2005: colapso de la
autoridad de Bush
Por Immanuel
Wallerstein
La Jornada, 15/01/06
Traducción de Ramón Vera Herrera
No importa lo que uno
piense de la política de George W. Bush, no hay duda de que, al
inicio de 2005, había llegado al pináculo de su autoridad. Se
acababa de relegir y el Partido Republicano controlaba ambas cámaras
del Congreso. De hecho, los republicanos habían podido derrotar al líder
de la previa mayoría demócrata en el Senado. Bush interpretó esto
no sólo como validación de su invasión a Irak, sino una autorización
para continuar con su muy conservador programa económico: la renovación
de los recortes fiscales que expiraban, un destripamiento del programa
de seguridad social, la perforación en busca de crudo en Alaska y, en
general, una reducción de las medidas protectoras ambientales, para
empezar. Afirmó que iba a implementar el mandato que sentía había
obtenido. La disciplina republicana era muy fuerte y Bush controlaba
las señales.
Más aún, los demócratas
estaban profundamente divididos en torno a si el resultado tan pobre
para ellos en las eleccionesse debía a que se habían movido muy a la
izquierda o muy a la derecha.
El primer punto de
vista era más fuerte entre los demócratas del Congreso. Así que
Bush sentía que podía contar cuando menos con algunos votos demócratas
para sumarlos a su sólido y unificado bloque republicano, en el
momento de aprobar cualquier legislación que él favoreciera.
Un año después, todo
esto ha cambiado y el cambio es radical. Casi ninguna de las leyes que
estaban en la lista de Bush fue aprobada, y es muy poco probable que
las aprueben el año venidero. Su inquebrantable bloque republicano
hoy está hecho trizas. Los llamados moderados han roto la disciplina.
Pero también lo hicieron las dos alas derechas, los
ultraconservadores fiscales y la derecha cristiana. Los demócratas
tienen ahora la disciplina que anteriormente mostraban los
republicanos, de modo que los republicanos de ruptura les han
permitido ganar votaciones muy cruciales en una de las cámaras del
Congreso o en la otra, pero especialmente en el Senado. Los índices
de las encuestas de opinión para Bush están muy bajos. Los
republicanos que están en favor de la relección le piden al
mandatario que no haga campaña por ellos. Y al final de 2005, algunos
congresistas demócratas han comenzado a hablar de impugnación. Aun
Bush, por vez primera, ha comenzado a admitir que podría haber
cometido algunos errores menores durante su presidencia.
Cuando miramos el corazón
de su política mundial –Irak– lo vemos luchando desde una posición
de retaguardia contra la enorme presión en pos de que haga recortes y
se retire, presión que viene del interior de Estados Unidos, de los
iraquíes y, por supuesto, del resto del mundo. El presidente del
Joints Chiefs of Staff estadunidense ha dicho que sabe que la mayoría
de los iraquíes quiere la retirada de las fuerzas estadunidenses.
Aunque Bush se niega neciamente a fijar un calendario para la
disminución de las tropas, ésta es una fachada que cubre el hecho
obvio de que Estados Unidos y todos sus aliados intentan retirar números
significativos de tropas en 2006, mucho antes de que Bush fije la línea
base, el punto en que las fuerzas del gobierno iraquí puedan lidiar
militarmente con las milicias de la resistencia iraquí.
¿Qué ocurrió en 2005
que explica ese viraje en la fuerza política de Bush? Casi todo lo
que cambió ocurrió en el interior de Estados Unidos, aunque
contribuyeron sucesos del resto del mundo. Hubo cinco cosas que
transformaron la atmósfera política en Estados Unidos. Ninguna de
ellas habría sido así de dañina, pero los sucesos se acumularon y
se combinaron para formar una piedra que rueda, que está juntando
fuerza y que tendrá efectos en 2006.
El primero y más obvio
es el asunto de la cifra de bajas en Irak, que crece constantemente,
mientras que no hay indicio alguno de que la resistencia se debilite.
Un cartón político en un periódico de Nueva Delhi hace eco de lo
que todos sienten. Muestra a un enorme cocodrilo rotulado
"insurgencia" cuyas fauces las abre con dificultad un
soldado con el letrero "tropas estadunidenses". Junto a él
hay una persona pequeña rotulada "fuerzas iraquíes". El
soldado estadunidense dice al iraquí: "Más vale que crezcas rápido
y asumas el control". No mucha gente en Estados Unidos pensaría
ahora que esto es probable y muchos piensan que Estados Unidos debería
detener el sacrificio de aún más vidas.
