Las
consecuencias políticas del huracán Katrina
Estados
Unidos frente a la realidad
Por
Thierry Meyssan (*)
Red
Voltaire, 08/09/05
Más
allá del excepcional fenómeno climático y de la catástrofe humana
que provocó, el huracán Katrina tendrá graves consecuencias políticas.
Al poner bruscamente al desnudo la ausencia de Estado en Estados
Unidos, Katrina reveló la verdadera política de la administración
Bush: privatización del Estado, nepotismo, desvío de medios públicos
para ponerlos al servicio de las compañías petroleras. El huracán,
no la guerra, será el catalizador de las tensiones internas en
Estados Unidos.
Desde
los tiempos de la Primera Guerra Mundial, y bajo el padrinazgo del «periodista»
Walter Lippman, Estados Unidos se forjó la halagadora imagen de «país
de la libertad» que impuso tanto al mundo como a su propio pueblo.
Favorecido por el derrumbe europeo de principios del siglo XX, y más
por el de la URSS, EE.UU. llegó a convencer de que era el modelo de
referencia de la democracia y la prosperidad.
En
nombre de esa superioridad y de la «misión» que «Dios» le ha
confiado, Estados Unidos se dio a la tarea de imponer sus propias
normas donde quiera que ello se hizo posible y de colonizar zonas
petrolíferas.
Durante
los últimos años, Francis Fukuyama explicó que el triunfo del
American way of life era ya definitivo, que todas las demás
alternativas se habían agotado o habían sido vencidas, y que habíamos
llegado al fin de la Historia. Robert D. Kaplan aseguró que los países
situados fuera de la zona de influencia estadounidense se verían
sumergidos en el caos y la anarquía, de manera que la Pax Americana
constituía la única salida que la Humanidad podía desear.
Nadando
contra la corriente, hemos dicho siempre que, actualmente, Estados
Unidos no es una democracia; que ese país es gobernado por una
camarilla de depredadores que saquean el resto del mundo y su propio
país. ¿A quién escuchar entonces?
Hoy,
la propaganda estadounidense se ha estrellado de pronto contra la
realidad. Katrina, un huracán, inundó la región del Mississippi y
destruyó Nueva Orleans. En un momento, «el rey se encontró desnudo».
Los
huracanes son fenómenos frecuentes en el sur de Estados Unidos y
Katrina se puede calificar entre los de mayor intensidad que han
afectado dicha zona. La ocurrencia frecuente de huracanes intensos en
los últimos años se debe probablemente al calentamiento global que
tiene entre sus causas principales las emisiones de gases de efecto
invernadero de los países industrializados a la atmósfera,
especialmente los Estados Unidos, y que el mundo hubiera logrado
reducir si ese país hubiese aceptado firmar el protocolo de Kyoto.
Pero la administración Bush prefirió defender los intereses de las
compañías petroleras que la integran en lugar de los intereses de
sus conciudadanos.
El
Estado de Mississippi ha sufrido numerosos huracanes, pero es la
primera vez que uno de ellos hace colapsar sus diques. Esto sucedió
debido al vaciamiento de los pantanos, resultado a su vez de siglo y
medio de explotación petrolera desenfrenada. Hace años que los científicos
venían anunciando la catástrofe y aconsejando al mismo tiempo un
tratamiento racional para el delta del río Mississippi, así como que
se reforzaran los diques, erosionados en su parte baja. Pero la
administración Bush prefirió defender los intereses de las compañías
petroleras representadas en su seno en vez de defender los intereses
de sus conciudadanos, sobre todo teniendo en cuanta que estos últimos
son, en esta región, esencialmente de raza negra.
