Ahora
a la tortura le dicen abuso
Por
Robert Fisk, The Independent
Reproducido
en La Jornada, 21/11/05
Traducción de Jorge Anaya
"Prevalecer"
es hoy la palabra de moda en Estados Unidos. No vamos a
"ganar" en Irak: eso ya lo hicimos en 2003, ¿cierto?,
cuando entramos a sangre y fuego en Bagdad y derrocamos a Saddam
Hussein. Luego George W. Bush declaró "misión cumplida".
Ahora, pues, debemos "prevalecer". Eso dijo esta semana FJ
Bing West, ex militar que fue secretario asistente para asuntos de
seguridad internacional del gobierno de Reagan. Al promover su nuevo
libro, en el que dice describir la batalla de Fallujah "desde el
frente", hizo un estremecedor esbozo de lo que aguarda a los
musulmanes sunitas de Irak.
Yo
estaba sentado a unos metros de Bing –promoviendo mi propio libro–
cuando explicaba a los grandes y los buenos de Nueva York la forma en
que el general Casey impondrá toques de queda en las ciudades sunitas
de Irak, una tras otra; y si los sunitas no aceptan la democracia, serían
"ocupados" (usó esa palabra) por tropas iraquíes hasta que
aceptaran. Habló del "valor" de los soldados
estadounidenses –ni una palabra del monstruoso sufrimiento de
Irak– e insistió en que Estados Unidos debe "prevalecer"
porque una victoria "jihadista" es impensable.
Apliqué
a Bing el comentario que hizo el duque de Wellington a sus soldados en
Waterloo: le dije al público que no sabía si West atemorizaba al
enemigo, pero vaya que me asustaba a mí.
Nuestra
aparición en el Consejo de Relaciones Exteriores –ubicado en una
mansión de la calle 58, con mullidos sofás y un aire acondicionado
que da miedo de tan fuerte (ya estamos en noviembre, caray)– formó
parte de una serie titulada Irak: la guerra en marcha.
¿En
marcha?, me pregunté. Irak es una catástrofe. Tal vez Bing se crea
que va a "prevalecer" sobre los "jihadistas", pero
todo lo que yo pude decir es que el proyecto estadounidense en Irak
está acabado, que es una tragedia colosal para los iraquíes, los
cuales perecen a una tasa, tan sólo en Bagdad, de mil por mes; que
los estadounidenses deben irse para que la paz se restaure y cuanto
antes, mejor.
Muchos
en el público eran sin duda del mismo parecer. Un anciano caballero
arruinó sin aspavientos la presentación de West al describir el daño
masivo causado a Fallujah cuando fue "liberada" por tercera
vez por los estadounidenses en noviembre del año pasado. Yo describí
con delicadeza a las personas con las que los soldados y diplomáticos
de Bing tendrán que hablar si quieren desenredarse de este lío,
entre ellos ex oficiales iraquíes que son líderes de la parte no
suicida de la insurgencia, en quienes recaería la tarea de tratar con
los "jihadistas" una vez que los muchachos de Bing salgan de
allá. Para poder retirarse, dije, los estadounidenses necesitarán la
ayuda de Irán y Siria, naciones que actualmente el gobierno de Bush
se dedica a fustigar (y no sin razón). El silencio acogió esta
observación.
Era
una extraña semana para estar en Estados Unidos. En Washington, Ahmed
Chalabi, uno de los tres viceprimeros ministros de Irak, se dejó caer
para mostrar cuán limpias tiene las manos. Me tuve que recordar
constantemente que fue condenado en ausencia en Jordania por un
cuantioso fraude bancario. Que fue él quien suministró a la
reportera Judith Miller del New York Times toda la información falsa
sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Fueron sus
compañeros desertores los que convencieron al gobierno de Bush de que
tales armas existían, y él quien fue acusado apenas el año pasado
de entregar informes secretos de inteligencia a Irán. Todavía está
bajo investigación por la FBI.
Pese
a todo, Chalabi pronunció un discurso ante el derechista Instituto de
Empresarios Estadounidenses en Washington, se negó a disculparse en
lo mínimo ante Estados Unidos y luego –esperen a oír esto– se
reunió con la secretaria de Estado Condoleezza Rice y con el
consejero de seguridad nacional Stephen Hadley. También el
vicepresidente Cheney y el secretario de la Defensa Donald Rumsfeld
accedieron a recibirlo.
En
contraste, la inocentona reportera conservadora que se tragó los
informes de Chalabi fue sujeta a una entrevista de veras despiadada
por el Washington Post después de renunciar a su periódico a causa
de la filtración de Libby en el Plamegate. Un "desfile de Judys"
apareció en la entrevista, escribe la periodista Lynne Duke: "Judy
indignada. Judy entristecida. Judy encantadora. Judy conspiradora.
Judy, la reportera estrella del New York Times que se volvió la
acosada víctima de los propaladores de chismes...": al proclamar
su intención de no disculparse por escribir sobre amenazas a Estados
Unidos, lo hizo "con énfasis, casi con frenesí, con sus ojos de
cruzada resplandecientes de lágrimas". Cielos.
No
puedo menos que reflexionar en lo extraña que ha sido la respuesta de
los medios estadounidenses a la demencia, el colapso y la anarquía de
Irak. Es Chalabi, el viejo amigo de Judy, quien debiera estar
recibiendo este trato, pero no: él está de vuelta a sus viejos
trucos de engañar y manipular al gobierno de Bush, mientras la prensa
estadounidense hace trizas a una de sus reporteras para desquitarse.
En
estos días estar en Nueva York y Washington es como vivir en un
prisma. La "tortura" pasó de moda. Nadie tortura en Irak,
en Afganistán o en Guantánamo. Lo que los estadounidenses cometen
con sus prisioneros es "abuso", y esta semana hubo un
momento maravilloso cuando Amy Goodman, quien es el sueño de todo
izquierdista, mostró imágenes de la magnífica película de
Pontecorvo La batalla de Argel (1965) en su programa Democracia Ahora.
El "coronel Mathieu" –la cinta es en parte ficción–
aparece explicando por qué la tortura era necesaria para salvaguardar
vidas francesas. Luego apareció el vocero de Bush, Scout McClellan,
diciendo que si bien no hablaría sobre métodos de interrogatorio, el
objetivo primordial del gobierno es salvaguardar vidas
estadounidenses.
Hoy
los periodistas estadounidenses se refieren a "leyes sobre
abusos" en vez de leyes sobre tortura. Sí, abuso suena mucho
mejor, ¿verdad? Cuando uno es objeto de abuso no hay lamentos ni
gritos de agonía. No hay aullidos de dolor. No se pone en duda el
estado mental de las bestias que perpetran ese abuso en nuestro
nombre. Y no hay problema en recordar que el gobierno de Lord Blair de
Kut al–Amara ha concluido que es correcto utilizar información
obtenida mediante ese sadismo. Hasta el ministro del exterior Jack
Straw estuvo de acuerdo
Así
pues, es un alivio dirigirse a los Archivos Nacionales de Estados
Unidos, en Maryland, para investigar intentos de producir una
democracia árabe después de la Primera Guerra Mundial, un gigantesco
Estado árabe moderno desde la frontera turca hasta la costa atlántica
de Marruecos. Militares y diplomáticos estadounidenses intentaron
crearlo en un breve y brillante momento de la historia de su país en
Medio Oriente. Lástima: el presidente Woodrow Wilson murió, Estados
Unidos se volvió aislacionista, los vencedores británicos y
franceses hicieron jirones la región para sus propios fines y
provocaron la tragedia a la que nos enfrentamos hoy. Prevalecer: sí,
cómo no.
|