Katrina:
El Estado que se hunde saquea a sus propios sobrevivientes
“¡Salgan
de la maldita autopista!”
Por
Larry Bradshaw y Lorrie Beth Slonsky
Metamute-GNN-FTW
Reproducido por Rebelión, 28/09/05
Traducido por Germán Leyens
Resumen:
Este informe de primera mano presenta una mirada íntima al fracaso
total del sistema en la atención a los damnificados del huracán
Katrina. Racismo, ignorancia, desinformación y hostilidad los
confrontan por todas partes cuando intentan evacuar la ciudad. En un
momento, el departamento del sheriff local les roba sus raciones a
punta de pistola. También es una historia que hay que escuchar, de
comunidad y de héroes locales que ayudaron siempre que podían
hacerlo.
Dos
paramédicos abandonados a su suerte en Nueva Orleans después del
huracán Katrina presentan su relato de auto-organización y de
abandono en la zona del desastre. FTW
Dos
días después que el huracán Katrina azotara Nueva Orleans, el
negocio de Walgreen en la esquina de las calles Royal e Iberville
sigue cerrado. El escaparate de productos lácteos se veía claramente
a través de las ventanas. Habían pasado 48 horas sin electricidad,
agua potable, alcantarillado. La leche, el yogurt y los quesos
comenzaban a pudrirse al calor de 45 grados. Los propietarios y los
gerentes encerraron los alimentos, el agua, los pañales y las recetas
y huyeron de la ciudad. Delante de las ventanas de Walgreen,
residentes y turistas sufrían cada vez más hambre y sed.
La
tan prometida ayuda federal, estatal y local nunca se materializó y
las ventanas de Walgreen cedieron ante los saqueadores. Hubiera habido
una alternativa. Los policías podrían haber roto una pequeña
ventana y distribuido las nueces, los jugos de fruta y el agua
embotellada de una manera organizada y sistemática. Pero no lo
hicieron. En lugar de hacerlo, pasaron horas jugando al gato y el ratón,
dando caza temporalmente a los saqueadores.
Finalmente
nos aerotransportaron fuera de Nueva Orleans hace dos días y llegamos
a casa ayer (sábado). No hemos visto todavía ninguna parte de la
cobertura televisiva o leído un periódico. Podemos imaginar que no
hay imágenes de vídeo o fotos en primera plana de turistas europeos
o blancos ricos saqueando Walgreen en el Barrio Francés.
También
sospechamos que los medios habrán sido inundados con imágenes
“heroicas” de la Guardia Nacional, de los soldados y los policías
luchando por ayudar a las “víctimas” del huracán. Lo que no verás,
pero que nosotros sí vimos, son los verdaderos héroes y heroínas
del esfuerzo de ayuda: la clase trabajadora de Nueva Orleans. Los
obreros del mantenimiento que utilizaron una carretilla elevadora para
transportar a enfermos y discapacitados. Los ingenieros, que
equiparon, alimentaron y mantuvieron en funcionamiento los
generadores. Los electricistas que improvisaron sus gruesos cables
alargadores para extenderlos a bloques enteros a fin de compartir la
poca electricidad que teníamos y liberar coches que estaban varados
en el techo de aparcamientos. Enfermeras que reemplazaron los
ventiladores mecánicos y pasaron interminables horas forzando
manualmente el aire dentro de los pulmones de pacientes inconscientes
para mantenerlos en vida. Porteros que rescataron a personas atrapadas
en ascensores. Obreros de las refinerías que irrumpieron en
varaderos, “robando” botes para rescatar a sus vecinos aferrados a
sus techos en aguas de la inundación. Mecánicos que ayudaron a hacer
partir cualquier coche que podían encontrar para llevar gente fuera
de la ciudad. Y los trabajadores del servicio alimentario que dieron
una batida por las cocinas comerciales para improvisar comidas
comunitarias para cientos de personas abandonadas.
La
mayoría de estos trabajadores habían perdido sus casas, y no habían
oído de sus familias, pero se quedaron y armaron la única
infraestructura para el 20% de Nueva Orleans que no se hallaba bajo el
agua.
