Bush, o la
edad de la mentira
Por José
Saramago (*)
Lisboa, Red Voltaire, 14/08/05
“Me pregunto cómo y porqué Estados Unidos, un país
en todo tan grande, ha tenido, tantas veces, tan pequeños
presidentes... George W. es quizá el más pequeño de todos.
Inteligencia mediocre, ignorancia abisal, expresión verbal confusa y
permanentemente atraída por la irresistible tentación del disparate,
este hombre se presenta ante la humanidad con la pose grotesca de un
cowboy que hubiera heredado el mundo y lo confundiera con una manada
de ganado...” A continuación presentamos el prólogo completo de
José Saramago, Premio Nóbel de Literatura, que apareció en el libro
"El Nerón del Siglo XXI", la mejor obra biográfica
de George W. Bush.
El Estado es
la forma superior de la moralidad ("Política", Aristóteles)
La carrera
política y empresarial de George Walker Bush, hijo del director de la
C.I.A. y, más tarde, 41º Presidente de los Estados Unidos, George
Herbert Walker Bush, se encuentra narrada y documentada con
minuciosidad y precisión en el libro de James Hatfield para el que
estas palabras van a servir de modesto prólogo.
Pertenece al
dominio de lo obvio que de una presentación como ésta (asumo la
redundancia) nadie espera más que lo que la propia obra va a decirle.
En general, lo que los prólogos hacen (y éste sólo confirma la
regla) es simular que abren una puerta que ya estaba abierta... Siendo
así, mi sincero consejo al lector interesado en conocer los avatares
y caminos que acabaron sentando a George Walker Bush en el trono
imperial y colonial de la Casa Blanca, es que se salte estas líneas
sin pensárselo dos veces y entre directamente en el asunto.
Al lector
fuera de lo común que, pese al consejo, haya decidido entretenerse
unos instantes en estas páginas, me permito dejar aquí, en señal de
gratitud, como resumido vademécum del ilustrativo viaje que va a
iniciar, la relación de algunas de las principales etapas que
marcaron la vida y milagros del actual (y fraudulento) presidente de
Estados Unidos de América del Norte, George Walker Bush, a quien los
amigos, en el tiempo de la juventud (y quién sabe si todavía hoy),
llamaban cariñosamente W. Y como, según las mejores biografías
autorizadas, George Walker, igual que Saulo cayendo del caballo en el
camino de Damasco, recibió de las alturas la iluminación de la
gracia que, en su caso, le hizo dejar el alcohol y arrepentirse de la
vida disoluta en que se le estaba perdiendo el alma, me voy a
permitir, tomando como piadoso ejemplo las estaciones del vía crucis
cristiano, enumerar algunos pasos de la peculiar vía triunfalis que,
por ser el hijo mayor de su señor padre, le habría de conducir hasta
el ombligo del mundo, más conocido como Despacho Oval.
Helas aquí:
En una primera estación se muestra hasta qué extremo influyó el
peso político y empresarial paterno para que George W. fuese admitido
y obtuviera diplomaturas en las universidades de Andover y de Yale; en
una segunda estación se explican las maniobras y los artificios de
que George W. se sirvió para que lo situaran en el número uno, de
una lista de espera de miles, para inscribirse en la Guardia Nacional
de Tejas y de esa manera tener una razón para no ir a la guerra de
Vietnam; en la tercera estación se destapa el engranaje financiero
con que fueron reflotadas las compañías petrolíferas de George W.
cuando estaban al borde de la quiebra; en la cuarta estación se
aclara el laberíntico proceso de venta de las acciones de la Harken
Energy Corporation; en la quinta estación se describe la operación
de adquisición del equipo de béisbol Texas Rangers y como la
posterior venta de su parte (pese a ser minoritaria) hizo de George W.
un multimillonario; finalmente, en la sexta y última estación se
analizan en pormenor las campañas que, en dos ocasiones, elección y
reelección, colocaron al hijo predilecto de George Herbert Walker
Bush en el gobierno del estado de Tejas, el último escalón que le
faltaba a W. para que, un día, ojos desafiando ojos, dispuesto para
desenfundar el Colt de la pistolera, como en O.K. Corral, pudiese
lanzarle a la cara de la estatua de Abraham Lincoln estas palabras
que, en su boca, suenan como un insulto: "Yo también soy
presidente de los Estados Unidos". Presidente de los Estados
Unidos, sí, pero gracias al fraude, a la mentira, a la manipulación.
Peor aún
que todo esto, y hablando alto y claro: George Walker Bush llegó a la
presidencia de su país por obra de un golpe de estado perfectamente
caracterizado, al que sólo le faltó el habitual retoque militar,
aunque no, ciertamente, la aquiescente benevolencia del Pentágono.
