A
la busca del punto de viraje en Viet Nam... y en Irak
¿Cuán
caro es demasiado caro?
Por
Mark Engler
Progreso
Weekly, 03/03/06
En
el centro de la página principal de CostOfWar.com, una cinta
ascendente en letras rojas grandes lleva una cuenta constante del
dinero gastado por EEUU en Irak. Cada vez que visito el sitio me lleva
un momento pasar por los decimales de la cuenta. Los cientos de dólares
pasan demasiado rápido. Los miles cambian a mayor velocidad que uno
por segundo. En el momento en que escribo esto, la cuenta va por $239
302 273 144.
Vale
la pena mirar por un rato para ver las enormes sumas que se acumulan.
Pero este ejercicio en contabilidad de tiempo de guerra pronto se
vuelve insatisfactorio. Ante todo, pocos norteamericanos tienen un
marco de referencia para evaluar una cifra como $239 mil millones. El
Proyecto de Prioridades Nacionales, organización que patrocina el
contador, intenta remediar esto permitiendo a los visitantes comparar
los costos de guerra con los gastos para la enseñanza pre-escolar,
cuidados de salud y viviendas por cuenta del estado, señalando, por
ejemplo, que esa cantidad de dinero podría permitir la inmunización
básica de todos los niños nacidos en el mundo durante los próximos
79 años. Aún así, la enorme cifra en aumento en la pantalla no
resulta ser una medida para lo que finalmente lleguemos a pagar por la
guerra. En dependencia de cuál estimado se use, podría equivocarse
en casi un factor de diez. Después de todo, no tiene lugar para los
billones.
Entonces,
¿cuánto costará la guerra? Ocasionalmente la pregunta aparece en
los medios, nunca un tema nuevo, tampoco nunca un tema zanjado. Sin
embargo, hay algunas certezas acerca de los costos de la invasión y
ocupación de Irak. Una es que siguen aumentando. Ahora el presidente
ha presentado al Congreso un presupuesto de "cañones en vez de
mantequilla" que incrementa los gastos del Pentágono hasta $440
mil millones, mientras retira fondos de los servicios sociales
internos y de la ayuda al desarrollo en el exterior. Una de las
grandes curiosidades de esta gigantesca suma es que no incluye el
financiamiento para las guerras que estamos realizando actualmente.
Estas son asignadas aparte -este año, se dice que la Casa Blanca
pedirá otros $120 mil millones para operaciones militares en Irak y
Afganistán, aproximadamente igual a lo que gastó en 2005.
Otra
certeza de la contabilidad de tiempo de guerra es que el costo de la
guerra en Irak seguirá siendo mucho mayor de lo que la administración
Bush desea que la gente piense. Ya es astronómicamente superior al
estimado inicial de $50-60 mil millones que se usó para venderle su
guerra al público. La cifra estaba destinada a conjurar recuerdos de
la anterior Guerra del Golfo -Operación Tormenta del Desierto-, un
enfrentamiento que los norteamericanos recuerdan como rápido y
relativamente indoloro, en parte debido a que un conjunto de aliados
ayudó a pagar la factura. EEUU puso sólo $7 mil millones por ese
conflicto. El otro truco mágico de la administración fue hacer
desaparecer a Larry Lindsey, el asesor económico de la Casa Blanca
que sugirió públicamente a fines de 2002 que un regreso militar a
Irak costaría una cifra cercana a los $100-200 mil millones.
Desde
que cayó Bagdad, varios analistas han buscado mejores estimados del
verdadero costo de la guerra. En agosto de 2005, Phyllis Bennis y Erik
Leaver, del Instituto para Estudios de Política, dieron a la
publicidad una ponencia en la que pronosticaban que el costo total
llegaría a $700 mil millones, al ritmo de entonces de $5,6 mil
millones al mes. Al igual que el conteo de CostOfWar.com, esta cifra
incluía solamente los gastos directos.
