Por
Robert Fisk
The Independent / La Jornada, 30/03/06
Traducción de Gabriela Fonseca
Es una luminosa
mañana de invierno y doy sorbos a mi primer café del día en Los
Angeles. Mis ojos se mueven como el rayo de un radar en busca de la
palabra que domina la mente de todo corresponsal en Medio Oriente:
Irak. Después de la invasión, y después de Judith Miller, la prensa
estadounidense supuestamente debería estar desafiando las mentiras de
esta guerra. Por lo tanto, el artículo bajo en el encabezado Batalla
de ingenios; la mente maestra de la insurgencia iraquí, siempre un
paso adelante de EEUU, merece ser leído, ¿no es así?
Fechado en Washington
(una ciudad extraña si lo que se pretende es aprender algo sobre
Irak), el primer párrafo dice lo siguiente: "A pesar del
reciente arresto de un futuro atacante suicida en Jordania y de
algunos colaboradores clave, la mente maestra de la insurgencia, Abu
Mussab Zarqawi ha evadido la captura. Las autoridades estadounidenses
dicen que esto se debe a que el dirigente cuenta con una red de
operaciones de inteligencia mucho mejor que la de Estados
Unidos".
Sin obviar el hecho
de que muchos iraquíes –al igual que yo mismo– tienen serias
dudas de la existencia de Zarqawi, y aún suponiendo que existe la Al
Qaeda de Zarqawi, este hombre no amerita el título de "mente
maestra de la insurgencia"; lo que más llamó mi atención fue
eso de que "las autoridades estadounidenses dicen...".
Al seguir leyendo el
reportaje, noto las fuentes oficiales citadas por el Los Angeles Times
para contar este cuento extraordinario. Creí que los reporteros
estadounidenses ya no confiaban en la administración; no después de
las míticas armas de destrucción masiva y los igualmente míticos
nexos entre Saddam y los crímenes internacionales contra la humanidad
del 11 de septiembre de 2001. Me equivoqué, por supuesto.
Estas son las fuentes
–en la página 1 y 10 de la historia hilada por los reporteros Josh
Meyer y Mark Mazzetti: "Dijeron funcionarios
estadounidenses", "señaló un funcionario antiterrorismo
del Departamento de Justicia", "Funcionarios...
dijeron", "los mismos funcionarios añadieron",
"los funcionarios estadounidenses subrayaron",
"autoridades estadounidenses creen", "un funcionario de
alto rango de la inteligencia estadounidense", "funcionarios
jordanos dijeron", "los funcionarios estadounidenses
dijeron", "según funcionarios estadounidenses".
En verdad atesoro
este artículo. Prueba mi punto de que el Los Angeles Times y todos
los diarios de la gran costa este deberían llamarse Funcionarios
estadounidenses dicen. Pero no es esta fascinación con el poder
político lo que me desespera. Vayamos a un ejemplo más reciente de
lo que sólo puedo llamar racismo institucional en la manera en que
Estados Unidos reporta sobre Irak. Debo agradecerle al lector, Andrew
Gorman, por esta joya: se trata de un despacho que hizo Associated
Press en enero pasado sobre el asesinato de un prisionero iraquí
cuando era interrogado por el oficial estadounidense, Lewis Welshofer
Jr.
Este oficial, según
trascendió en una corte, metió al general iraquí Abed Hamed
Mowhoush, empezando por la cabeza, en una bolsa de dormir y luego se
sentó en su pecho en una acción que, de manera nada sorprendente,
causó que el general muriera. El jurado militar ordenó –lector,
contén la respiración– una reprimenda contra Welshofer, la
retención de 6 mil dólares de su salario y su confinamiento en
barracas durante 60 días.
Pero lo que más
llamó mi atención fue este detalle de solidaridad. La esposa de
Welshofer, Barbara, dijo a AP [agencia Associated Press] que
"está preocupada por cómo va mantener a sus tres hijos si su
esposo es sentenciado a prisión. 'Lo amo por luchar por esto, dijo
con lágrimas anegándole los ojos. El siempre dijo que había que
hacer lo correcto, y a veces eso es lo más difícil'".
Nótese cómo el
remordimiento del asesino estadounidense no está dirigido a su
indefensa y muerta víctima, sino hacia el "honor" de los
otros soldados, a pesar de que una audiencia preliminar reveló que
algunos de los colegas de Welshofer lo vieron meter al general en la
bolsa de dormir y no hicieron nada para detenerlo.
Un despacho anterior
de AP indicaba que "funcionarios" –aquí los tenemos de
nuevo– "creían que Mowhoush tenía información que podría
"destruir la columna vertebral de la insurgencia". ¡Guau!
El general lo sabía todo acerca de los 40 mil insurgentes iraquíes.
Qué buena idea era meterlo cabeza abajo en una bolsa de dormir y
sentarse en su pecho.
Lo que es el
verdadero escándalo de estos reportes es que no nos dicen nada de la
familia del general. ¿No tenía esposa? Me imagino que las lágrimas
también "anegaron sus ojos" cuando le dijeron la forma en
que murió su marido. ¿No tenía hijos el general? ¿No tenía
padres? ¿Ningún ser querido que "tratara de contener el
llanto" cuando les hablaron de este vil hecho? No. Según el
reporte de AP, no tenía a nadie. El general Mowhoush parece un
objeto; una criatura deshumanizada que quería impedir que los
estadounidenses "destruyeran la columna vertebral" de la
insurgencia, con todo y que fue asfixiado dentro de una bolsa de
dormir.
Aplaudamos ahora a
AP. En una igualmente luminosa mañana de verano en Australia, hace
unos días, abrí el Sydney Morning Herald. En la página 6 me
informó que la agencia noticiosa, usando la Ley de Libertad de Acceso
a la Información, obligó a las autoridades estadounidenses a hacer
públicas más de 5 mil páginas de transcripciones de audiencias en
el campo de detención de Guantánamo.
Una de estas
transcripciones corresponde a la audiencia del ya excarcelado
prisionero británico, F. Abbassi. En ella, el acusado exige en vano
al juez, un coronel de la fuerza aérea estadounidense, que le revele
la evidencia que hay en su contra, y afirma que este es su derecho,
según la ley internacional.
Y esto es lo que le
responde el coronel estadounidense: "Señor Abassi, su conducta
es inaceptable y esta es la última advertencia que le hago. No me
importa el derecho internacional. No quiero oír esas palabras sobre
el derecho internacional. No nos preocupa el derecho
internacional".
¡Ay! esas palabras
–que simbolizan el fin último del "sueño americano"–
están sepultadas en el resto del artículo. El coronel, quien
claramente es una vergüenza para el uniforme que porta, no aparece en
el insípido encabezado del periódico de Sydney (Documentos
estadounidenses revelan la historia de los presos en Guantánamo), y
está más interesado en decirnos que los documentos en cuestión
identifican a "granjeros, tenderos y pastores" detenidos en
el penal.
Ahora estoy en
Wellington, Nueva Zelanda, viendo en CNN los ataques de Saddam Hussein
contra la corte de Bagdad que lo juzga. Repentinamente, el espantoso
Saddam desaparece de mi pantalla. La audiencia proseguirá en secreto,
lo que reducirá a esta corte marcial a una farsa. Es una vergüenza.
¿Y qué es lo que nos dice, respetuosamente, CNN? ¡Que el juez ha
"decidido suspender la cobertura en medios"!
Entonces me digo a
mí mismo: ¡Si tan sólo CNN y toda la prensa estadounidense hicieran
lo mismo!