La
república popular de los pantanos: La respuesta de las comunidades
del Sur de Louisiana a las amenazas de extinción ecológica y
cultural
Estofado
a prueba de huracanes
Por
Mike Davis
sinpermiso, 09/10/05
Traducción de Jordi Mundó
Como
los huracanes Katrina y Rita han puesto en evidencia, la tradicional
explotación de los recursos naturales del Sur de Louisiana por parte
de grandes empresas, con el apoyo del Gobierno y el desdén del resto
del país, supone una grave amenaza para la supervivencia y desarrollo
de ecologías y culturas –a menudo poco conocidas– que por
decenios han florecido y convivido en fraternidad interracial en la
región estadounidense del Golfo de México. Los huracanes, dice Mike
Davis, "no han hecho más que seguir las trazas de la
desigualdad". Este texto se publica simultáneamente en inglés (The
Nation), en alemán (Die Zeit) y en castellano (www.sinpermiso.info).
SP.
Nada
se mueve en Evangeline Parish salvo en el cielo. Negros nubarrones de
lluvia, precursores de la furia del huracán Rita, pasan a una
velocidad desconcertante. Las rachas de viento tumban viejos robles y
logran vencer una decrépita valla publicitaria que anuncia una marca
de tabaco de mascar que hace tiempo dejó de venderse. Los campos de
arroz se anegan y las carreteras de acceso están cortadas por ramas
de árboles.
Llegan
informaciones de que millones de personas desesperadas procedentes de
Texas y del Sur de Louisiana siguen atascadas en las autopistas
interestatales situadas al norte de la trayectoria prevista del Rita,
pero aquí en Ville Platte –una ciudad de 8.300 habitantes en el
corazón de Acadiana (la denominación francesa del Sur de Louisiana)–
la respuesta tradicional a un huracán devastador no es evacuar, sino
cocinar.
Dolores
Fontenot, la matriarca de un clan que suele movilizar a 40 miembros
para la comida de los domingos (la 'familia cercana') y a 800 en las
bodas (la 'familia extensa'), está supervisando la preparación de
una estofado de cangrejo y pollo con quingombó y arroz. Su intenso
aroma apacigua el ánimo y ayuda a conjurarse contra la amenaza cada
vez más siniestra de la tempestad que brama detrás de las ventanas
selladas con placas de madera.
Con
todas las líneas eléctricas de Baton Rouge a Galveston fuera de
servicio, un ruidoso generador instalado en el cobertizo da vida a una
luz parpadeante mientras los pequeños de la casa juegan al escondite
y los más viejos hablan del destino desolador que espera a sus pequeñas
barcas de pesca y a sus puestos de caza. Llegan noticias alarmantes
sobre la crecida de las aguas en los alrededores de Pecan Island,
Holly Beach y Abbeville.
Esta
vez los Fontenot comparten mantel con tres eminentes inmunólogos
latinoamericanos, cuyo laboratorio en el centro médico Tulane–LSU
de Nueva Orleáns fue destruido por el Katrina, echando por tierra
muchos años de valiosas investigaciones contra el cáncer. Los
doctores –dos procedentes de Medellín y el otro de Ciudad de México–
bromeaban con que Ville Platte se había convertido en el 'Arca cajún'.
Se
trata de una analogía particularmente feliz. Durante las tres semanas
anteriores las familias de Ville Platte –una comunidad pobre de
cajunes y criollos negros con unos ingresos medios por debajo de la
mitad de los del resto del país– habían recibido con los brazos
abiertos a más de 5.000 de los desplazados que ellos llaman
"invitados" (decir que son "refugiados" o
"evacuados" es considerado una falta de delicadeza). Además,
los pescadores y los cazadores estuvieron entre los primeros
voluntarios en llevar botes a Nueva Orleáns para rescatar a sus
desesperados residentes de viviendas y barrios anegados por las aguas.
