Mark Anderson, veterano
sindicalista, ex encargado de investigaciones económicas de la AFL-CIO.
No
es nada personal
En EEUU, la tasa de desempleo oficial es sólo 5 por ciento y la economía
continúa mostrando un crecimiento firme. Muchos se preguntan ¿cómo
es que una mayoría no está gozando los supuestos beneficios del
auge?
El
sindicalismo moderno nació y se concentró en la actividad
industrial, pero durante los últimos 30 años este sector ha sido
desmantelado y los empleos se han esfumado a medida que avanza la
trasnacionalizacion de la actividad productiva. Cada vez más las
trasnacionales han mudado sus operaciones productivas a países con
mano de obra barata y regulaciones laborales más
"flexibles". Esto ocurre en el caso de las operaciones
manuales y, también, con plantas productivas de alta tecnología,
desde el sector automotor al de producción de aparatos y componentes
electrónicos.
Este
proceso se denomina outsourcing y ha producido un intenso debate sobre
el futuro económico del país y acerca de la responsabilidad social
de las empresas en generación de empleo y producción.
El
mercado está inundado de importaciones, muchas producidas por las
subsidiarias extranjeras de las empresas estadounidenses, pero también
de otros países, como sucede con China y cada vez más con India.
Paradójicamente esta situación sirve de argumento a las empresas
para defender el traslado de sus operaciones para poder competir con
esos "extranjeros".
Así,
la globalización actúa como fuerza para deprimir los salarios y
prestaciones, y pone en jaque a los sindicatos. Cuando los patrones se
sientan a la mesa de negociación, señalan que tienen dos opciones:
reducir las condiciones laborales para mantener la planta productiva o
trasladar sus actividades al extranjero.
Cada
vez que los sindicatos, o las comunidades, insisten en defender sus
conquistas laborales y su calidad de vida, los patrones señalan que
no es económicamente factible, nada personal, sólo business. Por
tanto, la negociación acaba siendo sobre cuántas concesiones a
cambio de cuántos empleos. Y esto ahora ocurre no sólo en sectores
industriales tradicionales, como el automotor (donde el sindicato ha
perdido casi la mitad de sus agremiados) y el siderúrgico (donde se
han perdido unas tres cuartas partes), sino igualmente en sectores de
la nueva economía, como la informática, con mayores procesos de
servicios realizados en India.
El
cambio de la situación laboral se aprovecha ahora por empresas
extranjeras, como se advierte en el sector automotor. Empresas como
Toyota, Honda y BMW han construido fabricas en el sur de EEUU,
ofreciendo empleos en zonas pobres donde no hay sindicatos y hay
incentivos como salarios más bajos, estímulos para la inversión y
menos regulaciones.
Otro
aspecto del fenómeno laboral es la migración de trabajadores del
tercer mundo que se ocupan en sectores tradicionales, como la
agricultura y crecientemente en la industria. Un ejemplo es el sector
de procesamiento y empaque de carnes, antes sindicalizado y donde
ahora se concentra mano de obra migrante no sindicalizada con empleos
que ofrecen menos de la mitad de los salarios anteriores. Lo mismo se
aprecia en los servicios, desde mantenimiento de edificios, la salud,
hoteles y restaurantes. Con el uso de la mano de obra migrante se ha
logrado mantener deprimidos los niveles salariales aun en un sector próspero.
Algunos
llaman a este fenómeno la "wal-martización de la economía
estadounidense", donde la empresa más exitosa de este país se
ha colocado en el centro de este modelo económico. Por un lado,
ofrece miles de empleos de salarios bajos con mínimas prestaciones,
vende productos baratos casi todos fabricados en otros países,
particularmente China, y atrae a un mercado cada vez mayor de
consumidores con ingresos tan limitados que no tienen otra opción más
que comprar ahí. Y por supuesto es la empresa más antisindical del
país.
Este
panorama de las políticas explícitamente diseñadas para trasladar
cada vez más riqueza a los más ricos, con un empresariado que ha
logrado establecer que sus intereses son supremos para el
"bienestar" del país y que las medidas asociadas con la
seguridad del empleo o con las normas ambientales se consideran obstáculos
para la prosperidad, es el que enfrenta el movimiento laboral.
Inmigrantes,
mujeres y minorías
El
desafío para los sindicatos es demostrar que son capaces de
representar los intereses y demandas de los trabajadores en esta
coyuntura. Todos entienden que hay dos prioridades inmediatas para
rescatar el movimiento sindical: agremiar a un amplio segmento de 90
por ciento de los trabajadores no sindicalizados y recuperar poder
como decisivo actor económico y, a la vez, cambiar la dinámica política
actual.
Las
cuestiones de las estrategias a desarrollar, de cómo asignar los
recursos financieros y humanos disponibles, y cómo actuar de manera
efectiva y simultánea a escalas local y global, están en el centro
del debate. Los siete sindicatos de la llamada Coalición por el
Cambio para Ganar encabezada por tres de las cinco agrupaciones más
grandes que hasta hace unas semanas estaban en la AFL-CIO insisten
en que es justo este debate que los llevó a crear lo que será en
efecto otra federación laboral. Pero las cosas no están claras en términos
del liderazgo que haga esto posible.
Es
"abajo" donde se hallan elementos para nutrir cierto
optimismo desde luchas laborales encabezadas por inmigrantes que han
empezado generar triunfos notables, hasta encuestas que demuestran
niveles sin precedentes de trabajadores no agremiados más de 50 por
ciento que desean sindicalizarse. Además, millones de personas
enfrentan la realidad de los salarios estancados y de la creciente
desigualdad en la distribución del ingreso, que lleva a laborar más
para estar cada vez más endEEUUdados.
Los
trabajadores en los sectores de salarios bajos en gran medida
inmigrantes, mujeres, y minorías son los más dispuestos a sumarse
a los sindicatos. Son éstos los que han conferido mayor vitalidad al
sindicalismo estadounidense en años recientes.
Algunos
ya han relegado el sindicalismo a las páginas de los libros de
historia, mientras otros dicen que es precisamente esa historia del
sindicalismo en EEUU la que contiene las claves para el futuro.
Algunos tienen la intención de hacer de Warren Buffet un pesimista, o
por lo menos, lograr que sea menos optimista.
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