La
semana pasada, el Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, junto
con Linda Bilmes de la Universidad de Harvard, dieron a la publicidad
un informe que adoptaba una visión más amplia. Sugiriendo el costo
humano de la ocupación -la cual, por supuesto, requiere de su propia
página terrible en el libro mayor de la contabilidad de tiempo de
guerra- el informe incluía el "valor de vida estadístico"
asignado por el gobierno a soldados muertos en combate. (No incluía
la pérdida de vidas iraquíes.) Contabilizaba partidas como los
costos de cuidado de salud para veteranos heridos, aumento del gasto
de reclutamiento para un Pentágono en apuros, y los costos de
oportunidad de inversiones públicas más productivas que pudieran
haberse hecho si los fondos no se hubieran desviado al exterior.
Siguiendo los pronósticos de la Oficina Congresional del Presupuesto
acerca del despliegue de tropas, el informe considera las
posibilidades de una retirada total de EEUU entre 2010 y 2015. En
total, los dos economistas sitúan el costo entre $1 billón (el
estimado más "conservador") y $2,2 billones (el más
"moderado").
Sesenta
mil millones, 239 mil millones, 2,2 billones. Mientras más cifras
aparecen, más necesario se hace cambiar la pregunta. El verdadero
asunto no es "¿Cuánto va a costar?", sino "¿Cuándo
empieza a importar?"
Los
puntos de viraje de Viet Nam
Las
respuestas brindadas por experiencias pasadas son imperfectas. El
Oxford Companion a la Historia Militar Norteamericana sitúa los
costos directos de la Guerra de Viet Nam en $173 mil millones (que
significan $770 mil millones a los precios de 2003). Los beneficios a
veteranos y pagos de intereses agregan otro billón a los costos de
Viet Nam, según los precios de 2003. Por tanto, los estimados para el
costo de la guerra de Irak ya sitúan a los dos conflictos en niveles
similares, aunque los gastos de Viet Nam representaban un porcentaje
mayor del Producto Interno Bruto.
No
parece haber un momento único en el que los costos se hacen demasiado
grandes. Partidos distintos llegan a punto de decisión en momentos
diferentes, y determinan independientemente que la
"victoria" no vale la pena el precio que se paga. El
descontento se incrementa a medida que suben los costos financieros y
humanos. Así que buscar los puntos de viraje, en Viet Nam o en Irak,
implica cambiar de nuevo la pregunta. Debemos preguntar no sólo
"¿Cuán caro es demasiado caro?", sino también "¿Demasiado
caro para quién?"
Para
muchos que se opusieron a la guerra por razones morales, el conflicto
fue demasiado caro desde el principio. Las vidas y el dinero
sacrificados desde entonces sirven meramente como afirmaciones trágicas
de un convencimiento al que ya se había llegado. Sin embargo, otros
que tradicionalmente apoyan más las decisiones presidenciales de
llevar a EEUU a la guerra, pueden ser convencidos por los costos en
aumento, una vez que no llega la victoria.
Uno
de los puntos de viraje de Viet Nam llegó a fines de 1967, cuando por
primera vez las encuestas de opinión mostraron que una pequeña mayoría
de norteamericanos consideraba que el conflicto era un
"error". La magnitud de esta mayoría subió en flecha después
de la Ofensiva del Tet en enero de 1968. En un momento clave después
de aquella arremetida, el conductor del programa de TV Noticias CBS,
Walter Cronkite, se hizo eco y al mismo tiempo solidificó el
sentimiento público al indicar de manera que luego se hizo famosa que
EEUU no podía ganar la guerra.
"Decir
que hoy estamos más cerca de la victoria es creer, vista la
evidencia, a los optimistas que en el pasado estaban
equivocados", dijo a sus televidentes. "Decir que estamos
entrampados en un punto muerto puede ser la única conclusión
realista, aunque insatisfactoria."
Las
malas noticias provenientes del frente de guerra ayudaron a que el público
diera un vuelco, pero la disensión interna influyó en conformar las
reacciones del público a lo que sucedía en el extranjero. Las mismas
encuestas de 1967 que registraron la primera mayoría en contra de la
guerra también mostraron que la mayor parte de los norteamericanos
deploraban el creciente movimiento en contra de la guerra. Sin
embargo, los que protestaban contra la guerra hicieron un impacto crítico
(y a veces inesperado). El historiador Melvin Small ofrece un ejemplo
de cuando "el movimiento antiguerra afectó dramáticamente la
política". Después de protestas masivas en el Pentágono en
octubre de 1967, "Lyndon Johnson lanzó una campaña de
relaciones públicas que hacía énfasis en lo bien que iba la guerra.