El
esfuerzo de rescate y socorro con medios caseros que hicieron los de
Ville Platte –animados por la consigna popular: "Si no lo
hacemos nosotros, ¿quién lo hará?"– contrasta poderosamente
tanto con la incompetencia de la cúpula de la Administración pública
como con la hostilidad de otras ciudades ricas (incluidos algunos
barrios de Nueva Orleáns habitados por blancos) respecto a los flujos
de evacuados, principalmente negros pobres. De hecho, Evangeline
Parish se ha convertido en una asombrosa isla de solidaridad
interracial y autoorganización en un Estado que es básicamente
conocido por su exasperante racismo y su incorregible corrupción.
¿Qué
hace que Ville Platte y algunas de sus comunidades vecinas tengan un
comportamiento tan excepcional?
Según
hemos podido ver, parte de la respuesta estaría en el sutil
crecimiento de un "nacionalismo" regional que ha llevado a
las distintas tradiciones culturales del Sur de Louisina –afroamericanos,
criollos negros, cajunes e indios franceses– a unirse contra las
sombrías amenazas de extinción ecológica y cultural que acechan por
doquier. Hay una conciencia compartida y muy arraigada de que su país
se está muriendo rápidamente, tanto por la embestida violenta de las
grandes corporaciones como por la furia desatada del clima.
Si
uno quisiera formularlo en jerga académica diría que la gran
humanidad de los habitantes de Ville Platte podría verse como una
respuesta consciente a la crisis "post–colonial" de
Acadiana. En lenguaje más llano, es un acto de amor en una época
peligrosa: un gesto radical, a la vez que tradicional, que desafía
todos y cada uno de los simplistas dualismos –liberal/conservador,
Estado 'rojo'/Estado 'azul', libertad de elección/valores familiares,
etc.– que los medios de comunicación utilizan para categorizar los
Estados Unidos de hoy.
Pero
antes de ponernos a teorizar es necesario presentar a alguno de los
humildes héroes que están sentados alrededor de la generosa mesa de
Dolores Fontenot mientras ahí afuera el Rita estremece la tierra.
La
armada cajún
En
honor de los invitados latinoamericanos, Edna Fontenot reparte
botellas de cerveza Corona. Es un hombre delgado de maneras delicadas
que ronda la cincuentena. Edna tiene un bagaje impresionante de
conocimientos prácticos y sabe mucho de las más variadas técnicas
supervivencia.
"Estábamos
todos ahí mirando la televisión y pensamos que alguien tenía que ir
a ayudar a esa gente porque no se estaba haciendo nada, sabe usted.
Nada. Entonces la Lousiana Wildlife and Fisheries pidió la colaboración
de todo aquel que tuviera un pequeño bote. De modo que dije: 'Voy
para allá'. Sabía que podía hacer algo por ellos. Había vivido en
Nueva Orleáns y sabría cómo manejarme en esa situación".
Edna
fue hasta las proximidades de Lafayette (la capital oficiosa de
Acadiana), y desde allí fue conducido junto con otros propietarios de
botes hasta Old Metairie a través de boquete del dique de calle 17
del Canal, por donde el lago Ponchartrain había arrojado sus aguas al
centro de Nueva Orleáns.
"No
había nadie de la FEMA (Oficina Federal para la Gestión de
Emergencias), sólo un puñado de cajunes navegando en sus botes.
Tratamos de coordinarnos como mejor pudimos, pero aún así aquello
era un caos. Hacía mucho bochorno y olía a muerto. La gente
agazapada en los tejados y en los pasos elevados estaba desesperada:
habían pasado allí varios días bajo un sol de justicia, sin comida
ni agua. Estaban deshidratados, con la piel llagada y enfermos. Se
estaban dando por vencidos, sabe usted, pensando que iban morir".
Edna
estuvo allí dos días, hasta que los escombros flotantes dañaron el
motor de su barca. En su paso por la ciudad quedó conmocionado por la
falta del más mínimo esfuerzo oficial de rescate, aparte del de la
'armada cajún'. "Así fue. Sólo estábamos los
voluntarios". Se sentía mal por no poderse permitir reparar su
bote y regresar allí. "Había pasado buenos momentos en esa
condenada ciudad", deja escapar suavemente, "y, sabe usted,
tenía más amigos negros que blancos".