La acción
conjunta (y concertada) de cinco jueces de derechas del Tribunal
Supremo de los Estados Unidos, del gobernador de Florida, Jeb Bush,
hermano del candidato republicano, y de la mayoría abrumadora de los
medios de comunicación social norteamericanos, con especial
relevancia los informativos de televisión que, "controlados por
las grandes corporaciones industriales y financieras, difunden la
opinión directa del Estado-empresa", tuvo como consecuencia una
de las más ignominiosas y descaradas usurpaciones de poder que los
tiempos modernos tuvieron la desgracia de atestiguar.
El mundo
asistió estupefacto a una exhibición de prestidigitación política
que ha dejado para siempre en la sombra las artes manipuladoras de
otro presidente norteamericano, Richard Milhous Nixon, aquél que entró
en la Historia de los Estados Unidos con el expresivo apodo de Dick
Trick, que significa algo así como embustero, farsante, impostor,
tramposo (dejo al lector que elija el término que considere más
adecuado).
Me pregunto
cómo y porqué Estados Unidos, un país en todo tan grande, ha
tenido, tantas veces, tan pequeños presidentes...
George W. es
quizá el más pequeño de todos. Inteligencia mediocre, ignorancia
abisal, expresión verbal confusa y permanentemente atraída por la
irresistible tentación del disparate, este hombre se presenta ante la
humanidad con la pose grotesca de un cowboy que hubiera heredado el
mundo y lo confundiera con una manada de ganado.
No sabemos
lo que realmente piensa, no sabemos siquiera si piensa (en el sentido
noble de la palabra), no sabemos si en realidad no será un robot mal
programado que constantemente confunde y cambia los mensajes que lleva
grabados en su interior. Pero, honra le sea dada al menos una vez en
la vida, hay en George Walker Bush, presidente de Estados Unidos, un
programa que funciona a la perfección: el programa de la mentira.
Él sabe que
miente, sabe que nosotros sabemos que está mintiendo, pero, por
pertenecer a la tipología de comportamiento del mentiroso compulsivo,
seguirá mintiendo aunque tenga delante de los ojos la más desnuda de
las verdades, repetirá la mentira incluso después de que la verdad
le haya estallado ante su mismo rostro.
Mintió para
hacer la guerra contra Irak como ya había mentido sobre su pasado
turbulento y equívoco, es decir, con la misma desfachatez. La
mentira, en George W., viene de muy lejos, la trae en la masa de la
sangre. Como mentiroso emérito, él es el corifeo de todos los
mentirosos que lo han rodeado, aplaudido y servido como lacayos
durante los tres últimos años. Ahora son menos los yes men, pero
todavía sueltan sus gorgoritos embaucadores.
No había
armas de destrucción masiva en Irak, las que existieron fueron
destruidas tras la guerra del Golfo, en 1991. Pero Anthony "Tony"
Blair y José María Aznar, los tenores preferidos de George W.,
continuaron, en su santo nombre, dándole vueltas al gastado y rayado
disco de la amenaza que Sadam Hussein representaba para la
humanidad... George Walker Bush expulsó la verdad del mundo para, en
su lugar, inaugurar y hacer florecer la edad de la mentira.
La sociedad
humana actual está impregnada de mentira como de la peor de las
contaminaciones morales, y él es uno de los mayores responsables. La
mentira circula impunemente por todas partes, se ha erigido en una
especie de otra verdad.
Cuando hace
algunos años un primer ministro portugués, cuyo nombre por caridad
omito aquí, afirmó que "la política es el arte de no decir la
verdad", no podía imaginar que George W. Bush, tiempo después,
transformaría la chocante afirmación en una travesura ingenua de político
periférico sin conciencia real del valor y del significado de las
palabras.
Para George
W. la política es, simplemente, una de las armas del negocio, y, tal
vez la mejor de todas, la mentira como arma, la mentira como
vanguardia de los tanques y de los cañones, la mentira sobre las
ruinas, sobre los muertos, sobre las infelices y siempre frustradas
esperanzas de la humanidad.
No es cierto
que el mundo sea hoy más seguro que hace tres años, pero no dudemos
de que sería mucho más limpio y tranquilo sin la política imperial
y colonial del presidente de Estados Unidos de América, George Walker
Bush, y de cuantos, conscientes del fraude que estaban cometiendo, le
abrieron el camino para la Casa Blanca. Después de dispararle un tiro
a Abraham Lincoln.
(*) Premio
Nobel de Literatura.
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