La
FEMA, agencia encargada de las situaciones de urgencia, había
enfrentado numerosas catástrofes naturales. Ante una situación
nueva, no supo reaccionar. ¿La causa? Su nuevo director, un tal
Michael D. Brown, jurista inepto, expulsado escandalosamente de su
puesto de consejero de la Asociación Internacional del Caballo Árabe,
y reciclado, como tantos otros, por la familia Bush. La FEMA y muchas
otras agencias han sido absorbidas por el nuevo Departamento de
Seguridad de la Patria creado a raíz del 11 de septiembre, la nueva
panacea universal de la administración Bush. En la realidad, nada más
que contratos ficticios y puestos cómodos y bien pagados en nombre de
la supuesta lucha contra el terrorismo.
Estados
Unidos dispone de servicios de salud eficaces que sería posible
movilizar rápidamente. Pero para disminuir los presupuestos federales
han sido privatizados, o sea, entregados, sin alternativa, a las
Iglesias. Y todo ello, en nombre de la superioridad de las «iniciativas
basadas en la fe» ante la burocracia.
Los
voluntarios de la Guardia Nacional demostraron su eficacia en el
pasado, pero no han podido hacerlo esta vez... porque no están. Están
lejos, muy lejos, en Irak, para garantizar que aumenten las ganancias
de las compañías petroleras que integran la administración Bush.
Han aprendido las técnicas de combate urbano. ¡Menos mal! Puede ser
que las necesiten a su regreso.
Alabama,
Luisiana y Mississippi, el Estado se ha reducido a lo que es en
Afganistán o en Irak. Se puede ser libertario y suspicaz ante el
leviatán estatal, pero verse sin Estado es volver a la situación en
que «el hombre es el lobo del hombre». La gente desamparada,
abandonada a sí misma, tiene que arreglárselas para buscar agua
potable y comida entre animales muertos y cadáveres humanos.
Sin
embargo, el derrumbe interno del Estado en Estados Unidos va acompañado
de la hipertrofia de las posibilidades de proyección o despliegue de
su poderío militar. Y esta se vuelve ahora contra su propio pueblo.
El ejército no recibió orden de socorrer a los sobrevivientes sino
de imponer el orden y el respeto a la propiedad. Por tanto, se
utilizan los helicópteros para disparar sobre los hambrientos que
saquean supermercados.
Sin
límites para el desprecio, el presidente George W. Bush hizo un
llamado a la generosidad pública para que esta remedie los males que
provocó la ausencia del Estado que él mismo destruyó metódicamente.
Designó a sus predecesores, George H. Bush (su padre) y William
Clinton para que apadrinen la operación caritativa, como mismo les
confió la ingerencia estadounidense cuando el tsunami en Asia. Una
apuesta se esconde detrás de ese tándem.
¿Logrará
la administración Bush modificar la Carta de la ONU e imponer un modo
de votación que tenga en cuenta el monto de la contribución
financiera de cada miembro? Si lo logra, la consecuencia sería que el
Secretario General de la ONU ya no vendría de un país pequeño, sino
de Estados Unidos. En ese caso, la ONU para los Clinton y la Casa
Blanca para los Bush. ¡Un verdadero derroche de filantropía!
El
mundo puede comprobar hoy mediante la televisión que el American way
of life, que tanto nos han presentado como un porvenir radiante, no es
más que caos. ¿Llegarán los dirigentes políticos a la conclusión
de que es hora ya de apartarse de ese «tigre de papel» o nos seguirán
invitando a celebrar la grandeza del atlantismo?
¿Seguirán
apoyando los estadounidenses una administración que desprecia sus
necesidades y que, en definitiva, los oprime? Es poco probable. Las
primeras grietas de la fractura interna que podrían aparecer son las
de los negros contra los WASP [1] y las del Sur contra el Norte. La
camarilla que detenta el poder en Washington está decidida a
conservarlo por todos los medios. La represión será proporcional a
la rebelión.
(*)
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París,
Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
[1]
Estas iniciales significan en inglés: White (blanco), Anglo-Sajón,
Protestante, o sea los herederos culturales de colonizadores
originales de la América del Norte.
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