De
víctimas a bandidos: los medios de comunicación y Nueva Orleáns
De
cómo los medios estadounidenses cambiaron de un día para otro el
discurso sobre el huracán Katrina
Por
James Petras
La
Haine, 08/09/05
Traducido para Rebelión
por Manuel Talens
Introducción
Durante
breves horas, pero de forma espectacular, los fracasos políticos que
convirtieron a Nueva Orleáns y a otras muchas ciudades y pueblos del
Golfo de México en una catástrofe humana hicieron añicos los lazos
de amistad que existían entre los medios de comunicación y el
gobierno del país. Periodistas críticos describieron el fiasco del
sistema de seguridad nacional para evacuar a ciudadanos pobres y la
ausencia de alimentos básicos y agua para las víctimas. Los medios
compararon al presidente Bush (de fiesta con sus amigos republicanos
en California), al vicepresidente Cheney (jugando al golf), a la
secretaria de estado Rice (de compras en Manhattan) y al jefe de la
seguridad nacional Chertoff (asegurando que la ayuda gubernamental
funcionaba a la perfección) con los gritos de desesperación y la
penuria de decenas de miles de necesitados y hambrientos
afroestadounidenses y blancos pobres, que apenas sobrevivían en un
oscuro y nauseabundo centro de convenciones y en un estadio deportivo.
Pero
cuatro días después del desastre, los apasionados testimonios críticos
se vieron sustituidos por las voces moderadas de la compasión
oficial. Empezaron a abundar las ocasiones para fotografiar a Bush; la
Guardia Nacional llegaba al lugar y el gobierno respondía.
Las
«noticias» se ocuparon entonces de heroicos trabajadores con fotogénicos
agentes blancos y enfermeras que tenían en sus brazos a niños negros
mientras aportaban alivio a los «refugiados» y acababan con la
creciente anarquía, la violencia y el «saqueo» entre los
supervivientes.
Las
entrevistas con altos funcionarios militares se centraron en la
amenaza que individuos violentos entre los «refugiados» hacían
pesar sobre los soldados. Las imágenes de vehículos que
transportaban tropas, de fuerzas especiales armadas hasta los dientes
contra un telón de fondo de muchedumbres encolerizadas, resonaron
junto con la propaganda de la guerra de Irak. Lo que había empezado
siendo un ejercicio de ayuda humanitaria se convirtió en una operación
de contrainsurgencia. Al final del sexto día, los medios convirtieron
los fracasos políticos del gobierno federal para proteger a los
ciudadanos en una exitosa ocupación militar.
Según
las agencias de prensa, los blancos “encuentran” su comida,
mientras que los negros la “saquean”, Red
Voltaire, 05/09/05
Según
las grandes agencias de prensa, los blancos “encuentran” su comida
en los supermercados, mientras que los negros la “saquean”. Así,
la primera foto muestra un negro con el agua al cuello, que lleva un
paquete con provisiones que, sin ninguna duda –según el
comentario– “ha pillado”. En la foto de abajo, se ve en cambio a
un blanco en la misma situación. Pero en este caso la comida según
la agencia, ha sido “encontrada”. (Material provisto por la Red
Voltaire)
La
militarización de Nueva Orleáns
Nada
muestra mejor la «línea revisionista» de los medios que el lugar
prominente que otorgaron a la orden gubernamental de «disparar a
matar contra los saqueadores». No hubo ni una queja, ni una voz crítica:
los medios convirtieron la ciudad desolada en una zona de guerra:
Nueva Orleáns pasó a ser Faluya. Los medios se ocuparon de
desenterrar cada rumor, cada habladuría, cada informe infundado de
tercera mano sobre violaciones infantiles y asesinatos para
proporcionar un contexto a la «nueva realidad»: la militarización
de una ciudad devastada.
Los
medios están bien preparados para dicho guión: periodistas
incrustados entre las tropas destacaron a soldados repartiendo
raciones militares concentradas (completamente inútiles para niños
pequeños y ancianos deshidratados), mientras que omitían las palizas
que les propinaban a los negros sorprendidos con comestibles (los
negros roban comida, los blancos la encuentran). Más de cien mil
personas sin hogar, trabajo, dinero, agua, alimentos y condiciones
sanitarias eran, ante todo, víctimas de la ocupación militar… para
proteger de los «saqueadores» a los bancos, las pequeñas boutiques
de moda y las joyerías. Dieciséis mil soldados y fuerzas especiales,
con la ayuda de vehículos armados y helicópteros, tomaron la ciudad.