El
segundo día, quedábamos aproximadamente 500 en los hoteles del
Barrio Francés. Éramos una mezcla de turistas extranjeros,
participantes en conferencias como nosotros, y gente local que se había
registrado en los hoteles para buscar seguridad y protección contra
Katrina. Algunos de nosotros teníamos contacto por teléfono celular
con nuestra familia y amigos al exterior de Nueva Orleans. Nos dijeron
repetidamente que toda clase de recursos, incluyendo la Guardia
Nacional y numerosos autobuses estaban llegando a la ciudad. Los
autobuses y otros recursos deben haber sido invisibles porque ninguno
de nosotros los había visto.
Decidimos
que teníamos que salvarnos nosotros mismos. Así que juntamos nuestro
dinero y reunimos 25.000 dólares para que vinieran 10 autobuses para
sacarnos de la ciudad. Los que no poseían los 45 dólares necesarios
para un pasaje fueron subvencionados por los que tenían dinero de más.
Esperamos 48 horas a los autobuses, de las cuales las últimas 12 las
pasamos parados afuera, compartiendo la poca agua, los alimentos y las
vestimentas que teníamos.
Creamos
un área de prioridad para enfermos, los mayores y los bebés recién
nacidos. Esperamos hasta tarde por la noche la llegada “inminente”
de los autobuses. Nunca llegaron. Más tarde averiguamos que llegaron
al límite de la ciudad, pero que fueron requisados por los militares.
Al
cuarto día, a nuestros hoteles se les acabó el combustible y el
agua. Los servicios sanitarios estaban en un estado peligrosamente
catastrófico. A medida que la desesperación y la desesperanza
aumentaban, el crimen callejero así como los niveles del agua
comenzaron a aumentar. Los hoteles nos echaron y cerraron sus puertas,
diciéndonos que los “funcionarios” decían que fuéramos al
centro de convenciones para esperar más autobuses. Al entrar al
centro de la ciudad, encontramos por fin a la Guardia Nacional.
Los
Guardias nos dijeron que no se nos permitiría entrar al Superdome ya
que el refugio principal de la ciudad se había deteriorado hasta
convertirse en un infierno humanitario y sanitario. Los guardias nos
dijeron además que el único otro refugio de la ciudad, el Centro de
Convenciones, también caía en el caos y la sordidez y que la policía
no permitía que nadie más ingresara. Naturalmente, preguntamos: “¿Si
no podemos ir a los únicos 2 refugios en la ciudad, qué alternativa
nos queda?” Los guardias nos dijeron que ese era un problema
nuestro, y que no tenían agua de más para darnos. Éste fue el
comienzo de nuestros numerosos encuentros con un “mantenimiento del
orden” insensible y hostil.
Caminamos
hasta el centro de comando policial en Harrah’s en Canal Street y
nos dijeron lo mismo, que teníamos que arreglárnoslas nosotros
mismos, y que no tenían agua para darnos. Ya éramos varios cientos.
Realizamos una reunión masiva para decidir qué hacer. Acordamos
acampar afuera del puesto de comando policial. Así seríamos
claramente visibles para los medios y constituiríamos un embarazo
altamente visible para los funcionarios de la ciudad. La policía nos
dijo que no podíamos quedarnos. A pesar de ello, comenzamos a
establecernos y a montar un campamento. Al poco tiempo, el comandante
de la policía cruzó la calle para dirigirse a nuestro grupo. Nos
dijo que tenía una solución: debíamos caminar a la autopista
Pontchartrain y cruzar el gran Puente Nueva Orleans donde la policía
tenía autobuses preparados para sacarnos de la ciudad. Los reunidos
se animaron y comenzaron a partir. Llamamos a todos a que volvieron y
explicamos al comandante que había habido mucha información errónea
y desinformación y si estaba seguro de que había autobuses esperándonos.
El comandante se volvió hacia la multitud y declaró enfáticamente:
“Les juro que los autobuses están ahí”.
Nos
organizamos y 200 de nosotros partimos hacia el puente con gran
excitación y esperanza. Al pasar por el centro de convenciones, mucha
gente local vio a nuestro grupo determinado y optimista y preguntó adónde
íbamos. Les contamos la gran noticia. Varias familias inmediatamente
tomaron sus pocas pertenencias y rápidamente nuestro número se
duplicó y luego volvió a duplicarse. Ahora se sumaron bebés en
cochecitos, personas con muletas, ancianos agarrados a ayudas para
caminar y otras personas en sillas de ruedas. Caminamos los 3 a 5 kilómetros
hasta la autopista y subimos la empinada rampa hacia el Puente. Ahora
comenzó a llover, pero la lluvia no disminuyó nuestro entusiasmo.
