Republicanos
abandonan el barco de Bush
Análisis
de Jim Lobe
Inter
Press Service (IPS), marzo 2006
Washington. –
Mientras se desploma la posición del presidente George W. Bush en las
encuestas, al gobernante Partido Republicano se le dificulta más que
nunca mantener la unidad en asuntos clave como política exterior,
inmigración y libertades civiles.
Desde que el Congreso
legislativo reanudó sus sesiones a comienzos de febrero, resurgieron
las diferencias dentro del partido, exitosamente silenciadas por una
campaña republicana para apuntalar a Bush y su imagen de líder
fuerte y decisivo tras los atentados de septiembre de 2001.
Algunas de esas
diferencias atañen a la seguridad de los puertos y se plantean entre
los republicanos de Wall Street ––como se denomina a los allegados
a las altas finanzas–– y los de Main Street, fórmula con que se
identifica a los que respaldan a las pequeñas empresas.
La inminencia de las
elecciones de mitad de periodo en el Congreso contribuye con un
periodo de creciente incoherencia del partido.
El opositor Partido
Demócrata recluta una cantidad inusualmente importante de candidatos
viables para competir por los escaños legislativos.
Mientras, figuras
republicanas afrontan la encrucijada de permanecer vinculadas al barco
de Bush, que al parecer se hunde, o apartarse para reafirmar ante los
votantes, cada vez más pesimistas, que ellos también tienen serias
reservas sobre las aguas sobre las que navega el presidente.
Todavía se suele
considerar que un dominio demócrata de alguna de las cámaras del
Congreso ––y más aún de las dos–– está lejos. Pero la
perspectiva es tomada cada vez más en serio por analistas políticos
de Washington.
Esa posibilidad se
vislumbra en los sondeos que muestran una inesperada erosión del
apoyo a Bush entre los republicanos más firmes y los independientes.
Esa caída se debe, principalmente, a la creciente percepción de que
el mandatario es incompetente.
"La competencia
no es un tema partidario", escribió Alan Abramowitz, cientista
político de la Universidad de Emory de la sudoriental ciudad de
Atlanta, en la edición dominical del periódico The Washington Post.
"Hay una
creciente preocupación entre los republicanos ante la posibilidad de
perder el control de ambas cámaras si los comicios de mitad de
periodo se convierten en un referéndum sobre un presidente con una
aprobación en el entorno de 30 por ciento o peor", agregó.
Al igual que los demócratas,
quienes también sufren serios conflictos internos, durante mucho
tiempo los republicanos estuvieron divididos en facciones ideológicas
que representaban a diferentes intereses.
Los republicanos de
Wall Street, que representan los intereses de grandes corporaciones
multinacionales ––como el libre comercio––, a menudo chocan
con los republicanos de Main Street, que se inclinan por una agenda más
populista y nacionalista.
De modo similar, la
derecha cristiana, que en los últimos años se volvió el sector más
decisivo del electorado republicano, se ha enfrentado con
"moderados" y "libertarios" del partido, que son
seculares y aborrecen los intentos de legislar o imponer de otro modo
una visión religiosa de la moral a toda la nación.
La extraordinaria
popularidad de Bush luego de los atentados del 11 de septiembre de
2001 ––y su capacidad para traducirla en victorias legislativas y
electorales–– generalmente mantuvo satisfechas a todas las
facciones principales del Partido Republicano.
Algunos, como los de
Wall Street, se inquietaron por el impacto de su unilateral política
exterior, cuando está vigente un sistema multilateral del cual las
corporaciones multinacionales obtuvieron beneficios sustanciales.
También les preocupa el impacto de las enormes reducciones
impositivas sobre el déficit federal.
Tras la exitosa campaña
de 2004 por la reelección, la unidad comenzó a desfallecer, debido a
la creciente impresión de que, pese a las reiteradas garantías del
gobierno, la guerra de Iraq no iba bien en absoluto y que Bush no tenía
un "plan de fuga" viable.
A medida que esa
impresión se arraigó, la opinión sobre Bush siguió decayendo,
alcanzando su registro más bajo luego que el huracán Katrina
devastara Nueva Orleans. El desastre dejó en evidencia un grado de
incompetencia y falta de preparación por parte del gobierno que pocos
habían imaginado.
Afloraron entonces
las antiguas divisiones ideológicas entre los republicanos. Primero,
por los llamados de Bush a recomponer Nueva Orleans mediante una
suerte de "Plan Marshall", como se denomina el diseñado
para la reconstrucción de Europa luego de la segunda guerra mundial
(1939–1945).
