La
reconstrucción, en manos de las empresas que han fracasado en Irak
Nueva
Orleáns y la "limpieza étnica"
Por
Naomí Klein (*)
Masiosare, 02/10/05
Traducción de Eugenio Fernández Vázquez
La
ayuda de emergencia y la reconstrucción de la zona de desastre que
dejó Katrina está siendo entregada a las mismas empresas que llevan
tres años cobrando millones de dólares sin conseguir llevar los
servicios esenciales de Irak a los niveles que tenían antes de la
guerra. "La reconstrucción", sea en Bagdad o en Nueva Orleáns,
se ha convertido en poco menos que una transferencia continua de
riqueza de las arcas públicas a las privadas. Y esa ruta se aprovecha
para impedir el retorno de los pobres.
Afuera
del refugio temporal con 2 mil camas en el River Center de Baton
Rouge, una banda de la Iglesia de la Cienciología toca una versión
del clásico de Bill Withers "Use Me" una elección
refrescantemente honesta. "Si ser usado se siente así de
bien," cantan los cienciólogos, "sígueme usando hasta que
acabes conmigo." Nyler, de 10 años, yace boca abajo sobre la
mesa de masajes con una actitud bastante parecida.
No
está segura de por qué la alegre señorita con la playera amarilla
en la que se lee que es "Ministra Voluntaria de la Cienciología"
quiere darle un masaje, pero "se siente tan bien", me dice,
que a quién le importa. Le pregunto a Nyler si éste es su primer
masaje. "¡Asistencia!", corrige la ministra voluntaria,
poniendo en orden mi jerga ciencióloga. Nyler niega con la cabeza;
desde que huyó de Nueva Orleáns cuando un árbol cayó sobre su casa
ha visitado muchas veces esta tienda, convirtiéndose en poco menos
que una adicta a la "asistencia". "Tengo nervios",
me explica en una voz relajada por el masaje. "Tengo lo que se
llama nerviosismo".
Usa
una playera rosa con un slogan poco apropiado para su edad ("Es
en el lugarcito oculto de Tiki donde los chicos de la isla son guapos,
guapos, guapos") que vino de las donaciones, y me explica por qué
está nerviosa. "Creo que nunca van a arreglar Nueva Orleáns."
¿Por qué?, le pregunto, un poco sorprendida de estar discutiendo la
política de la reconstrucción con una preadolescente con colitas.
"Porque la gente que sabe cómo arreglar las casas caídas se
fue".
No
tengo corazón para decirle a Nyler que creo que tiene razón; que
muchos de los trabajadores afroamericanos de su barrio probablemente
no sean nunca bienvenidos en la reconstrucción de la ciudad. Una hora
antes había entrevistado al cabildero más importante de las
corporaciones en Nueva Orleáns, Mark Drennen. Como presidente y
director ejecutivo de Greater New Orleans Inc. (Área Metropolitana de
Nueva Orleáns, S.A.), Drennen estaba de un humor expansivo,
alimentado por los signos que llegan de Washington de que las
corporaciones que representa desde Chevron y el Liberty Bank a Coca
Cola están a punto de recibir un paquete de exenciones fiscales,
subsidios y leyes laxas tan generosas que harían prácticamente
obsoleto el trabajo de un cabildero. Escuchando el entusiasmo de
Drennen sobre las oportunidades que abrió la tormenta, me sorprendió
su referencia a los afroamericanos de Nueva Orleáns como "la
comunidad minoritaria".
Con
67% de la población, son claramente la mayoría, mientras que los
blancos como Drennen constituyen apenas 27%. No hay duda de que se
trata de un simple lapsus, pero no pude evitar sentir que era también
una muestra de la demografía deseable de la ciudad "nueva y
mejorada" que imagina esta élite blanca, una que no tendrá
mucho espacio para Nyler o sus vecinos que saben cómo arreglar casas.
"Honestamente, yo no sé, y no creo que nadie sepa, dónde van a
caber", dice Drennen de los desempleados de la ciudad.
Nueva
Orleáns ya muestra signos de un cambio demográfico tan dramático
que algunos de los evacuados describen el fenómeno como
"limpieza étnica". Antes de que el alcalde Ray Nagin
llamara a una segunda evacuación, la gente que volvía a las áreas
secas era mayoritariamente blanca, mientras que los que no tenían
casas a las que volver eran abrumadoramente negros. Esto, aseguró, no
es una conspiración sino simple geografía un reflejo del hecho de
que los ricos de Nueva Orleáns compran en las alturas.
