La
mentira como principio de política exterior de EEUU hacia América
Latina
Por
Atilio Borón
Argos–Internacional,
20/01/06
Este
trabajo se propone analizar el papel de América Latina en la política
exterior estadounidense. El derrumbe del orden bipolar fue acompañado
por el vigoroso renacimiento de añejas teorizaciones que, en síntesis,
plantean la tesis de la irrelevancia de nuestros países. Esto
obedecería a su escaso interés estratégico y económico, sobre todo
si se les compara con Medio Oriente, Asia Central o el Sudeste Asiático,
para no hablar de Europa. Una de sus variantes, tal vez la más
radical, subraya que nuestra irrelevancia responde a una dolorosa
realidad: América Latina ha sido, en verdad, una construcción mítica,
una imagen fantástica huérfana de todo sustento real. Como no
existimos, mal podría haber una política hacia nosotros. La tesis de
este trabajo es que sí existimos, que por eso Washington tiene una
política muy definida y relativamente invariante hacia América
Latina, y que la tiene porque nuestra región le importa, y mucho.
La
perniciosa herencia del colonialismo
Que
el tema de nuestra supuesta irrelevancia –o de la "irrealidad
de la realidad" latinoamericana– no es nuevo, lo demuestra
sobradamente y con una infrecuente combinación de elegancia estilística
y profundidad de razonamiento un notable ensayo de Roberto Fernández
Retamar, Calibán, originalmente aparecido en el año 1971 como
respuesta a una insidiosa pregunta que se le formulara acerca de este
mismo tema : "¿Existen ustedes, existe América Latina?"
Las
reflexiones de Fernández Retamar ponen en evidencia, a partir de un
minucioso recorrido histórico, la excepcionalidad del proceso de
construcción de las sociedades latinoamericanas –simbiosis única
entre los mundos precolombinos, europeos y africanos– y la definida
identidad resultante de ella. Identidad que, al igual que la europea o
la estadounidense, no implica uniformidad sino una fecunda diversidad
al interior de un espacio histórico–cultural común. No obstante,
una de las desafortunadas consecuencias de esta creación
civilizatoria ha sido la persistencia –abonada por más de tres
siglos de dominación colonial, y casi cuatro en Cuba y Puerto Rico–
de arraigadas actitudes de subordinación cultural e ideológica entre
los grupos dirigentes y amplios sectores de la intelectualidad
latinoamericana.
Precisamente,
una de las manifestaciones de esa "colonialidad" es la
pertinaz negación de la existencia misma de América Latina, de la
común historia de sus países, de su rica y variada cultura también
común y de su futuro inevitablemente compartido. El pasado, el
presente y el futuro, amén de la geografía, nos confieren esa
identidad. El intelectual colonizado, fiel a la tradición imperial de
"ninguneo" a las colonias –invariablemente percibidas como
pueblos bárbaros y justos merecedores del sistemático pillaje al que
se ven sometidos– asume como propia la visión del mundo de los
amos. Todos los imperios consideraron a sus dominados como inferiores,
bárbaros, despreciables, al punto tal que su propia condición
humana, tanto ayer como hoy, aparecía frecuentemente en cuestión. Así
pensaban los romanos de la Galia e Iberia, las actuales Francia y España;
Inglaterra nada menos que de la India, una de las civilizaciones más
antiguas y exuberantes del planeta; y así piensa hoy la clase
dirigente de Estados Unidos en relación a casi todo el resto del
mundo, incluyendo como una de sus más recientes incorporaciones a la
así llamada "vieja Europa."
En
el campo de la política exterior esto se traduce en la famosa tesis
de la irrelevancia de América Latina, alentada tradicionalmente por
Washington, tal como antes lo hiciera la Inglaterra Victoriana en
relación a la India. En ambos casos se entiende muy fácilmente la lógica
que preside ese razonamiento: convencer al otro de su insignificancia
y de su inferioridad otorga al dominador una ventaja prácticamente
decisiva en cualquier controversia. Se comprende entonces la
insistencia de algunos oscuros ocupantes del Departamento de Estado o
del Consejo de Seguridad Nacional en señalar nuestra irremediable
inferioridad, en decirnos que ocupamos un quinto o sexto lugar en sus
prioridades y en pedirnos que no pretendamos que se nos preste más
atención de la que compasivamente se nos otorga, casi como de favor.
