Cuidado,
Bush está leyendo dos libros
Análisis
de Jim Lobe
Inter
Press Service (IPS), enero 2006
Washington. Cuando
George W. Bush se apresta a dedicarse a la lectura, el mundo tiembla.
Pues bien: el presidente de Estados Unidos se puso a leer de nuevo. Y
los libros que eligió son motivo de preocupación.
La Casa Blanca informó
que Bush se llevó consigo dos libros a su hacienda en Texas, donde se
dispone a pasar una breve licencia. Presumiblemente leerá en el
tiempo libre que le dejen sus actividades favoritas: remover malezas y
andar en bicicleta.
El primero de estos
libros es "When Trumpets Call: Theodore Roosevelt After the White
House" ("Cuando llaman las trompetas: Theodore Roosevelt
tras la Casa Blanca"), de Patricia O'Toole.
Se trata de una obra
biográfica sobre el ídolo y modelo de Bush, Theodore Roosevelt,
quien fue presidente entre 1901–1909, uno de los periodos más
agresivos y expansionistas de la historia estadounidense, en especial
en lo que refiere a América Central, el Caribe y el Pacífico.
A Teddy Roosevelt
pertenece la frase "habla suavemente, pero lleva gran garrote”,
la cual sentó en materia de relaciones exteriores las bases de la
"política del gran garrote" ("big stick"),
variante de "la diplomacia de la cañonera" ("gunboat
diplomacy").
A este presidente,
que engrosa las filas de los republicanos "halcones",
pertenece también una peculiar interpretación de la Doctrina Monroe
de 1823 (sintetizada en la frase "América para los
americanos").
Según el
"corolario" de Roosevelt, sólo Estados Unidos tiene derecho
a intervenir en América Latina, "su patio trasero".
El segundo libro que
se dispone a leer Bush es una elegía de la acción del ejército
estadounidense en todo el mundo. Se titula "Imperial Grunts: The
American Military on the Ground" ("Los gruñidos del
imperio: El ejército de Estados Unidos en acción"), de Robert
Kaplan.
Las preferencias
literarias de Bush no son un asunto para nada menor. Todos saben que
el presidente lee muy poco, tanto en la oficina como en su casa. Por
escasas, sus lecturas resultan significativas.
También llama la
atención que la Casa Blanca se preocupe por difundir a la nación y
al mundo qué tiene el presidente tiene en su mesa de noche, aquello
que moldea sus pensamientos cuando está a punto de atravesar el
umbral de sus sueños y dar rienda suelta a sus fantasías.
Cuando Estados Unidos
se preparaba para la guerra en Iraq en 2002, por ejemplo, los
periodistas notaron que Bush se paseaba con un libro de porte bastante
académico bajo su brazo.
Se trataba de
"Comando supremo: Soldados, estadistas y liderazgo en tiempo de
guerra", de Elliot Cohen, un historiador militar neoconservador
muy amigo del entonces subsecretario de Defensa y actual presidente
del Banco Mundial, Paul Wolfowitz.
En este libro, Cohen
propone que los grandes líderes políticos, incluidos Abraham Lincoln,
Winston Churchill y Georges Clemenceau, fueron mucho mejores
comandantes en jefe que los generales que reclamaban la más absoluta
libertad en la conducción de la guerra.
El libro resultó muy
oportuno para que Bush accediera a la recomendación de los generales
cinco estrellas de desplegar un número mucho mayor de soldados en la
invasión y ocupación de Iraq que lo sugerido por el secretario
(ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld.
Bush también recibió
el año pasado una edición de "The Case for Democracy: The Power
of Freedom to Overcome Tyranny and Terror" ("A favor de la
democracia: El poder de la libertad para triunfar sobre la tiranía y
el terror"), del dirigente derechista israelí Natan Sharansky,
ex preso político en la hoy disuelta Unión Soviética.
Este libro llegó
apenas publicado a manos de Bush, que quedó tan impresionado con sus
argumentos en favor de una política agresiva por la democratización
del mundo árabe que le solicitó a Sharansky que interrumpiera una
gira promocional del libro para hablar con él en la Casa Blanca.
"Ya voy por la
mitad de su libro", le dijo a Sharansky la secretaria de Estado
(canciller) Condoleezza Rice cuando el dirigente israelí visitó por
la Casa Blanca al día siguiente.
"¿Sabe porqué
lo estoy leyendo? Porque el presidente lo está leyendo y mi trabajo
es saber qué el presidente está pensando exactamente", dijo
Rice.
Pasajes enteros del
libro fueron incorporados en el discurso con que Bush inauguró su
segunda presidencia, el 20 de enero de 2004.
Tal importancia política
tienen los pocos libros que Bush lee, y por eso no es en vano analizar
los que escogió para disfrutar en sus vacaciones.
En lo que refiere al
libro de Patricia O'Toole sobre Roosevelt, Bush comparte claramente
con su lejano antecesor la teoría según la cual la historia es obra
de los grandes hombres, concepción de moda hace un siglo.
Todo eso sugiere que
el presidente prevé para sí mismo una agitado trayectoria tras su
pasaje por la Casa Blanca.
Teddy Roosevelt
sostenía que, a principios del siglo XX, Estados Unidos ya era una
potencia mundial y por lo tanto tenía el derecho a intervenir
unilateralmente en cualquier lugar del continente americano.