Eso
significa que las áreas más secas son las más blancas (el barrio
francés es blanco en 90%; el Garden District, en 89%; Audubon, en
86%; el cercano barrio de Jefferson Parish, donde también se le
permitió volver a la gente, en 65%). Algunas áreas secas, como
Algiers, sí tenían una gran población afroamericana y con bajos
ingresos antes de la tormenta, pero entre los miles de millones para
la reconstrucción no hay presupuesto suficiente para llevarla de
vuelta desde los lejanos refugios donde terminaron estos residentes.
Así que aún cuando la repoblación está permitida, muchos no podrán
retornar.
En
lo que toca a los cientos de miles de residentes con casas en terrenos
bajos que fueron arrasados por la inundación, Drennen anota que
muchos de sus barrios eran disfuncionales de principio. Sostiene que
la ciudad tiene una oportunidad para pensar "como se piensa en el
siglo XXI": en vez de reconstruir ghettos, Nueva Orleáns podría
ser repoblada con casas "de ingresos mixtos", donde los
ricos y los pobres, los blancos y los negros, vivan pared con pared.
Lo
que Drennen no dice es que esta clase de integración urbana podría
suceder mañana, y en una escala masiva. Unos 70 mil de los evacuados
más pobres y sin hogar en Nueva Orleáns podrán volver a la ciudad
junto con los blancos que sí tienen casas si no se construye una sola
vivienda más.
Veamos
el Garden District, donde Drennen vive. Tiene una tasa de viviendas
vacantes sorprendentemente alta 17.4%, según el censo de 2000. En ese
tiempo 702 casas estaban desocupadas y, considerando que el mercado no
ha mejorado mucho y que el distrito apenas fue inundado, lo más
probable es que sigan vacías. Lo mismo pasa en otras áreas secas:
con caseros que prefieren sellar los departamentos antes que bajar las
rentas, el barrio francés lleva años medio vacío, con una tasa de
desocupación de 37%.
Los
números generales de la ciudad son impresionantes: en áreas que
sufrieron sólo daños menores y están en la lista de repoblación
del alcalde, hay por lo menos 11 mil 600 departamentos y casas vacíos.
Si se incluye Jefferson Parish, el número sube hasta 23 mil 270. Con
tres personas por unidad, eso significa que podría haber casas para
unos 70 mil evacuados. Con el número de los residentes de la ciudad
permanentemente sin hogar, que se estima en unos 200 mil, eso sería
un importante avance en la solución de la crisis de vivienda.
Y
es posible. La representante demócrata Sheila Jackson Lee, cuyo
distrito en Houston incluye a unos 150 mil evacuados, dice que hay
formas de convertir los departamentos vacíos en casas costeables o
gratuitas. Después de aprobar una ordenanza, las ciudades podrían
emitir certificados bajo la Sección 8, que cubrirían la renta hasta
que los evacuados encuentren empleo. Jackson Lee dice que planea
proponer una iniciativa que pedirá fondos federales para que sean
gastados precisamente en esos pagos de renta. "Si existe la
oportunidad de crear opciones viables de vivienda deberían ser
exploradas", dice.
Malcolm
Suber, un veterano activista comunitario de Nueva Orleáns, estaba
impresionado cuando se enteró de que miles de hogares habitables
estaban vacíos. "Si hay casas vacías en la ciudad, entonces los
trabajadores y la gente pobre debería poder vivir en ellas". Según
Suber, ocupar las unidades vacías haría más que proveer el tan
necesitado refugio inmediato: devolvería a los pobres a la ciudad,
previniendo que las decisiones clave sobre su futuro como convertir el
sitio del Ninth Ward en un humedal o cómo reconstruir el Hospital de
la Caridad las tomen solamente los que pueden pagar terrenos en
tierras altas. "Tenemos el derecho de participar plenamente en la
reconstrucción de nuestra ciudad", dice Suber. "Y eso sólo
puede suceder si volvemos a ella". Pero concede que será una
lucha: las familias de abolengo en Audubon o el Garden District pueden
aguantar la vivienda de "ingresos mixtos, pero a los Bourbons de
la parte alta de la ciudad les va a dar un ataque si un inquilino
favorecido por la Sección 8 se muda al departamento de al lado.