Como decía antes, lo grave no es que tesis como ésta la expresen
voceros de Washington; lo realmente lastimoso y deplorable es que la
misma sea tenida como válida por supuestos expertos en asuntos
internacionales y por gobernantes resignados y claudicantes de
nuestros países. En casos extremos, como en mi país, esta actitud
fue la justificación esgrimida para adoptar como principio cardinal
de la agenda exterior de Argentina la política de las
"relaciones carnales" con Estados Unidos, esto es, el más
absoluto e incondicional alineamiento con Washington en todos y cada
uno de los temas internacionales. Hemos pagado carísimo semejante
desatino.
Para
resumir: la doctrina de la "negligencia benigna" no es otra
cosa que una burda mentira, una actitud hipócrita que busca por medio
de este artilugio desalentar cualquier tentativa de cuestionar las
relaciones de subordinación establecidas entre la potencia dominante
y nuestros países. Condición previa de tal impugnación es tomar
conciencia de nuestra verdadera importancia para Estados Unidos y,
seguidamente, desarrollar una estrategia colectiva para, en
concordancia con lo anterior, redefinir nuestras relaciones con la
Roma americana. [.1]
¿Irrelevantes?
La
tesis de la irrelevancia, que sería "políticamente
incorrecto" justificar sobre bases racistas, aduce que América
Latina no pesa en el escenario internacional, que sus países no son
"jugadores centrales" en la arena mundial y sus economías
no gravitan en los mercados globales. Pero esta tesis se derrumba ante
el peso de numerosas paradojas. Si América Latina fuese tan
irrelevante, ¿cómo se explica que Estados Unidos haya incurrido en
una secuencia interminable de intervenciones militares (más de cien a
lo largo del siglo veinte), invasiones, golpes de mercado, asesinatos
políticos, sobornos, campañas de desestabilización y
desquiciamiento de procesos democráticos y reformistas perpetrados
contra una región carente por completo de importancia? ¿No hubiese
sido más razonable una política de indiferencia ante vecinos
revoltosos pero insignificantes? Si no existimos, o si somos tan
irrelevantes, ¿cómo explicar que haya sido precisamente ésta la
primera región del mundo para la cual Estados Unidos elabora, tan
precozmente como en 1823, una postura específica en su agenda de política
exterior, la Doctrina Monroe? Si somos tan poca cosa, ¿por qué
Washington persiste durante más de 40 años con su bloqueo contra
Cuba, condenado hasta por Juan Pablo II? Si poco y nada valemos, ¿por
qué tanto empecinamiento por crear el alca? ¿Y si no existiera la América
Latina, cómo se explica entonces el naufragio de ese proyecto de
consolidación imperial?
Como
vemos, la idea de nuestra supuesta irrelevancia no resiste la menor
prueba empírica. En realidad, América Latina tiene una importancia
estratégica fundamental para Estados Unidos, y es la región que le
plantea mayores desafíos en el largo plazo. En los años ochenta, en
el apogeo de la "guerra de las galaxias" de Ronald Reagan,
había quienes decían que la URSS era un problema transitorio para
Estados Unidos, pero que América Latina constituía un desafío
permanente, arraigado en las inconmovibles razones de la geografía.
Tanto era así que en esos mismos años el personal diplomático
adscrito a la embajada de Estados Unidos en México era superior al
que se hallaba estacionado en todo el territorio de la Unión Soviética.
Es que América Latina es la frontera caliente de Estados Unidos, su
inevitable contacto con la periferia imperial, misma que somete y
saquea, generando una vasta zona de perpetuas turbulencias políticas
que brotan de su condición, nada casual, de ser la región con la
peor y más injusta distribución de ingresos y riquezas del planeta.