El motivo de tales
intervenciones era combatir "las malas conductas crónicas, y la
impotencia que conduce a un relajamiento general de los lazos con las
sociedades civilizadas".
No resulta muy
probable que Bush emule a Roosevelt en sus safaris africanos o su
expedición científica en la Amazonia, dado el disgusto que causan
los viajes al presidente y a su falta de curiosidad por lo que sucede
fuera de Estados Unidos.
Pero es posible que sí
lo emule en su aspiración a convertirse en una figura de referencia
permanente del Partido Republicano, como encarnación del nacionalismo
agresivo (o imperialismo) que tanto él como su modelo presidencial
han promovido.
La lectura del libro
de Robert Kaplan sobre el ejército estadounidense es quizás todavía
más preocupante por las implicaciones que conlleva para los tres años
que faltan para que concluya la presidencia de Bush.
Kaplan, que comenzó
su carrera periodística en los años 80 como redactor de crónicas de
viaje, se convirtió en un pensador político con una vocación explícitamente
imperialista. Es más: usa, abusa y aprueba ese término sin ningún
tipo de resquemor o vergüenza.
Según el punto de
vista de Kaplan (muy parecido al del Roosevelt, que en 1898 asoló
Cuba con sus "Rough Riders", también conocidos como los
"Teddy's Terrors"), la llamada "guerra contra el
terror" y sus conflictos asociados son una eterna repetición de
la guerra colonial del ejército de Estados Unidos contra los nativos
de América, sólo que a escala planetaria.
El escenario de la
primera campaña expansionista estadounidense después de la
Independencia ––el "territorio Injun" (indígena), como
llama Kaplan a la cuenca de los ríos Ohio y Mississippi, la región
de Florida o las Grandes Llanuras del Medio Oeste–– se despliega
hoy por todo el planeta.
Para Kaplan "el
territorio Injun" abarca todo el mundo musulmán en su totalidad,
desde el sur de Filipinas hasta Mauritania, así como otras regiones
sin gobierno o mal gobernadas que, según él, necesitan urgentemente
orden y civilización.
Y quién mejor para
civilizar estos pueblos bárbaros y desordenados que los soldados de
Estados Unidos (los "gruñidos del imperio"), con quienes
Kaplan convivió semanas enteras en varios conflictos en tres
continentes, para beneplácito del Pentágono y del mismísimo
Rumsfeld.
Son los mismos
soldados que, casualmente, parecen un calco del propio Bush, alejados
de las elites y los cosmopolitas que dominan los medios de comunicación,
los centros privados de análisis político, el Departamento de
Estado, el Partido Demócrata y las universidades.
Los soldados son,
para Kaplan, gente común "a quienes les gusta cazar, manejar sus
camionetas todo terreno, que utilizan un lenguaje procaz y profano
como ingrediente natural de su dialecto, pero que, pese a ello, tienen
una indudable fe en el Todopoderoso".
Kaplan elogia sin
matices las tradiciones guerreras de "los relucientes cuerpos de
oficiales de la Confederación", el brazo armado durante la
Guerra Civil Estadounidense (1861–1864) de los estados esclavistas
del sudeste, entre ellos la Texas de Bush.
Los elogios se
extienden al actual "evangelismo marcial del sur".
En un mundo "hobbesiano"
(donde los seres humanos, si se los deja, se devorarían unos a otros,
por lo que es preciso que exista un poder fagocitador de
individualidades que proteja a la humanidad), el imperialismo de
Estados Unidos, materializado en el despliegue mundial de bases y
tropas, no es una opción sino una necesidad, dijo Kaplan, del mismo
modo que lo fue para los ingleses durante el siglo XIX.
Es la obligación
moral y la "carga del hombre blanco", en los términos del
inglés Rudyard Kipling.
Para Kaplan "la
obligación (de Washington) es expandir las fronteras del mundo libre
y el buen gobierno a todas las zonas que han sucumbido al más
absoluto desorden y caos".
En un pasaje por demás
elocuente y revelador de su propia psiquis, al autor dice pensar en un
personaje filipino de Zamboanga, presumiblemente descendiente de los
mismos moros que resistieron, al costo de centenares de miles de
vidas, la invasión estadounidense 100 años atrás.
"Se muestra
sonriente. Su mirada ingenua pide a gritos lo que nosotros en
Occidente llamamos colonialismo", escribe Kaplan.
Con un mensaje así,
no es muy dificil imaginar en lo que estará pensando Bush, quien ya
se ha reunido una vez en la Casa Blanca con el autor.
El presidente le ha
pedido a Kaplan una nueva visita. Entonces, sería provechoso repasar
las recomendaciones en materia de política exterior que el escritor
le formularía a Bush.
Por ejemplo, la
retirada de las tropas de Estados Unidos de Iraq desataría ahora
"un baño de sangre" y "significaría un retroceso en
la liberalización del mundo árabe, y hasta causaría la reorganización
del Líbano a imagen del totalitarismo sirio", según Kaplan.
El periodista
devenido en consejero imperial también ha advertido acerca del
peligro que representa el creciente peso económico y político de
China en el mundo.
"A menos que
empecemos a cooperar militarmente con Indonesia, por ejemplo, llegará
el día en que el ejército indonesio será capturado de una forma u
otra por los chinos", predijo.
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