Cuando (entonces) los comunistas lanzaron su aparentemente exitosa
ofensiva nacional del Tet, la mayor parte de los norteamericanos
pensaron que habían sido engañados por su propio gobierno".
Un
vuelco de la opinión de élite siguió al descontento público. Aunque
raras veces se recuerda, la defección de una comunidad de negocios
que apoyaba anteriormente al gobierno fue parte importante de este
vuelco. Una falta de entusiasmo de los negocios por la guerra surgió
por la situación militar en Viet Nam. Pero también fue incentivada
por los baches económicos relacionados con la guerra (los cuales
tienen resonancia hoy). Como explica Small, "Para muchos
economistas, los últimos años verdaderamente buenos para la economía
fueron de 1962 a 1965, con empleo casi total, muy baja tasa de inflación
y una balanza comercial favorable". A medida que escalaba la
guerra, "una balanza comercial cada vez más desfavorable,
relacionada en parte con el gasto para la guerra en el exterior,
contribuyó a una crisis monetaria internacional que implicó una
amenaza a las reservas norteamericanas de oro en 1967-1968. La amenaza
ayudó a convencer a algunos funcionarios de la administración y a
analistas de Wall Street que Estados Unidos ya no podía costear la
guerra".
En
marzo de 1968, Clark Clifford desempeñó un papel vital en convencer
a un Lyndon Johnson hecho un tenaz halcón que entre los
patrocinadores influyentes había tenido lugar un cambio sísmico.
Clifford era un prototipo de los enterados de Washington, un abogado
culto y bien relacionado que por décadas había servido como asesor
del presidente y mantenido estrechas relaciones con los gigantes
corporativos de Estados Unidos. Él se sentía cómodo diciendo la
verdad a los poderosos y los poderosos escuchaban, pues sabían que
Clifford lo hacia por el bien de ellos.
En
enero de 1968 Clifford reemplazó a Robert McNamara como Secretario de
Defensa. Aunque había sido reclutado como halcón, se formó una
nueva valoración de la guerra después de examinar las realidades
militares y pedir a sus adinerados contactos que evaluaran la visión
que existía en el país. El historiador Gabriel Kolko cita los
recuerdos de Clifford en marzo de 1968, cuando dijo a varios ayudantes
de la Casa Blanca: "Tengo por costumbre mantener el contacto con
amigos en el campo de los negocios y del derecho en todo el país...
Hasta hace unos meses en general apoyaban la guerra... Ahora todo eso
ha cambiado. Estos hombres ahora consideran que estamos empantanados
sin remedio". Prosiguió diciendo: "Sería muy difícil
-creo que sería imposible- para el Presidente mantener el apoyo público
a la guerra sin el apoyo de esos hombres."
Ese
mismo mes, Clifford ayudo a organizar una reunión de dos días entre
el Presidente Johnson y su Grupo Asesor Principal de Viet Nam -apodado
"Los Sabios". Eran operativos y diplomáticos veteranos con
poderosas conexiones con las comunidades de negocios y financiera.
Como relata David Halberstam en Los mejores y más inteligentes, ellos
"hicieron saber calladamente (a Johnson) que el Establishment -sí,
Wall Street- se oponía ahora a la guerra. Estaba haciendo daño a la
economía, dividiendo al país, poniendo a la juventud en contra de
las mejores tradiciones del país". Como señala el economista
libertario Murray Rothbard, pocos días después Johnson anunció que
no buscaría la reelección e inició a EEUU en su largo camino de
retirada de Viet Nam.
Irak:
La política de la retirada
Aunque
las evidentes figuras de "Los Sabios" de este momento como
Brent Scowcroft, el confidente de Bush padre, siguen ignorados cuando
se trata de las políticas de Bush el joven en Irak, los líderes de
negocios forman un grupo que pudiera dar un vuelco por medio de un análisis
de costo-beneficio acerca de la guerra de Irak. En su informe,
Stiglitz y Bilmes consideran, entre otros factores, la forma en que la
guerra ha dañado la economía al incrementar la inseguridad global e
interna, mientras contribuye al incremento de los precios del petróleo.