Partidarios de la
reducción al mínimo del gasto público y de los impuestos, que habían
mantenido su fidelidad a Bush a pesar del constante crecimiento del
hoy enorme déficit fiscal, acusaron al presidente de
"despilfarro".
Esta ala del Partido
Republicano cuestionó a Bush del mismo modo que los conservadores de
los años 30 fustigaron los mecanismos con que el fallecido presidente
Franklin Delano Roosevelt (1933–1945), del Partido Demócrata, sacó
al país de la gran depresión de entonces.
Desde entonces, las
políticas económicas de Bush se convirtieron en una importante
fuente de conflicto dentro del partido, especialmente desde la
publicación, el mes pasado, de un libro del conocido economista
republicano Bruce Bartlett.
El volumen, una
virulenta y muy vendida crítica, se titula "Impostor: Cómo
George W. Bush llevó a Estados Unidos a la bancarrota y traicionó el
legado de Reagan".
Un mes después, una
segunda brecha ––esta vez con la derecha cristiana–– se abrió
por la nominación de la consejera de la Casa Blanca Harriet Miers a
la Suprema Corte de Justicia.
La derecha cristiana
consideró que Miers no ofrecía garantías de seguir la prédica
contraria al aborto voluntario, entre otros principios, en el máximo
tribunal estadounidense.
Por lo tanto, sus
principales figuras atacaron a Bush por tratar de ubicar en el cargo a
una "compinche" con dudosas credenciales. Finalmente, el
mandatario debió retirar su nominación, lo cual lo malquistó con el
ala moderada del Partido Republicano.
En los últimos dos
meses las divisiones internas se volvieron más evidentes que nunca.
El creciente
pesimismo sobre la guerra de Iraq condujo cada vez a más
conservadores influyentes a cuestionar públicamente la campaña de
Bush por "transformar" y "democratizar" Medio
Oriente, en particular tras a las victorias de islamistas iraquíes,
egipcias y palestinas en las urnas.
Entre esas voces críticas
se elevó el mes pasado la del presidente saliente del Comité de
Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, Henry
Hyde.
Los
"realistas" republicanos, como el ex consejero de Seguridad
Nacional Brent Scowcroft, y los "paleo–conservadores",
como Patrick Buchanan, se han manifestado durante mucho tiempo en
contra de la guerra de Iraq y de los esfuerzos del gobierno por
"democratizar" el mundo árabe.
Pero el ex
neoconservador Francis Fukuyama y el fundador de la revista National
Review, William F. Buckley, se hicieron eco de las críticas de Hyde.
Según estas
celebridades republicanas, las ambiciones democratizadoras del
gobierno no son realistas. Por el contrario, son peligrosas. Así, se
abrió una corriente de defecciones que ofrece una fachada política
para otros republicanos descontentos cuando faltan pocos meses para
las elecciones de noviembre.
Todavía faltaba
abrirse una brecha aun más espectacular y profunda entre los
republicanos de Main Street y los de Wall Street.
Se trata de la
controversia en torno del control por parte de la empresa Dubai Ports
World, de Emiratos Árabes Unidos, sobre los seis principales puertos
estadounidenses y la amenaza de Bush con vetar cualquier ley que
impidiera la concreción de ese acuerdo comercial entre esa firma y
otra de Gran Bretaña.
Los de Main Street
creen que la operación amenaza la seguridad nacional. Los de Wall
Street alegan que abortarla pondría en peligro fuentes críticas de
inversión extranjera en Estados Unidos y debilitaría los regímenes
internacionales de comercio e inversiones.
Incluso los
neoconservadores, que históricamente apoyaron el libre comercio,
mostraron profundas divisiones por el caso de Dubai Ports World, el
cual, según los últimos sondeos, dañó seriamente la imagen de
Bush.
Una escisión similar
se registra respecto de la inmigración, que algunos analistas creen
que llegará a la cima de la agenda política en la campaña rumbo a
las elecciones de noviembre.
Mientras las alas
populista y paleo–conservadora del Partido Republicano favorecen una
legislación dura dirigida a reafirmar la seguridad de las fronteras y
a castigar a los inmigrantes ilegales, incluidos a millones que han
vivido en Estados Unidos durante muchos años, el ala empresarial,
respaldada por Bush, exigió reiteradamente un programa liberal de
"trabajador invitado".
Como con los puertos,
la cuestión recrudece la división entre los neoconservadores
––tradicionalmente partidarios de medidas liberales de inmigración––
y la derecha cristiana.
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