La
huelga de los 400 millones de dólares
Nueva York
paralizada y en crisis creciente
Por David Usborne
Corresponsal en Nueva York
The Independent, 21/12/05
Traducción para Página/12 de Celita Doyhambéhère
El juez que multó con
un millón de dólares por día a los líderes de la huelga de
transportes de Nueva York amenazó ayer con encarcelarlos si no deponían
su medida. Pero no había negociación entre las partes. La huelga,
que cuesta 400 millones de dólares por día, amenaza al resto de la
economía estadounidense.
Si usted estaba
buscando un milagro en la calle 34 en Manhattan ayer, podría haber
caminado por el medio de la Quinta Avenida, donde todos los vehículos,
salvo los de emergencia, están prohibidos, y entrado a Macy's en
Herald Square, donde el piso de cosméticos estaba encantadoramente
vacío. Había algunos placeres en el segundo día de la huelga de
transportes en Nueva York, especialmente si a usted le gusta el helado
aire del invierno y caminar, caminar un montón. También era un buen
día para conocer a extraños, siempre y cuando no le importara que
eso sucediera estando apretujados en el asiento trasero de un taxi.
Pero nadie necesita
decir que la huelga que cerró el sistema de transporte más grande de
Estados Unidos desde el martes no es buena para todos, especialmente
en los últimos días antes de Navidad, cuando las cajas registradoras
deberían estar zumbando. La ciudad está perdiendo 400 millones de dólares
en ganancias por día de huelga, y los que más pierden son los
negocios minoristas y la industria turística. "El momento es el
peor", dijo José Gout, gerente de Rice, un elegante restaurante
italiano en la calle 54 que normalmente considera esta semana como la
más ocupada del año. Las cenas el martes a la noche habían
disminuido un 40 por ciento, dijo ayer. Aún peor, la mitad de su
personal o bien llegó tarde o no apareció para nada, y él mismo
logró llegar desde Queens en bicicleta.
"Probé tomar un
taxi, pero se movió dos cuadras en diez minutos y yo no podía llegar
tarde. La vuelta a casa a la una de la mañana fue lamentable."
La única salvación fue una camioneta de la Cruz Roja estacionada en
la calle 59, donde le dieron agua y una barra de cereal. "Si esto
continúa más tiempo, estaré al borde del suicidio", dijo
Mitchell Modell, de Modell Sporting Goods, con sucursales por todo
Manhattan. "Si sigue durante una semana entera, las ventas podría
reducirse un 50 por ciento", predijo Burt Flickinger, un
consultor de la industria minorista en Nueva York que considera que
las pérdidas en la ciudad posiblemente alcancen los 1000 millones de
dólares. "El impacto económico podría ser bastante
atroz." Los expertos dicen que, salvo que termine pronto, podría
tener un efecto negativo en el conjunto de la economía
estadounidense.
Pero anoche no había
señales de tregua entre la Autoridad de Transporte Metropolitano y
sus 30.000 trabajadores, representados por el Sindicato de
Trabajadores de Transporte, y no estaban programadas negociaciones
cara a cara. Una multa de 1 millón de dólares por día que el martes
el juez Theodore Jones le impuso al sindicato lo colocó bajo presión
para ponerle fin a la huelga. Ayer el juez redobló la presión,
amenazando con poner en prisión a los líderes de la huelga por
desobedecer su orden de cesarla.
"Es
terrible", se lamentaba Crystine Nicholas, presidenta de New York
& Co., que promueve la industria turística de la ciudad.
"Tenemos muchas cancelaciones, grandes cancelaciones. Los
turistas no compran todo lo que quisiera porque no quieren cargar con
los paquetes hasta sus hoteles si no pueden tomar un ómnibus o un
subte."
Pero para muchos ayer
en la Ciudad Gótica se trató nuevamente de sacar el mejor provecho
de una situación desastrosa. Los turistas que ya estaban en la
ciudad, como Lorraine Hall, que venía de Carolina del Sur, no estaban
mayormente alterados por la huelga. "No vine aquí para sentarme
en una habitación de hotel, y mientras mis pies me lo permitan,
seguiré caminando." En Rockefeller Plaza, con su árbol de
Navidad, Elain Kovacs estaba casi encantada con las calles vacías.
Ella y su marido y sus dos hijas patinaron sobre el hielo, tomaron el
desayuno con Santa Claus y usaron bicicletas para llegar al emporio de
juguetes FAO Schwartz. "No fue para nada malo", dijo.
En el hotel W, en Union
Square, un portero tiritando de frío dijo que la mayoría de las
preguntas eran de huéspedes que temían perder sus aviones. A la
mayoría les aconsejaba que trataran de tomar un taxi hasta Grand
Central, o caminar las 25 cuadras", para tomar el ómnibus
expreso hasta elaeropuerto. Dentro del hall, Jan Noll, una agente de
seguros de Atlanta de 55 años, estaba feliz porque había reservado
una limusina unos días antes para llevarla hasta La Guardia. Pero ya
llegaba tarde. "Llegaré a casa cuando llegue a casa." En
cuanto a la reunión por la que había venido, había sido cancelada.
Un hombre que no tenía
intención de faltar al trabajo tres días antes de Navidad era Willy
Merna, de 55 años. Con su cuello duro blanco debajo de su chaqueta de
invierno, es el capellán principal en el Hospital Beth Israel, cerca
del East River. "Los pacientes están ahí y necesitan
cuidado." Pero su viaje fue "mejor que habitualmente",
dijo. Como muchos otros empleadores en la ciudad, Beth Israel desplegó
una flota de automóviles para llevar y traer a los empleados hasta el
trabajo.
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