La
ciudad de los muertos
Mientras
Edna salvaba a los vivos, uno de sus primos –que ejercía de policía
en otra ciudad– tenía encomendado el trabajo penoso y macabro de
recuperar cuerpos. 'Vincent' (voy a llamarle así para no revelar su
identidad) salía cada noche en un bote de la piscifactoría acompañado
de un buzo y escoltado por miembros de la Guardia Nacional armados con
M–16.
"Vestía
un traje especial (Hazmat, resistente a materiales peligrosos) y
pilotaba el barco. Me eligieron porque tengo conocimientos forenses y,
puesto que soy cajún, mis mandos dan por supuesto que soy hombre de
agua. Trabajábamos de noche por el calor y para evitar los malditos
helicópteros de las televisiones que durante el día acechaban como
buitres hambrientos. No queríamos que algunos de aquellos pobres
desgraciados vieran a su abuela cubierta de hormigas o cangrejos
apareciendo en las noticias de las seis".
¿Hormigas
y cangrejos? "Esto es Lousiana. En el instante en que Nueva Orleáns
quedó bajo las aguas volvió a ser una ciénaga. El ecosistema
regresa donde solía. Las hormigas nadan y construyen grandes colonias
sobre los cuerpos flotantes igual que lo harían sobre el tronco
muerto de un ciprés. Y los cangrejos se alimentan de carroña. Podíamos
sacarnos de encima los cangrejos, pero las malditas hormigas eran un
verdadero problema".
Vincent
describió el extenuante y repugnante trabajo de acarrear cuerpos
hinchados en el barco e introducirlos luego en bolsas y cerrarlos con
cremallera. (La FEMA no suministró agua, ni comida, ni medicinas,
pero sí envió puntualmente 50.000 bolsas al aeropuerto Louis
Armstrong). Aunque Vincent debía etiquetar cada una de las bolsas,
algunas víctimas no pudieron ser identificadas. Algunas no tenían
rostro.
Preguntamos
a Vincent por la demografía de la muerte. "Sacamos 77 cuerpos
del agua; la mitad eran niños. Fue muy duro: ninguno había muerto
con los ojos cerrados y todos habían pasado por un infierno, algunos
muriendo lentamente ahogados en los desvanes de sus casas".
"En
mi trabajo he visto muchas escenas de crímenes y también restos
humanos, y normalmente he mantenido una distancia profesional. Debes
hacerlo si quieres continuar haciendo este trabajo. Pero a veces hay
situaciones que te turban".
"Encontramos
el cadáver de una mujer agarrada a un niño pequeño. Madre o
hermana, no lo sé. No había forma de arrancar el bebé de los brazos
de la mujer sin romperle los dedos. Una vez separados, la criatura había
dejado un molde perfecto de su cuerpo impreso en el pecho de la chica.
Ese recuerdo me persigue. Y también el de la gente que gemía y
lloraba, y que nosotros debíamos dejar allí".
"Teníamos
orden terminante de recoger sólo cuerpos. Pero aún había un montón
de gente sentada en los tejados o apoyada en los alféizares de las
ventanas de sus casas. El agua seguía subiendo y el miedo les
trastornaba. Nos gritaban, nos suplicaban y nos maldecían. Pero
nosotros llevábamos una barcada de cadáveres, algunos seguramente
con enfermedades contagiosas. De modo que salvamos a los muertos y
dejamos a los vivos. ¿Qué le parece?"
La
madre y los niños
Danny
Guidry, un auxiliar médico de los servicios de urgencia casado con
una prima de los Fontenot, puede contar una historia con un final más
feliz. Junto con su compañera y conductora, fueron enviados con otras
docenas de ambulancias y unidades de rescate desde parroquias cajunes
hasta las proximidades de Nueva Orleáns.
A
medida que iban llegando las víctimas que traían los voluntarios en
sus botes o los guardacostas en sus grandes helicópteros Blackhawk,
Danny las iba clasificando según su gravedad y derivaba los casos más
críticos a Baton Rouge, que estaba a una hora y media de camino si se
conseguía sortear el tremendo jaleo de tráfico de vehículos de
emergencias.