No
se anunciaron proyectos de reconstrucción civil, empleos para los
desempleados y planes para realojar a las decenas de miles de familias
que se han quedado sin hogar. En cambio, los medios hicieron uso
repetido de la paranoia blanca: violadores negros aterrorizando
vecindarios o refugios, en todas partes había un rumor… Sorprende
que no incluyesen el canibalismo en la lista de «ultrajes» cometidos
por los «africanizados» indigentes. Apenas se mencionó a los «saqueadores»
que desafiaban las aguas arremolinadas y a los francotiradores
militares para llevar agua embotellada a los ancianos, cereales a niños
y latas de sardinas a los hambrientos.
El
noventa y nueve por cien de los negros eran pobres de solemnidad, pero
los medios se centraron en el 1% de criminales. Kathleen Blanco, la
gobernadora de Louisiana, ordenó una «tolerancia cero» para
estimular al Presidente y dar prioridad a los rifles automáticos de
las fuerzas especiales. El alcalde negro de Nueva Orleáns, atrapado
entre la mayoría de los negros confinados en la inmundicia, entre los
muertos en descomposición y las aguas residuales de los que aún vivían
y la militarización de la ciudad, apeló al mundo exterior.
Los
medios han perdonado la violación cotidiana de una ciudad, de toda
una población vulnerable, pues mientras que mostraban a un testigo de
la rumoreada violación de una adolescente de 14 años varios días
antes, no se ocuparon de los informes de muertes masivas, aguas
fecales contaminadas y bebés desfallecientes, deshidratados. La máquina
de la propaganda estatal se centró en el Presidente firmando un
decreto de ayuda y prometiendo ley y orden.
La
criminalización de las víctimas
Si
se considera el total abandono en que el gobierno dejó a las decenas
de miles de pobres, de negros sin comida y sin hogar, era obvio que
muchas personas se lanzarían a la búsqueda de alimentos y de agua.
Al identificar de forma deliberada a los supervivientes como «saqueadores»
y «violadores», la Administración sentó las bases de la posterior
militarización y, de facto, de la ley marcial, fértil terreno para
los asesinatos. Los primeros informes censurados de periodistas no
incrustados daban testimonio de soldados de la Guardia Nacional
apaleando a los supervivientes que buscaban ayuda. Los informes
militares se hicieron eco la muerte de varios «francotiradores».
Sin
duda la primera preocupación del gobierno ha consistido en saturar la
ciudad de militares para impedir que los supervivientes se organicen
buscando justicia y para canalizar todas las comunicaciones sobre el
estado de la ciudad a través de fuentes aprobadas de forma oficial.
Todavía más significativo es el hecho de que los militares hayan
definido la naturaleza de la situación como un problema de
criminalidad, cuya solución es represiva por medio del máximo
control y la mínima ayuda.
Los
poderes mágicos de los medios de comunicación
Al
séptimo día después de la catástrofe humana, los medios se vieron
inundados con las caras, las voces y la retórica compasiva de todos
los voceros principales y secundarios de la Administración de Bush.
Cada cadena importante de televisión, cada programa destacado presentó
a Bush, Rumsfeld, Rice, Chertoff y a varios generales hablando con
admiración de los esfuerzos hercúleos, de los valientes y generosos
soldados de la Guardia Nacional, que ayudaban a la población.
Los
comentaristas y entrevistadores de los medios cooperaron sin reservas
en la despenalización del Estado. Los funcionarios culpables de crímenes
contra la humanidad de ciudadanos pobres e indigentes se transformaron
en salvadores humanitarios. No hubo ni una palabra de autocrítica por
parte de los funcionarios y ninguno de los medios habló de ello. Las
pocas voces críticas disidentes de los primeros días recibieron su
castigo y desaparecieron de las pantallas de la televisión. Los
medios de Estados Unidos fueron el único lugar de todo el mundo en
donde se exoneró a los culpables.