Fuera
de unas pocas compañías energéticas y contratistas de defensa que
continúan beneficiándose directamente, las corporaciones
norteamericanas por regla general han sido afectadas en sentido
adverso por estos costos. Un número significativo de líderes
corporativos han comenzado a quejarse de un daño a la imagen de marca
de Estados Unidos y de un clima frío para los negocios en el
exterior. Ciertamente los líderes de negocios tienen razón para
dudar de que una política exterior neoconservadora funcione a su
favor, y puede que lleguen a decidir asumir sus pérdidas. Si algunos
directores generales y otros ejecutivos reevalúan su fidelidad a la
Casa Blanca -convirtiéndose en seguidores más explícitos del
realismo en una política exterior republicana o incluso del tipo
multilateral de globalización corporativa del Consejo Demócrata de
Liderazgo- el viraje podría hacer significativamente más polémica
la discusión acerca de la guerra en las próximas contiendas
electorales.
En
cuanto al público en general, las encuestas acerca de Irak comenzaron
a mostrar una desaprobación mayoritaria ya desde el verano de 2004.
La opinión ahora en contra de la guerra regularmente llega hasta el
60%. John Mueller, profesor de ciencias políticas en la Universidad
Estatal de Ohio y experto en opinión pública en tiempos de guerra,
ha argumentado que la erosión del apoyo a la guerra de Irak se
equipara con los patrones de las guerras de Corea y Viet Nam. "Lo
más sorprendente acerca de la comparación entre las tres guerras es
cuán más rápidamente se ha erosionado en el caso de Irak",
escribe en Foreign Affairs. Para principios del año pasado, con solo
1 500 soldados norteamericanos muertos, la opinión pública acerca de
Irak había caído a niveles solo alcanzados en la guerra de Viet Nam
después del Tet, cuando habían muerto unos 20 000 norteamericanos.
Mueller
llega a la conclusión de que "Si la historia sirve de algún
indicio, hay poco que la administración Bush pueda hacer para
invertir este descenso".
Eso
pudiera ser causa para celebrar, si solo fuera el fin de la historia.
La formulación de Mueller puede parecer sencilla, incluso
determinista, pero la realidad de la retirada no lo es. Es cierto, el
apoyo público nunca rebotó después de marzo de 1968. Sin embargo,
el conflicto prosiguió otros cinco años. El
conteo de aquella intervención siguió aumentando porque el
Presidente Richard Nixon y su Asesor de Seguridad Nacional Henry
Kissinger estaban dispuestos a tomar la tragedia que hizo Johnson y
adoptarla como propia. Una lección ahora para nosotros es que ningún
patrón fijo garantizará un fin satisfactorio a la situación que
enfrentamos, una situación en la que otra guerra impopular amenaza
con estirarse durante años.
El
meollo de la cuestión es que la mayoría de este país ya ha decidido
que la guerra en Irak se ha hecho demasiado cara. Los norteamericanos
han rechazado la perspectiva de financiar una ocupación enorme y
prolongada. En ese sentido, ya hemos llegado al punto de viraje.
Las
preguntas acerca del precio de la guerra siguen resurgiendo porque hay
un argumento creíble para la mayoría de los norteamericanos de que
el precio es razonable, pero porque nuestros funcionarios electos
hasta ahora solo han elevado esos costos aún más. Lo que queda,
pues, es que el público responsabilice a aquellos que quieren llevar
adelante la cruzada neoconservadora -hacer que paguen en la vida pública
por adoptar esa posición. Lo que queda es equiparar el precio político
de la guerra con el costo humano y financiero que continuaremos
soportando.
(*)
Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es
analista de Foreign Policy In Focus y colaborador de Newsday, In These
Times, The Christian Science Monitor, y TomPaine.com. Kate Griffiths
ayudó en la investigación para este artículo, que fue publicado
originalmente en TomDispatch.com y aparece aquí con permiso de su
autor.
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