Malas
intenciones desde el 11-S
Por
Noam Chomsky
El
Periódico / Rebelión, 13/09/05
No
es una tarea fácil adquirir cierta comprensión de los asuntos
humanos. En algunos aspectos, es más difícil que con las ciencias
naturales. La madre naturaleza no nos facilita las respuestas, pero al
menos no se desvía de su camino para erigir barreras al conocimiento.
En cuestiones humanas, en cambio, es necesario detectar y desmantelar
estos obstáculos.
Los
sistemas doctrinarios suelen describir al enemigo actual como
esencialmente diabólico. A veces esta definición es exacta. Pero
realmente los crímenes que haya cometido raramente son la verdadera
razón de las medidas de fuerzas que se pretenden desatar contra él.
Un ejemplo reciente es Sadam Husein, un indefenso blanco caracterizado
como una poderosa amenaza a nuestra supervivencia, incriminado por los
ataques del 11 de septiembre del 2001 y acusado de intentar atacar
nuevamente. En 1982, el Gobierno de Ronald Reagan sacó al régimen de
Sadam de la lista de estados que patrocinaban el terrorismo, a fin de
que pudiera comenzar el flujo de ayuda militar al tirano asesino.
Esto
continuó mucho después de las peores atrocidades ordenadas por Sadam
y del fin de la guerra con Irán, e incluyó proporcionar medios para
desarrollar armas de destrucción masiva. Sobre el recuerdo de estos
hechos, difíciles de ocultar, recae el "acuerdo tácito de que
es algo de lo que no se debe hablar", citando a George Orwell. Es
necesario crear una falsa impresión no sólo sobre el Gran Satán de
turno sino también sobre la nobleza de uno mismo. La agresión debe
ser descrita como autodefensa y como una consagración a un objetivo
sublime.
El
emperador Hiro Hito, en su declaración de rendición, le dijo a su
pueblo: "Declaramos la guerra a EEUU y a Gran Bretaña a raíz de
nuestro sincero deseo de proteger a Japón y estabilizar el Este asiático.
Estaba muy lejos de nuestras intenciones violar la soberanía de otras
naciones o embarcarnos en una expansión territorial". La
historia de los crímenes internacionales está inundada de
sentimientos similares. Escribiendo en 1935, con las nubes del nazismo
cerniéndose sobre el mundo, Martin Heidegger declaró que Alemania
debía evitar, más allá de sus fronteras nacionales, "el
peligro de que el mundo cayera bajo las tinieblas". Con sus
"nuevas energías espirituales" revitalizadas gracias al régimen
nazi, Alemania sería capaz de "asumir su misión histórica"
y salvar al mundo de la "aniquilación" a manos de las
"masas", especialmente de EEUU y Rusia.
Incluso
los individuos de mayor inteligencia e integridad moral sucumben a la
patología. En el cénit de los crímenes británicos en la India y
China, de los cuales tenía conocimiento, John Stuart Mill escribió
su clásico ensayo sobre la intervención humanitaria. Mill urgió a
Gran Bretaña a asumir vigorosamente la empresa aun cuando fuese
criticada por atrasados europeos que no podían entender que
Inglaterra era "una novedad en el mundo", una nación que
actuaba solamente "al servicio de los otros", asumiendo
generosamente la carga de llevar la paz y la justicia al planeta.
Para
EEUU, un tema constante es el intento de traer la democracia y la
independencia a un mundo afligido. La historia estándar entre los
eruditos y los medios de comunicación es que la política exterior de
EEUU contiene dos tendencias en conflicto. Una es la que llaman el
idealismo wilsoniano, basado en nobles intenciones. La otra es el
realismo, según el cual, tenemos que comprender los límites de
nuestras buenas intenciones. Son las dos únicas opciones.
Si
olvidamos esta retórica, es difícil no reconocer los elementos de
verdad en la observación del historiador Arno Mayer de que, desde
1947, EEUU ha sido el mayor perpetrador del "terrorismo de
Estado" y de otras "acciones deshonestas" que causan
enorme daño, "siempre en el nombre de la democracia, la libertad
y la justicia". Para EEUU, el enemigo de toda la vida han sido
los nacionalismos independientes, particularmente cuando amenazan con
convertirse en un "virus", como señaló Henry Kissinger al
aludir al socialismo democrático de Chile después de que en 1970
Salvador Allende fuera elegido presidente.
El
virus tenía que ser erradicado, como lo fue el martes 11 de
septiembre de 1973, una fecha frecuentemente llamada en América
Latina "el primer 11-S". En aquel día, después de años de
subversión alentada por EEUU, las fuerzas del general Augusto
Pinochet atacaron el palacio presidencial chileno. Allende murió no
queriendo rendirse al asalto que demolió la democracia más antigua y
vibrante de Latinoamérica, y Pinochet estableció un régimen brutal.
El número oficial de muertos del primer 11-S es de 3.200; se
considera que el número real es cercano al doble de esa cifra.
En
términos per cápita, esto equivaldría a entre 50.000 y 100.000
muertos en EEUU. Washington apoyó al régimen de Pinochet, y tuvo un
papel clave en su triunfo inicial. Pinochet rápidamente se movió
para integrar otras dictaduras latinoamericanas respaldadas por EEUU
en una red de estados terroristas, la operación Cóndor. Éste es uno
más de los múltiples ejemplos de la "promoción de la
democracia". Ahora nos quieren hacer creer que la misión de EEUU
en Afganistán e Irak es llevar allí la democracia.
"Los
musulmanes no odian nuestra libertad sino que odian nuestra política",
concluye un informe del septiembre pasado hecho por el Defense Science
Board, un equipo asesor del Pentágono, agregando que "cuando la
diplomacia pública norteamericana habla de la necesidad de llevar la
democracia a las sociedades islámicas, esto sólo se ve como una
hipocresía". Tal como lo perciben los musulmanes, continúa el
informe, "la ocupación estadounidense en Afganistán e Irak no
ha traído la democracia, sino sólo más caos y sufrimiento".
En
un artículo del Financial Times del pasado julio, citando este
informe, David Gardner observaba: "La mayor parte de los árabes
creen que es Bin Laden quien combate el statu quo, no George Bush, ya
que los ataques del 11-S hicieron imposible a Occidente y a sus déspotas
clientes árabes seguir ignorando una situación política que
incubaba una rabia ciega hacia ellos".
No
debería sorprender que EEUU se parezca tanto a otros estados
poderosos, del presente y del pasado, que promueven los intereses
estratégicos y económicos de los sectores dominantes con el acompañamiento
de una retórica sobre su excepcional dedicación a los más altos
valores. Con el desastre de Irak como telón de fondo, mantener una fe
acrítica en la doctrina de las buenas intenciones no sirve más que
para seguir retrasando la rectificación de puntos de vista y de política
que se necesita desesperadamente.
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