Si
la Casa Blanca miente descaradamente al pueblo estadounidense
–recordemos la historia de las famosas "armas de destrucción
masiva" que supuestamente existían en Irak y las recientes
declaraciones de Colin Powell arrepintiéndose de haberla avalado–,
¿por qué no habría de mentir a los latinoamericanos? La excepcional
relevancia de nuestra región fue adecuadamente subrayada por Colin
Powell cuando dijera, en relación a las expectativas depositadas por
Washington en el alca que: "nuestro objetivo es garantizar para
las empresas estadounidenses el control de un territorio que se
extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre acceso sin
ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios, tecnologías
y capitales por todo el hemisferio." ¿Irrelevantes? Nótese la
importancia de nuestra región como un gigantesco mercado para las
inversiones estadounidenses, grandes oportunidades de inversión,
fabulosas expectativas de rentabilidad posibilitadas por el control
político que Washington ejerce sobre casi todos los gobiernos de la
región, y todo esto en un territorio que alberga un repertorio casi
infinito de recursos naturales de todo tipo.
América
Latina podría ser, en función de probables desarrollos tecnológicos,
la región que cuente con las mayores reservas petroleras del mundo.
No lo es hoy, pero podría serlo mañana. En todo caso, aun en las
condiciones actuales, es la que puede ofrecer un suministro más
cercano y seguro a Estados Unidos, dato harto significativo cuando sus
reservas no alcanzan para más de 10 años y las fuentes alternativas
de aprovisionamiento son mucho más lejanas y han entrado en una zona
de creciente inestabilidad política a causa de la tradicional torpeza
con que Washington maneja estos asuntos. Medio Oriente se ha
convertido en un polvorín que puede estallar en cualquier momento,
donde el resentimiento antiestadounidense alcanza proporciones
impresionantes aun en los "Estados–clientes" como Egipto,
Arabia Saudita y Turquía. Y las cuencas petroleras de África
Occidental y Asia Central carecen de las más elementales condiciones
políticas requeridas para garantizar un flujo estable y previsible de
petróleo hacia Estados Unidos. La obscena presión ejercida sobre el
gobierno venezolano desde la Casa Blanca tiene que ser vista a la luz
de estas realidades.
América
Latina tiene asimismo grandes reservas de gas, dispone de algo más de
la tercera parte del total de agua potable del planeta, y es el
territorio donde se encuentran los ríos más caudalosos del mundo y
algunas de sus mayores cuencas acuíferas. Una de ellas, la de
Chiapas, ya ha sido considerada como posible solución para enfrentar
el inexorable agotamiento del suministro de agua que afecta el
Suroeste de Estados Unidos y que compromete el acceso al vital liquido
de poblaciones como Los Angeles y San Diego. Y si se trata de
biodiversidad, ¿cómo podría ser irrelevante una región que cuenta
con 40% de todas las especies animales y vegetales existentes en el
planeta? Esta riqueza constituye un imán poderosísimo para las
grandes transnacionales estadounidenses, dispuestas a imprimir el
sello de su copyright a todas las formas de vida animal o vegetal
existentes y, a partir de ello, dominar por entero la economía
mundial. Por algo el tema de los derechos de propiedad intelectual
tiene tanta prioridad para Washington, como lo atestiguan las
negociaciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio.
Por
último, desde el punto de vista territorial, América Latina es una
retaguardia militar de crucial importancia. Obviamente, los
funcionarios del Departamento de Estado lo niegan rotundamente, pero
los expertos del Pentágono saben que esto es así. Por eso el
empecinamiento de Washington por saturar nuestra geografía con bases
y misiones militares y su obstinación en garantizar la inmunidad del
personal involucrado en las mismas. Si fuéramos tan poco importantes
como se nos dice, ¿por qué la Casa Blanca se desvive proponiendo políticas
que suscitan el repudio casi universal en la región?
Conclusiones
La
importancia de América Latina no ha hecho sino acrecentarse en los últimos
tiempos. El fracaso de los experimentos neoliberales, que ni
encaminaron nuestras economías por la senda del crecimiento, ni
redistribuyeron la renta ni consolidaron nuestras frágiles
democracias ha sumido a la región en una de sus más profundas
crisis. Desde México, en la frontera con Estados Unidos, hasta
Argentina, pasando por América Central y el Caribe, todo el mundo
andino y Brasil, el signo de los tiempos es el desencanto con la
democracia, una creciente activación de la protesta social y un
resentimiento cada vez más extenso y profundo en relación a Estados
Unidos.