La
propaganda estatal de los medios tuvo su impacto: los sondeos de opinión
indicaron que el 70% de los ciudadanos eran más hostiles a la política
presidencial de precios elevados del petróleo y del gas que a la
enorme negligencia que causó la muerte de miles de sus compatriotas,
sobre todo negros (el 66% del total).
Al
publicitar la tardía e inadecuada ayuda presidencial y amplificar el
grado de criminalidad entre los pobres, los medios han polarizado
racialmente la catástrofe entre blancos generosos, compasivos y
humanitarios e ingratos y hostiles «refugiados» negros, un término
que despoja a las víctimas de su ciudadanía y sus derechos.
La
orden de «disparar a matar» se aplicó a quienes robaban botellas de
agua y a los verdaderos o imaginarios francotiradores. La negativa
caracterización de las víctimas por parte de los medios ha aumentado
la desconfianza pública hacia los testimonios de niños deshidratados
y frágiles abuelitas. Criminalizar, demonizar y militarizar es lo que
mejor sabe hacer Washington. Repetir la propaganda oficial y censurar
entrevistas disidentes es lo que mejor saben hacer los medios de
Estados Unidos. Ni uno solo de ellos, ni una de las principales
cadenas de televisión se hicieron eco de los informes sumamente críticos
de los medios más prestigiosos de ultramar. Los informes de Le Monde,
The Guardian, El País, Der Spiegel o La Jornada nunca se mencionaron.
La
propaganda de fotos y titulares a gran tamaño es muy eficaz en
nuestra estupidocracia y es lo que nuestros medios hacen mejor. Las
fotografías de Bush abrazando a un «superviviente» limpio y fotogénico
excluyeron a los cuerpos flotando sobre los detritos. Por todas partes
había fotos de Bush al firmar el decreto de ayuda… siete días
después de los hechos, pero no las que lo mostraban en una recaudación
republicana de fondos el primer día del huracán.
No
hubo fotos del vicepresidente Cheney jugando al golf al tercer día,
mientras que los cadáveres flotaban corriente abajo por la Main
Street de Biloxi (misisipi). No hubo fotos de la directora de la Cruz
Roja depositando su salario de más de 640,000 dólares, mientras que
40.000 personas carecían de agua limpia en «zonas de refugiados».
No hubo fotos de la Secretaria de Estado Rice en una comedia de
Broadway al cuarto día, mientras que los cuerpos de viejas damas
negras se descomponían cerca de sus ultrajados e infelices familiares
y vecinos.
Conclusión
Los
medios de comunicación dieron un abrupto giro, adaptando y dando
forma a las imágenes de la catástrofe vehiculadas por la
Administración. En siete días, la magia de los medios transformó al
equipo de Bush, que de líderes incompetentes e ignorantes pasaron a
ser funcionarios decisivos y humanitarios. Al mismo tiempo, los
desesperados, los agonizantes y los furibundos fueron convertidos en
una muchedumbre rebelde, criminal, ingrata y caótica. El mensaje político
estaba claro: la represión y la militarización eran las condiciones
prioritarias para la supervivencia y la ayuda humanitaria. La ciudad
tuvo que estar bajo una ley marcial de facto antes de que la pudiesen
salvar. Vietnam y Faluya vienen a la mente. Al fin y al cabo, la
contrarresistencia es lo que mejor hacemos en este país.
Según
el Presidente, los miembros de su gabinete y los medios de comunicación,
«Estados Unidos sabe estar a la altura de las circunstancias»: no
olvidaremos a los más de diez mil muertos y heridos, incluso
pondremos la bandera a media asta durante unos días, siempre que el
Comité de los congresistas negros lo solicite. Como diría Bush, «adelante,
tenemos una guerra que ganar en Irak».
En
la otra América, las víctimas, sus amigos, sus hermanos y hermanas
no se dejarán engañar. Seguramente los europeos, africanos, asiáticos
y latinos tienen imágenes grabadas en su memoria colectiva: de pobres
furiosos y desesperados de Nueva Orleáns que dirigen sus ojos con ira
hacia un gobierno indiferente.
¿Recordará
la América blanca quiénes son los criminales y quiénes las víctimas?
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