Puesto
que el único centro de traumatología bien dotado técnicamente del
Sur de Lousiana estaba inundándose en Nueva Orleáns, la mayor parte
de los heridos o enfermos evacuados eran enviados a un centro de diagnóstico
preliminar emplazado en un pabellón deportivo de Baton Rouge, en el
que una única enfermera de 24 años se encargaba de diagnosticar los
casos y mandar los más graves a hospitales locales ya colapsados.
"En
mi tercer viaje", contó Danny, "funcionaba con el piloto
automático. Desconectas del dolor y la confusión que te rodea y te
concentras en hacer lo mejor que puedes tu trabajo, y en hacerlo en el
menor tiempo posible".
Pero,
al igual que le ocurrió a Vincent, se encontró con un caso
extraordinario. "Era una mujer joven, embarazada de 33 semanas,
que estaba de parto prematuro. Se encontraba ya en el hospital, a
punto de que le practicaran una cesárea, cuando llegó el anuncio de
evacuación inmediata de la ciudad. Su médico detuvo el parto y la
mandó a casa (suponiendo, imagino, que disponía de automóvil, lo
cual no era cierto). Su marido salió a por comida, y fue entonces
cuando se produjo la rotura del dique".
"Cuando
la recogimos su marido llevaba varios días desaparecido. Para
complicar aún más las cosas, ella estaba cuidando de un bebé de
nueve meses que había rescatado de la casa de una vecina adicta al
crack. Tanto ella como el bebé estaban deshidratados por el calor y
mi sexto sentido me dijo que no llegaría viva a Baton Rouge".
"Fue
el instante más largo de mi vida. Sus constantes vitales eran malas y
yo me estaba quedando sin reservas de suero. Cada vez estaba más pálida
y su presión sanguínea estaba desplomándose. Tenía orden de
enviarla al centro de diagnóstico centralizado, pero le dije a mi
compañera que le diera una inyección y que la llevara al hospital más
cercano".
"Como
establece el protocolo, nunca doy información personal a una víctima.
Pero este caso me conmovió tanto que di a la joven mi teléfono y le
dije: 'por favor, llámame cuando hayas dado a luz' ".
"Lo
cierto es que llamé varias veces al hospital para saber como estaba.
Tuvo un bebé sano y encontró a su marido. Mientras tanto, el niño
que había salvado se había reunido con su madre".
"Puesto
que había llegado tan lejos con ella, ya no podía abandonarla, de
modo que mi mujer y yo les invitamos a ella y a su marido a Ville
Platte. Les encontramos una pequeña casa y pronto empezará a
estudiar en el instituto de Lafayette. Esta tarde les he ayudado a
sellar sus ventanas".
"Sólo
amigos"
En
medio de los berrinches ventosos del Rita, hacemos una visita rápida
–esquivando innumerables objetos voladores– al refugio del Centro
Cívico, donde los voluntarios están atendiendo a los nuevos
"invitados" procedentes del área fronteriza entre Lousiana
y Texas amenazada por el huracán. El refugio sólo recibe la ayuda de
fondos locales, pero dispone de abundantes camas, juguetes, televisión,
acceso a Internet, una cocina cajún–criolla estupenda, y ofrece
cobijo a los evacuados que pasarán allí sólo unas pocas noches o
están a la espera de ser realojados en breve en hogares de residentes
locales.
Entre
los fundadores del centro está el primo "kosher cajún" de
Edna, Mark Krasnoff (su padre era de Brooklyn), y Jennifer Vidrine,
quien se ha convertido en la coordinadora a tiempo completo. Todo el
mundo nos había dicho que Jennifer tenía la sonrisa más maravillosa
de Louisiana y, a pesar de no haber pegado ojo en los últimos dos días,
efectivamente, su sonrisa iluminaba el refugio entero.
Licenciada
en la LSU, y habiendo disfrutado recientemente de una beca de
investigación en la prestigiosa Kennedy School en Harvard, Jennifer
había tenido la oportunidad de conquistar el mundo, pero ni se le había
ocurrido dejar Ville Platte. Nos habla de la primera semana después
del Katrina.