Al
acercarnos al puente, sheriffs de Gretna armados formaron una hilera
frente a la base del puente. Antes de que pudiéramos acercarnos
suficientemente para hablar, comenzaron a disparar sus armas por sobre
nuestras cabezas. Esto provocó la huída de la multitud en varias
direcciones. Mientras la gente se dispersaba y desaparecía, unos
pocos seguimos adelante y logramos iniciar una conversación con
algunos de los sheriffs. Les contamos nuestra discusión con el
comandante de la policía y de las promesas del comandante. Los
sheriffs nos informaron que no había autobuses esperando. El
comandante nos había mentido para que nos fuéramos.
Preguntamos
por qué a pesar de todo no podíamos cruzar el puente, especialmente
ya que había poco tráfico en la autopista de 6 carriles.
Respondieron que el West Bank no se iba a convertir en Nueva Orleans y
que no había Superdomes en su ciudad. Lo que querían decir es: eres
pobre y negro, no vas a cruzar el río Mississippi y no vas a salir de
Nueva Orleans.
Nuestro
pequeño grupo se retiró por la carretera 90 a buscar refugio de la
lluvia bajo un viaducto. Discutimos nuestras opciones y al final
decidimos construir un campamento en medio de la Autopista
Ponchartrain en la isla divisoria, entre las salidas O’Keefe y
Tchoupitoulas. Razonamos que así seríamos visibles para todos, que
contaríamos con alguna seguridad por estar en una autopista elevada y
que podríamos esperar y ver la llegada de los autobuses que aún no
habían aparecido.
Durante
todo el día, vimos a otras familias, individuos y grupos que
realizaban el mismo viaje subiendo la rampa en un intento de cruzar el
puente, sólo para ser rechazados. Algunos alejados a tiros, otros
simplemente por negativas, otros que fueron recriminados y humillados
verbalmente. A miles de habitantes de Nueva Orleans se les impidió y
prohibió que se auto-evacuaran a pie de la ciudad. Mientras tanto,
los únicos dos refugios de la ciudad cayeron aún más en la
inmundicia y el deterioro. La única manera de cruzar el puente era en
un vehículo. Vimos a trabajadores robando camiones, autobuses,
furgonetas, y cualquier coche que podían hacer partir. Todos estaban
repletos de gente que trataba de escapar de la miseria en que se había
convertido Nueva Orleans.
Nuestro
pequeño campamento comenzó a progresar. Alguien robó un camión
cisterna con agua y nos lo llevó. ¡Que hablen de saqueo! A algo como
un kilómetro y medio por la autopista, un camión del ejército perdió
en una curva un par de paletas de raciones C. Llevamos la comida a
nuestro campamento en carritos de supermercado. Ahora que habíamos
asegurado dos necesidades: alimento y agua: florecieron la cooperación,
la comunidad y la creatividad. Organizamos una limpieza y colgamos
bolsas de basura de las barras de refuerzo del hormigón. Hicimos
camas con paletas de madera y con cartón. Establecimos un desagüe
como baño y los chicos construyeron una compleja cerca de plástico,
paraguas rotos, y otros desechos para obtener privacidad. Incluso
organizamos un sistema de reciclaje de alimentos gracias al cual las
personas podían intercambiar partes de las raciones C (¡salsa de
manzanas para los bebés y golosinas para los chicos!)
Fue
un proceso que observamos repetidamente después de Katrina. Cuando
una persona tenía que luchar por conseguir alimento o agua, significa
que se preocupaba sólo por ella. Tenías que hacer lo que fuera para
encontrar agua para tus niños o alimentos para tus padres. Cuando se
satisfacían esas necesidades básicas, la gente comenzó a
preocuparse por los demás, trabajando en conjunto y construyendo una
comunidad.
Si
las organizaciones de socorro hubieran saturado la ciudad con
alimentos y agua en los primeros 2 o 3 días, la desesperación, la
frustración y la violencia no habrían aparecido.
Con
las necesidades cubiertas, ofrecimos alimentos y agua a las familias y
a los individuos de paso. Muchos decidieron quedarse y unirse a
nosotros. Nuestro campamento creció a 80 o 90 personas.