Ciertamente va a ser interesante".
Igualmente
interesante será la respuesta de la administración Bush. Hasta
ahora, el único plan para devolver a los residentes sin hogar a Nueva
Orleáns es la extraña Ley de Terrenos Urbanos. En su discurso en el
barrio francés, Bush no mencionó los departamentos sin rentar del
barrio unos mil 700 y, en vez de ello, propuso hacer una lotería y
entregar lotes de tierra federal a las víctimas de la inundación,
que podrían construir casas en ellos. Pero llevará meses (por lo
menos) construir esas casas, y muchos de los residentes más pobres no
podrán pagar las hipotecas, no importa cuán subsidiadas. Además,
apenas cubre las necesidades de vivienda: la administración Bush
estima que en Nueva Orleáns hay tierra para apenas unos mil
"terratenientes".
La
verdad es que la determinación de la Casa Blanca de convertir a los
habitantes que rentan en pagadores de hipotecas viene menos de la
preocupación por resolver la crisis de vivienda en Luisiana que de
una obsesión ideológica con construir una "sociedad de la
propiedad" radicalmente privatizada.
Es
una obsesión que ya empezó a envolver la zona de desastre, con la
Cruz Roja y Wal-Mart como proveedores de la ayuda de emergencia y
contratos de reconstrucción entregados a Bechtel, Fluor, Haliburton y
Shaw el mismo cártel que se ha pasado los últimos tres años
recibiendo miles de millones sin lograr llevar los servicios
esenciales de Irak a los niveles que tenían antes de la guerra.
"La reconstrucción," sea en Bagdad o en Nueva Orleáns, se
ha convertido en poco menos que una transferencia continua de riqueza
de las arcas públicas a las privadas, sea en la forma de contratos
gubernamentales de costo adicional o de subastas de nuevos sectores
del Estado a las corporaciones.
Esta
visión fue planteada sin disfraces durante una reunión en las
oficinas centrales de la Heritage Foundation, en Washington, el 13 de
septiembre. Estuvieron presentes miembros del Comité Republicano de
Estudios de la Cámara de Representantes, un grupo de más de cien
legisladores conservadores encabezados por el congresista de Indiana
Mick Pence. El grupo compiló una lista de 32 "ideas pro-mercado
libre para responder al huracán Katrina y a los altos pprecios del
gas", incluyendo pagos escolares, eliminar la legislación
ambiental y "buscar petróleo en el Refugio Nacional de la Vida
Salvaje del Ártico".
Claramente,
parece aventurado pensar que estas ideas serán adoptadas como ayuda a
las víctimas de un sector público destripado, hasta que se leen los
primeros tres puntos: "Suspender automáticamente las leyes
salariales producto de la ley Davis-Bacon en las áreas de
desastre"; "hacer de la totalidad del área afectada una
zona de tasa fiscal pareja y de libre empresa", y "hacer de
la totalidad de la región una zona de competitividad económica (con
incentivos fiscales comprehensivos y regulaciones laxas)". Todas
están posicionadas para convertirse en leyes o han sido ya adoptadas
por decreto presidencial.
Con
su propio estilo, los creadores de la lista de Heritage no son tan
distintos de los 500 ministros voluntarios cienciólogos que están
desplegados en los refugios por toda Luisiana. "Literalmente
seguimos el huracán," me dijo David Holt, un supervisor de la
iglesia. Cuando le pregunté por qué, señaló un letrero amarillo en
el que se leía "Algo puede hacerse al respecto". Le pregunté
que era "eso" respecto a lo que algo podía hacerse y me
dijo que "todo."
Así
es también con los verdaderos creyentes neoconservadores: sus políticas
de "ayuda por Katrina" son las mismas propuestas para todos
los demás problemas, pero nada les da tanta energía como un buen
desastre. Como dice Bush, las tierras destrozadas son "zonas de
oportunidad", una ocasión para hacer un poco de reclutamiento,
impulsar la fe, inclusive rescribir las reglas desde cero. Pero eso,
por supuesto, requiere un poco de masaje... perdón, de asistencia.
(*)
Periodista canadiense, autora de "No Logo" y "Vallas y
Ventanas".
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