La
seguridad interior y el desastre en
el Golfo de México
Por
James Petras
La
Jornada, 03/09/05
Traducción
de Jorge Anaya
Resulta
irónico y trágico que, en un tiempo en que el gobierno federal gasta
decenas de miles de millones de dólares y emplea un ejército de 100
mil funcionarios en la "seguridad de la patria", cientos, si
no miles, de estadounidenses han perecido por ausencia de seguridad en
su patria.
Seamos
claros: el huracán, la excepcional crecida del mar y la inevitable
inundación de los estados del Golfo de México eran conocidos desde
varios días antes por funcionarios locales, estatales y federales.
Esos funcionarios apremiaron a los individuos a desalojar como mejor
pudieran. En otras palabras, no hubo en ningún nivel de gobierno una
política efectiva de evacuación para ayudar a los cientos de miles
que carecían de transporte privado. Muchos hombres y mujeres de la
Guardia Nacional en las localidades afectadas estaban en Irak, no en
sus estados de origen, donde podían haber intervenido en esta
emergencia nacional. El teniente Andy Thaggard, de la Guardia en
Mississippi, señaló: "no tener personal es el factor más
importante en este suceso. Necesitamos a nuestra gente". En el
centro de Irak hay 4 mil miembros de la Guardia Nacional de
Mississippi; Louisiana tiene en Bagdad 3 mil de sus efectivos de esa
corporación.
El
jefe de Seguridad Interior y su ejército de funcionarios fueron
elocuentes en su silencio y, peor aún, en su ausencia. El equipo de
auxilio en desastres carecía de personal suficiente y de algún plan
efectivo de apoyo de emergencia, gracias a los sustanciales recortes
hechos en el presupuesto federal para reducir la tasa impositiva para
el uno por ciento de mayor ingreso de la población. En consecuencia,
docenas de hospitales, hogares para ancianos, sanatorios mentales y
otras instalaciones públicas carecen de energía, agua potable, teléfono
y servicios de emergencia.
La
filosofía de "sálvese quien pueda" del gobierno, que
coloca la codicia y riqueza personal por encima el servicio público y
el gasto social, ha convertido un evento natural (huracán, marejada e
inundación) en un desastre humano. La guerra y la ocupación de Medio
Oriente han debilitado la seguridad de los ciudadanos estadounidenses
en forma muy dramática y visual: miles de familias hambrientas y
sedientas vadeando hasta la cintura en aguas sucias, arriesgando la
vida y la integridad física para obtener víveres básicos en los
supermercados inundados. Ahora que la cifra de muertos se eleva a
miles y los funcionarios públicos se frotan las manos con angustia y
lamentan la catástrofe, el presidente George W. Bush ha abandonado
sus prolongadas vacaciones, pero el sentido profundo de este fracaso
político aún está por discutirse: seguridad interior significa,
primero que nada, la seguridad del pueblo estadounidense.
No
era un desastre inevitable. En junio de 2004 el jefe de manejo de
emergencias de Jefferson Parish, Louisiana, dijo: "Parece que el
dinero (para reforzar los diques) lo han retirado del presupuesto para
transferirlo a la seguridad interior y la guerra en Irak; supongo que
es el precio que pagamos. Nadie en la localidad está contento de que
no se puedan terminar los diques, y estamos haciendo cuanto está de
nuestra parte para demostrar que éste es un asunto de seguridad para
nosotros".
Seguridad
interior significa restaurar los presupuestos nacionales, estatales y
locales de defensa civil ante desastres naturales, reconstruir
nuestros diques, expandir los medios de transporte de emergencia
–botes, helicópteros y camiones– para desalojar poblaciones
vulnerables; contar con instalaciones seguras y accesibles de refugio,
dotadas de adecuado suministro de comida, agua y servicios médicos.
El
dinero, las agencias, los vehículos, los proyectos de construcción,
la Guardia Nacional están allá en Irak, no en nuestra patria, donde
podrían estar salvando vidas. ¡Traigan ya a nuestros soldados a
casa!
(*) Profesor emérito de la Universidad de Binghamton,
escritor y conferencista, autor de más de 50 libros y cientos de artículos
sobre política económica y movimientos sociales. Es colaborador
regular de La Jornada y otros importantes periódicos de América
Latina.
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