Hay
una vieja tradición de la política exterior estadounidense hacia América
Latina: mientras ésta se encuentre firmemente bajo el control de
Washington, la respuesta oficial es la "negligencia
benigna", y entonces la región queda relegada a un segundo
plano. Sin embargo, en cuanto despuntan algunos síntomas de rebeldía
o de insubordinación, esta "irrelevante" región del
planeta asciende al primer plano de las preocupaciones de Washington,
desplazando rápidamente a otras supuestamente más importantes.
Pruebas al canto: bastó que un gobierno socialista moderado fuese
democráticamente electo en Chile, en 1970, para que esa misma noche
la Casa Blanca emitiese la orden de "hacer chirriar y gritar la
economía chilena" y destinase ingentes sumas de dinero para
conjurar la amenaza representada por Salvador Allende. En los años
ochenta, el triunfo del sandinismo convirtió a Nicaragua en una gravísima
amenaza a la seguridad nacional estadounidense, desencadenando una
respuesta de Washington violatoria de las más elementales normas del
derecho internacional. Lo mismo ocurriría con Granada, que pese a sus
344 kilómetros cuadrados y sus 60.000 habitantes también fue
considerada por la administración Reagan un peligro tan grande como
para justificar la grotesca intervención militar de 1983.
A
mediados de los sesenta, la posibilidad de un eventual retorno de Juan
Bosch al gobierno de República Dominicana había provocado el
desembarco de más de 40.000 marines y el aplastamiento de las fuerzas
insurgentes. A finales de los noventa y, en una progresión que ha
llegado a extremos sumamente preocupantes en los últimos años,
Washington ha reaccionado con una virulencia inusitada ante la
consolidación del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, cuyas
credenciales democráticas –monitoreadas y supervisadas por la oea y
la Fundación Carter– superan con creces las exhibidas por el
presidente George W. Bush Jr. en las elecciones de 2000. Casi medio
siglo de bloqueo contra Cuba, desencadenado cuando la isla comenzó a
adoptar algunas medidas reformistas, es otra prueba concluyente de la
prepotencia imperial. En síntesis: si nuestros países se someten
mansamente y obedecen los mandatos de Washington, la región no es
prioritaria; pero en cuanto algún gobierno pretende tomar el destino
en sus manos, ese país latinoamericano, no importa cuán pequeño
sea, es catapultado al primer nivel de las preocupaciones de
Washington.
La
nueva doctrina estratégica estadounidense –según Noam Chomsky, un
plan de dominación mundial como no se conocía desde la época de
Hitler–, anunciada en septiembre de 2002, acentúa las ominosas
perspectivas que se abren en el campo de las relaciones hemisféricas.
Un Estados Unidos ya abiertamente asumido por sus dirigentes y por sus
principales intelectuales orgánicos como un imperio, que se ha
arrogado la absurda –y peligrosísima– misión de sembrar la
democracia y la libertad por todo el mundo, y que ha militarizado las
relaciones internacionales y acrecentado sus gastos militares a un
nivel sin precedentes en la historia, difícilmente pueda ser
considerado un elemento positivo para fortalecer la presencia de América
Latina en el sistema internacional.
La
decadencia de la clase dirigente de Estados Unidos, ejemplificada de
manera inigualable por el ascenso a la presidencia de personajes tan
mediocres como Ronald Reagan y George W. Bush Jr., no es una buena
noticia para el mundo. Todo hace presumir que la política seguida
hacia América Latina en estos años, acentuada luego de los atentados
de 2001, difícilmente será modificada. Nada permite prever que la
premonitoria sentencia de Bolívar: "Los Estados Unidos parecen
destinados por la Providencia a plagar a la América española de
miserias en nombre de la libertad" pueda llegar a ser desmentida
por un gobierno como el de Bush Jr. que, al decir de eminentes
intelectuales estadounidenses ha sido secuestrado por las grandes
empresas y que, con increíble miopía, piensa que lo que es bueno
para Halliburton es bueno para Estados Unidos y, por añadidura, para
todo el mundo.
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