"Había
centenares de personas cansadas y asustadas en las calles de
Evangeline Parish. No sólo en coches: algunas iban andando, cargando
todo lo que poseían en una mochila. Algunas lloraban; eran la viva
imagen de la desesperanza. Era como en Las uvas de la ira. La mayoría
no sabía nada de Ville Platte, y se quedaron asombradas cuando las
invitamos a nuestras propias casas".
Suena
demasiado bonito para ser verdad: Acadiana, a pesar de su profunda
mezcla interracial de cultura, religión y sangre, una vez fue el
bastión de Jim Crow [máximo exponente del racismo y la discriminación
contra la población negra en Estados Unidos]. Sólo unos años atrás,
un intento de las autoridades de Ville Platte de rediseñar los
distritos electorales para diluir el voto negro fue desbaratado por
constituir una violación de la Ley de Derechos Electorales. De modo
que preguntamos a Jennifer, que es 'francesa' y afroamericana, si las
ayudas que se dan no están sutilmente sesgadas por el color de la
piel, con cierta preferencia por los blancos de los barrios periféricos.
Ella
responde imperturbable. "No, de ningún modo. Nosotros acogemos a
todos con el mismo amor. Y toda la comunidad apoya este proyecto:
blancos, negros, católicos, baptistas. Quizá haya un tercio de casas
de acogida privadas de familias de fuera del centro. Y no importa de
donde viene nuestro 'invitado': si del Distrito noveno (negro) o de
Chalmette (blanco)".
"Así
es cómo somos. Hemos sido educados para cuidar de nuestros vecinos y
tratar con deferencia a los forasteros. Esto es lo que hace especial
esta pequeña ciudad, y es por esto que la quiero tanto".
Jennifer
habla maravillas de los maestros de la escuela local y del consejo
municipal. Pero cuando le preguntamos por la contribución que
realizan las organizaciones de socorro nacionales y el Gobierno
federal, señala la bandera que hay encima de la entrada al refugio:
"Ni la Cruz Roja, ni el Ejército de Salvación, ni fondos
federales. Sólo amigos".
"Desde
el primer momento traté de ponerme en contacto con la Cruz Roja. Les
telefoneé durante trece días consecutivos. Me dijeron que 'no había
personal disponible'. [Según el Wall Street Journal la Cruz Roja
recaudó mil millones de dólares para ayudar a las víctimas del
Katrina y tenía 163.000 voluntarios disponibles]. Finalmente,
prometieron venir, pero luego lo cancelaron en el último instante. La
FEMA hizo lo mismo. Aún es hora de que veamos en persona a alguien
del Gobierno federal".
(En
realidad, antes de que el Katrina cortara las carreteras, nosotros
tampoco habíamos tenido ninguna evidencia de presencia federal,
excepto quizá por los ubicuos vehículos todoterreno que lucían el
logotipo de Halliburton).
Ville
Platte, cuya población mayoritariamente negra tiene una renta anual
per cápita de sólo 5.300 dólares, había tratado de prestar ayuda a
miles de foráneos sin contar con un solo céntimo procedente de la
Cruz Roja o de instituciones públicas federales. Nosotros seguíamos
sin dar crédito: ¿qué principio organizativo superior o qué líder
carismático es responsable de semejante situación?
Jennifer
nos mira con sorpresa. "Oigan, mi comité es mi teléfono. Llamo
a la gente y responde. Comida, ropa, camas, medicinas, todo lo ha traído
la gente. Incluso la gente más pobre de por aquí tiene en la nevera
algún pedazo de carne de ciervo sobrante, o algún viejo edredón, o
alguna cama extra. Y todos nosotros sabemos cómo cooperar espontáneamente:
por Dios, siempre estamos organizando bautizos o fais–do–dos
[bailes de pequeños pueblos cajún]. Entonces, ¿para qué querríamos
tanto liderazgo formal?
En
un país que acostumbra a carecer de un liderazgo competente ésta
podría ser una pregunta razonable, además de muy profunda.
La
república popular de los pantanos
¿Qué
viene a significar todo esto?