Una
mujer con una radio a pilas nos dijo que los medios hablaban de
nosotros. A plena vista en la autopista, cada organización de ayuda y
noticiosa nos vio cuando iban a la ciudad. Preguntaban a los
funcionarios qué iban a hacer con todas esas familias que vivían en
la autopista. Los funcionarios respondieron que iban a preocuparse de
nosotros. Algunos de nosotros se sintieron desalentados. “Ocuparse
de nosotros” tenía un tono ominoso.
Por
desgracia, nuestra desazón (junto con la ciudad que se hundía) era
justificada.
Con
el comienzo de la madrugada apareció un sheriff de Gretna, saltó de
su patrullero, nos apuntó a la cara y gritó: “¡Salgan de la
maldita autopista!”. Llegó un helicóptero y utilizó el viento de
sus palas para hacer volar nuestras endebles estructuras. Cuando nos
retiramos, el sheriff cargó su vehículo con nuestros alimentos y
agua.
Una
vez más, a punta de pistola, nos obligaron a abandonar la autopista.
Aparecieron todas las agencias de mantenimiento cada vez que nos reuníamos
en grupos de 20 o más. En cada congregación de “víctimas” veían
una “turba” o un “disturbio”. Nos sentíamos seguros cuando éramos
numerosos. Nuestro “tenemos que seguir juntos” se hizo imposible
porque las agencias nos dividían por la fuerza en pequeños grupos
atomizados.
En
el pandemonio de ver nuestro campamento atacado y destruido, volvimos
a dispersarnos. Reducidos a un pequeño grupo de 8 persones, a
oscuras, buscamos refugio en un autobús escolar abandonado, bajo la
autopista en Cilo Street. Nos ocultábamos de posibles elementos
criminales, pero igual y definitivamente, nos escondíamos de la policía
y de los sheriffs con su ley marcial, su toque de queda y su política
de tirar a matar.
Durante
los días siguientes, nuestro grupo de 8 caminó casi todo el día,
estableció contacto con el Departamento de Incendios de Nueva Orleans
y terminamos por ser aerotransportados por un equipo urbano de búsqueda
y rescate. Nos depositaron cerca del aeropuerto y logramos que nos
llevara la Guardia Nacional. Los dos jóvenes guardias se disculparon
por la reacción limitada de los guardias de Louisiana. Explicaron que
gran parte de su unidad estaba en Irak y que eso significaba que les
faltaba personal y que no podían completar todas las tareas que les
fueron asignadas.
Llegamos
al aeropuerto el día en que había comenzado un masivo puente aéreo.
El aeropuerto se había convertido en otro Superdome. Los 8 nos vimos
atrapados en una masa de seres humanos, ya que los vuelos fueron
retardados durante varias horas mientras George Bush aterrizaba
brevemente para una sesión fotográfica con los medios. Después de
ser evacuados en un avión de flete de los guardacostas, llegamos a
San Antonio, Texas.
Allí
continuó la humillación y la deshumanización del esfuerzo de
socorro oficial. Nos colocaron en autobuses y nos llevaron a un gran
campo donde nos obligaron a permanecer sentados durante horas y horas.
Algunos de los autobuses no tenían aire acondicionado.
En
la oscuridad, cientos de nosotros fueron obligados a compartir dos
inmundos orinales que rebasaban. Los que lograron llevar alguna posesión
(a menudo unas pocas pertenencias en bolsas plásticas medio rotas)
fuimos sometidos a dos cacheos, olfateados por perros.
La
mayoría no habíamos comido en todo el día, porque nos habían
confiscado nuestras raciones C en el aeropuerto porque las raciones
provocaban la reacción de los detectores de metales. Sin embargo, no
habían suministrado alimentos a los hombres, mujeres, niños,
ancianos, discapacitados, mientras estaban sentados durante horas
esperando el “examen médico” para asegurarse de que no éramos
portadores de alguna enfermedad contagiosa.
Este
tratamiento oficial se encontraba en agudo contraste con la calurosa,
sincera, recepción que nos dieron los texanos de a pie. Vimos a una
trabajadora de una línea aérea que dio sus zapatos a alguien que
estaba descalzo. Desconocidos en la calle nos ofrecieron dinero y artículos
de tocador, con palabras de bienvenida.
En
todo momento, el esfuerzo oficial de auxilio fue insensible, inepto y
racista. Hubo más sufrimiento que lo que hubiera sido necesario. Se
perdieron vidas innecesariamente.
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