La segunda fue la
enorme catástrofe de Katrina, que reveló el nivel de incompetencia y
la indiferencia social del gobierno de Bush, algo que hizo que la
mayoría de las personas tragara aire. Sintió que era necesario
prometer que el gobierno haría algo para reparar el daño y presionó
al Congreso para que adoptara un costoso programa. Esta fue la paja
que molestó a los conservadores republicanos en lo fiscal, que desde
hace mucho desfallecen ante el creciente nivel de gasto estadunidense
con un presidente que en teoría estaba comprometido a mantener chico
el tamaño del gobierno.
La tercera cuestión
fue la ineptitud de Bush con respecto a lo que podría ser su único
logro, nombrar jueces conservadores en la Suprema Corte de Justicia.
El fiasco en el caso Harriet Miers presionó a la derecha cristiana
que retiró su respaldo automático al régimen. Es seguro que no
tiene más alternativa que Bush, pero ahora que se halla en problemas,
nadie se apresura en apuntalar su posición. Ya no confían en él.
Luego vinieron las
acusaciones a Lewis Libby por el intento de dañar a Joseph Wilson por
exhibir las mentiras flagrantes asociadas con las supuestas armas de
destrucción masiva en Irak (la justificación principal de la invasión).
De Tom DeLay, el anterior líder de la mayoría de la Cámara, a quien
se acusó de violar leyes como parte de sus esfuerzos por garantizar
una mayoría republicana en la Cámara de Representantes. Y de Jack
Abramoff, el operador que era parte de la red de DeLay destinada a
comprar votos en el Congreso. Además, está pendiente la posible
acusación de Karl Rove, principal asesor político del presidente, y
de Bill Frist, líder de la mayoría republicana en el Senado.
Todos los regímenes
políticos se avergüenzan de esta clase de acusaciones, pero
ocurrieron muchas en un corto intervalo, e implican a personas clave.
Finalmente, sin
embargo, son los actos ilegales los que pueden hacer que Bush caiga en
lo personal. No es extraño que los presidentes de Estados Unidos
afirmen sus potestades "inherentes". Sin embargo, la
combinación de los instintos personales de Bush y las intenciones
deliberadas de Cheney de inflar los poderes de la presidencia conducen
a una forma inusualmente exagerada de tales reivindicaciones. Bush
empezó dando órdenes secretas en 2001, que permitieron la tortura
(aunque él no le llame así) y la intervención telefónica de los
ciudadanos estadunidenses, en franca violación de leyes bastante explícitas.
Conforme esto salió a la luz, la defensa fue triple: el presidente
tiene tales poderes "inherentemente"; la Ley Patriota de
2001 más la resolución del Congreso en la resaca del 11 de
septiembre, las condonaron "implícitamente"; las
"reglas" cambiaron ante la nueva amenaza del
"terrorismo".
Inicialmente tanto el
Congreso como los medios aceptaron estos argumentos negándose a hacer
objeciones públicas. El escándalo de Abu Ghraib causó un primer
desasosiego público, que creció de manera constante. En 2005, el
senador McCain, quien sufrió como prisionero de guerra durante cinco
años y sabía las consecuencias, condujo una revuelta abierta y logró
que el Congreso adoptara una resolución prohibiendo ese tipo de
tortura, por sobre la fuerte –pero a fin de cuentas ineficaz–
oposición del gobierno de Bush.
Luego alguien filtró
la historia de las intervenciones telefónicas, donde el gobierno no
quiso siquiera usar el bastante fácil camino legal de acudir ante una
corte especial y secreta para obtener autorización.
Lo que hay que resaltar
no es que haya ocurrido, sino que alguien se sintió inclinado a
filtrarlo, y la prensa se aprestó a informarlo. Así fue como cayó
Richard Nixon.
Si
las cosas fueran bien en otras partes, Bush podría sobrevivir. Pero
las cosas no van bien para Estados Unidos en otras partes; ni en Medio
Oriente ni América Latina ni en Europa, y no van bien en Asia. Las
elecciones se avecinan en Estados Unidos y Bush no está contento para
nada.
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