Mark
Krasnoff piensa que Ville Platte es la viva imagen de lo que está por
venir: los distintos grupos raciales del Sur de Louisiana marchando de
la mano para enfrentarse a sus colonizadores y a los que les
gobiernan. Este hombre pequeño y enjuto que tiene hechura de bailarín
o de gimnasta es actor (recientemente participó en una serie dramática
de la televisión británica en la que un premonitorio huracán de
fuerza 5 avanzaba raudo sobre el Golfo de México), y tiene un don
especial para contar historias. Además, es a la vez el Che Guevara y
el Huey Long en versión Evangeline Parish. Su camioneta de reparto
exhibe un gran pegatina que reza: "Louisiana: Tercer Mundo, y a
mucha honra".
"Fíjense
que a Louisiana le ocurre lo mismo que a cualquier otro país rico con
reservas de petróleo (como Nigeria o Venezuela). Durante varias
generaciones las grandes compañías de petróleo y gas natural han
extraído cantidades ingentes de recursos de nuestros pantanos y de
nuestros fondos marinos, y todo lo que hemos recibido a cambio ha sido
erosión costera, contaminación, cáncer y pobreza. Y ahora también
cuerpos hinchados y ciudades muertas".
"La
gente del resto de Estados Unidos debe entender que en Louisiana no
hay desastres 'naturales'. Ésta es una de las zonas más ricas del
mundo en recursos naturales –tiene desde azúcar y cangrejo hasta
petróleo y azufre–, pero compartimos con Mississipí la condición
de Estado más pobre".
"Sin
duda Washington levanta diques impresionantes para salvaguardar el
comercio fluvial y la industria naviera, pero, honradamente, ¿cree
usted que le importan un comino los negros, los indios y los negritos
[coonasses, como peyorativamente se refieren a los cajunes]? Si alguna
vez han existido, los diques para proteger a los pobres han sido tan
buenos como lo son nuestras escuelas: las peores de toda la nación.
El Katrina no ha hecho más que seguir las trazas de la
desigualdad".
Mark
está que trina. "Están en peligro el corazón y el alma de
Louisiana". Cita las culturas trabajadoras amenazadas de extinción:
los barrios negros de 'segunda línea' de Nueva Orleáns, los indios
franceses de Horma, los pescadores isleños [procedentes de las Islas
Canarias] y vietnamitas de Plaquemines, y las comunidades cajunes
residentes a lo largo de toda la costa del Golfo.
"Si
nuestros 'líderes' siguen haciendo lo que hasta ahora, toda esta
condenada región se convertirá en un cementerio tóxico o en un gran
museo donde el jazz y las músicas zydeco y cajún serán
interpretados para deleite de turistas, mientras las culturas que les
dieron vida estarán muertas o irremisiblemente desperdigadas".
La
solución preferida de Mark es la secesión: "Dejen que
gestionemos nosotros los beneficios de nuestro petróleo y de nuestro
gas, para que así podamos preservar nuestro modo de vida. En realidad
nosotros no pertenecemos al mismo sistema. Ustedes dan valor al
dinero, la competencia y el éxito individual: nosotros apreciamos la
familia, la comunidad y las celebraciones colectivas".
"Dénnos
la independencia y recuperaremos los humedales, reconstruiremos el
Distrito noveno y trasladaremos la capital a Evangeline Parish. Si lo
desean, pueden enviar la Estatua de la Libertad a Ville Platte y
nosotros le añadiremos la inscripción: 'enviadnos vuestras cansadas
y depauperadas masas de hombres y mujeres, y nosotros las
alimentaremos con estofado de cangrejo y pollo con quingombó y arroz
a prueba de huracanes' ".
Nos
reímos, pero todos comprendemos el significado de su humor negro.
Katrina
y Rita han evidenciado la realidad de Louisina: la han expuesto a una
luz brutal que permite ver sin sombra de duda la negligencia
gubernamental, la rapiña empresarial y el plan general de limpieza étnica
de Nueva Orleáns. Sin embargo, con la misma claridad se revelan los
recios cimientos de la vieja moral del país de los pantanos fraguada
en revueltas populares, en la resistencia cultural y en la generosidad
novotestamentaria. Pero, ¿es que por ventura ha habido algún momento
en el entero curso de la puñetera historia en el que la alianza entre
dinero y poder haya sido derrocada por la bondad de los foráneos?
(*)
Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO
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